miércoles, 26 de diciembre de 2012

Una doncella viajera

La historia que relato acá me la contaron, y la comparto como para no dejar que la Navidad se nos pase tan rápido.

Lilia, que no es su nombre real pero hay que reconocerla de alguna manera, es y siempre fue una voraz lectora. En una visita al hogar paterno, hace ya muchas lunas, cayó en sus manos un libro llamado La doncella de Miss Million, de Berta Ruck. Por alguna razón, el libro que Lilia leyó no tenía las primeras ni las últimas páginas, así que Lilia podía intuir el inicio que no pudo leer, pero el final quedó abierto a su imaginación.

Pasaron muchos años hasta que un día, sin razón aparente, Lilia recordó esa lectura inconclusa y se la comentó en voz alta a alguien a quien llamaremos Rafaela. Ni corta ni perezosa, Rafaela tomó nota mental del título y se propuso buscar el libro para que Lilia pudiera reencontrarse con la historia y, quién sabe, quizá hasta leerla completa.

Como creyó que en Lima no encontraría el libro ni buscándolo con lupa, Rafaela le preguntó a Cata, que vive en Buenos Aires, si podía hacer una búsqueda en alguna librería de esa ciudad. Al cabo de un tiempo, Cata le dijo que por más que buscó, no había encontrado el libro.

Rafaela no se desanimó y siguió buscando hasta que llegó a una librería virtual española que hacía entregas a domicilio. Tenían el libro, usado pero en buenas condiciones. Con todo y reparto el precio era muy bueno, aunque solamente repartían dentro del territorio español. Recurrió a Sofía, que vive en la capital española, y tras contarle brevemente la historia, le preguntó si podía comprar el libro por Internet con entrega en su dirección en Madrid. Sofía le dijo que no tenía problema, pero le advirtió que la fecha más probable de viaje a Lima sería para la Navidad y estaban recién a comienzos de junio. A Rafaela no le importó: Lilia había esperado años por conocer el final de esta historia, así que unos meses no importarían, sobre todo porque no tenía idea de esta búsqueda intercontiental.

Así fue que a los pocos días, Sofía avisó a Rafaela que el ansiado título había llegado sano y salvo a su casa. "Te lo llevo en diciembre", prometió. Pero no hubo necesidad de esperar tanto, pues en octubre, Sofía le dijo que una tía había ido a visitarla sorpresivamente y que mandaría el libro a Lima con ella.

Para que este cuento largo no sea tan largo, simplemente diré que antes de noviembre, la tan buscada y viajada doncella estaba en casa de Rafaela. Sería el regalo perfecto de Navidad para Lilia.

Si doy fe de lo que me contaron, fue un regalo perfecto, pues hasta donde sé, Lilia lo leyó en pocos días, a pesar de su minúscula letra. Y pudo por fin saber el final de la historia.

A todos los lectores de Seis de enero, sus familias y personas más queridas, deseo lo mejor en 2013, y en todos los demás días por venir.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Diciembre

Foto sacada de este blog 
Ya tenemos a la Navidad tocando nuestras puertas. Con ese motivo, reproduzco una entrada publicada en 2008, referida al mes que estamos viviendo.

Diciembre es un mes de emociones encontradas, no tengo la menor duda. Hace algunos años, el escritor peruano Abelardo Sánchez León publicó un excelente artículo en su columna semanal del El Comercio. Por suerte guardé el texto completo, aunque no el sitio web ni la fecha exacta de su publicación.
Rincón del autor: Diciembre

Por Abelardo Sánchez León

Este mes es una piedra difícil de trasladar y tropieza con el hueco negro de la despedida. Diciembre sacude lo hecho. A fin de cuentas es un mes de evaluaciones. 
Experimenta una extraña sensación de vacío. Se acerca la Navidad y su corazón late como un reloj atascado en la arena. Siente poco, incluso en su relación con las personas más cercanas: su pareja, sus hijos, sus amigos, sus colegas.


Considera que se ha vuelto huraño, cascarrabias, que todo le molesta. Ni qué decir de la política. No puede criticar a la juventud por ser tan indiferente con la política, pues él mismo está como endurecido. No le interesan aquellas riñas y confrontaciones entre candidatos. Está, sin saber por qué, de mal humor.

