miércoles, 31 de diciembre de 2014

¡Feliz 2015!

Estamos a horas de estrenar nuevo año...


Que lo reciban muy bien y que sea un año muy bueno para todos.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Recordando la historia de un nacimiento

Acá va otra entrada de diciembre, publicada originalmente hace seis años.
-----------------------------
Desde que empezó diciembre, veía algo pelado el ventanal del edificio en el que vive. Todos los días, al salir a trabajar, pensaba en cómo hacer para conseguir el mismo nacimiento en cartón que adornó el ventanal hace algunos años.

En su trabajo veía el adorno que quería tener en su ventanal. Le preguntó a la persona que le vendió el que tuvo unos años antes, pero le dijo que ya se habían terminado. "Ese ventanal se ve muy vacío", pensaba una y otra vez.

Hubiera sido más fácil rendirse, pero ahí seguía dándole vueltas al asunto. Hasta que se le ocurrió una idea: con papel calcó los bordes del nacimiento de cartón que estaba en su oficina. El papel no era transparente, pero apoyándose contra el vidrio tenía luz suficiente para ver bien los bordes. Calcó todo en diferentes hojas tamaño A-4: San José por un lado, la Virgen María por el otro y, por supuesto, el Niño Jesús. La Estrella de Belén tuvo que dejarla a un lado, estaba pegada muy alto y su altura no le permitía llegar hasta allá.

Ya en casa, compró cartulina blanca y pasó cuidadosamente los varios moldes formando las figuras del Nacimiento. Luego, con mucha paciencia y cuidado, los recortó dándoles la forma exacta.

Después le pidió a Gonzalo que le hiciera la estrella porque el dibujo nunca fue lo suyo (tampoco lo mío). Y con ayuda de otra persona a quien quiere mucho, pegó cuidadosamente el Nacimiento en el ventanal.

El ventanal ya no está vacío. Lo veo todos los días al salir de la casa, y pienso en el esfuerzo conjunto que se requirió para lograrlo. Pienso que los vecinos ni lo imaginan, que los visitantes frecuentes y los ocasionales tampoco lo imaginan. Solamente ven ahí un lindo Nacimiento que los saluda y despide cada vez que entran o salen.

A todos ustedes:

¡FELIZ NAVIDAD!


lunes, 15 de diciembre de 2014

Recordando una obra escolar

Hace algunos años, asistí a esta obra escolar de la que vuelvo a hablar.
----------------------------
Ahí estábamos, en la puerta del auditorio, esperando para ver una obra escolar casi como cierre del año. Conversaciones triviales, las de siempre: el clima que no se decide a cambiar de una vez, los cumpleaños que se acercan, el tráfico que empeora como siempre en diciembre.

Se abren las puertas. Entramos. Escogemos sitio. Esperamos que se levante el telón.

Aparece el primer personaje. Vemos a un quinceañero bastante conocido vestido de adulto, pero un momento después se ha transformado y veo a un hombre que regresa a la buhardilla donde se ocultó con su familia durante más de dos años. Está apesadumbrado, le duele el alma. Desolación es la palabra que describe el momento. Según él, ya no le queda nada porque ha perdido todo lo que más amaba. Quiere quemar todo lo que queda del pasado e irse lejos. Sus amigos, a los que no ve desde hace tres años, le muestran un pequeño cuaderno. Ese cuaderno que su hija menor llamaba Kitty, y donde apuntó diligentemente todo lo que pasaron dentro de esa pequeña buhardilla durante dos años.

Leí esa misma obra cuando estaba en el colegio. Vi la película. Una de las varias que han hecho sobre este famosísimo diario. A estas alturas, ya no me importa ni me da risa ver a todos esos muchachos interpretando a hombres y mujeres por igual. Ya no noto que usan pelucas, ni ellos parecen sentir vergüenza por usarlas. A pesar de saber lo que sigue, a pesar de conocer el final, hasta esa noche de teatro escolar, nunca me había puesto en los zapatos de las personas que vivieron lo que esta adolescente cuenta en su diario. Por primera vez me doy cuenta de que querían sobrevivir sin saber qué les esperaría después. ¿Después de qué? De la guerra y sus (¿)reglas(?), que los habían obligado a esconderse sin saber qué pasaría en el minuto siguiente.

Y así vemos que pasan los días y los meses. Que todos tratan de mantener la calma en esas condiciones extremas. De vivir normalmente. Es evidente que no siempre lo logran, pero tratan y lo hacen lo mejor que pueden.

Finalmente, llega el momento en que los soldados tocan con insistencia las puertas. De manera brutal. Irrumpen a la mala. Los personajes miran con terror. Nadie en el público se ríe. Supongo que también han dejado de ver a ocho muchachos disfrazados y están viendo a ocho personas aterrorizadas ante la incertidumbre del futuro inmediato. Una voz en off cuenta que les concedieron cinco minutos para prepararse antes de partir, y a pesar de su miedo, en esos cinco minutos, la dueña del diario se las arregló para contar lo que pasaba en ese preciso momento.
Porque a pesar de todo, creo que la gente es verdaderamente buena de corazón.

Espero que la gente no la haya defraudado, aunque ella ya no haya estado aquí para verlo.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Recordando a un tamborilero

Comenzó diciembre, y durante el mes, reproduciré las entradas publicadas en diciembres de años anteriores, en una compilación navideña para cerrar el año. A todos, ¡feliz Navidad!

