jueves, 31 de diciembre de 2015

¡Bienvenido 2016!

A punto de recibir un año más, agradezco a todos los lectores de este blog. También hago votos por un año mejor y que sigamos leyéndonos en los 366 días que este nuevo calendario tiene para nosotros.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Uno navideño de Cyrano

Vuelvo a tomar prestada una entrada de Cyrano, ese amigo bloguero que partió inesperadamente hace algunos meses. Así contaba cómo Miraflores "se vestía de Navidad" en diciembre de 2012.
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De nacimientos, árboles, adornos, ofertas y demás
Con la trilogía (ver acá, acá y acá) del bombardeo hemos presentado, digamos, el lado "oscuro" de la Navidad. Pero no podemos negar que la Navidad tiene otro lado de la medalla: el lado claro, festivo, alegre, luminoso, brillante y encantador. No en vano se celebra, para nosotros los cristianos, el nacimiento del Rey de Reyes.

Para algunos, como yo, es una fecha llena de nostalgia, de melancolía, de ausencias, de recuerdos que nos ponen un poco tristones, pero se balancea con el contagiante espíritu de fiesta que le pone la mayoría de la gente. Y aquí participan todos, desde el Rey hasta el paje.

Yo vivo en un distrito de Lima que se llama Miraflores, donde existe una avenida muy comercial que se llama José Larco, que empieza en el Óvalo de Miraflores y termina en un parque que da al Océano Pacífico, donde hay una pileta con aguas danzarinas de colores. En el Óvalo también hay aguas danzarinas. Entre esas dos piletas de aguas danzarinas están las 12 cuadras de la Av. Larco, que a veces parece Babel por la variedad de idiomas y acentos que uno puede escuchar al paso.

Al final de Larco, quedan famosos y grandes hoteles, que miran al mar. El municipio es el primero en desarrollar el espíritu navideño, colocando un enorme árbol en el mismo óvalo, visible a varias cuadras de distancia. Esto es tradicional, aunque cambien los alcaldes, cada diciembre hay un árbol. Eso si, pueden cambiar los estilos de acuerdo al gusto de cada alcalde, y hay algunos que lo han tenido muy malo, como el año que debimos padecer el árbol cohete, porque era apenas una copia del Apolo 11.

Bromas aparte, el de este año refleja el buen gusto de un alcalde que ha puesto uno bastante tradicional, como lo podrán apreciar en esta foto.
Óvalo de Miraflores
También ha dispuesto un nacimiento, o belén como lo llaman en algunos países, con figuras de tamaño real, frente al local de la Municipalidad. Fíjense que en este Nacimiento no hay Niño Jesús. Es que acá hay una costumbre, la de esperar a la medianoche del 24 de diciembre para colocarlo en su lugar. Mientras tanto, el Niño está de parranda, o fastidiado porque sus papás no encontraban lugar en el mesón por el empadronamiento dispuesto por el Emperador.
Nacimiento de la Municipalidad de Miraflores
Los locales comerciales también hacen lo suyo, adornando sus vitrinas con motivos navideños, saludos, buenos deseos y buenas vibras para todos. Eso si, no se puede negar que por ahí escondidito está el "compre y llévese".
Tienda con motivos navideños
Hasta los casinos, que acá están permitidos (mismo Las Vegas... bueno, es un decir), tienen su espíritu navideño muy visible. Juzguen ustedes mismos, el frontis de un casino miraflorino.
Saludo navideño de establecimiento miraflorino
Las tiendas tienen sus ofertas para la ocasión, con objetos de todo tipo y precio, para que nadie se quede sin su regalito.
Ofertas para 2013
En fin, he querido mostrarles el lado alegre de las fiestas de fin de año, donde todo el mundo, contagiado de ese espíritu del que tanto hemos hablado, camina rápido para todos lados, tropezándose, empujándose, haciendo colas para el pago, llenando los supermercados para adquirir los clásicos insumos para la fiesta navideña, sin que falte en las mesas el tradicional pavo.

Claro, cada barrio tiene su propio estilo y forma de vivirlo, con sus nacimientos, árboles, adornos, ofertas y demás.

¡Feliz Navidad a todos los lectores de Seis de Enero! Gracias, Cyrano, por "prestarme" otra de tus historias.

martes, 15 de diciembre de 2015

Carteras perdidas y encontradas

Acá va un relato prestado, enviado por alguien que lee este blog y comenta con mucha frecuencia.
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Es una mañana luminosa, mucha gente en las calles, las compras navideñas contagian de entusiasmo a todo el mundo. Cruzo la avenida junto a un grupo de viandantes, aprovechamos la luz verde. A paso ligero, como un ejercicio militar.

Termino de cruzar y veo a unos metros acercarse en sentido contrario a una mujer joven que lleva de la mano a una niña de unos cinco años. La pequeña tiene un bolso con dibujos de flores que le cuelga del hombro. A paso ligero también.

De pronto, por el apuro, el bolso resbala del brazo de la niña y cae al suelo. Madre e hija continúan su camino sin percatarse de lo ocurrido. Me apresuro a acercarme para avisarles, pero ya tres personas llegan antes, y entre sonrisas y palabras cariñosas entregan el bolso a la niñita, que mira asombrada pero feliz, mientras la madre agradece a todos.

Es un incidente pequeño, sin importancia, pero a la vez me afecta tanto... pienso en el llanto de la niña si hubiera perdido su bolso...

Inevitablemente pensé en otra niña más cercana, con ocho años casi recién cumplidos. Recuerdo cuánto lloró el día que olvidó su cartera blanca adornada con un gato negro en la silla de ese restaurante. Cómo corrió desesperada para regresar al lugar, entre sollozos ante la idea de haber perdido al adorado oso de peluche que llevaba adentro. Tras casi correr las pocas cuadras que la separaban del restaurante, tras escuchar con el corazón encogido la respuesta "no, ahí no había ninguna cartera" cuando preguntó, la carita se le iluminó cuando un muchacho que trabaja en el restaurante le dijo que otro cliente había encontrado la cartera y que él la había puesto en un lugar seguro.

Parecen hechos sin importancia, ¿verdad? Pero en ambos casos, fue muy importante la cara de felicidad de esas dos niñas al recuperar sus pequeños tesoros.

Vale la pena recordarlo, sobre todo en época navideña.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Crónicas de viaje: Paseando por Lima

Imagen de Wikipedia.
Es raro decir que uno viajó por la ciudad por la que se mueve y transita todos el tiempo, pero eso fue lo que me pasó hace pocos días.

Gracias a la visita de dos amigas de Costa Rica que vinieron al Perú con la idea de viajar a Machu Picchu. Su viaje estaba programado de tal manera que se quedarían en Lima tres días antes de partir a Cusco.

