domingo, 30 de noviembre de 2014

Contraseña feliz

Lindo zurdito
Esta breve historia, que publico sin permiso, me la envió alguien que quiero mucho. Hay cosas que no deberían dejar de ser importantes. En un tiempo en que leer más de 140 caracteres es demasiado, tal vez algunos piensen que no tiene sentido escribir bien, que los acentos no importan, que una H menos es lo de menos. Pero felizmente, sigue siendo importante.
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Al curso que dicto en una empresa le puse de nombre, sin darle muchas vueltas, "Escribir bien".

Quizás para que fuera corto, simple, recordable. Quizás porque estoy convencida de que escribir bien es precisamente eso: hacerlo corto, hacerlo simple. Hacerlo recordable.

El primer día llegué y me anuncié como la profesora de un curso de redacción para el personal. "¿Escribir bien?", me preguntó el vigilante a la entrada. Subí 22 pisos por el ascensor y volví a anunciarme como la profesora del curso... "¿Escribir bien?", me interrumpió la encargada del piso.

Esta es la sexta vez que vengo, y seis veces he escuchado ya aquí y allá la pregunta. "¿Escribir bien?" Suerte de contraseña, feliz identificación con un hábito tristemente en desuso. Escribir bien es el nombre con el que aquí me conocen, así me reciben, y con sonrisa.

Mira tú: si escribes bien, te sonríen. Escribe bien.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Se busca paciencia

Una noche cualquiera, cerca de las 9:00 p.m., das por terminada la jornada y te dispones a ver televisión. Qué decides ver es lo de menos, lo más probable es que a los 15 minutos el sueño te venza y no sepas en qué acaba el programa elegido.

Todo va muy bien hasta que de un momento a otro todo cambia. Lo único que ves es una pantalla azul y un cartel que se pasea mientras burlonamente te dice SIN SEÑAL. Sopesas tus opciones:
- Esperar pacientemente que todo se arregle. Total, así como se malogró repentinamente se solucionará de la misma manera.
- Apagar e irte a dormir.
- Llamar a hacer un reclamo.

Sin dejar de lado la primera opción, descartas la segunda opción, el sueño que apenas te dejaba abrir los ojos minutos antes ha desaparecido. Decides llamar a hacer un reclamo, cosa que nunca se sabe qué rumbo puede tomar.

Marcas el número y te contesta una grabación, que lo primero que te pide es que ingreses tu número de DNI "para brindarte una mejor atención". Digitas el número de tu documento de identificación y luego escuchas una serie de grabaciones llenas de advertencias, que te pueden grabar por tu seguridad, que ese número es solamente para reclamos y no para consultas, que si llamas de la zona Talycual tengas en cuenta que hay una avería masiva. Nada se aplica a ti, así que no te queda más que esperar a que alguien te atienda.

Por fin, se para la música y una voz de mujer te saluda:
- Buenas noches, le saluda Fulana de Tal. ¿En qué le puedo ayudar?
- Buenas noches, señorita. No tengo señal de cable desde hace diez minutos -omites mencionar que son exactamente los mismos diez minutos que tuviste que esperar hasta que una voz humana apareciera.
- Bien, ¿me puede dar su número de DNI?

¿Cómo? Lo primero que me pide la grabación es justamente eso, supuestamente para atenderme mejor. Ya, bueno pues, se lo das a la señorita Fulana de Tal.
- ¿Cuál es el problema?
- Se lo acabo de decir, no tengo señal de cable.
- ¿Qué ve en su pantalla?
- Un cartel que dice SIN SEÑAL.
- ¿En todos los canales? ¿También en el canal TVPerú? ¿Puede confirmar eso, por favor?

Pones el canal mencionado, cuyo número se supone debes conocer porque no te lo dicen. Nada, la misma pantalla azul con el cartel burlón.
- Tampoco hay señal ahí, señorita.
- Bien, entonces desenrosque el cable de su decodificad...
- No, eso no lo voy a hacer. Por favor, genere una orden de avería para que un técnico venga a reparar esto mañana.
- Es que debemos darle soporte en línea antes de generar la orden de avería.
- No voy a desenroscar ningún cable, señorita. Esta falla está pasando en dos televisores, no puede ser casualidad.
- ¿En el otro televisor tampoco se ve nada en el canal TVPéru?
- Señorita, no quiero ver el canal TVPerú. Yo estaba viendo otra cosa y no tengo intención de averiguar siquiera qué están dando en TVPerú-, tratando de mantener la poca paciencia que todavía te queda.
- ¿En el otro televisor han desenroscado el cable del decodificador?
- No señorita, y nadie va a desenroscar nada. Además, estoy viendo televisión sin el decodificador. ¿Por qué siempre es tan difícil conseguir que generen una orden de avería? ¿Por qué el afán de achacar al usuario el fallo?
- ...
- Señorita, por favor, genere una orden de avería.
- Está bien, anote el número por favor -notoriamente a regañadientes.