La primera se tituló El tamborilero, y narra una anécdota muy real de lo que pasa cuando un grupo de muchachos quieren ser más vivos que su profesor.
--------------------------------
El camino que lleva a Belén
baja hasta el valle que la nieve cubrió
Los pastorcillos quieren ver a su rey,
le traen regalos en su humilde zurrón
ropopopón, ropopopón, ropopopón.
Ha nacido en un portal de Belén
el niño Dios.
Yo quisiera poner a tus pies
algún presente que te agrade, señor.
Mas tú ya sabes que soy pobre también
y no poseo más que un viejo tambor
ropopopón, ropopopón, ropopopón.
En tu honor frente al portal tocaré, con mi tambor.
El camino que lleva a Belén
yo voy marcando con mi viejo tambor.
Nada mejor hay que te pueda ofrecer
su ronco acento es un canto de amor
ropopopón, ropopopón, ropopopón
Cuando Dios me vio tocando ante él, me sonrió.


Cada vez que escucho este conocido villancico navideño recuerdo una historia que ocurrió hace años, cuando estudiaba francés.

El grupo estaba compuesto de una serie de alborotados adolescentes y una cantidad casi igual de adultos. Cuando lo miro en retrospectiva, la algarabía que armábamos en el salón debe haber sido más que molesta para los grandes que se veían obligados a compartir la clase con nosotros.

Una de las alumnas del grupito estudiaba en un colegio donde enseñaban francés. Asistía a las clases como un refuerzo a lo aprendido en el colegio. Probablemente no sería una alumna muy destacada si necesitaba refuerzos. Pero todos los demás la teníamos casi como central de consultas, pensando que sus conocimientos eran mayores a los del resto.

Un día, nuestro profesor nos dejó solos en el salón por unos minutos. Nos pidió que en su ausencia escucháramos una canción y que tratáramos de sacarle la letra. Dejó la canción puesta y salió. Los primeros acordes eran inconfundibles: todos reconocimos al tamborilero que se iba a Belén. Y nuestra certeza se vio confirmada cuando la alumna del colegio francés prácticamente nos dictó la letra línea por línea.

Al rato regresó el profesor. Nos preguntó si habíamos cumplido con la tarea, y en coro todos le hicimos un desordenado resumen de la canción. El profe debe haberse aguantado las ganas de reír... o de llorar, no sé. Es que la letra en francés es muy diferente. No habla de Belén, ni del niño Dios. Tal vez el único punto en común sea la presencia de un pequeño tamborilero.

Por el camino parapampampam
va un pequeño tamborilero parapampampam.
Siente su corazón que late parapampampam,
al ritmo de sus pasos
parapampampam, rapampampam, rapampampam.
¡Oh! pequeño niño pamrapampam, ¿a dónde vas?
Ayer mi padre pamrapampam
Siguió el tambor... El tambor de los soldados...
Y yo me voy al cielo...
Quiero ofrecer, para su regreso, mi tambor.
Todos los ángeles... tomaron sus bellos tambores...
Y dijeron al niño... "Tu padre está de vuelta..."
Y el niño despertó... sobre su tambor.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Contraseña feliz

Lindo zurdito
Esta breve historia, que publico sin permiso, me la envió alguien que quiero mucho. Hay cosas que no deberían dejar de ser importantes. En un tiempo en que leer más de 140 caracteres es demasiado, tal vez algunos piensen que no tiene sentido escribir bien, que los acentos no importan, que una H menos es lo de menos. Pero felizmente, sigue siendo importante.
-------------------
Al curso que dicto en una empresa le puse de nombre, sin darle muchas vueltas, "Escribir bien".

Quizás para que fuera corto, simple, recordable. Quizás porque estoy convencida de que escribir bien es precisamente eso: hacerlo corto, hacerlo simple. Hacerlo recordable.

El primer día llegué y me anuncié como la profesora de un curso de redacción para el personal. "¿Escribir bien?", me preguntó el vigilante a la entrada. Subí 22 pisos por el ascensor y volví a anunciarme como la profesora del curso... "¿Escribir bien?", me interrumpió la encargada del piso.

Esta es la sexta vez que vengo, y seis veces he escuchado ya aquí y allá la pregunta. "¿Escribir bien?" Suerte de contraseña, feliz identificación con un hábito tristemente en desuso. Escribir bien es el nombre con el que aquí me conocen, así me reciben, y con sonrisa.

Mira tú: si escribes bien, te sonríen. Escribe bien.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Se busca paciencia

Una noche cualquiera, cerca de las 9:00 p.m., das por terminada la jornada y te dispones a ver televisión. Qué decides ver es lo de menos, lo más probable es que a los 15 minutos el sueño te venza y no sepas en qué acaba el programa elegido.

Todo va muy bien hasta que de un momento a otro todo cambia. Lo único que ves es una pantalla azul y un cartel que se pasea mientras burlonamente te dice SIN SEÑAL. Sopesas tus opciones:
- Esperar pacientemente que todo se arregle. Total, así como se malogró repentinamente se solucionará de la misma manera.
- Apagar e irte a dormir.
- Llamar a hacer un reclamo.

Sin dejar de lado la primera opción, descartas la segunda opción, el sueño que apenas te dejaba abrir los ojos minutos antes ha desaparecido. Decides llamar a hacer un reclamo, cosa que nunca se sabe qué rumbo puede tomar.

Marcas el número y te contesta una grabación, que lo primero que te pide es que ingreses tu número de DNI "para brindarte una mejor atención". Digitas el número de tu documento de identificación y luego escuchas una serie de grabaciones llenas de advertencias, que te pueden grabar por tu seguridad, que ese número es solamente para reclamos y no para consultas, que si llamas de la zona Talycual tengas en cuenta que hay una avería masiva. Nada se aplica a ti, así que no te queda más que esperar a que alguien te atienda.

Por fin, se para la música y una voz de mujer te saluda:
- Buenas noches, le saluda Fulana de Tal. ¿En qué le puedo ayudar?
- Buenas noches, señorita. No tengo señal de cable desde hace diez minutos -omites mencionar que son exactamente los mismos diez minutos que tuviste que esperar hasta que una voz humana apareciera.
- Bien, ¿me puede dar su número de DNI?