Desde antes de su llegada, habíamos acordado que al día siguiente iríamos a pasear por el Centro Histórico de Lima para visitar varios lugares de la zona. Esos lugares sí los conozco bastante bien. Así, partimos desde Miraflores en el Metropolitano, para que la experiencia fuera completa. Nuestra primera parada fue la Iglesia de las Nazarenas, donde está el Señor de los Milagros. De ahí caminamos a la Plaza de Armas, vimos la Catedral, el Palacio de Gobierno, el Palacio Municipal. Abundaron las fotos, los comentarios, las preguntas.

Enrumbamos por todo el Jirón de la Unión, cruzamos por delante del Palacio de Justicia y terminamos en Polvos Azules, un lugar increíble que creo que todos los que visitan Lima deberían conocer. Como no podía ser de otra manera, terminamos en un restaurante de comida criolla.

Hasta ahí llegaron mis lugares conocidos. Al día siguiente, ellas se fueron a Ica a conocer diferentes lugares.

Un día después, nos volvimos a juntar. Ellas querían ir a las playas de Miraflores, algo que nunca había hecho caminando, a pesar de tener puentes y bajadas al mar a pocos pasos de mi casa. La ruta es corta, realmente me asombra lo cerca y fácil que fue llegar a la playa caminando. Llegaron hasta tocar el mar, querían comprobar si realmente era tan frío como les habían dicho. Recorrimos caminando un largo trecho por nuestra Costa Verde, y regresamos por la siguiente subida.

De ahí, nos dirigimos a la Huaca Pucllana, otro lugar por el que he pasado infinitas veces sin jamás detenerme a entrar. Así que hice el recorrido guiado con ellas y aprendimos juntas sobre la cultura Lima, sus características, principales actividades y su vida diaria.

Esa misma noche, vi el espectáculo con luces y agua en el Circuito Mágico del Agua, otro lugar que conocía por fuera solamente, hasta esa noche. Perdí la cuenta de la cantidad de fuentes que están dispersas por el parque, la armonía de luz, colores y música. El broche de oro vino con el espectáculo de la pileta principal, donde el agua funciona como pantalla gigante de proyección de diferentes bailes y paisajes peruanos. Aunque, a decir verdad, me parece que lo que se proyecta podría ser mejor, como incluir una leyenda del baile que se ve y de la región de la que es típico.

Fue una experiencia enriquecedora ver Lima desde otros ojos, lejos del ruido y la prisa con el que la vida diaria nos obliga a andar por las calles y vías de esta ciudad por la que transito a diario.

Espero que mis amigas hayan disfrutado de su estancia en Lima, en Ica y Cusco. Por mi parte, me encantó disfrutar Lima desde una perspectiva distinta.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Crónicas de viaje: Estampas mexiquenses*

A pocos metros del hemiciclo dedicado a Benito Juárez, un hombre lee un libro tranquilamente. Hace caso omiso al ruido y la prisa de las personas que caminan delante de él, permanece sin levantar los ojos de las líneas que lo mantienen ocupado. De repente, levanta la cabeza como si una fuerza superior lo impulsara. Deja el libro a un costado, se inclina hacia adelante y pone toda su atención en el coche de bebé que tiene delante. El bebé que dormía plácidamente, a pesar del ruido y la prisa, acaba de despertar. Hora de cerrar el libro y emprender la caminata con el niño, que va atento a todo.

Una señora elegantemente vestida va por la calle. Tiene un abrigo largo de llamativo color rojo. Camina muy erguida, casi parece una modelo, sin mirar ni a la izquierda ni a la derecha, solamente mira al frente. Todo su pelo es perfectamente canoso, su cartera es plomo oscuro, al igual que su pantalón. De cerca se nota que lleva aretes de plata que se mecen al ritmo de sus pasos. Camina sin ruido y sin prisa, con ritmo que nada detiene. Casi hasta parece tener un pacto con los semáforos, pues las luces rojas se tornan verdes cuando ella llega a la esquina, por lo que su paso no se detiene.

En la Basílica de Guadalupe, una mujer reza con los ojos cerrados, muy concentrada en su diálogo con la Lupita. No se distrae con nada, ni con las voces de la concurrencia que responde a las palabras del sacerdote, ni con las personas que pasan a su lado en su afán de ver a la virgen un poco más de cerca. No abre los ojos en ningún momento, no deja de mover los labios en esa conversación silenciosa que la tiene abstraída del mundo.

Desde lo alto de la Basílica de Guadalupe, se divisa casi toda la enorme Ciudad de México. Miles de construcciones se ven a izquierda y derecha, miles de ventanitas abiertas y cerradas se distinguen a la distancia, por todos lados hay infinidad de autos avanzan en ordenadas filas multicolores que evocan hormiguitas. Pensar que en cada una de esas ventanitas, en cada uno de esos autos que parecen filas de hormiguitas multicolores hay una multitud personas con historias propias, con preocupaciones, sueños, alegrías y aspiraciones propias, como las que hay en todas las ciudades y en todos los pueblos de todos los países del mundo.

*mexiquenses: natural del estado de México, en la república mexicana.
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martes, 24 de noviembre de 2015

Crónicas de viaje: Comiendo mexicano en el mero México

Los peruanos estamos muy orgullosos de nuestra comida. A veces demasiado. Tanto que hasta podemos llegar a ser antipáticos cuando le preguntamos a amigos que nos visitan del extranjero: "¿qué has probado de comida peruana?"

Más o menos algo así me imaginaba, y me esperaba, de los mexicanos en mi reciente viaje a México. Si bien los amigos que me acogieron no son mexicanos (Coco es peruano, Kari es dominicana), tienen diez años viviendo en ese país así que con seguridad algo de la famosa gastronomía de esas tierras iba a probar.

Casi ni bien llegué, dije como pensando en voz alta: "me gustaría probar los famosos chilaquiles". Recuérdese que en casa, en mi niñez, las novelas mexicanas eran prácticamente de visión obligada gracias a la tía Angelita. Así que tacos, pozoles, chilaquiles, carnitas y demás nombres eran viejos conocidos.

Pues fue decir y ver mi deseo cumplido, pues a la mañana siguiente me esperaban mis ansiados chilaquiles verdes. El veredicto fue uno solo, y es que son simplemente deliciosos. Ahí me enteré que los hay verdes y rojos, aunque estos últimos no llegué a probarlos. El plato consiste en una salsa, verde o roja, sobre la que se ponen totopos (parecidos a lo que llamamos nachos), coronados con algo que parece queso pero que no es queso. La combinación de crocante con suave es de lo mejor. También supe que es un plato para desayuno, aunque yo los comería a cualquier hora del día.

¿Se imaginan comer tacos en el mero México? Los comí a los dos días de mi llegada, probé tacos de alambre y tacos al pastor. Lamentablemente no los pude disfrutar plenamente pues no como nada de picante, no me gusta. Y eso es casi un pecado en la tierra de Pedro Infante: el chile, como llaman allá a nuestro ají, es un ingrediente prácticamente obligado. En el Perú también es ingrediente casi obligado, pero acá se suele poner aparte para que lo agregue el que quiera. Yo paso.

