martes, 31 de julio de 2012

Crónicas de viaje: Dos historias simples

La niña del museo
El domingo 1 de julio, como parte de las actividades de la Cumbre de Medios Ciudadanos de Global Voices 2012, elegí visitar el Museo Nacional de Nairobi.

El museo contiene de manera resumida toda la historia de Kenia, dividida en diferentes salones, donde podemos observar prácticamente todos los momentos de la biografía de este país, con imágenes, estatuas, cuadros, exhibiciones de armas, de vestimentas de distintas épocas. En realidad, la manera en que está organizado no es muy diferente de la de cualquier otro museo de Historia que hubiera visitado antes.

Por todos lados, había grupos paseando por los ambientes, deteniéndose a mirar las vitrinas, comentando y señalando esto y lo otro.

De todos esos grupos, hubo uno que llamó mi atención. Era a todas luces una familia compuesta de papá, mamá, y tres hijos: dos mujeres y un hombre, de los cuales el niño aparentaba ser el mayor.

En algún momento, descubrí que la niña más pequeñita me miraba fijamente. Imagino que se me notaba a la legua que yo no era de ahí, y que eso despertó la curiosidad de la niñita. En lugar de molestarme una mirada tan atenta, le devolví la mirada, probablemente con la misma curiosidad con que ella me miraba a mí.

Tenía el pelo peinado ordenadamente en dos colitas, preciosamente separadas con unos elásticos con adornos tejidos en croché, un abrigo de color crema que le llegaba hasta las rodillas, cuyos puños y cuello tenían un tono un poco más oscuro. Y calzaba unas botas negras relucientes, impecablemente lustradas. Me hizo pensar y extrañar a otra niña de casi el mismo tamaño, a la que le encanta usar y mostrar sus botas.

Esos breves segundos que duró nuestra mutua inspección causaron que se separara del grupo con el que estaba. Cuando se dio cuenta de que los demás estaban a unos cuantos metros de ella, se fue corriendo. El resto del grupo ni siquiera había notado su ausencia, pero la mamá le dio la mano y siguieron caminando juntos.

En el instante preciso antes de salir del salón en el que estábamos, se volteó y me dedicó una mirada final. Le hice adiós con la mano. No pude ver su reacción. Se habían ido todos.

La casaca perdida
Los días en Nairobi eran fríos muy temprano y hacia el atardecer. Alrededor del mediodía, el sol asomaba y calentaba los ambientes. En realidad, no era necesario mucho abrigo. Una casaca, chaqueta, saco o campera delgada era suficiente, e imprescindible en las horas en que se sentía más frío.

Por eso, era habitual que casi todos anduviéramos con la prenda de abrigo en la mano hasta que volviera a ser útil. Como suele suceder, algunas personas estaban todo el día con manga corta y no parecían sentir el más mínimo frío.

El penúltimo día de las reuniones, tuvimos una parrillada, cortesía de Global Voices. En algún momento, sentí calor y me quité la casaca. Pensé en amarrármela a la cintura, pero finalmente opté por tenerla en la mano.

Todo iba bien hasta que me di cuenta de que no tenía nada en la mano. La casaca estaba desaparecida. Miré por todos lados, debajo de las mesas, debajo de las sillas, por todos los lugares por los que había pasado. Nada. Ni rastro.

Casi me había resignado a su pérdida cuando se me acercó una de las chicas del servicio del hotel. Me preguntó qué pasaba, y cuando se lo conté, me dijo que iba a hablar con su jefe para hacer un anuncio a través del altavoz. Me pidió una descripción de la prenda, que ella anotó diligentemente, y partió a entregársela a su jefe.

Mi compañera de cuarto lo había visto todo y se me acercó a preguntar qué pasaba. Cuando le conté, me dijo que estuviera tranquila que seguro la casaca aparecía. No habían pasado ni dos segundos cuando me señaló a una silla algo distante, mientras me preguntaba: "¿no es esa que está ahí?"

Efectivamente, era. Me acerqué a la silla y la agarré sin dudarlo. De ahí, me fui a buscar a la chica para decirle que no se preocupara. La encontré en el preciso instante en que le daba a su jefe la descripción de la casaca. Se la mostré de lejos, y ella me hizo una seña, con cara de evidente alegría.

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miércoles, 25 de julio de 2012

Crónicas de viaje: Una larga espera

Pocas semanas antes del viaje, me dispuse a examinar detenidamente mi itinerario. El viaje, tanto de ida como de vuelta, se haría con un cambio de avión en Schiphol, el enorme aeropuerto de Ámsterdam. En el viaje de ida, tendría una espera entre aviones de seis horas. No me preocupó mucho, pues compartiría el vuelo con varios colaboradores de Global Voices, así que iba a estar acompañada todo ese rato.