¿Cómo? Lo primero que me pide la grabación es justamente eso, supuestamente para atenderme mejor. Ya, bueno pues, se lo das a la señorita Fulana de Tal.
- ¿Cuál es el problema?
- Se lo acabo de decir, no tengo señal de cable.
- ¿Qué ve en su pantalla?
- Un cartel que dice SIN SEÑAL.
- ¿En todos los canales? ¿También en el canal TVPerú? ¿Puede confirmar eso, por favor?

Pones el canal mencionado, cuyo número se supone debes conocer porque no te lo dicen. Nada, la misma pantalla azul con el cartel burlón.
- Tampoco hay señal ahí, señorita.
- Bien, entonces desenrosque el cable de su decodificad...
- No, eso no lo voy a hacer. Por favor, genere una orden de avería para que un técnico venga a reparar esto mañana.
- Es que debemos darle soporte en línea antes de generar la orden de avería.
- No voy a desenroscar ningún cable, señorita. Esta falla está pasando en dos televisores, no puede ser casualidad.
- ¿En el otro televisor tampoco se ve nada en el canal TVPéru?
- Señorita, no quiero ver el canal TVPerú. Yo estaba viendo otra cosa y no tengo intención de averiguar siquiera qué están dando en TVPerú-, tratando de mantener la poca paciencia que todavía te queda.
- ¿En el otro televisor han desenroscado el cable del decodificador?
- No señorita, y nadie va a desenroscar nada. Además, estoy viendo televisión sin el decodificador. ¿Por qué siempre es tan difícil conseguir que generen una orden de avería? ¿Por qué el afán de achacar al usuario el fallo?
- ...
- Señorita, por favor, genere una orden de avería.
- Está bien, anote el número por favor -notoriamente a regañadientes.

Buscas entre los canales locales, alguno tendrá una señal aunque sea mala. Encuentras un programa concurso, no es lo que hubieras elegido, pero peor es nada. Empiezas a verlo, con una imagen lluviosa y un ruido molesto que poco a poco dejas de percibir. Miras el reloj, ha pasado casi una hora desde que se fue la señal.

De repente, el programa deja de verse mal, la imagen es nítida. Cambias de canal, y confirmas que la señal de cable vuelve a gozar de buena salud. No sabes si tu llamada tuvo algo que ver o si simplemente el fallo se fue así como vino. Ya no importa, en verdad.

Se busca paciencia, porque compartida, la paciencia es más. ¿Más qué? Quién sabe.
-----------------
Les recomiendo leer este excelente artículo que me hizo llegar alguien que quiero mucho.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Una Sherezada propia

¿Se parecerá a S?
De nuevo, otro relato prestado, de un lector y amigo que me pidió publicarla acá.
-----------------------
Hace algunas semanas buscando novedades en una conocida librería encontré una lujosa edición de "Las mil y una noches": dos tomos en tapa dura, empaque de cartón plastificado y un amplio apéndice que incluye comentarios, referencias de películas y todo lo que un bibliófilo podría desear. No me importó su precio prohibitivo (para eso existen las tarjetas de crédito) y decidí adquirirla de inmediato.

Apenas llegué a casa y comencé a hojear el primer tomo, me entretuve con los viajes de Simbad, las peripecias de Aladino y las interminables artimañas de Dalila la taimada. Hasta que llegué al capítulo con la historia de la princesa S y fue imposible no evocar uno de los mejores momentos de mi vida.

S trabajaba en la misma empresa que yo. Delgada como las seis en punto, frágil como una brisa de verano y a pesar de que era bajita usaba un abrigo que la hacía ver como un pollito mojado. Pero lo que más llamaba la atención era su carisma. Era de aquellas personas que nunca se molestan por el tráfico ni se ponen tensas por el estrés de la semana y que se lleva bien hasta con el señor de la esquina que vende cachanga.

Su cargo le obligaba a permanecer largas jornadas fuera de la oficina y como yo laboraba en un área de soporte tenía tantas posibilidades de hablar con ella como de ganar la lotería. Hasta que un día el destino hizo que cruzáramos palabras.

Por un azar, subió a mi área porque necesitaba ayuda y yo era la única persona disponible en ese momento. Cuando dijo mi nombre y la miré a los ojos me di cuenta de que algo había cambiado en mi vida.

Dicen que cuando uno se enamora siente mariposas en el estómago pues yo sentí toda una migración de mariposas Monarca. Dicen que las piernas tiemblan, pues a mí me sacudió un devastador terremoto. El problema no era cómo abordarla (muchas empresas son inflexibles en cuanto a las relaciones interpersonales), sino la imposibilidad de tal situación pues en esa época tenía una novia a la que, según yo, adoraba con toda mi alma.

Como toda persona que antepone la razón a los sentimientos estaba claro que primero debía tomar medidas de contención. Así fue que decidí no bajar al primer piso donde frecuentemente la encontraba conversando con su gerente. Si aparecía por mi área, fingía concentración absoluta en mi pantalla. Mi objetivo era evitar cualquier tipo de contacto sea físico, visual o virtual. El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones porque bastaba que viera su carro en el estacionamiento para intuir su presencia y resignarme a que las mariposas de marras siguieran persiguiéndome.

Logré sobrevivir estoicamente durante varias semanas sin que la cuestión pasara a mayores. Hasta que un día, cuando iba a la oficina de un gerente vi que se abría la puerta del baño de mujeres y salía (mi princesa) S. Caminé lentamente esperando que no se percatara de mi presencia, pero el reflejo de una ventana me traicionó y cuando vio que estaba detrás de ella volteó para saludarme efusivamente.