Así, durante los días que estuve de visita, desfilaron por mi paladar diferentes sabores, relacioné nombres tan familiares con olores y colores tan variados como deliciosos. Hasta probé la famosa agua fresca de jamaica que el Chavo del Ocho comercializaba en la vecindad, junto con las aguas frescas de limón y tamarindo. Aprendí que la jamaica es una flor con muchísimas propiedades. De las buenas, claro.

Probé los tamales mexicanos. Muchos tipos de tamales mexicanos, todos muy ricos. En el Perú también tenemos tamales, pero son un poco distintos. Los tamales mexicanos se me hicieron muy parecidos en textura y sabor a nuestras humitas.

Muchos de esos nombres escapan ahora a mi memoria. Lo que no escapa a mi memoria es que no vi ningún dulce, como si los postres no formaran parte de tan diversa selección de platos. Tal vez me equivoque o me faltó culturizarme un poco más.

A ver si en un próximo viaje...

lunes, 16 de noviembre de 2015

Crónicas de viaje: Celebrando Día de Muertos en México

Desde hacía tiempo tenía curiosidad por ver cómo se celebraba el conocido Día de Muertos en México. Y soy lo suficientemente afortunada como para que mis buenos amigos Coco y Kari, que viven en la capital mexicana, me abrieran las puertas de su casa con todo el cariño del mundo para que yo pudiera ver las celebraciones en vivo y en directo.

Había leído algunas cosas sueltas sobre el Día de Muertos en México, que es una festividad muy propia y muy especial, que celebran la fecha que en el calendario figura como el 2 de noviembre de manera particular. Pero otra cosa es verla y vivirla en el lugar de los hechos.

Llegué a Ciudad de México el miércoles anterior a la fecha señalada. Después de largas colas y esperas en el Aeropuerto Benito Juárez que no vale la pena ni recordar ni mencionar, iba al lado de Kari en su auto directo a su casa. En el camino nos agarró una lluvia que para la limeña que esto escribe era una gran lluvia, pero me dijeron que era apenas una lluvia menor. Es que el mundo es ancho y ajeno y lleno de novedades, realmente.

Desde las ventanas del auto veía por todas partes unas flores anaranjadas, a la venta, y también colocadas en jardines públicos, en casi todas las bermas de las enormes avenidas de esta ciudad que me recibió lloviendo. Las flores se llaman zempazuchitl y realmente son omnipresentes. Hasta vi más de un camión que las transportaba, seguramente a tiendas y otros lugares para su comercialización.

Si así están las cosas cinco días antes de la fecha, ¿cómo será todo el mismo 2 de noviembre?, me preguntaba.

Dos días más tarde, Coco tuvo la gentileza de llevarme a la empresa en la que trabaja para mostrarme los altares que habían armado en cada piso. Los altares son ofrendas simbólicas hechas en en honor de los muertos de la familia donde se pone la comida favorita del difunto, velas, flores y objetos de su uso cotidiano. Coco me contó que cada año los trabajadores hacen competencias de altares de muertos, que un jurado calificador los evalúa y al final decide cuál es el mejor. Los trabajadores del piso o departamento que representa reciben premios diversos. Abajo de esta entrada hay algunas de las fotos de esa visita.

Al día siguiente, fuimos a Coyoacán, que estaba todo vestido de fiesta. Nos informaron que el tránsito de las calles del centro estaban cerradas al tránsito vehicular para facilitar recorrido de las personas. La plaza central del lugar estaba llena de altares. De todos los que vi, me impresionaron los que honraban a los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa y el que contenía las fotos de los 49 pequeños que murieron en el incendio de la guardería ABC en 2009 en Hermosillo.

Flores anaranjadas y calaveras por todos lados. Era una fiesta. Tan diferente a la concepción tradicional de la muerte, algo de lo que no se habla, que es sinónimo de tristeza. No digo que quienes celebran el Día de Muertos no lamenten ni extrañan a los que partieron, sino que su concepto es diferente, es alegre, integran la muerte y a sus muertos a su vida diaria sin drama. Como parte de la vida.

El lunes 2 de noviembre fue el día central, día no laborable. A diferencia del Perú, el 1 de noviembre no es feriado. Erradamente creía yo que en los calendarios mexicanos, los dos primeros días de noviembre eran festivos, pero no es así. Solamente paran sus actividades el 2 de noviembre. Celebran a sus muertos, no a sus santos.

En Lima, es normal ver decoraciones navideñas desde octubre y a veces desde septiembre. En México, antes de las decoraciones navideñas, los lugares se inundan de flores anaranjadas, calaveras, catrinas en una celebración a los muertos que está llena de color y de vida. Algo digno de verse.


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París y Beirut, dos ciudades lejanas una de la otra, azotadas por el mismo horror sin sentido con apenas horas de diferencia. Desde aquí, y para lo que pueda servir, rindo un simple homenaje a quienes caen víctimas de violencia, sin importar de dónde venga.

martes, 10 de noviembre de 2015

Crónicas de viaje: Sobre los aeropuertos

Luego de una reciente vista a México, y antes de compartir las crónicas de ese viaje, vuelvo a publicar una entrada escrita con ocasión de un viaje hecho años atrás.
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Los aeropuertos son lugares llenos de emociones, de gente que llega, de gente que parte, de gente que se saluda, de gente que se despide, de gente que llora, de gente que ríe, de gente que va sola, de gente que va acompañada, de gente que va sola que preferiría ir acompañada, de gente que va acompañada que preferiría ir sola.

Los aeropuertos son lugares de comienzos, de finales, de decisiones definitivas, de decisiones momentáneamente definitivas, de decisiones definitivamente no definitivas.

Los aeropuertos son lugares donde se inician aventuras, expediciones, travesías. Los aeropuertos son lugares de inicios de descubrir nuevos nombres, nuevas imágenes, nuevas costumbres. Los aeropuertos son lugares donde terminan viajes, aventuras y donde empiezan los recuerdos.

Los aeropuertos son lugares de millas, de kilómetros, de horas de llegada, de horas de partida, de retrasos, de puntualidades, de equipaje, de alegrías, de tristezas, de sonrisas, de lágrimas, de risas, de ansiedades, de tranquilidades, de miedos, de calmas, de amabilidades, de torpezas.

Por donde se les mire, los aeropuertos son puntos de partida y de llegada.

domingo, 25 de octubre de 2015

La insoportable levedad del yo

Nunca entenderé por qué para algunas personas es tan difícil usar la palabra "yo" que terminan inventado fórmulas de lo más estrafalarias, por no decir huachafas.

Comencemos con "mi persona". Una afirmación que simplemente diría: "yo le dije a Fulano de Tal que hiciera tal cosa", estos seres dicen: "Mi persona le dijo a Fulano de Tal que hiciera tal cosa". ¿Quién es "su persona" con relación a la persona que habla? ¿Un alter ego con voluntad propia que actúa de manera separada de quien cuenta lo que "su persona" hizo?