Fue al ver los horarios del viaje de regreso que se me complicaron las cosas: tenía 18 horas de espera. Poco después, comprobé que no eran 18 horas, sino 20. ¿Qué iba a hacer durante todo ese tiempo? Ya no estaría acompañada, como en el viaje de ida. Ya la emoción de lo que se venía habría terminado. Sospechaba que primaría el cansancio y las ganas de volver.

¿Qué hacer durante 20 horas? ¿Cómo llenar tanto tiempo?

En un principio, pensé en reprogramar el vuelo entre Nairobi y Ámsterdam, y cambiar mi reserva. Pero cuando me comunicaron que estaría en lista de espera y que debía pagar una penalidad, descarté la idea. Es más, decidí también no pensar en eso. Al mal tiempo, buena cara.

Cuando llegué al aeropuerto de Schiphol en el cambio de aviones rumbo a Nairobi, iba con ojos y oídos bien abiertos para ver en qué podía ocupar esas 20 horas de espera casi tres semanas más tarde. Con el grupo de otros viajeros de Global Voices, encontramos unos cómodos sillones. Anoté mentalmente su ubicación. También anoté mentalmente dónde quedaban los lugares de comida rápida.

Ese día no hubo tiempo para más. Embarcamos y en medio de todo lo que significó la Cumbre Medios Ciudadanos de Global Voices 2012, hasta olvidé el asunto.

Hasta que llegó el momento de la verdad...
Cómodos asientos

Enfrentada a la irreductible realidad de una larga espera, bajé del avión cerca de las 4 pm de Ámsterdam. Era un día radiante, el brillo del sol entraba por los ventanales. Hice un recorrido breve de reconocimiento y después de algunas vueltas, me instalé en unos de los cómodos sillones. Tenía horas de sueño atrasado, así que me quedé dormida rápidamente.

Desperté unas dos horas después, ya con ganas de recorrer el enorme aeropuerto. Y además con hambre. Así que me fui directamente a un negocio de comida rápida, donde los niños salen felices con su cajita. Escogí el combo que me pareció mejor, pagué y me senté a comer y a observar.

Viajeros de todas partes del mundo, idiomas incomprensibles, personas solas, familias enteras, grupos disímiles. Todos atrapados en un limbo aeroportuario, compartiendo mesas y casi la misma comida.

Miré el reloj para calcular cuántas horas me faltaban. Burla burlando, ya iban cuatro por delante.

Nuevo paseo por las tiendas del aeropuerto. Compras chicas de último minuto. Más de las 8 pm y afuera el sol brillaba como si fuera mediodía. Nuevo alto en las cómodas sillas, ubicadas dentro del Centro de Meditación. Libro en mano, la mitad de mi atención estaba en la lectura que me ocupaba y la otra mitad en las personas que me rodeaban. Cada uno metido en lo suyo, sin mirar siquiera al del costado, a menos que estuvieran juntos.

Cerca de las 11 pm, me decidí a dar otra vuelta. Grande fue mi sorpresa al ver muchas tiendas cerradas y otras muchas cerrando. Pregunté y me dijeron que entre 11 pm y 2 am, no hay vuelos en el aeropuerto, que todo cierra hasta la 1:45 am. En eso, una voz femenina por el altavoz anunció que solamente tenían autorización para circular dentro las instalaciones el personal de seguridad y los pasajeros en tránsito.

Letrero que se me hizo familiar
Regresé al Centro de Meditación. A estas alturas, ya éramos viejos conocidos. Tenía luz suficiente como para leer, y no molestaba a la hora de dormir. Éramos varios los que ocupábamos los sillones del Centro de Meditación. En algún momento, me quedé dormida. En algún momento, me despertaron los poderosos ronquidos de un señor sentado a pocos metros de distancia. Hasta ahora no entiendo cómo es que podía dormir tan plácidamente si sus ronquidos parecían una locomotora.

Logré volver a dormirme, para despertarme horas más tarde a causa de esos mismos ronquidos. Felizmente, pude volver a dormir una vez más.

Y así dieron las 6 am, en que me despertaron ya no los ronquidos del señor, que ya no estaba. Esta vez fueron las risotadas de dos pasajeros asiáticos que sin ningún empacho conversaban a voz en cuello y reían como si estuvieran solos. En más de una ocasión me sorprendieron mirándolos, pero con ellos no era la cosa. En todas partes se cuecen habas y en todas partes hay personas desconsideradas.