Quise salir del paso con alguna frase cortés pero me dijo: "¡Ayer ha sido tu cumpleaños y no te he saludado!" Sabía lo que vendría a continuación y cuando avanzó para abrazarme estaba claro que ninguna fuerza en el mundo podría impedirlo. A pesar de tener un grueso archivador de palanca en la mano logré rodearla con mis brazos y acercarla más, al punto que sentí la dulce intensidad de su perfume, el roce de su cabello en mis mejillas y también noté que era mucho más delgada de lo que había pensado. Fueron casi cinco segundos que a mí se me antojaron horas y con la misma expresión alegre que le dedicaba a todo el mundo se despidió raudamente.

Dudo mucho que lo haya notado pero volví a mi sitio con las rodillas temblando. 

Algunas semanas después cambié de trabajo y nunca más supe de ella. Sin embargo, el destino todavía guardaba una carta bajo la manga, la última de una partida decisiva.

Un día que fui a recoger a mi novia al instituto de inglés descubrí que S estudiaba en el mismo salón, y lo que era peor, también se había vuelto su amiga. Pero eso corresponde a otra historia…

Si a Mauricio Babilonia al final lo abandonaron las mariposas amarillas, yo no tuve esa suerte porque dentro de mí todavía hay una que me acompañará tercamente hasta que el destino traiga de vuelta a (mi princesa) S. Solamente espero que esta vez no me encuentre al lado de alguien porque esta vez sí que no haré ningún tipo de concesión. Claro, mientras no se le ocurra abrazarme.
------------------
¿Se acuerdan de este video? Pues ya pasó de 51,000 visitas y está más cerca de la meta propuesta.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Mi calle, movida, bullanguera y apacible

Otra vez, un lector frecuente de este blog me manda un texto para publicarlo.
-------------------------
Yo vivo en una calle tranquila de apenas dos cuadras, con poco tráfico. Pero si camino hasta la esquina, volteo y desde ahí avanzo una cuadra hacia la derecha, veo el desfile interminable de autos que avanzan sin cesar por el malecón. Si cruzo la pista, sorteando las filas de autos, llego a los acantilados que van descendiendo hasta terminar en la playa, en donde revientan las olas del mar Pacífico.

Si en vez de ir a la derecha continúo de frente y avanzo una cuadra, llego a una gran avenida, llena de tiendas, restaurantes, autos privados grandes y chicos y enormes ómnibus de servicio público. 

Entonces, regreso a mi calle tranquila y encuentro siempre rostros conocidos. Está David, que me vende el pan todas las mañanas. En cuanto ve que me acerco, prepara su bolsita y ahí coloca mis panes ciabatta, "bien crocantes, ¿no, caserita?", usando esa palabra que designa a los clientes frecuentes.

Al frente está el quiosco de Lucho, en donde se exhiben los periódicos del día que la gente lee al pasar casi sin detenerse. Cuando Lucho me ve, aunque esté atendiendo a otro cliente, me entrega el diario que compro todos los días, excepto los sábados (por el crucigrama, ¿saben?).

A unos 50 metros está "mi bodega favorita", donde una pareja de jóvenes esposos vende de todo para preparar los alimentos del día. Teresita y Roberto me reciben sonrientes. ¿Qué le doy, señito?, me preguntan, y empieza la compra.

Y ni qué decir de la otra bodega, en la misma esquina de mi casa, a la que llego sin necesidad de cruzar ninguna pista, la de Gloria Maria. Ahí está el inefable don Pedrito, que muy tranquilo, sin pausa pero sin prisa, atiende todo el día, a veces a tres personas al mismo tiempo, como si no hiciera gran cosa. Pero cuando se va de vacaciones, cosa que ocurre dos semanas al año, la tiendita se vuelve un caos y todo el mundo pregunta, "¿cuándo regresa don Pedrito?"

Por ahí aparece Raúl, el hombre que cuida la cuadra durante el día, y que de noche descansa en su casetita, con un ojo abierto para controlar cualquier movimiento sospechoso. De paso se gana alguito cuando le encargan algunos trabajitos de limpieza y similares.

Mi calle es tranquila, pero llena de gente entrañable y amigable. No la cambio por nada. Es un oasis en medio de la vorágine que llena la intensa vida de una ciudad movida y bullanguera.

viernes, 31 de octubre de 2014

Una historia de Halloween

Un amigo, lector y comentarista frecuente del blog me mandó esta historia para publicarla el 31 de octubre.
----------------
Hace algunos años mi madre tuvo un problema de salud tan serio que tuvimos que llevarla de emergencia al hospital. Si hubiera estado en una sala normal hubiera sido una cuestión de paciencia, pero lo preocupante es que la internaron de inmediato en trauma shock, aquella sala donde se lleva a los enfermos graves y que precisan de una atención inmediata.

Confieso que fue una de las noches más difíciles de mi vida y no le desearía a nadie pasar por una experiencia parecida. Al día siguiente fui a visitarla tratando de aparentar tranquilidad con una expresión forzada de optimismo. Cuando vi su expresión tan demacrada, deduje que no había pasado nada bien la noche. Pero también noté que deseaba contarme algo que le había sucedido.

Con escepticismo (¿qué puede pasar de grave en un hospital? Suficiente con los problemas que tienen los pacientes) le pregunté por el motivo de su inquietud. De acuerdo a su relato, cuando dieron las doce de la noche aún se encontraba despierta. Por indicación de los doctores, su cama estaba elevada al máximo nivel y no lograba conciliar el sueño. Para distraerse trató de orar un poco, pero no lograba concentrarse.

La sala de pacientes se encontraba en silencio a excepción de alguno que otro pitido de las máquinas conectadas a los pacientes. La oscuridad invadía todo el espacio libre, salvo por un rayo de luz que venía de la puerta que daba al corredor principal.

Mi madre disimuladamente miró al paciente del costado. Según había escuchado, había sido victima de un asalto y se encontraba en un coma profundo. El paciente no reaccionaba desde que lo habían internado en la sala. Su aspecto no era muy alentador, estaba cubierto de tubos y apósitos.