En el colmo de la fórmula, una vez escuché en la radio el testimonio de una mujer que se quejaba de haber sido víctima de malos tratos por parte de la policía: "estábamos marchando pacíficamente un grupo, cuando los policías empezaron a atacarnos. A mi persona le cayó un golpe en la cabeza propinado por un policía, que no se dio cuenta de que mi persona está embarazada".

Lo dijo sin dudar, sin titubear. Su persona era la embarazada, no ella misma.

Otra manera es decir "nosotros", con los consiguientes posesivos en plural también, es decir, "nuestro". Entonces escuchamos despropósitos como "nosotros enviamos una carta en donde dejamos constancia de nuestra posición". ¿Cuántas personas firmaron la carta?¿Estaban de acuerdo todos los firmantes con cada punto expresado en la carta colectiva?

Finalmente, están los que dicen "quien les habla" cada vez que quieren decir yo. No tiene nada de malo escuchar una vez en un discurso algo así como "quien les habla empezó como humilde vendedor cuando mi persona apenas era un adolescente". Pero de ahí a que cada vez que esa persona deba referirse a sí mismo use "quien habla" llega a ser cansador y aburrido.

Casi como cuando se dice "niños y niñas", "peruanos y peruanas"... pero ese es otro asunto con el que se podría llenar blogs enteros, no solamente una entrada.

Para ver lo fácil que es decir simplemente "yo", tomemos los ejemplos citados:
1. A mí me cayó un golpe en la cabeza propinado por un policía, que no se dio cuenta de que estoy embarazada.
2. Yo envié una carta en donde dejé constancia de mi posición.
3. Yo envié una carta en donde dejaba constancia de mi posición.

Qué ganas de complicarse la vida en aras de una modestia sin sentido.

jueves, 15 de octubre de 2015

Contradicciones postales

Hace poco más de dos meses tuve que enviar unos documentos por vía postal al extranjero. Era imprescindible mandarlos físicamente, no era válido hacerlo virtualmente. Además, tenían que llegar lo antes posible pues debían regresar debidamente firmados.

Pregunté en la oficina del correo que queda cerca de mi casa y que es la que uso habitualmente si tenían algún servicio expreso. Me dijeron que sí, aunque costaba un poco más que el servicio común. Me pareció razonable el sobrecosto.

Todo iba bien hasta que la señora del correo me dijo: "como es un envío expreso, debe ir certificado. Eso quiere decir que lo debe recibir el propio destinatario y firmar la constancia de recepción, previa identificación con un documento. No lo puede firmar otra persona". Cuando le pregunté qué pasaba si el cartero iba cuando el destinatario no estaba, me dijo que regresaban al día siguiente y si de nuevo no estaba el destinatario, devolvían el sobre al remitente. O sea, a mí.

"Qué cosa más ilógica", contesté. Le aseguré que confiaba en el correo y que yo estaba segura de que el sobre iba a llegar a las manos correctas aunque el destinatario no firmara, aunque lo pasaran bajo la puerta de su casa. Es más, aseguré que estaba dispuesta a firmar una declaración que dejara constancia de mi renuncia a esa obligación, que me bastaba con que los documentos llegaran a la dirección indicada. La respuesta fue que no, que eran normas internacionales del país de destino, que ese era el procedimiento y que era inamovible.

Descarté el correo y consulté en una empresa de mensajería privada. El precio por el mismo envío era más de cien soles (más de treinta dólares), ¡por dos papeles que no pesan ni 50 gramos! Además, las condiciones eran las mismas: el destinatario debía firmar sí o sí, el mensajero iba dos veces y si a la segunda vez no estaba la persona que debía firmar, el sobre regresaba a mis manos. Tiempo y dinero al agua.

Hablé con el destinatario, me dijo que le era imposible estar "retenido" en su casa u oficina a la espera del cartero o el mensajero. Estuvimos de acuerdo en que es un requisito innecesario, así que la decisión final fue enviar los documentos por correo normal, común, sin certificar.

Como nunca antes, el envío demoró casi dos meses en llegar a su destino. Para mi buena suerte, otra persona conocida viajó a esa misma ciudad y me trajo el sobre de vuelta, con lo que me ahorré los dos meses de espera para la respuesta.

Realmente, no tiene sentido que el destinatario en persona deba firmar la constancia de entrega.

miércoles, 7 de octubre de 2015

¿Vamos al cine?

A continuación presento un relato enviado por alguien que lee este blog y comenta con frecuencia. Se animó a mandar este texto para que yo lo publique.
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Soy de la generación que vio la llegada de la televisión, en blanco y negro por supuesto. El cine era nuestra principal distracción, y a la sección del periódico que publicaba el listín de películas, cines y horarios, la llamábamos "la página cultural".

Vimos El Padrino con Marlon Brandon en la mezzanjne del cine Alcázar (hoy un moderno multicines) y La Novicia Rebelde en el cine Roma (hoy una oficina estatal). Recuerdo esos cines de barrio que ahora son templos evangélicos.

Cuando estrenaban una película de esas famosas y esperadas, íbamos a partir de las 11 de la mañana a hacer cola para conseguir las entradas, y ya volvíamos tranquilos a la hora de la función. Nadie se metía en la cola y todo el mundo respetaba asientos y horarios.

¿Por qué me vienen esos recuerdos que mi nieto consideraría prehistóricos? Porque la vida cambia día a día, y ahora todo es más fácil. Se acabaron las colas de las 11 de la mañana, ahora compras las entradas por internet, escoges tu asiento y llegas al cine a la hora señalada.

Lo bueno es que la televisión y los videos no han llegado a desplazar el inigualable placer de ir al cine. Cambiados, modernos, pero acogedores para entrar con la canchita saladita y crocante. Como ese inolvidable Cinema Paradiso, donde Alfredo enseñó a Totó a proyectar los rollos de esas entrañables películas en blanco y negro que ahora son verdaderas reliquias para los cinemeros. Y para escuchar esas frases célebres que alguien tuvo la excelente idea de escribir en las columnas de un gran complejo de cines ubicado frente al mar limeño.

¿Vamos al cine?

¡Vamos!

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Prepotencia

Hace algunos días, tuve que ir a la sede gremial de los abogados de Lima para actualizar mis datos y sacar el nuevo carné, documento necesario para cualquier trámite relacionado con la profesión.

Previamente me había informado la fecha en que me correspondía ir, de acuerdo a la letra inicial de mi apellido paterno. El horario de atención era de 10 am a 2 pm y de 4 pm a 8 pm. Como dicen que al mal paso hay que darle prisa, decidí ir el primer día que me correspondía según el cronograma y a las diez de la mañana.

Llegué un poco antes de la hora que tenía previsto llegar, y encontré que ya había unos diez abogados antes que yo.  Ni modo, a esperar nomás. De todas maneras, se veía que todo era ordenado y que la fila avanzaba rápido.

