miércoles, 29 de enero de 2014

Rosario de perlas

En 2014, no podían faltar. Es inevitable encontrarlas.
Sería bueno preguntar cómo va a hacer el sentenciado del que hablan para que termine su condena en 1932. Es decir, cumplirá con el plazo de su condena hace 81 años. ¿Será que su carro es un DeLorean DMC12 modificado?
Mejor sería que los alumnos se reBelaran contra las políticas, es decir, que opusieran resistencia a la autoridad. Hasta donde sé, las políticas no son fotos de las de antes, de la que había que revelar.
Creo que lo que pasa a veces es que la ropa se encoGe con el lavado.
El redactor de esta nota faltó a la clase donde enseñaron los pronombres, qué son y para qué sirven.
Mejor que hagan las paCes y juren escribir mejor, tal vez así podrían vivir más tranquilos.

Regalo extra: esta foto y su texto es una verdadera perlita, pero no por sus errores (que no los tiene), sino por el ingenio de quien hizo el cartel. Espero que la gata haya aparecido, porque el cartel ya no está en el árbol que aparece en esta foto.

domingo, 19 de enero de 2014

Renovando pasaportes

Este blog ha servido muchas veces como lugar donde renegar (¡vaya que sí!), pero en esta entrada quiero contar un episodio que me dejó muy gratamente sorprendida.

Se acercaba la fecha de vencimiento de mi pasaporte así que decidí hacer el trámite de la renovación a comienzos de enero de este nuevo año. Más que renovar, lo que debía hacer era obtener un pasaporte nuevo pues el anterior ya tenía una renovación y las normas no admiten una segunda.

Averigüé los requisitos, pagué la tasa respectiva, saqué las fotocopias necesarias y el primer viernes de 2014 salí mucho más temprano de lo habitual hacia la oficina descentralizada de pasaportes que queda relativamente cerca de mi casa. No sé cómo será en otros países, pero en el Perú son muchas las entidades estatales que cuentan con oficinas descentralizadas, bastante más chicas que la entidad principal y que brindan solamente algunos servicios, pero los suficientes para descongestionar las sedes centrales y hacer la atención más ágil.

La atención empieza a las 8:00 a.m. y a las 7:20, que fue la hora de mi llegada, ya había algunas personas antes que yo sentadas en semicírculo en sillas blancas de plástico. Poco antes de las 7:30 a.m., una fuerte voz nos ordenó ponernos en una cola "en el mismo orden en que estaban sentados". En el Perú podemos ser muy indisciplinados para casi todo, pero en cuestión de orden en filas, somos muy respetuosos. Así que la orden se cumplió sin dudas ni murmuraciones.

El dueño de la fuerte voz, un señor con cara inexpresiva, procedió a revisar los documentos de cada uno. A algunos les decía que les faltaba tal o cual copia, e indicaba con bastante amabilidad cómo solucionar el inconveniente. Revisado el pequeño legajo, asignada un número de atención. A mí me tocó el número 17.

Pocos minutos antes del inicio de las actividades, el mismo hombre llamó a las personas cuyo número estaba escrito con plumón amarillo. Eran menos de diez personas, y las mandó a todas a la puerta con el número 1. De inmediato, llamó a quienes teníamos números hasta el 20. También nos mandó a la puerta número 1.

Es gracioso ver cómo se forma camaradería con desconocidos solamente porque la casualidad quiso que estuviéramos juntos en una cola. En mi caso, me dediqué a la lectura, pero de rato en rato observaba a mi alrededor cómo la gente hablaba de sus desventuras con total desenfado con sus ocasionales compañeros de cola.

Menos de media hora después, me tocó acercarme a la ventanilla. La señorita copió mis datos tal como están en el registro de identidad del Perú, imprimió el papel y me dijo dónde debía firmar. De ahí me mandó a la cola para la foto, que en diez minutos ya me habían tomado.

La última espera fue para recoger el documento final. Lo tuve en mis manos a las 9:10 a.m.

Me quedé pensando en lo fácil que fue todo, pero también me quedé pensando en las personas que hacen esto posible. Trabajadores a los que muchas veces consideramos como obstáculos en el camino, parte de una burocracia que hemos aprendido a mirar con recelo por causa de lo que frecuentemente consideramos trabas en nuestra vida. Creo que debe haber un cambio de actitud. En el caso del personal de Migraciones, su trabajo nos permite viajar y conocer personas y lugares nuevos, o visitar a personas queridas. Merecen de nosotros el mismo respeto que pedimos que nos den.

Espero poder estrenar mi pasaporte nuevo pronto...

viernes, 10 de enero de 2014

Regalo de Navidad

Alguien que lee mi blog con religiosa frecuencia me hizo llegar esta historia con la idea de darla a conocer por este medio. Así que, acá va.
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Y después dicen que los milagros no existen.

Durante muchos años, un jardinerito venía cada dos semanas a arreglar el pequeño jardín que tengo al fondo de mi casa. De un momento a otro, dejó de venir, y las plantitas languidecían pues nunca me acordaba de regarlas.