Lo que realmente llamo la atención de mi madre fue que al pie de la cama había una forma sentada. ¿Visitas a la medianoche? Imposible. ¿Una enfermera? Peor aun, porque ellas siempre están en constante movimiento. Cuando aguzó la visión, notó que era figura sentada y cubierta por un largo manto negro. En la mano sostenía una herramienta cuyo extremo se perdía en la oscuridad. Era imposible distinguir su rostro pues estaba oculto por una capucha aunque algunas greñas escapaban.

Mi madre no podía creerlo. Se sobó los ojos, y cuando quiso mirar de nuevo, la figura había desaparecido.

Cuando terminó su historia, fue inevitable que me sintiera algo escéptico. Atine a tranquilizarla y la conminé a que se olvidara del tema. Bromeando le dije: "Madre, si la hubiera visto al pie de su cama, tendría más razones para preocuparse". Ella mostró una sonrisa optimista y me dijo que prefería descansar.

Antes de retirarme, miré la cama del costado y noté que estaba vacía. "Bueno, se habrán llevado al paciente", pensé. Pero como no quería quedarme con la duda, me acerqué a la recepción. Cuando le pregunté a la enfermera por el paciente de mi interés, solamente atinó a mirarme con expresión resignada…

domingo, 19 de octubre de 2014

Una idea llamada Tabra

Esta historia me la mandó un buen amigo de toda la vida que hace algunos años descubrió la maravilla de correr olas. Con su permiso la publico, con algunos cambios en los nombres.
---------------------------
Un sábado cualquiera hace unos meses, salí con mi hija del agua después de correr unas olitas en una playa limeña. Mientras nos secábamos, mi hija me dice: "Papá, no voltees pero detrás de ti está un señor con su hijo autista". Obviamente y movido por la curiosidad, volteé, pero luego seguí secándome y cambiándome.

Este señor entró al agua con su hijo, una tabla y un instructor de tabla, pero les fue fatal. El mar estaba ligeramente embravecido, la playa era de piedras y el niño no quería subirse a la tabla. La gente que estaba ahí viéndolo todo no sabía lo que pasaba y todos gritaban cosas como "sáquenlo del agua", "no lo obliguen". Todo el ambiente era feo, negativo.

A mi hija le picaban los pies por acercarse a ellos y ayudarlos, así que me preguntó si se podía acercar. Yo se lo permití y salió disparada a la orilla a ayudar a sacarlo. Una vez fuera le recomendamos al padre que llevara a su hijo a otra playa, con arena y sin gente para evitar la mala vibra. Le recomendamos que los fuera metiendo al agua poco a poco.

Mi hija se ofreció a acompañarlos el siguiente sábado. Al despedirnos intercambiamos teléfonos.

Es así que desde ese día hasta ahora bajamos juntos casi todos los fines de semana. El muchacho tiene 13 años, y al inicio no quería ni tocar la tabla, pero luego de algunas semanas y mucha paciencia logramos que se metiera en la misma tabla con su papá en tándem a correr olas echados. La conexión que padre e hijo han logrado única. En el mar, el chico hace caso a todas las instrucciones y se nota que disfruta un montón. Todos nos metemos al agua y la pasamos muy bien.

Con los días, nació la idea de formar una asociación sin fines de lucro a la que hemos llamado Tabra. El nombre nació de una manera espontánea un día que estábamos conversando fuera del agua y el muchacho empezó a decir "quiero tabra", pronunciando mal la palabra tabla. Nos gustó tanto el nombre que quedó así, con el lema "No existe una sola forma de expresarse".

La idea de la asociación es dar la oportunidad a niños con autismo o síndrome de Down de que experimenten el deporte de la tabla. Es totalmente gratuito.

Un día, este papá me dijo que en los 13 años de vida de su hijo, nunca había logrado tal conexión con él, a pesar de las diferentes terapias, y que tampoco había conocido personas con ese deseo genuino de ayuda como el de mi hija y, bueno, de bueno de pasadita mío también.

Me conmovió eso que mencionó, la conexión que logró con su hijo. La verdad es que hay ciertos mitos que hay que desmitificar. Existen muchas personas con deseo genuino de ayudar, el ser humano es noble por naturaleza, ¡solo es cuestión de buscar! La otra cosa es que gane un amigo sencillo, simple y buena onda.

martes, 7 de octubre de 2014

Creatividad lingüística

Dicen que los peruanos somos creativos e ingeniosos. De eso no me cabe duda, pero me imagino que lo mismo se puede decir de todas las personas, independientemente de su lugar de origen.

Pero tanta creatividad tiene una parte negativa. Y es que cuando se inventan palabras, el resultado puede ser desastroso.

Hace pocos días, tuvimos en el Perú elecciones para decidir quiénes serían nuestras nuevas autoridades municipales, provinciales y regionales. En las semanas y días previos al proceso, hubo montones de entrevistas de todo tipo a candidatos, líderes políticos y a autoridades encargadas de organizar y vigilar el proceso.

Una de esas entrevistas se trató sobre el procedimiento al momento de emitir el voto. El entrevistado era una autoridad electoral de cuyo nombre felizmente no me acuerdo a quien el periodista radial preguntó qué debía hacer un ciudadano que tenía su documento de identidad vencido, sobre todo si se tiene en cuenta que ese documento es imprescindible al momento de sufragar.

La respuesta fue más o menos así: "En principio, esa circunstancia no debería recortar el derecho ciudadano de emitir el voto. Pero recomiendo a los electores no negligir y renovar su documento con la debida anticipación".

¡Negligir! El negligente neglige... ¿y el diligente? ¿¡Dilige!?

Pero la cosa no quedó ahí, pues ese mismo día más tarde, al pasar por una avenida limeña, vi un tremendo cartel que decía: "Asociación Tal y Cual: Discipulando juntos".