En menos de 20 minutos, ya estaba yo sentada frente a la atenta señorita que empezó a tomar mis datos: dirección, teléfono, correo electrónico, lo habitual. Eran tres muchachas las que hacían esa labor simultáneamente, éramos tres los abogados que absolvíamos las mismas preguntas al mismo tiempo, sentados casi codo con codo por lo estrecho del espacio.

En el instante en que la muchacha se alistaba para preparar la cámara con la que iba a tomarme la foto, etapa con la que el proceso quedaría completado, el sistema dejó de funcionar. Lo mismo ocurrió con las otras dos computadoras, así que ahí quedamos, tres abogados sentados frente a una camarita minúscula que desde su lente igualmente mínimo parecía sacarnos la lengua socarronamente como diciendo: "justo cuando creías que todo terminó, ja, ja".

En ese momento, ya era cerca de las 10:30 am. Las tres atentas muchachas empezaron a llamar por teléfono a un invisible y ausente señor Rolando, que les daba una serie de indicaciones que no surtían efecto alguno.

Cerca de las 10:45, entró una mujer dueña de una actitud desagradable desde el inicio. Metió la cabeza y a voz en cuello dijo: "a ver, yo tengo cita a las 11 am para actualizar mis datos y no tengo tiempo que perder". Faltaban aún 15 minutos, y como nadie le hizo caso, dijo con un tono de voz algunos decibeles más alto: "señorita, ya saqué cita para que me atendieran a las 11 am porque tengo cosas que hacer".

Para mí, primera noticia que la cosa era con cita y se lo pregunté a la chica que tenía en frente de mí. Me dijo que sí, que había opción de sacar cita de atención, pero que al final la atención terminaba siendo por orden de llegada.

Llegado este punto, ya eran varios los que alegaban tener cita a las 11 am, y la mujer prepotente volvió a intervenir: "yo he llegado primero, estoy muy apurada". Fue ahí que la miré bien por primera vez, y francamente no la vi con apariencia nada apurada: vestida con ropa deportiva que hasta manchas tenía, una cartera que más parecía de una universitaria desarreglada. Sí, tan apurada estaba que ni tiempo se dio de peinarse.

Volvió a hablar: "señorita, ¿falta mucho? Ya son prácticamente las 11 de la mañana". La mujer trató de explicarle lo de la falta de sistema, pero la prepotente interrumpió: "ese no es mi problema, yo no tengo tiempo que perder".

A ese punto, ya mi poca paciencia se había acabado:
- ¿Sabe qué, señora? Los tres estamos acá sentados desde hace 20 minutos esperando que regrese el sistema, que se fue a dos segundos de irnos, y no ve que ninguno de nosotros esté reclamando tanto.
- Ese no es mi problema, yo defiendo mis derechos y los de nadie más.

¿Y así es abogada, una que no defiende a nadie?, pensé. Supongo que lo mismo pensaron todos. Y ahí dije: "Pues acá somos 50 personas y TODAS defendemos los derechos propios y los de nadie más. Entre abogados te veas, ¿no?"

El abogado a mi costado le dijo: "Eso no es defender sus derechos ni los de nadie, señora. Lo suyo se llama prepotencia". Conciliadoramente, una de las chicas le aseguró a la mujer que sería la siguiente en ser atendida en cuanto volviera el sistema.

Como si fuera una palabra mágica, el sistema regresó en ese preciso instante. Los tres terminamos esa escena casi sacada de "El ángel exterminador" y nos fuimos. A la mujer la estaban atendiendo cuando miré por última vez.

Como siempre, una vez más los prepotentes, los tramposos y demás perlas se salieron con la suya.

martes, 15 de septiembre de 2015

La sombra atemorizante

Esta es otra historia real, que ocurrió hace algunos años.

La casa donde crecí tenía dos pisos. La ventana de una de las habitaciones del segundo piso daba a un techo de calamina que protegía una habitación que originalmente había sido jardín y que luego fue convertida en un pequeño cuarto de estar.

Por esa ventana también se veía el jardín de la casa que estaba detrás de la nuestra por donde ocasionalmente veíamos a lo lejos a diferentes personas pasar caminando. Desde nuestro segundo piso y desde su jardín, estábamos a buena distancia.

Por alguna razón ancestral traída quizás desde su Iquitos natal, la tía Angelita apoyaba un trozo de madera largo, como de medio metro de largo, en la pared de esa habitación y la calamina. La vara de madera quedaba entonces inclinada y al aire libre, apoyada en uno de sus lados en la pared, en el otro en la calamina. El uso que se le daba a la vara así inclinada era el de un tendedero improvisado de ropa muy chiquita, sobre todo toallas pequeñas.

Un día cualquiera, en un momento en que ya no es de día pero tampoco es de noche, cuando hay luz afuera pero dentro de las casas ya hay que tener la luz prendida, tuve la intención de entrar a ese cuarto para buscar algo. Era cosa de entrar y salir, no pensé en ningún momento en prender la luz pues sabía de memoria dónde estaba lo que necesitaba.

Cuando llegué a la puerta, noté que por la ventana, por esa misma ventana donde todos los días la tía Angelita colgaba y descolgaba sus toallitas y pañuelos había alguien al acecho. Desde mi posición lograba ver una sombra, estaba segura de que era una mujer pues tenía pelo largo que ondeaba al viento.

Me quedé petrificada de espanto. De mi boca no pudo salir sonido alguno. Mis pies se quedaron pegados al piso. Hasta el cerebro se me paralizó. No sabía qué hacer. Deben haber sido apenas dos segundos, pero se sintieron eternos.

Finalmente, sin emitir sonido, retrocedí sobre mis pasos y bajé al primer piso muerta de susto. Le conté a mi hermana y el impulso inicial fue no decir nada. Luego lo pensamos mejor, nos dimos cuenta de que no era muy lógico que hubiera una mujer agazapada sobre el techo de calamina. ¿Cómo podría haber llegado ahí sin que se la oyera? Además, ¿qué hacía mirando una habitación vacía sin luz? Con toda certeza, muy poco sería lo que podría ver.

Nos armamos de valor y subimos. Era un valor muy precario, porque al menos yo tenía el corazón latiendo a mil por hora.

Al llegar al mismo punto en que yo había visto a la mujer con el pelo al viento, vi que seguía ahí. Inmóvil, mirando. En un arranque de valor, alguna de las dos prendió la luz. La mujer misteriosa no hizo el más mínimo movimiento al verse atrapada.

Ya con la luz prendida, nos empezamos a acercar y del susto más grande pasamos a la carcajada más sonora. La misteriosa mujer agazapada, la sombra que acechaba, esa intrusa a punto de entrar a la casa por una ventana del segundo piso que se había trepado al techo de calamina de manera incomprensible era una de las tantas toallitas de la tía Angelita. El viento la había hecho volar, la había movido de su posición original hasta ponerla como peluca del palo diagonal.