Buscas entre los canales locales, alguno tendrá una señal aunque sea mala. Encuentras un programa concurso, no es lo que hubieras elegido, pero peor es nada. Empiezas a verlo, con una imagen lluviosa y un ruido molesto que poco a poco dejas de percibir. Miras el reloj, ha pasado casi una hora desde que se fue la señal.

De repente, el programa deja de verse mal, la imagen es nítida. Cambias de canal, y confirmas que la señal de cable vuelve a gozar de buena salud. No sabes si tu llamada tuvo algo que ver o si simplemente el fallo se fue así como vino. Ya no importa, en verdad.

Se busca paciencia, porque compartida, la paciencia es más. ¿Más qué? Quién sabe.
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Les recomiendo leer este excelente artículo que me hizo llegar alguien que quiero mucho.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Una Sherezada propia

¿Se parecerá a S?
De nuevo, otro relato prestado, de un lector y amigo que me pidió publicarla acá.
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Hace algunas semanas buscando novedades en una conocida librería encontré una lujosa edición de "Las mil y una noches": dos tomos en tapa dura, empaque de cartón plastificado y un amplio apéndice que incluye comentarios, referencias de películas y todo lo que un bibliófilo podría desear. No me importó su precio prohibitivo (para eso existen las tarjetas de crédito) y decidí adquirirla de inmediato.

Apenas llegué a casa y comencé a hojear el primer tomo, me entretuve con los viajes de Simbad, las peripecias de Aladino y las interminables artimañas de Dalila la taimada. Hasta que llegué al capítulo con la historia de la princesa S y fue imposible no evocar uno de los mejores momentos de mi vida.

S trabajaba en la misma empresa que yo. Delgada como las seis en punto, frágil como una brisa de verano y a pesar de que era bajita usaba un abrigo que la hacía ver como un pollito mojado. Pero lo que más llamaba la atención era su carisma. Era de aquellas personas que nunca se molestan por el tráfico ni se ponen tensas por el estrés de la semana y que se lleva bien hasta con el señor de la esquina que vende cachanga.

Su cargo le obligaba a permanecer largas jornadas fuera de la oficina y como yo laboraba en un área de soporte tenía tantas posibilidades de hablar con ella como de ganar la lotería. Hasta que un día el destino hizo que cruzáramos palabras.

Por un azar, subió a mi área porque necesitaba ayuda y yo era la única persona disponible en ese momento. Cuando dijo mi nombre y la miré a los ojos me di cuenta de que algo había cambiado en mi vida.

Dicen que cuando uno se enamora siente mariposas en el estómago pues yo sentí toda una migración de mariposas Monarca. Dicen que las piernas tiemblan, pues a mí me sacudió un devastador terremoto. El problema no era cómo abordarla (muchas empresas son inflexibles en cuanto a las relaciones interpersonales), sino la imposibilidad de tal situación pues en esa época tenía una novia a la que, según yo, adoraba con toda mi alma.

Como toda persona que antepone la razón a los sentimientos estaba claro que primero debía tomar medidas de contención. Así fue que decidí no bajar al primer piso donde frecuentemente la encontraba conversando con su gerente. Si aparecía por mi área, fingía concentración absoluta en mi pantalla. Mi objetivo era evitar cualquier tipo de contacto sea físico, visual o virtual. El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones porque bastaba que viera su carro en el estacionamiento para intuir su presencia y resignarme a que las mariposas de marras siguieran persiguiéndome.

Logré sobrevivir estoicamente durante varias semanas sin que la cuestión pasara a mayores. Hasta que un día, cuando iba a la oficina de un gerente vi que se abría la puerta del baño de mujeres y salía (mi princesa) S. Caminé lentamente esperando que no se percatara de mi presencia, pero el reflejo de una ventana me traicionó y cuando vio que estaba detrás de ella volteó para saludarme efusivamente.