Un día encontré a otro jardinero, un señor bastante mayor que vino con su bolsita de plantas y me dio un buen jalón de orejas por haber descuidado tanto el jardincito. Me dijo que otro día iba a traer manzanilla, romero, orégano y hierbabuena para sembrar en la tierra.

Efectivamente, la siguiente vez que vino trajo las hierbitas y comenzó a trabajar en el jardín. Yo estaba en la cocina escuchando la radio, como acostumbro. De vez en cuando iba a verlo y él seguía trabajando. En un momento, mientras cocinaba, recordé que hacía rato no había ido a verlo, y lo encontré muy enojado. Me dijo que yo lo había encerrado por desconfiada, que a él otras personas le daban la llave de su casa, que se había cansado de gritar porque tenía que ir a hacer otros trabajos.

Yo en ese momento me di cuenta de que la chapa de la puerta del jardincito estaba trabada, por eso él se había quedado encerrado. Me deshice en disculpas, le expliqué que no lo escuché porque la cocina está un poco lejos y yo tenía encendida la radio. Nada, el señor seguía muy enojado insistiendo en que yo lo había encerrado por desconfiada.

En verdad, a mí pocas cosas me molestan, pero al verme injustificadamente acusada, perdí la paciencia, le pagué lo que me pidió, lo hice salir de la casa y le tiré la puerta. Creo que fue la primera vez en mi vida que tuve un gesto tan violento.

De esto han pasado cuatro meses. No lo volví a ver. El recuerdo de ese momento violento me persiguió todo el tiempo.

Arrepentida, rezaba por él, pidiéndole perdón. Lo recordaba, viejito, encorvado, con su bolsita en el brazo, y me sentía muy mal por haberlo tratado así. Pero la mañana siguiente a la Navidad, apareció el señor. Tocó el timbre, tenía su bolsita con plantitas en el brazo. Yo no lo podía creer. Le dije, señor, ¿usted es el que se molestó conmigo? Se rio, si señora, usted me encerró. No, le dije, la puerta estaba trabada, ya la mandé a arreglar para que no vuelva a ocurrir.

Así que fue al jardincito, arregló las plantitas, me dio su teléfono para una próxima vez, nos saludamos por Navidad y se fue bien contento.

Y luego dicen que no existen los milagros de Navidad.

jueves, 2 de enero de 2014

Modernidades...

No hay duda de que la vida moderna nos trae comodidades que hay que aprovechar. Con toda certeza, muchas de las cosas que ahora son cotidianas y no llaman la atención de nadie serían la envidia de quienes transitaron por estos caminos hace 50 años.

Pero es que hay cada modernidad que simplemente hace perder la paciencia (y por estos barrios, es un artículo bastante escaso).

El otro día tuve una reunión en el quinto piso se un edificio ultramoderno, flamante y recién construido, donde todo huele a nuevo. Así fue que llegué, me identifiqué con la amable señorita de recepción, quien me entregó una especie de credencial que debía colgarme al cuello. Esa credencial era ultramoderna y flamante, para no desentonar con el entorno, no podía ser de otra manera.

Para acceder a los ascensores, hay que mostrar la credencial a unos sensores colocados a manera de tranqueras. Es la única manera de entrar al edificio, de otro modo, la persona simplemente se queda varada en la recepción. No hay más remedio que poner la credencial ante el sensor para poder entrar.

La vez anterior que estuve por allá, que también debí ir hasta el quinto piso, opté por las escaleras, para asombro de todos los que me decían que tomara el ascensor. Esta vez, preferí ir en el ultramoderno y flamante ascensor. Al entrar, vi a un trabajador del edificio, que me saludó y me preguntó a qué piso iba. Muy amable, marcó el piso al que me dirigía y luego marcó el suyo, el octavo.

Esperamos pero no pasó nada, las puertas del ascensor no se cerraron. El hombre volvió a apretar los números de los pisos a los que íbamos, pero el ascensor seguía sin cerrarse. Así que los dos tomamos la decisión de pasarnos al otro ascensor pensando que este estaba malogrado. Grande fue la sorpresa cuando en este segundo ascensor pasó lo mismo, apretamos nuestros respectivos pisos y las puertas siguieron abiertas.

Fue ahí que la señorita de la recepción, que lo había visto todo desde su sitio, nos dijo que debíamos pasar nuestra credencial por la lectora que estaba encima del panel de los números para accionar los mecanismos respectivos. Si ella no lo hacía notar, jamás me hubiera percatado de la lectora, no hay ni un solo cartel que contenga las instrucciones para tanta modernidad. Fue así que pasé mi credencial anaranjada por el ultramoderno y flamante panel. Sonó un pitito apenas audible, y recién el ascensor se puso en marcha casi de inmediato.

Ese día encontré una razón más para subir por las escaleras.
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Esta es la primera entrada de 2014, así que aprovecho la oportunidad para hacerles llegar mis mejores deseos de un buen año para todos.