lunes, 28 de octubre de 2013

¡Pobre noviembre!

El otro día entré a un autoservicio a comprar algunas cosas sin importancia. No me imaginé lo que encontraría.

Desde que puse el pie dentro de la tienda percibí el inconfundible sonido de las típicas campanitas navideñas. Cuando miré hacia mi izquierda, detrás de la zona de las cajas, lo único que mis ojos lograron ver fueron árboles de Navidad, adornos para árboles de Navidad, muñecos de Papá Noel en todos los tamaños y colores, hombres de nieve, guirnaldas, tarjetas de saludo, papeles de regalo, cúpulas de las que cae la nieve cuando se les da la vuelta. En fin, Navidad por todas partes.

Pero, ¿qué pasa? Todavía estamos en octubre... ¿y ya nos están metiendo la Navidad por todos lados? Ya me dirán que es la época del año en que más se vende, pero claro que sí. ¡Si dura casi tres meses!

Nada haría más feliz a los comerciantes que pasar de la campaña de Fiestas Patrias, que en el Perú se celebran a fines de julio, a la Navidad. O sea, una campaña de agosto a diciembre, medio año de campaña navideña. Que hasta se sentiría más acorde con todo porque en julio en Lima sí hace el frío que en diciembre ya se fue.

Este es uno de los motivos por los que el Ebenezer Scrooge mezclado con el Grinch que andan agazapados en algún lugar de mi mente afloren con toda fuerza. Nos quieren hacer creer que es la época más feliz del año y se mira raro a quienes piensan diferente.

El más afectado es el pobre noviembre. Lo han dejado sin personalidad. A este paso, octubre es la próxima víctima.
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Esta es la entrada número 300 de Seis de enero. Gracias por estar ahí.


martes, 22 de octubre de 2013

3,499 piezas

Hace algunos años descubrí que me gusta armar rompecabezas. En más de una ocasión me he pasado horas enteras dedicada a la ardua tarea de encajar pequeñas piezas de rompecabezas enormes. Es una alegría inmensa encontrarle sitio a las piezas, una por una. Y no hay posibilidad de equivocarse pues si la pieza no está en su lugar, simplemente no encaja. Aunque parezca que ese ES su sitio.

El primer rompecabezas que armé en esa racha fue uno de 3,500 piezas. La imagen era un faro rodeado de árboles con una colina al fondo. Todo un reto, comenzar en algo que requería de tanta precisión rodeada de piezas tan chiquitas.

Empecé por ubicar las esquinas, luego los bordes y después procedí a armarlo desde la parte de arriba, desde el cielo, hacia abajo. Previamente había separado por grupos las piezas que correspondían al cielo, a la colina, al faro, al mar y a las plantas. Por eso fue relativamente fácil ver más o menos por dónde iba armando.

Era emocionante ver crecer la cantidad de pequeñas partecitas completando un todo enorme. No puedo precisar cuántas colocaba cada día, pero el avance era notorio.

Pasaron casi tres meses, con sus días y sus noches. Casi sin darme cuenta, podría decir. Y cada vez quedaban menos piezas sueltas por encajar.

Así avanzaron los días hasta que llegó el momento en que podía contar cuántas piezas quedaban sueltas y cuántos lugares vacantes quedaban en el cuadro que ya estaba formado casi en su totalidad. Y fue ahí que vino el sobresalto, pues no importaba cuántas veces contara, siempre faltaba una pieza. Por más que pensé dónde pudo haberse perdido la pieza 3,500, no logré encontrarla. Es más, sabía que era un ejercicio inútil porque era difícil, imposible incluso, saber en qué parte quedaría el ten temido agujero delator.

Sin perder el entusiasmo, coloqué la pieza 3,499 y fue un gran alivio comprobar que la inquieta pieza perdida era totalmente negra. Me fue muy fácil completar el agujero negro de mi rompecabezas de 3,500 piezas.