¡Discipular! ¿Somos todos discípulos? ¿Acción de ser discípulo?

Como diría el querido Condorito:

jueves, 25 de septiembre de 2014

Las gotas que volvieron

Esta historia es prestada, me la contó una persona que me autorizó a usarla en el blog. Así que, con ese permiso, la cuento.
------------------------------
Era una una tarde fría, como los últimos días de este invierno que no quiere irse. Salía del complejo médico en el que había pasado buena parte de la tarde, tras la consulta con un oftalmólogo. Iba un poco mareada por unas gotas que me pusieron para verme el fondo de ojos. Tras una larga espera, finalmente llegó mi ansiado turno. El médico me atendió, recibí papeletas con citas para nuevos exámenes, y lo que más esperaba: las gotas que me aplico religiosamente todas las noches y que tienen un alto precio en las farmacias.

Ya en la calle, tomé un taxi para ir a casa, en medio del tremendo tráfico de la llamada hora punta. El taxista era un joven atento y muy correcto, y tomó el camino a mi casa por la ruta más corta, como yo le indiqué. Llegamos a mi destino, le pagué lo acordado y entré al edificio donde vivo.

Ya dentro de mi casa, me dispuse a arreglar mis cosas y poner todo en su lugar. Fue ahí que me di cuenta de que no veía la bolsa que me dieron después de mi cita, la pequeña bolsa donde había guardado los frascos con las gotas y las papeletas de las nuevas citas. Busqué y busqué, miré dos y hasta tres veces en los mismos cajones y rincones sin éxito. Así pasó cerca de media hora, hasta que tuve que decirme resignadamente que había olvidado la bolsita en el taxi. "Toda la tarde perdida y sin conexiones para seguir el tratamiento. La dejé en el taxi, mejor lo doy por perdida", reflexioné tristemente.

Fue un momento de confusión, pero felizmente no duró mucho.

En el preciso instante en que el pensamiento de confusión cruzaba mi cabeza, escuché un timbre que no era el de mi departamento, sino el del costado, Aun así, yo estaba segura de que era mi taxista. Entonces salí corriendo y ahí estaba efectivamente el hombre, tocando todos los timbres y mirando todas las ventanas para ver si acertaba y divisaba mi cara. Por fin me vio, me dijo que venía a entregarme la bolsa que dejé olvidada en su taxi. Le agradecí mucho y le dije, hoy le va a pasar algo muy bueno, por este acto de bondad que acaba de hacer. Que Dios lo bendiga. Lo único que pensé en ese momento era cuánto habría recorrido ya, a una hora en que todo lo que hay en la calle son autos, personas apuradas, bocinazos, apuro, impaciencia, este hombre se había tomado la molestia y el esfuerzo de regresar a mi casa, a la casa de una desconocida cuyo nombre ni siquiera sabía, solamente para devolverme una bolsita muy valiosa para mí, pero que para él no significaba gran cosa.

Claro que hay gente buena y generosa en el mundo. Hechos así nos devuelven la fe en la humanidad.

martes, 16 de septiembre de 2014

Recordando una simple historia simple

Hace ya seis años publiqué esta historia. El niño del que se habla debe tener ya siete años, debe estar en primer o segundo grado y no tiene la menor idea de este episodio del que es protagonista.
------------------------------

Era una tarde cualquiera de esos días soleaditos que nos regaló julio de 2008. Yo estaba en una avenida de doble sentido de Miraflores intentando cruzar la pista.

Del otro lado de la pista que yo quería cruzar venía una mujer joven con un bebé en su coche. Presumo que eran madre e hijo. El niño tendría unos ocho meses, o por lo menos edad suficiente como para estar bien sentado, agarrado con ambas manos al tablero del coche. Tenía un gorrito amarillo que le tapaba la cabeza, pero le dejaba toda la cara libre para seguir con mucha atención lo que pasaba a su alrededor. Volteaba continuamente la cabeza de izquierda a derecha y viceversa, mirando los carros pasar.

No sé por qué ese bebito despertó mi curiosidad, y decidí quedarme ahí para poder verlo de cerca cuando el dúo pasara a mi costado.

La madre cruzó el primer carril de la pista sin problema. Subió el coche a la berma y lo bajó para cruzar el segundo carril usando la rampa que está ahí con ese fin. Al bajar, no se dio cuenta de que la pista tenía un bache, que provocó que el bebé se fuera con toda su humanidad hacia atrás. Vi cómo sus piecitos se levantaron y volvieron a su sitio en cuestión de segundos. Él seguía muy atento a todo lo que pasaba a su alrededor.

Terminaron de cruzar la pista y, al llegar a la vereda, nuevamente la madre no se dio cuenta de un desnivel, bastante más grande que el primero. Otra vez, el niño se fue con todo él hacia atrás, en un choque de su espalda con la parte posterior del coche un poco más violento que el anterior, obviamente sin mayores consecuencias... aparentemente.

Inmediatamente después de eso, el niño volteó hacia su madre y le lanzó una mirada que parecía decirle: "¡¿QUÉ TE PASA?! ¡TEN MÁS CUIDADO!" Con mayúsculas además.

Vi su cara claramente, ya estaban a un metro de mí.

No pude evitar reírme. La madre también rió, lo miró, le pidió disculpas entre risas y mimos y siguieron su camino.

Una simple historia simple, pero inolvidable.
--------------------
Imagen de Google Images

sábado, 6 de septiembre de 2014

Tazas que desaparecen, peines que se multiplican

Poco antes de la Navidad pasada, compré una taza roja de apreciable tamaño para regalárselo a una persona querida, para tomara su café diario después del almuerzo o en el momento que prefiriera.

Era un regalo que pensé indicado para esta persona, que alguna vez comentó que su taza de café ya tenía algunos añitos de uso. Tomé nota del comentario y decidí que las fiestas navideñas eran una buena ocasión para impulsar el cambio de taza.