Así que me levanté, me lavé los dientes y la cara. Nuevo recorrido por el aeropuerto. Me senté en una sala de espera a revisar mi correo electrónico y contestar algunos mensajes. Cerca de las 8 am, busqué dónde desayunar.

Según mi tarjeta de embarque, debía estar en la puerta a las 10:30 am. Increíblemente, faltaba poco más de una hora, que la dediqué a una última vuelta. Y poco antes de la hora fijada, me acerqué a mi sala de embarque. Recién estaban saliendo los pasajeros del vuelo anterior, y una atenta señorita me dijo que me apurara. Cuando le dije que mi vuelo era el siguiente, me comentó que hacía bien en llegar a tiempo. Le contesté que estaba ahí desde las 4 pm del día anterior, y ella me preguntó con cierta preocupación si había podido dormir y si había comido algo. Le contesté que si, y le agradecí su atención.

Finalmente, me llegó el momento de embarcar. Hasta me apenó que la larga espera hubiera llegado a su fin. Lo último que vi de Ámsterdam fue la pista de aterrizaje mojada por la lluvia. Un cielo gris que sentí como una antesala de mi llegada a casa.

Después de volar doce horas, de ver cuatro películas que no había visto y capítulos de algunas series, degustar dos comidas y no sé cuántos snacks aterricé finalmente en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez de Lima.

El largo viaje había terminado.

A mis lectores peruanos, sea que estén dentro o fuera del país, ¡les deseo felices Fiestas Patrias!
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miércoles, 18 de julio de 2012

Crónicas de viaje: Lo que Kenia me dejó

Ya de vuelta en casa, casi de nuevo en la normalidad, puedo ver el viaje que acabo de hacer a la distancia de los hechos consumados, pero a la vez sintiendo muy de cerca este acontecimiento tan trascendente.

Kenia me dejó recuerdos, impresiones, memorias y anécdotas que permanecerán por siempre como parte de mis experiencias de vida.

Para empezar, llama la atención que manejan por el lado derecho de la vía, al igual que los ingleses. Y claro, recién uno se da cuenta de que han dejado de ser colonia británica en 1963. El próximo año cumplirán 50 años de la declaración de su independencia.

Ese detalle hace que cruzar la pista sea un poco confuso, por lo menos al comienzo. Los carros vienen del sentido contrario al que uno espera que venga. Me sentí como en la escena inicial de la película Closer.

Su moneda es el schilling keniano, o chelín keniano. Nueva reminiscencia británica.

Las personas son bilingües y hasta trilingües. Hablan inglés con soltura, y dominan también el suajili. Muchos de ellos usan el idioma de su tribu. Es sorprendente la facilidad con que pasan de uno a otro. A nosotros nos hablaban en inglés, y un segundo después se les veía conversar en suajili con quien tuvieran a su lado. ¿Cómo saber lo que decían?

Todas las mañanas, me despertaba con el sonido de unos pájaros que pasaban volando velozmente. Nunca olvidaré ese sonido, tan diferente a todos los graznidos que había escuchado antes en mi vida. Creo que ni en Yurimaguas.

Los kenianos son regateadores por naturaleza. Cada pequeña compra que hice en los diferentes mercados que visité, implicaba una fuerte dosis de tira y afloja en el que siempre sentí que no era precisamente yo quien salía ganando. Al final, me sería imposible decir el verdadero valor de cualquiera de las cosas que compré porque cada vez lo encontraba a diferentes precios.

Los matatus no me dejaron extrañar a las peruanísimas combis. Era casi como tener un trocito de casa en África.

Por primera vez en mi vida, probé carne de cabra. Puedo decir que es una carne deliciosa. Espero poder degustarla alguna otra vez.

También probé comida etíope y comida india por primera vez. De la primera no puedo opinar mucho del sabor porque estaba tan picante que ese era el único sabor que llegué a sentir. Quienes me conocen, saben que no me gusta el sabor picante y que lo evito a toda costa. En cuanto a la comida india, tuve la suerte de compartir la mesa con personas que también optaron por comida menos condimentada. Estuvo realmente deliciosa.

Kenia me dejó muchos recuerdos e impresiones. Sobre todo, me dejó la sensación de que nuestro mundo es más ancho y más ajeno de lo que a simple vista parece.

Nota: la historia no termina acá, pues en entradas siguientes contaré otras incidencias de este viaje.
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martes, 10 de julio de 2012

Echoes from GV2012

Para la versión en castellano, hacer clic acá.

It's been almost a week since the Citizen Media Summit 2012, organized by Global Voices came to an end. A week can be felt as a long while, but when it comes to an event that huge, the echoes go on.