Ahora que lo pienso, no sé qué hubiéramos hecho si realmente hubiera sido una mujer agazapada, una intrusa a punto de entrar a la casa.
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Feliz día de la independencia a mis amigos mexicanos, chilenos y costarricenses que en estos días celebran un nuevo aniversario nacional.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Permitido renegar

Esta es una entrada apta para renegones. Y ya que estamos en MI espacio virtual, me permitiré renegar con relación a algunas cosas que en la vida real debo dejar pasar en aras de la convivencia y la buena vecindad.

Son varias cosas las que no soporto, y encabezan la lista las quejas por el calor o el frío que hace, según sea la época del año. Lima tiene su cuota de frío, y aunque numéricamente los índices no son muy bajos, la humedad que impera hace que sienta más frío. Un invierno frío no llega más abajo de 13°C, que ya es extremo. Si el termómetro marca menos que eso, es noticia de primera plana. Claro, hablo de Lima, y como para muchos el mundo es Lima y el resto del Perú no existe, vemos titulares como "Lima soportó temperatura de 14°C". Cuando leo eso, lo primero que viene a la mente es el frío gélido con -14°C y hasta menos que mata personas en Puno. Pero no, lo que importa es que Lima soportó 14°C, sin el signo negativo adelante.

Entonces, se oye a mucha gente decir "pobres niños que deben esperar su movilidad escolar tempranito en la mañana con ESTE frío". Nadie piensa que los todos los niños de Puno deben caminar kilómetros enteros congelándose, no en un vehículo que los lleve al colegio, y sin ropa adecuada durante todo el año escolar, no durante algunas escasas semanas de todo nuestro invierno.

Y si la fuente del frío es el aire acondicionado y no el clima exterior, eso sí está bien, aunque el aparato marque una temperatura menor a la habitual de Lima. No, ahí nadie se queja, al contrario, piden que lo pongan más alto, es decir, más frío.

Algo similar pasa con el verano. Acá un verano caluroso puede estar entre 29 y 30°C, y de nuevo, la humedad hace que la sensación aumente dos o tres grados. No digo que sea poca cosa, pero tampoco es para tanto. Pero la gente se queda paralizada porque "con este calor, no provoca hacer nada". No claro, salvo ir a la playa a achicharrarse sin una gota de sombra en la cabeza. Eso sí provoca.

Y conforme se acerca marzo, el clamor cada vez más frecuente es "por Dios, ¿cómo pueden estudiar los chicos con ESTE calor?", refiriéndose al mismo calor anhelado para ir a la playa donde, como ya dije, ni un trocito de techo protege a los alegres concurrentes. Nuevamente olvidan que todo el año, no el escaso mes y medio que hay entre el inicio de clases y el fin del calor que tantas quejas despierta, los escolares de nuestra región amazónica deben ir al colegio todos los días de su vida escolar con temperaturas largamente superiores a 30°C. Pero como eso no es Lima, es casi como si no existiera. Ya anuncian Fenómeno de El Niño para este verano 2015-2016. La última vez que el majadero niño asomó por estas tierras, la temperatura en Lima llegó a 35°C, y a más de 40°C en el norte del Perú, que es donde más afecta.

Por favor, paren el mundo que me quiero bajar. O me voy a querer bajar los primeros meses de 2016.

De otro lado, las quejas del tráfico ya son lugar común. "Con este tráfico, no dan ganas de salir". O sea, ya tenemos que con el frío no dan ganas de hacer nada, que tampoco dan ganas de hacer nada con el calor... ¡y tampoco con el tráfico! Pero la cantidad de autos que hay en la calle, haga frío o haga calor, desmiente esto, obviamente.

Si la gente que tiene carro lo dejara estacionado de vez en cuando y caminara cuando la distancia no es larga, o si tomara un bus cuando no hay mucha prisa, otra sería la historia. Y que no me vengan con que "es que en Lima, el transporte público es terrible", porque bien que millones de limeños lo usan todos los días y ahí van. Además, de vez en cuando, no hace daño ser peatón y recibir una dosis de realidad.

Por último, último por esta vez porque la lista de lo que me hace renegar es mucho más larga, tenemos a la gente que va por la calle sin despegar los ojos de los 60 cm2 de la pantalla de su teléfono, que como va en su propio mundo, no sabe ni dónde pone el pie en el siguiente paso. Pero ¡ay de ti! si los chocas, ¿cómo no me has visto? Oye, si en vez de mirar obsesivamente ese rectangulito miraras por dónde vas, te evitarías problemas.

Y no me vengan con que es una nueva generación y hay que entenderla, porque esta conducta la veo en gente de todas las edades. Simplemente no puedo creer que haya personas tan, pero tan ocupadas que no pueden dejar de estar al tanto de lo que pasa en el ciberespacio ni un segundo. No creo que Barack Obama ni Ban Ki Moon vayan por ahí sin despegar los ojos de la pantalla de su teléfono "inteligente". No, no es característica generacional, es escasez neuronal.

Acá termino la racha de esta vez. Ha sido terapéutico descargar la mochila, y lo será más si consigo que alguien reflexione. Eso ya sería demasiado pedir, pero ¿por qué no?

viernes, 28 de agosto de 2015

Hombres rudos al rescate

Yo tendría unos doce o trece años, no lo recuerdo muy bien. Lo que sí recuerdo muy bien es que era verano y hacía calor.

Esa tarde de verano, en plenas vacaciones escolares, mi mamá debía llevar el carro a pasar el trámite de la revisión técnica. Era un trámite relativamente fácil, pero se hacía pesado pues eran contados los lugares autorizados para hacerla y todos quedaban lejos y en lugares que yo calificaría como poco seguros. Pero las disposiciones hay que cumplirlas, así que no había vuelta que darle.

Fui con mi mamá esa tarde. El carro estaba en buenas condiciones, a pesar de que no era nuevo, pues previsoramente, se le hacía pasar por una revisión técnica previa con el mecánico de toda la vida que lo dejaba a punto para pasar la revisión oficial con una nota sobresaliente.

El lugar elegido para la revisión fue el local que quedaba más cerca de donde vivíamos en ese tiempo. Así que para allá fuimos. Al llegar, pensamos erradamente que estábamos al final de la fila de autos, así que nos pusimos en lo que creíamos era el lugar que nos correspondía. A los pocos minutos, vino un señor que nos indicó con buenas maneras que la cola no terminaba ahí, sino mucho más atrás.

Con resignación, mi mamá emprendió la marcha hacia el lugar correcto. Salió de nuevo a la pista, que no era pista propiamente, pues en realidad era un piso de tierra lleno de irregularidades. Llegado un punto, debía retroceder para retomar el camino, y para mala suerte, una de las llantas traseras se quedó metida en un hueco que se no veía, justamente porque el piso era sumamente irregular.

¿Qué hacer? Acelerar no fue la solución, el hueco era muy grande y la potencia no era suficiente para hacer salir el vehículo de donde estaba. Así que la única solución posible era recurrir a un servicio de grúas que venía al rescate luego de una llamada telefónica.