Como faltaban algunas semanas para la importante fecha decembrina, puse la taza en un lugar apartado, con la idea de sacarla con poca anticipación para envolverla. A mediados de diciembre, me dispuse a envolver mis regalos y fui a buscar la taza... pero no estaba.

Busqué y busqué por todos lados. Miré en los sitios lógicos, luego pasé a los ilógicos. Nada, no tuve éxito. La taza roja desapareció. Hasta el día de hoy no la encuentro. Tuve que pensar en otro regalo, que fue bien recibido.

Hace pocas semanas, en medio de arreglos y limpiezas, encontré un peine del que ya casi no me acordaba. Se convirtió en mi peine favorito, lo usaba y dejaba siempre en el mismo sitio, para evitar que corriera el mismo destino que la taza roja.

Un día, lo agarré como cualquier día, y luego de usarlo lo volví a guardar. Al poco rato, lo vi por otro lado y me intrigó muchísimo porque no era el lugar donde lo había dejado. Cuando fui a ponerlo en el lugar habitual, enorme fue mi sorpresa cuando me vi con dos peines exactamente iguales, uno en cada mano.

No sé de dónde apareció ese segundo peine. Estoy empezando a creer que la taza roja se transformó. Total, siempre me han enseñado que la materia no se crea ni se destruye (ni desaparece), solamente se transforma.

Esta es la foto de la semana. Si bien no es precisamente una foto de invierno, me llamó la atención esta tuna roja, puesta en el borde un pequeño muro, como esperando a su dueño. Aunque las tunas rojas son comunes, la variedad verde es mucho más habitual.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Objetos con formas caprichosas

Esta vez, hay fotos, pero no necesariamente del invierno. Acá van algunas fotos con formas caprichosas de elementos bastante comunes en nuestra vida diaria.

Estas rosquitas de yuca son bocaditos típicos de la selva de nuestro Perú, aunque ahora se pueden encontrar en muchos mercados en otras ciudades del país. Normalmente tienen forma de aritos, pero en este caso se pegaron dos, probablemente al momento de su preparación. Así que acá la tienen, en forma de anteojos o de eslabones de cadena. Cualquiera de las opciones es buena. Particularmente, prefiero ver el infinito en dos rosquitas de yuca.
Acá hay una papa agujereada...
... y otra...
... y una tercera.

Curiosas y caprichosas formas que a veces rompen la rutina de las cosas más habituales.

martes, 12 de agosto de 2014

Brecha generacional

Cuando se tienen niños cerca, es habitual que nos acostumbremos a los programas y personajes que les gustan, a veces hasta sin quererlo. Así, nombres que normalmente no hubiéramos escuchado, se hacen conocidos a nuestros oídos casi como si fueran personas de carne y hueso.

Uno de esos nombres es el de Jorge el curioso, que vive en un mundo lleno de personajes bondadosos que viven en armonía y se ayudan mutuamente, y hacen cosas que a los ojos de los niños pequeños podrían parecer fascinantes aunque no lo son. En realidad, Jorge hace cosas que exasperarían a cualquier ser humano normal y sacarían de quicio a una persona poco paciente. Tal vez, hasta a una persona muy paciente.

Cuento toda esta introducción para relatar un pequeño episodio del que fui testigo involuntario hace algún tiempo.

Me fui a hacer una compra en un autoservicio cercano a mi casa, y con las cosas que había escogido me acerqué a la caja para pagar. Luego de hacer un rápido examen de las colas que había en cada una, escogí la que me pareció mejor y me puse al final de la fila.

En ese momento, estaban atendiendo a un señor que iba acompañado de un niño de unos cuatro año. Después venía una señora bastante mayor que estaba sola y luego seguía yo. El niño miraba a la señora con tanta curiosidad que a ella no le quedó más remedio que hacerle conversación:
- Hola -le dijo en tomo muy amigable.
- Hola -contestó el niño, sin el menor atisbo de vergüenza ni pedirle ayuda a su papá.
- ¿Cómo te llamas?
- Jorge, como Jorge el curioso.
- Ah, hola Jorge. Qué gusto que seas estudioso, te felicito.

La señora sonrió, feliz de haber encontrado a un niño tan pequeño y responsable a la vez. De otro lado, la cara del niño fue del mayor desconcierto del mundo.

A eso le llamo yo brecha generacional.

Presento la sexta foto semanal, con un perrito plácido y sereno entre el ruido y la prisa de una mañana invernal limeña.

martes, 5 de agosto de 2014

Botando papeles

Una muy postergada decisión me tuvo hace pocos días botando toneladas de papeles, reencontrándome con imágenes del pasado, descubriendo detalles que creí que no volvería a ver jamás y recorriendo después de muchos episodios buenos y de los otros.

Todo empezó hace algunos meses, cuando pensé cómo se vería mi cuarto sin un gran escritorio con librero en una sola pieza que me acompaña desde la otra casa. Sacando la cuenta, el librero tenía más de 20 años, edad más que suficiente para jubilarlo.

Una cosa es pensarlo. Ejecutarlo es algo muy diferente. Se requiere decisión y valor. Hasta que llegó el día en que emprendí la desocupación de un cajón. Uno de cuatro. Bueno, ya era un comienzo. Lo más difícil fue encontrarle lugar a las cosas que todavía eran útiles que, para ser sincera, no llegaban ni al 5% del contenido del cajón. Un domingo, un cajón.

Al siguiente domingo, otro cajón. Casi todo estaba lleno de fotos. Algunas pasaron a tener vida digital. No todas, son años de años de imágenes. Y eso que no soy de las personas que toman fotos a cada paso de su vida. Aun así, eran muchas.

