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Se levantó como pudo, se alistó como pudo. Salió a las carreras, casi deja la puerta de la casa abierta. Corrió al paradero y tuvo la suerte de que justo pasara el bus que la llevaba.
"A pesar de todo, las cosas pueden salir bien", se dijo.
Llegó a la clase con diez minutos de retraso, y calculó que habría perdido apenas cinco minutos de disertación del profesor. "No es tan terrible", se dijo.
Divisó un asiento libre bastante cerca de la puerta y fue directo a ocuparlo.
Cuando intentaba concentrarse en la clase, se dio cuenta de que estaba al lado del chico más guapo del salón. Sí, ese al que todas miraban de lejos y con quien nadie se atrevía a hablar. Él se volteó, la miró fijamente, la saludó con un leve movimiento de cabeza, que ella correspondió nerviosamente. Le notó una extraña expresión, pero no le dio mayor importancia.
"Ya, atiende", se dijo.
Así transcurrió la clase, ella intentando atender, él volteando a mirarla de rato en rato, Siempre con la misma rara expresión, que ella interpretó positivamente.
"Buenos, chicos, hasta la próxima clase. Muchas gracias", se despidió el profesor mientras guardaba el libro con el que siempre daba su clase.
Ella vio cómo el chico salía del salón sin apuro. De ahí, se levantó y fue directo al baño. Con las prisas de la mañana ni se había acordado de ir. Al entrar al baño, se cruzó con otra chica que salía y que la miró con la misma expresión rara que había tenido el chico a lo largo de toda la clase.
Se miró al espejo y lo vio. Ahí estaba el tremendo rulero azul eléctrico que se ponía todas las noches para amansar ese mechón rebelde y con vida propia que en su apuro olvidó completamente.
"Ay, no, las cosas finalmente me salieron mal".