No eran tiempos de celulares. Eran tiempos de teléfonos públicos, de tiendas de barrios que alquilaban el teléfono. Recordemos que no era una zona muy segura, pero mi mamá no tuvo más remedio que salir a buscar un teléfono para llamar al servicio de grúas o a alguien que acudiera en su auxilio. Me dejó dentro del carro cerrado, me entregó la llave y se fue.

Recuerdo que la vi partir hacia la avenida importante que estaba a una cuadra del lugar de los hechos. Recuerdo no haber sentido nada de miedo, nada de aprensión. Simplemente me senté a esperar.

No habían pasado ni cinco minutos, cuando un hombre rudo y bastante mal encarado se acercó al carro y me preguntó qué había pasado. Le contesté desde mi sitio que la llanta de atrás se había metido a un hueco, y él se fue a analizar la situación. Volví a ver su cara por la ventana y me dijo: "no te preocupes, acá lo solucionamos. ¿Tienes la llave?"

Sin dudarlo un segundo, se la entregué. Inmediatamente, el hombre dio tres gritos y aparecieron tres hombres más, que casi parecían gemelos del primero.

Me preguntaron si tenía gata*, y les dije que miraran en la maletera. La abrieron con la llave, sacaron la gata con el aparato y levantaron el carro por un lado. Entonces el primero de los hombres rudos se subió al carro y lo prendió. Aceleró, pero no pasó nada. Así que de la nada, dos de los otros hombres sacaron dos gatas y las acomodaron en otros dos puntos del carro. El primer hombre rudo, que en ningún momento se bajó del carro, volvió encenderlo y aceleró.

Esta vez sí, el auto avanzó y salió del hueco. Los hombres rudos recuperaron sus gatas, guardaron la que habían sacado de la maletera y el primer hombre rudo me devolvió las llaves. Recién ahí me preguntó por qué estaba sola en ese sitio, y le conté la historia de la revisión técnica y la confusión de la fila.

El hombre se bajó, no sin antes ponerle seguro a la puerta. No lo vi más, ni a ninguno de los otros hombres rudos.

En ningún momento sentí el más mínimo temor, a pesar de que la zona no era nada segura, de que el aspecto de los hombres era temible, de que tuvieron las llaves del carro en la mano por un rato. A pesar de todo, no dudé de ellos ni por un instante.

A los pocos minutos, apareció mi mamá. Venía a decirme que no había encontrado ningún teléfono y que no sabía qué hacer. Grande fue su sorpresa al ver que el carro ya estaba fuera del hueco. Más grande aun cuando le conté cómo había sido. El remate fue cuando, nuevamente de la nada, apareció un hombre nada rudo y le dijo que se pusiera en el primer lugar de la fila y que pasara la revisión técnica de una vez.

A veces los ángeles vienen mal vestidos, con aspecto rudo y hablando a gritos.

* Es como llamamos en el Perú a lo que en otros países conocen como gato o gato hidráulico.

jueves, 20 de agosto de 2015

Visitando la iglesia

Hace pocos días, tuve una reunión a la que debía llegar puntualmente a las 11 de la mañana. Como no hay un lugar donde esperar, la recomendación que me dieron fue que no llegara con más de 15 minutos de anticipación.

Como soy casi patológicamente puntual, siempre prefiero llegar antes de la hora. Pero esta vez mi previsión fue demasiada, y estuve en el lugar 40 minutos antes de la hora fijada. Tenía que buscar qué hacer en ese lapso.

Muy cerca de mi lugar de destino hay una iglesia. Es una iglesia grande, un importante punto de referencia para la zona. Además está muy unida a mi propia historia pues ahí se casaron mis papás, fue donde hice mi primera comunión y mi confirmación. También en esa iglesia, como parte del coro del colegio, asistí a varias primeras comuniones de promociones menores a las mía.

Casi sentí que la iglesia me llamaba, por lo que decidí entrar para cubrir los largos minutos que tenía por delante.

La iglesia estaba casi a oscuras, pero había algunas personas adentro. Casi todas eran señoras con varias décadas a cuestas, Se respiraba paz y tranquilidad en el ambiente, todo muy distinto a lo que pasaba puertas afuera, donde las bocinas de los carros y los ruidos de sus motores son siempre la norma. Ese ruido se colaba por rendijas cada vez que alguien entrada a la iglesia.

Al mirar el largo camino que separa la entrada de la iglesia de la primera fila de bancas, me fue inevitable pensar en mi mamá haciendo ese recorrido del brazo de mi abuelo de ida y de regreso tomada del brazo de mi papá. Me trasladé en el tiempo y recordé mis nervios el día de mi primera comunión, y el día de la confirmación, tomada con bastante más calma. Cómo no evocar las veces que el profesor de música se desesperaba cuando el coro iba una velocidad mayor a la deseada, pues nuestros ensayos eran con piano y en la iglesia debíamos cantar al ritmo más lento del órgano.

Cuando me di cuenta, estaban prendiendo las velas del altar. Supuse que una misa estaba a punto de empezar. Miré el reloj. Tenía exactamente diez minutos para llegar al lugar de mi reunión. Tiempo de sobra para caminar la distancia de dos cuadras.

Recorrí esas dos cuadras sin apuro y con la sensación de haber viajado en el tiempo, dentro de una nave cuya tranquilidad y calma me habían invitado a recorrer diferentes etapas de mi historia desde una perspectiva insospechada.

martes, 11 de agosto de 2015

Compartida la vida es más burla

La historia que cuento a continuación ocurrió tal cual narro acá y doy fe de cada una de las situaciones absurdas que contiene.

Me vi en el penoso deber de cancelar un celular por fallecimiento de su titular. Era un deber penoso, no solamente porque el motivo de dar de baja ese teléfono era una muerte, sino porque solamente de pensar en enfrentar a la empresa que dice que compartida la vida es más ya es un dolor de cabeza.

Lo primero era averiguar los pasos para el trámite. Así que opté por lo lógico y llamé a su central de información. De desinformación sería mejor decir. Después de una espera sorprendentemente breve, una operadora me contestó:
- Buenas tardes, ¿con quién tengo el gusto?

No sé qué costumbre es esa de pedir el nombre de quien llama en vez de preguntar cuál es el motivo de la llamada. Así que obviando la pregunta, pregunté a mi vez:
- Por favor, ¿me puede decir cuáles son los pasos para cancelar la línea celular de una persona por fallecimiento?
- Claro, debe acercarse a una de nuestras oficinas con la partida de defunción original y su DNI.
- ¿Cualquier persona puede hacer el trámite? ¿No tiene que ser un familiar directo?
- No, no, solamente partida de defunción original y su DNI.

Demasiado fácil, es lo que debí sospechar. Como abogada, debí saber que no era nada lógico. Pero creyendo que compartida la vida es más (¿más qué? Vaya uno a saber) pensé que esta empresa había facilitado la vida a la gente.

Ingenuidades que a veces uno tiene...

