sábado, 21 de diciembre de 2013

Colores navideños: Rojo

Siguiendo con la dualidad cromática navideña, vuelvo a publicar otra entrada de colores.
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- ¿Y? ¿Ya encontraste a tu esquiva princesa?
- No...

Antonio estaba arrepentido de haberle contado a su hermano lo que pasó ese día, hacía casi tres semanas. Ya estaba hecho y no lo podía deshacer. Ahora estaba resignado a aguantar sus burlas. En realidad, eso no le importaba tanto como encontrar a la esquiva princesa, como la había bautizado Ricardo.

Tres semanas antes, Antonio había salido a comprar a la bodega. Un repentino antojo de un chocolate lo hizo levantarse de donde estaba sentado, hojeando el periódico sin muchas ganas. Tomó unas monedas del lugar habitual en el siempre había monedas y caminó la breve cuadra que separaba su casa de la bodega de la esquina.

Sabía exactamente qué chocolate quería, pero de todas maneras paseó la vista por la parte del mostrador donde estaban expuestos todos los chocolates. En realidad buscaba uno con nombre de una ciudad italiana, con alegre envoltura roja, pero la fábrica lo había descontinuado hacía años sin ninguna explicación. Sin justificación además, porque era el chocolate más delicioso que su memoria guardaba.

En fin, se dijo, y escogió otro de envoltura roja, de sabor igualmente muy agradable. Pagó y salió.

Y ahí ocurrió.

Ella. La esquiva princesa, sentada en el asiento del copiloto de un carro rojo. Curiosamente, vestida con una casaca también roja, aunque de tono diferente al del carro. Antonio recordaba la secuencia como en cámara lenta. Fue todo muy rápido. Ni siquiera tuvo tiempo de sentirse como un tonto con el chocolate en la mano y la boca abierta, que fue como estaba en el preciso instante en que la esquiva princesa lo vio. Eso quedó para después. En ese fugaz lapso, ella se lo quedó mirando una fracción de segundo, y le sonrió en una fracción de esa fracción de segundo.

Antonio no atinó a nada. En el último instante, justo cuando el carro volteaba la esquina, su cerebro despertó. Dio una mirada a la placa, y apenas alcanzó a ver los números: 149. Un carro rojo como miles de Lima, cuya placa terminaba en 149.

Llegó a su casa como en una ensoñación, sin ser muy consciente de lo que hacía y decía. Era la única explicación que tenía para haberle contado todo a Ricardo. Eso no importaba ya.

Lo único importante era encontrar el carro rojo. Antonio no creía que fuera muy difícil. Total... sabía la marca y el modelo del carro. No tenía las letras de la placa, pero si tenía los números. ¿Cuántos carros con esa característica podía haber por ahí? No creía que muchos. Pondría manos a la obra.
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¡Feliz Navidad!
¡Y que 2014 traiga lo mejor para todos!

martes, 17 de diciembre de 2013

Colores navideños: Verde

Para estar a tono con los tiempos navideños que corren, vuelvo a publicar una entrada colorida.
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Te despertaste ese día con la sensación de estar ante un día especial. ¡Cómo no iba a ser especial! Era la primera vez que él te pedía que le cocinaras algo que le encantaba: tallarines verdes.

Una vez que te quedaste sola en la casa y te organizaste un poco, comenzaste a planificar el día.

Fuiste a la tienda a comprar todo lo necesario. No podía faltar ningún detalle. Todo tenía que ser perfecto. Escogiste la espinaca, un poco de albahaca. Un paquetito de ensalada con el cartel de "todo verde" para estar a tono.

Regresaste a la casa y pusiste manos a la obra. Lavaste bien todas las hojas, preparaste la salsa cuidando el mínimo detalle. Hasta le agregaste un poco de pecanas reservadas para una ocasión importante. Más importante que esta no podía haber.

Por otro lado, cocinaste la pasta y esperaste con paciencia hasta que estuvo a punto. Tapaste la olla, y miraste el reloj. "En cualquier momento llega", te dijiste. Recién en ese momento te diste cuenta de que el reloj que adorna tu cocina está lleno de ilustraciones de verduras y frutas.

Te sentaste a esperarlo. La radio prendida lanzaba las noticias de la hora, pero tú casi no las escuchabas. Hasta que por fin... el ruido de sus pasos, de la puerta. Te le adelantaste y la abriste primero. Ahí estaba, parado con cara ansiosa, con su chompa verde oscuro:
- Hola mamá. ¿Te acordaste de mis tallarines verdes?

domingo, 8 de diciembre de 2013

Nueve palabras castellanas (casi) extinguidas

Caí por casualidad en el blog llamado Transpremium que, como dice su propio perfil, es un proveedor de servicios que tiene por objetivo brindar traducción de calidad de textos desde y hacia árabe, inglés y francés.