The summit was held between Friday June 29th and Tuesday July 3rd. The first three days were exclusively dedicated to intern Global Voices meetings and the other two were open sessions with scholars and academics especially invited for the occasion.

From the intern meetings, there are two to be featured, in my opinion. The first one was the session for the group formed by future volunteer subeditors, which I expect to be a part of. That I'll know soon, hopefully. The other one was a proposal of mine, about context for Global Voices translators, to make our task a little easier.

Duiring the half day activity, I chose to visit the Nairobi National Museum, where you can find every aspect of the History of the country hosting me these days. A visit that helps you put it in perspective.

Each one of the moments spent during those five days is remarkable and worth to be mentioned, but what is remarkable above all is the contact with all the other Global Voices contributors.

On one hand, it was really excting to be reunited with friends I met last Summit in Santiago, Chile, two years ago. Recognizing faces and not recognizing others, among laughs, hugs, anecdotes was simply undescribable.

On the other hand, putting a face to what at that point had been just a name and maybe a tiny profile image is always a unique experience. In spite of being new faces, in most cases the feeling was we are lifetime friends. And actually that was the feeling. Free time is so little for activities are so intense, but there is always occasion for an always interesting chat.

Of course, each summit means meeting new friends, share the table with different people each time, learn a little bit about their countries and have a huge satisfaction discovering that many of them are aware that  Peru means Macchu Picchu, satisfaction that gets multiplied when we realize that they know that Peru is (way much) more than Macchu Picchu.

A very fun thing was the exchange with the secret summiteer, some kind of secret friend for whom we must take something from our countries. As for me, I gave away a T-shirt with the Marca Perú symbol, which was very well received, among other Peruvian little articles. I got a beautiful jewelry box, brought especially for me from Pakistan.

A Global Voices summit lasts for a few days. The echoes of a Global Voices summit never fade away.

Note: to read more about this on Twitter, click here.
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domingo, 8 de julio de 2012

Crónicas de viaje: Ecos de GV2012

For English version, click here.

Hace casi una semana que llegó a su fin la Cumbre de Medios Ciudadanos 2012, organizada por Global Voices. Una semana parece ser mucho tiempo, pero cuando se trata de un acontecimiento de esta magnitud, los ecos se prolongan.

El encuentro se dio entre el viernes 29 de junio y el martes 3 de julio, de los cuales los primeros tres días fueron reuniones internas de Global Voices y los dos restantes tuvimos sesiones abiertas con académicos especialmente invitados.

En las charlas internas, destaco dos en particular. La primera fue la charla para el grupo formado por futuros subeditores voluntarios, al cual espero pertenecer. Eso lo sabré en breve. La otra fue un tema propuesto por mí, sobre contexto para traductores de Global Voices, para que nuestra labor se facilite.

En el medio día de actividad libre, opté por visitar el Museo Nacional de Nairobi, un museo donde se encuentra comprendida toda la historia de este país que por estos días me acoge. Una tarde de visita ayuda a verlo en perspectiva.

Cada uno de los momentos vividos en esos cinco días es destacable y digno de mención, pero lo que destaca indudablemente por encima de todo es el contacto con los demás colaboradores de Global Voices.

Por un lado, fue de lo más emocionante el reencuentro con amigos que conocí en la cumbre anterior en Santiago de Chile, hace dos años. Reconocer caras y no reconocer otras, en medio de risas, abrazos, anécdotas fue simplemente inenarrable.

De otro lado, poner cara a lo que hasta ese momento habían sido nombres y tal vez una mínima imagen de perfil es una experiencia única. A pesar de ser caras nuevas, en muchos casos la sensación es que somos amigos de toda la vida. Y es que esa es la sensación. El tiempo libre es poco pues las actividades son intensas, pero siempre hay ocasión de un intercambio que siempre es enriquecedor.

Por supuesto, cada cumbre significa conocer nuevas personas, compartir la mesa con gente diferente cada vez, aprender de sus países y sentir una satisfacción enorme cuando demuestran saber que el Perú es Macchu Picchu, satisfacción que se multiplica cuando nos damos cuenta de que saben que el Perú es (muchísimo) más que Macchu Picchu.

Algo muy divertido es el intercambio con el secret summiteer, una especie de amigo secreto al que se le entrega un pequeño regalo de nuestros países de origen. En mi caso, entregué un polo con el símbolo de la Marca Perú, que fue muy bien recibido, entre otras cositas peruanas. Me tocó recibir un bello joyero traído para mí desde Pakistán.

Una cumbre de Global Voices dura unos cuantos días. Los ecos de una cumbre de Global Voices no se apagam nunca.

Nota: para leer más sobre el tema en Twitter, entrar acá.
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