Con la partida original y mi DNI, fui a la oficina más cercana, que felizmente es de verdad muy cercana. Pasé por la infame inspección de la recepcionista, que me dio un papelito con una letra y un número y a esperar se ha dicho. Felizmente en menos de 10 minutos, vi mi letra y número en una pantalla. Me sentí como la ganadora de la lotería.

Dije a qué iba y a la pregunta "¿trajo la partida de defunción?", mostré los documentos que tenía en la mano. Después de una breve revisión, me respondieron "¿no es familiar directo? Falta entonces una carta donde uno de los familiares directos le autoriza a hacer el trámite". De nada sirvió decir que la central de (des)información me había dado mal los requisitos a pesar de mi pedido de aclaración. La mujer no salió de decir que no era lógico. Pues no, fue lo mismo que yo pensé:
- ¿Está segura de que solamente necesito esa carta de autorización simple? ¿No me van a salir después con que tengo que traerla con sello de siete notarios de diferentes provincias del Perú e impresa en tinta magenta?
- ...

Al día siguiente regresé con los mismos papeles más la carta de autorización. De nuevo repetí los pasos del día anterior y todo salió bien. O eso parecía. Me aseguraron que el teléfono ya no tenía línea, que estaba cancelado, que ya no podía hacer ni recibir llamadas. Yo les creí. Ingenuidades que uno insiste en tener...

Oh, sorpresa, el teléfono seguía con línea. Y al día siguiente también. Al subsiguiente, igual. Entonces llamé a la central de desinformación a ver si me podían ayudar. Después de una breve espera y de dar mi discurso lo más breve posible, la mujer me dijo que me iba a regresar al menú y que yo debía marcar la opción 6.

Grande fue mi sorpresa, mi disgusto y mi molestia cuando comprobé que el menú solamente tiene tres opciones. Sí, TRES y que además NINGUNA era para celulares, pues en este orden son para telefonía fija, internet y televisión por cable. Como no marqué nada, me contestó otra recepcionista a la que le conté el rollo y ella me insistió: "tiene que marcar la opción 6":
- ¿Pero no oye que le estoy diciendo que solamente hay tres opciones y que ninguna es para telefonía celular?
- Tiene que colgar y...
- ¿Sabe qué? Con muchísimo gusto le cuelgo en este instante.

Así que emprendí nuevo viaje a la oficina de la empresa de telefonía que dice que compartida la vida es más y de nuevo a lo mismo: papelito numerado, esperar a ganar la lotería y pasar a la ventanilla que corresponde:
- Hace tres días cancelé este teléfono. Me dijeron que la cancelación era instantánea, pero el teléfono sigue con línea. Lo último que queremos todos es que se venza el mes y se genere un recibo que haya que pagar.
- Es que no es instantáneo, demora cinco días hábiles.

A los cinco días hábiles, el teléfono seguía con línea. Nueva visita a la oficina de la empresa, nueva consulta, nueva respuesta:
- El teléfono ya está cortado en el sistema. Si le llegara un nuevo recibo, la empresa lo asumiría pues en el sistema el servicio ya está dado de baja. Así que no se preocupe.

¿Debería creerlo? A esas alturas, ya había dejado atrás la ingenuidad.

lunes, 3 de agosto de 2015

Crónicas de viaje: La pampa del puente

Chisporrotear. Conocía la palabra, la había leído y oído muchas veces. Pero nunca había oído chisporrotear hasta hace muy pocos días, en un viaje mágico que hice aprovechando los feriados de Fiestas Patrias.

Todo empezó con una pregunta: "¿vamos a Chacapampa para Fiestas Patrias?", que superada la flojera inicial que despertó fue respondida con "ya, vamos".

Partimos la madrugada de un sábado en caravana con una familia que nos acompañó en la aventura, y después de compartir la Carretera Central con otros vacacionantes que huían de la capital, llegamos a Chacapampa justo a la hora del almuerzo.

Dividimos el tiempo entre conocer los alrededores del Fundo Chacapampa, los pueblos andinos cercanos, de sentarnos alrededor del fuego de la hoguera y de oír chisporrotear la leña de eucalipto que nos procuró un ambiente abrigado en las frías noches. Frías solamente cuando estábamos afuera, pues en el interior de la casa todo lo que había era calor de hogar. Literalmente.

Disfrutamos de desayunos con miel de abeja producida en el fundo, acompañada de jugos de la fruta más fresca que jamás probé y de pan recién horneado que me hizo acordar al que hacía la tía Angelita. Uno cree que se olvida de los sabores, pero pude darme cuenta de que no es así. Los almuerzos fueron variados, pero el más memorable fue la pachamanca que degustamos el último día, donde pudimos ver cómo se prepara este plato tan nuestro, con piedras precalentadas que se colocan en la tierra.

Las tardes transcurrían sin prisa, escuchando las historias de don René, que nos regaló el honor de compartir su cumpleaños con nosotros nada menos que el 28 de julio, la fecha central de nuestras Fiestas Patrias. Las noches eran estrelladas, algo que en otras latitudes es normal y que los limeños no disfrutamos por lo nublado y encapotado que siempre está nuestro cielo. Ver la luna llena era un espectáculo que bien merecía aguantar el frío por un momento.

Así pasaron mis Fiestas Patrias, entre lunas llenas, lunas azules, estrellas, cielos azules, pachamanca, risas entre amigos, historias de toda índole, paseos bajo el inclemente sol serrano meridiano y con muchas ganas de volver a Chacapampa, la pampa del puente, según me dijeron.

viernes, 24 de julio de 2015

La alumna más joven

Va otra historia prestada.
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Ella va muy compuesta y arreglada. Siempre va así, en verdad. Ingresa al salón de clases y se sienta en la primera fila. Está lista para empezar.

Aunque no conoce bien el curso, escucha y observa con atención lo que ahí ocurre. La profesora ya está ubicada al frente de los alumnos, empieza la clase.

En realidad, al cabo de muy poco rato comienza a distraerse. La profe dice cosas raras, los otros alumnos preguntan, algunos conversan y se ríen. La profe por ratos se pone seria, pide silencio. Otras veces escribe en la pizarra o mira unos apuntes antes de seguir hablando.

Ella mira por todos lados, de pronto recuerda algo. Se pone sus lentes, busca su cuaderno y sus colores y comienza a hacer lo que más le gusta: dibujar. Y mientras la profe sigue hablando, ella la dibuja en su cuaderno. La profe es igualita a su mamá. Por eso en un momento se olvida que está en clase y la llama, ¡MAMI!

La profe con un gesto le dice, ¡espera!

La alumna más joven de la universidad tiene siete años y anteojos. Esta vez acompañó a su mamá por motivos de horarios y prisas. Y no lo ha pasado mal, ella misma no nos dejaría mentir. Siempre se puede dibujar, piensa.

Termina la clase y la alumna más joven se va del salón de la mano de su mamá.

Ella piensa, esto es divertido, volveré.
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Los peruanos celebramos este 28 de julio nuestras Fiestas Patrias, 194 años de independencia. ¡Feliz cumpleaños, Perú!