La entrada que leí se titula "Nueve interesantes palabras inglesas antiguas", donde presentaba una lista de nueve palabras que han caído en desuso en inglés, con su respectivo significado. Dejé un comentario en la entrada diciendo que sería interesante tener una lista similar para el castellano y el administrador del blog me contestó que le gustaría publicarla.

Así que acá está mi lista de nueve interesantes palabras castellanas antiguas, con su respectiva definición:

1. Abeitar: engañar (ya no figura en el diccionario).

2. Acabijo: término, remata, fin (se parece a atadijo, como la tía Angelita llamaba a un pequeño atado de ropa).

3, Celícola: habitante del cielo (seguramente, la inspiración de la palabra terrícola).

4. Deliñar: aliñar, aderezar (me suena a despeinar, ¿será porque se parece a desaliñar?).

5. Estrapazar: hacer mofa y desprecio de alguien, maltratándole de obra y palabra, desdeñándole y cargándole de injurias (cuántas esdrújulas en esta definición).

6. Flagar: arder o resplandecer como fuego o llama (como un delito flagrante).

7. Maguer: ojalá (una de mis palabras castellanas favoritas).

8. Pasagonzalo: golpe pequeño dado con la mano y, particularmente, en las narices (conozco alguien a quien le causará risa esta palabra. ¿Habrá pasamarcela?).

9. Roborar: dar fuerza o vigor a algo (es prima hermana de corroborar, que sí está en pleno uso).

La sección de comentarios queda lista para recoger más palabras antiguas del castellano, si conocieras alguna.

martes, 3 de diciembre de 2013

Una simple historia simple más

Hace pocos días, fui a casa de una amiga a recoger un encargo que me había traído de un viaje del que acababa de regresar. Tal como quedamos, llegué un poco antes de las 11 am.

Toqué el timbre respectivo a su departamento del quinto piso, y si bien mi amiga no estaba, la persona que me contestó me dijo que subiera pues tenía mi encargo.

Entré al vestíbulo del primer piso con toda la intención de subir por las escaleras. Desde siempre, cuando debo subir hasta un quinto piso, prefiero usar las escaleras antes que el ascensor. Deben ser rezagos de tiempos que es mejor olvidar, cuando de improviso nos quedábamos sin energía eléctrica. O tal vez la idea de que subir unos escalones es beneficioso para la salud. Además, el día anterior habíamos tenido un temblor en Lima, y no se le ocurriera a la tierra volver a temblar justo cuando estuviera yo en una caja suspendida a cinco pisos de altura del suelo.

Busqué las escaleras, pero no las encontré. Mientras miraba tratando de hallarlas, otra persona entró desde la calle. Era evidente que la muchacha recién llegada vivía en el edificio pues se movía con familiaridad. Llamó al ascensor y una vez adentro, dejó la puerta abierta esperando que yo entrara. Decidí entrar con ella. Total, podía hacer una excepción por una vez.

Ella marcó el sexto piso, yo el quinto. Cuando el ascensor marcó el número 5 con una brillante luz azul, salí del ascensor y la chica salió conmigo. Me pareció raro, yo estaba segura de que su destino era el piso siguiente. Obviamente, no dije nada.

Me dirigí a la izquierda a tocar el timbre del departamento de mi amiga, mientras la chica trataba de meter la llave que tenía en la mano en la puerta del departamento vecino. La llave no entró, ella insistió. Yo veía todo en silencio mientras recibía el sobre con el encargo y agradecía a quien me lo entregó.

Recién en ese momento la muchacha se dio cuenta de algo y, mirándome, preguntó:
- ¿Qué piso es este?

Cuando terminó de darse cuenta de su equivocación, se echó a reír con una ruidosa carcajada contagiosa. Yo le dije que me había parecido raro verla bajar en el quinto piso después de haber marcado el sexto. Mientras tanto, desde donde estábamos, vi que la luz del tablero del ascensor mostraba que estaba detenido en el sexto piso, una parada en la que nadie bajaría. Por lo menos esa vez.

Sin dejar de reír, ella volvió a llamar al ascensor y subió ese piso adicional que le faltó en el primer viaje. Yo subí con ella, y después descendí directo hasta que el número 1 se iluminó brillantemente de azul.