domingo, 23 de agosto de 2020

El niño y el taxi

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Era un día especial, la abuela había invitado a almorzar al nieto. Iban más personas, pero el niño de diez años era el invitado de honor.
Desde temprano, la abuela se dedicó a cocinar el plato favorito del invitado, desde la entrada hasta el postre. Los demás invitados sabían quién era la estrella y nadie lo discutía.
Cerca del mediodía, sonó el teléfono pero la abuela no tuvo necesidad de contestar, su hija estaba más cerca. Unos minutos después, la hija se acercó a la cocina y le trajo la novedad: había llamado la mamá del nieto, que por motivos de trabajo estaba fuera de su casa, en otro punto de la ciudad. Estaba tan lejos que si iba de ahí a su casa para recoger al nieto para luego ir juntos a la casa de la abuela iban a llegar muy tarde. Así que le había pedido a un taxista de toda su confianza que recogiera al niño y lo llevara a casa de la abuela, y que calculaba que ella llegaría casi al mismo tiempo que el niño en el taxi.
La abuela reaccionó inmediatamente:
- Ni hablar, yo voy a recoger a mi nieto y lo voy a traer.
La hija le dijo que eso no tenía ningún sentido, que si la mamá del niño había pensado en esa solución era porque sabía que no habría problema, que confiara que todo estaría bien. Además, le hizo ver que entre ir y venir todo se retrasaría y sería peor.
La abuela se resignó y regresó a la cocina. Sabía que mandar al niño con un taxista conocido era la mejor decisión, pero no pudo evitar preocuparse. Su único pensamiento estaba en el niño, esperaba que llegara pronto y bien. Tan concentrada estaba en eso que casi se le quema lo que tenía en el horno.
Después de media hora interminable, sonó el timbre. La abuela se apresuró a abrir y suspiró aliviada cuando el niño entró tranquilo, ajeno a las preocupaciones de su abuela, con una pelota bajo el brazo. Saludó y fue corriendo al patio del fondo a jugar un rato hasta que lo llamaran a almorzar.
Al poco rato, llegó la mamá del niño, que corrió a saludarla. Cuando vio la pelota, la mamá preguntó:
- Hijito, ¿esa no era la pelota que estaba desinflada?
- Sí. Le pedí al taxista que fuéramos a inflarla. Él mismo se bajó, la infló y me la dio --contestó el niño con una sonrisa ufana.
La abuela y la madre del niño se miraron, sin pronunciar palabra se dijeron lo mismo: "y yo preocupada por todo el asunto".

miércoles, 5 de agosto de 2020

Ronquidos

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Pedro y Ana llevan casados más de 20 años. Tienen tres hijos, les gusta su trabajo, tienen una buena rutina y se puede decir que son felices. Y es que son felices.
Según Pedro, el único defecto de Ana es que es muy renegona. Según Ana, el mayor defecto de Pedro es que ronca mucho.
Una noche cualquiera, una noche muy fría, todos en la casa se fueron a dormir. Cada uno había tenido un buen día y les esperaba una jornada llena de actividades al día siguiente.
Alrededor de las dos de la mañana, Ana se despertó sobresaltada. Un ruido fuerte la asustó. Se sentó de un golpe en la cama con el corazón latiéndole muy rápido. Pero el susto le duró poco cuando descubrió que el ruido no era más que Pedro y sus ronquidos.
Se levantó y fue al baño, tomó un poco de agua y regresó a la cama. En todo momento, los ronquidos de Pedro la acompañaron. Tenía la esperanza de que al sentirla levantarse, Pedro se movería un poco y dejaría de roncar.
Vana esperanza.
Se metió en la cama e intentó volver a dormir. Cada vez que sentía que se quedaba dormida, los ronquidos en su oreja aumentaban en volumen y le regresaban al estado de vigilia completa.
Vio la hora, 2:45 a.m. Tenía poco más de media hora tratando de dormir a pesar del concierto nocturno que había en su dormitorio. El ciclo se repitió todo el resto de la noche, justo cuando agarraba el sueño, un renovado ronquido la sacudía.
- Qué envida, ya quisiera dormir así aunque sea una vez en un año bisiesto.
Poco antes de las seis de la mañana se dio por vencida. Se levantó dispuesta a enfrentar el nuevo día. Previo paso por el baño, fue a la cocina y empezó a preparar todo para el desayuno. Le gustaban esos momentos en que veía y oía cómo el barrio despertaba.
Casi una hora después, Pedro se apareció´para tomar desayuno. Saludó, se sirvió café y se sentó a la mesa:
- ¿Cómo amaneciste? -le preguntó a Ana.
Estuvo tentada de decirle que desvelada gracias a él, pero se abstuvo.
- Bien, pensando en las cosas que hay por hacer hoy, preparada para una nueva jornada. ¿Y tú? ¿Listo para el nuevo día también?
- Pues muy mal. Me pasé la noche en vela, no pegué ojo ni un minuto. Algo que comí ayer debe haberme caído mal. Perdí la cuenta de las veces que fui al baño. ¿No te diste cuenta?
😡😠