Otro domingo, otro cajón. Creo que el impulso me hizo terminar con todo ese mismo día. Lo último fue encontrarle sitio a los libros, muchos de ellos leídos más de dos y tres veces. Fue una buena ocasión para deshacerme de cosas que ya no tienen utilidad,  no solamente porque no me sirven, sino porque en este contexto actual no tiene sentido conservarlos.

Las montañas de papeles a descartar que se formaron en esos domingos fue realmente enorme. Como para pensar cuántas cosas son realmente valiosas.

Una vez vacío el librero con escritorio, fue muy fácil sacarlo de donde estuvo instalado 20 años. Quedó listo para serle útil a otra persona, que quizá lo va a llenar con imágenes de su presente cuando ya sea pasado y que lo hará recorrer muchos episodios buenos y de los otros.

Tomará tiempo acostumbrarse a la nueva disposición de los muebles, el espacio que quedó libre fue rápidamente ocupado por otras cosas. Todo listo para escribir una nueva historia.

Acá va la quinta foto, a la que he llamado espejo de agua.

lunes, 28 de julio de 2014

Amores perros

Era día de inauguración del Mundial de Fútbol Brasil 2014. Se había acabado el primer partido del campeonato, con victoria del país anfitrión.

Tenía algunos asuntos que hacer, y como todos eran bastante cerca unos de otros, decidí ir y volver caminando. Todavía era de día, no eran ni las 5:00 p.m. Las calles estaban vacías, seguro todos estaban más interesados en ver el partido que estar en la calle. Un país tan futbolero como el Perú, que no ve a su selección en un mundial desde 1982, se las arregla para alentar equipos, camisetas y colores ajenos como si fueran propias. Será la magia del fútbol.

Terminé lo que tenía que hacer y emprendí el regreso a la casa. Caminaba tranquilamente por la avenida Larco, cuando al cabo de una cuadra de recorrido, noté que un perrito caminaba a mi lado. No era un perro callejero, no, qué va. Se notaba que era una mascota querida y especial. Iba vestido con la camiseta verde y amarilla característica de la selección brasileña de fútbol.

Al comienzo, no le hice mayor caso. Simplemente me pareció gracioso verlo vestido así, con paso tan decidido, muy seguro de la ruta que debía tomar. Su dueño iba pasos más atrás, pero no parecía muy preocupado de cuidar a su mascota.

Llegamos al primer semáforo, la luz estaba en rojo. Me paré a esperar el cambio de luz a verde. El perro también se paró. Lo que llamó mi atención fue que el perro se pegó a mi lado, como si me conociera. No le di mayor importancia, pensé que era algo casual.

Avanzamos unas cuadras con el perro a mi costado, y llegamos a una nueva luz de semáforo que otra vez tocó en rojo. Cambió la luz y retomé la marcha. El perro también. Me di cuenta de que casi parecía que era mi perro.

La gente me sonreía, era evidente que las simpatías las despertaba el can. Debe haber sido un espectáculo singular, yo caminando al lado de un perro, aparentemente mío, elegantemente vestido con una camiseta verdeamarela que ostentaba el número 10 muy visible en su lomo, al mismo ritmo, a la misma velocidad, como si fuera una rutina estudiada y practicada durante años.

Así caminamos las casi diez cuadras de mi recorrido. Ya iba a llegar a la esquina donde debía voltear, faltaba poco para que la magia se acabara. Volteé a mirar al dueño, le dije que tenía un perro increíble. Su respuesta fue una enorme sonrisa.

Desvié mi camino, ellos siguieron de largo. Di unos pocos pasos hacia adelante, pero retrocedí para darles una última mirada. Que par tan especial formaban. Los vi alejarse hasta que cruzaron la pista y se perdieron de vista.

Mucha gente recordará ese día de inauguración mundialista por detalles relativos al partido. Yo lo recordaré como el día que el perro de un extraño decidió que yo sería buena compañía para un recorrido en una calle miraflorina, una tarde cualquiera de otoño.

Cuarta semana
Acá la foto de la cuarta semana, del desafío de doce fotos, una por cada semana del invierno.
Océano Pacífico, visto desde el Malecón de Miraflores

lunes, 21 de julio de 2014

Panes que se multiplican

El otro día, se me antojó tomar lonche con leche caliente y pan con mantequilla y mermelada. El lonche es esa merienda vespertina tan popular entre los peruanos (y personas de otros lugares, aunque con distinto nombre) donde se combinan bebidas calientes, panes de muchos tipos, embutidos, quesos, mermeladas y delicias similares.

Antojada como estaba, me acerqué a un señor que vende pan todas las tardes en una esquina muy cerca de mi casa. Tenía muchas variedades de pan y le pregunté el precio de algunos. Me dijo "todos cuestan 25 céntimos, cuatro por un sol". Le di un sol y le pedí cuatro panes cariocas, recibí mi bolsita y me fui a mi casa.

Al partir los panes, vi que no había cuatro panes, sino cinco. Como el pan carioca es chico, pensé que el señor se había equivocado, pero agradecí el error.

Pocos días después, volví a comprar un sol de pan carioca, y de nuevo, al contar los panes, comprobé que había cinco. Me pareció poco probable que el señor se equivocara dos veces, sobre todo si se piensa que es algo que hace todos los días, así que concluí que por un sol se obtenían cinco y no cuatro panes de ese tipo porque son bastante chicos.

Fui una tercera vez, pedí mis panes, entregué mi moneda de un sol y a cambio recibí mi bolsita. Sin embargo en esa ocasión, solamente encontré cuatro pancitos en la bolsa.

Nunca más se produjo el milagro de la multiplicación de los panes.

Tercera semana
Siguiendo con el desafío de Iela, acá va mi tercera foto. Hace algunos días, el sol asomó un buen rato durante la tarde, pero no calentó mucho ni ahuyentó totalmente las huellas húmedas del piso.
Una sombra asoma un poco tímida en la vereda