Quise salir del paso con alguna frase cortés pero me dijo: "¡Ayer ha sido tu cumpleaños y no te he saludado!" Sabía lo que vendría a continuación y cuando avanzó para abrazarme estaba claro que ninguna fuerza en el mundo podría impedirlo. A pesar de tener un grueso archivador de palanca en la mano logré rodearla con mis brazos y acercarla más, al punto que sentí la dulce intensidad de su perfume, el roce de su cabello en mis mejillas y también noté que era mucho más delgada de lo que había pensado. Fueron casi cinco segundos que a mí se me antojaron horas y con la misma expresión alegre que le dedicaba a todo el mundo se despidió raudamente.

Dudo mucho que lo haya notado pero volví a mi sitio con las rodillas temblando. 

Algunas semanas después cambié de trabajo y nunca más supe de ella. Sin embargo, el destino todavía guardaba una carta bajo la manga, la última de una partida decisiva.

Un día que fui a recoger a mi novia al instituto de inglés descubrí que S estudiaba en el mismo salón, y lo que era peor, también se había vuelto su amiga. Pero eso corresponde a otra historia…

Si a Mauricio Babilonia al final lo abandonaron las mariposas amarillas, yo no tuve esa suerte porque dentro de mí todavía hay una que me acompañará tercamente hasta que el destino traiga de vuelta a (mi princesa) S. Solamente espero que esta vez no me encuentre al lado de alguien porque esta vez sí que no haré ningún tipo de concesión. Claro, mientras no se le ocurra abrazarme.
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¿Se acuerdan de este video? Pues ya pasó de 51,000 visitas y está más cerca de la meta propuesta.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Mi calle, movida, bullanguera y apacible

Otra vez, un lector frecuente de este blog me manda un texto para publicarlo.
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Yo vivo en una calle tranquila de apenas dos cuadras, con poco tráfico. Pero si camino hasta la esquina, volteo y desde ahí avanzo una cuadra hacia la derecha, veo el desfile interminable de autos que avanzan sin cesar por el malecón. Si cruzo la pista, sorteando las filas de autos, llego a los acantilados que van descendiendo hasta terminar en la playa, en donde revientan las olas del mar Pacífico.

Si en vez de ir a la derecha continúo de frente y avanzo una cuadra, llego a una gran avenida, llena de tiendas, restaurantes, autos privados grandes y chicos y enormes ómnibus de servicio público. 

Entonces, regreso a mi calle tranquila y encuentro siempre rostros conocidos. Está David, que me vende el pan todas las mañanas. En cuanto ve que me acerco, prepara su bolsita y ahí coloca mis panes ciabatta, "bien crocantes, ¿no, caserita?", usando esa palabra que designa a los clientes frecuentes.

Al frente está el quiosco de Lucho, en donde se exhiben los periódicos del día que la gente lee al pasar casi sin detenerse. Cuando Lucho me ve, aunque esté atendiendo a otro cliente, me entrega el diario que compro todos los días, excepto los sábados (por el crucigrama, ¿saben?).

A unos 50 metros está "mi bodega favorita", donde una pareja de jóvenes esposos vende de todo para preparar los alimentos del día. Teresita y Roberto me reciben sonrientes. ¿Qué le doy, señito?, me preguntan, y empieza la compra.

Y ni qué decir de la otra bodega, en la misma esquina de mi casa, a la que llego sin necesidad de cruzar ninguna pista, la de Gloria Maria. Ahí está el inefable don Pedrito, que muy tranquilo, sin pausa pero sin prisa, atiende todo el día, a veces a tres personas al mismo tiempo, como si no hiciera gran cosa. Pero cuando se va de vacaciones, cosa que ocurre dos semanas al año, la tiendita se vuelve un caos y todo el mundo pregunta, "¿cuándo regresa don Pedrito?"

Por ahí aparece Raúl, el hombre que cuida la cuadra durante el día, y que de noche descansa en su casetita, con un ojo abierto para controlar cualquier movimiento sospechoso. De paso se gana alguito cuando le encargan algunos trabajitos de limpieza y similares.

Mi calle es tranquila, pero llena de gente entrañable y amigable. No la cambio por nada. Es un oasis en medio de la vorágine que llena la intensa vida de una ciudad movida y bullanguera.