O Caffrey y Meminger.
Cara y Liesel tienen varias cosas en común. La primera es que ninguna es una persona real, ambas son personajes de los dos últimos libros que he leído.
Cara Caffrey es una de Las chicas de setiembre, de la inglesa Maureen Lee: Liesel Meminger es La ladrona de libros, del australiano Marcus Zusak. Otra semejanza es que la vida de ambos personajes, el trozo de vida con el que he tenido contacto como lectora, transcurre en medio de la Segunda Guerra Mundial.
A Cara la guerra la sorprende a los 19 años, y decide enrolarse en el ejército inglés desde su ciudad natal, Liverpool. Sus padres y hermanos son irlandeses, pero ella nació en Liverpool, la misma noche de la llegada de la familia a esa ciudad. Terminado su entrenamiento, la mandan a Malta, pero algunas circunstancias la obligan a volver a Liverpool. No contaré más para no aguarles la fiesta a los que lleguen a leer el libro.
En cambio, Liesel es una niña de poco más de 8 años en 1939. Es alemana, y tristes acontecimientos (tampoco los diré) la hacen permanecer en la pequeña ciudad alemana de Molching, cercana a Múnich, con padres de acogida. Este libro está narrado en primera persona, y quien lo narra es muy peculiar.
Pero tienen en común algo que me sobrecogió sobremanera: tanto ellas como las personas que las rodeaban pasaron por la experiencia de los bombardeos aéreos que sufrieron sus respectivas ciudades. No es que no supiera que ambos bandos bombardearon ciudades, que hicieron que la población civil formara en gran medida parte de las bajas de guerra. Eso se lee fácil en cualquier libro de Historia.
Es que es la primera vez que logro ponerme en los zapatos de los personajes y me imagino lo que debe haber sido eso: una noche oscura cualquiera, quién sabe si estrellada y con una maravillosa luna llena, la gente en sus casas preparándose para ir a dormir o durmiendo.
Entonces suenan las inconfundibles sirenas... no hay nada más que hacer que correr a los refugios antiaéreos o a los sótanos medianamente preparados (o no) para guarecer a los ciudadanos. Lo que estuviera a la mano.
Aguantar el terror de escuchar los aviones, las bombas caer, las explosiones, pensar si la siguiente caerá sobre tu cabeza.
Y así por interminables horas. Hasta que otra sirena anunciara que este fin de tu pequeño mundo había terminado. Para salir y comprobar que tu casa estaba en pie, o que no lo estaba, que tus amigos seguían con vida, o no.
No lo imagino.
Esto me llevó pensar en tiempos y lugares más cercanos. En nuestra serranía peruana, cuando hace años y durante años los chicos malos (del bando que fueran) hacían de las suyas. En esos casos no había sirenas, ni aviones, pero si mucha bulla.
Y también mucho miedo. Demasiado miedo.
No lo imagino.
Para mí, eran noticias al día siguiente en un periódico o en televisión. Para otros, significaban el fin de su pequeño mundo. Debían dejarlo todo y correr a sitios más seguros, donde por lo general los recibían con desconfianza. Donde tenían que dejar su idioma natal y ser bilingües a la fuerza para evitar las burlas de los demás.
Y pasa en cualquier parte del mundo ahorita, pero no quiero mencionar sitios. Todos somos iguales, todos moriríamos de terror al ver que nuestro pequeño mundo cae ante nuestros ojos. Sin poder hacer nada. Tal vez casi ya sin poder llorar.
No lo imagino.
Felicitación
Hace 10 horas