Incluso ahora, me cuesta trabajo encontrar dónde quedó el parche que permitió que mi obra se exhibiera sin problemas. Me gustaría pensar que la pieza 3,500 está agazapada con alguna amiga que la convenció de escapar.
Helas aquí, las 3,499 piezas

martes, 15 de octubre de 2013

Sobre la felicidad

Después de mucho pensar, he llegado a la conclusión de que la felicidad es un estado de ánimo más que un estado permanente.

Felicidad es que el timbre de la casa suene inesperadamente un domingo en la noche y que del otro lado de la puerta, una exvocecita te salude con esas tres letras que son casi su propiedad exclusiva.

Felicidad es que una pequeña quiera sentarse a tu lado en un almuerzo donde todo el mundo quiere tenerla cerca y que además se pase todo el rato hablando contigo.

Felicidad es recordar a tu hermano mayor cantando que la felicidad es tener una hermana. Él tenía dos, tal vez era doblemente feliz.

Felicidad es recordar a tus hermanos sentados en el suelo, mientras el más grande le enseña a leer a la más chiquita que recién está en sus primeros días de colegio.

Felicidad es ver a dos amigas que se conocen hace más años de los que les gustaría reconocer abrazarse en el aeropuerto el día que una de ellas llega de visita a casa de la otra.

Felicidad es caminar por la calle sin prisas, es prender el televisor y encontrar que están dando un programa que no te querías perder por nada del mundo, es encontrar el mensaje de un amigo que solamente te dice que quiere saludarte, es encontrar el regalo perfecto para alguien cuyo cumpleaños es dentro de tres meses, es hablar por teléfono con una persona que has conocido a través de un blog y a quien llamas amiga.

La felicidad, ese bien esquivo.

domingo, 6 de octubre de 2013

Disparejas y perdidas

Es un misterio universal, que no conoce fronteras. He leído al respecto en artículos con toques de humor. He oído sobre esto en programas cómicos provenientes de diversas latitudes. También ha ocurrido en mi casa, y eso hace que el asunto sea más misterioso todavía.

Me refiero a las medias que desaparecen cuando se van a lavar.

Muchas veces he seguido el proceso para entender en dónde es que una de las dos medias que conforman el par simplemente se desvanece. Uno se saca las medias, las dos medias a la vez. En mi caso, van a dar a una bolsa de tela que tiene un cierre y de la que no pueden salir ni aunque den mil vueltas en la lavadora. Es más, cuando la bolsa debidamente cerrada sale de la lavadora, las medias están completas. Están completas también el momento de tenderlas al sol.

El misterio surge en el momento en que las medias deben regresar al cajón donde esperarán que las escojamos de nuevo para volverlas a usar. Es ahí donde el número de medias, que en en todo ese proceso se contaba de dos en dos, se vuelve impar.

Puedes buscar hasta cansarte en todos los sitios lógicos, en los ilógicos, en los probables y en los improbables. Podrás mirar dos, tres y más veces en los mismos lugares y tu búsqueda será infructuosa. Simplemente te resignas a tener una media impar o la terminas emparejando con una de color casi idéntico que tiempo antes había quedado misteriosamente sin pareja.

Cuando ya ni te acuerdas del asunto, abres un cajón en donde no habrías buscado jamás la media perdida porque es un cajón que nada tiene que ver con las medias y... ¿será? Pero... ¿cómo llegó acá? Es la media pródiga, bien puesta en un lugar muy visible por el que has pasado innumerables veces desde que la media decidió fugar.

La media puede haber aparecido, pero el misterio sigue vigente. Volverá a pasar, con toda certeza. Como que con toda certeza se multiplicarán los colgadores de ropa, pero ese es otro cuento. O será como dice Seinfeld, que el día de lavado es la fiesta de la ropa y en medio de la efusión de ropa que nunca se ve porque no combinan juntas, las medias aprovechan la confusión y el barullo para escapar.

Quién sabe.