Ha ayudado en su casa a que se levante, como un verdadero himno de esperanza, el árbol de la Navidad. Aquel árbol, comprado hace unos veinte años en una tienda de segunda mano por la Arenales, le recuerda a tantos otros árboles, cuando era un muchacho y ayudaba a su padre a levantarlo en aquella casa hoy derrumbada. Pacientemente ha contribuido a que durante las noches se llene de luces intermitentes.

Piensa que diciembre es un mes feliz, pero que por extrañas razones, completamente desconocidas, siente malestar en lugar de alegría. Llega exhausto al último mes del año y anhela descansar en el pequeño jardín que su esposa cuida con verdadero esmero. Pero las cosas no se dan. Quiere revisar unos poemas, regar, contemplar la luna de diciembre, hacerle el amor. Lo intenta, pero no se dan las circunstancias. Diciembre es una piedra difícil de trasladar y tropieza con el hueco negro de la despedida. Diciembre sacude lo hecho y se lo refriega en la cara, a fin de cuentas se trata de un mes de evaluaciones, de lejanas calificaciones escolares, de rojos en la libreta.

Piensa que en las épocas del colegio diciembre tenía un sabor especial: por ejemplo, no tener más de dos cursos desaprobados, frecuentar La Herradura con sus amigos Andrés y Vicente, ir a la vermouth del cine Orrantia. Diciembre era risa si pasabas de año. No había malestar acumulado. Las luces navideñas iluminan las fachadas a falta de estrellas y en el centro de su cerebro algo no funciona. Sus cálculos, sus simples deseos, no le han salido.

Decide encerrarse. No asistir a los diversos festejos de fin de año, cuando diciembre es una agenda apretada. Pero si no va tendrá que estar solo y soportarse. Se trata del destino: el tibio sol de diciembre tiene ahora un sabor a metal antiguo. Lo distingo a la distancia, trato de pasarle la voz, pero me abstengo.

Este mes es una piedra difícil de trasladar y tropieza con el hueco negro de la despedida. Diciembre sacude lo hecho. A fin de cuentas es un mes de evaluaciones.
... y de despedidas y de reencuentros y de balances y de nostalgias y de ausencias y de presencias y de esperanza, agregaría yo.

A todos, ¡FELIZ NAVIDAD!

martes, 11 de diciembre de 2012

Misterio sin resolver

Como bien saben los que me conocen, y para extrañeza de los que recién se enteran, no tengo cuenta en Facebook. Tampoco tengo intenciones de tenerla. No se trata de aburrirlos con razones ya explicadas, ni de que intenten convencerme de las bondades de la mencionada red social pues esta entrada no va por ahí.

Resulta que hace algunos días, noté muchas visitas a este blog desde Macedonia. Cuando digo muchas quiero decir más de 40 visitas en un mismo día. Desde diversas ciudades de Macedonia: la capital Skopje, Kumanovo, Stip, Lisice y Kavadarci. Y de otros lugares lejanos como Bucarest en Rumania, Jagodina en Serbia, Ciudad del Cabo en Sudáfrica, Colonia en Alemania y Melbourne en Australia. Todas estas visitas venían desde Facebook y ninguna de ellas estaba dirigida a alguna entrada en particular, sino al propio blog.

Le pedí a una persona cercana que tratara de averiguar el origen de esas visitas, si podía saber quién había hecho referencia a Seis de enero, pero la respuesta fue: "no deja ver quién lo ha puesto, me lleva de frente al blog". No es la primera vez que me llegan visitas desde Facebook, pero las veces anteriores han sido personas conocidas las que han recomendado alguna entrada.

El misterio crece más todavía porque son países donde no se habla castellano y porque, en tiempos de inmediatez en que las noticias pierden actualidad cada cuarto de hora, pasan los días y las visitas de Macedonia siguen llegando.

Misterios de la red...

viernes, 7 de diciembre de 2012

Por eso no tengo un smartphone

Dos muchachos caminan juntos por la calle en dirección contraria a mí. Asumo que son amigos, aunque no se hablan ni interactúan. Cada uno está pegado a una pequeña pantalla, que tiene puesta frente a sus ojos. Veo que sus dedos viajan velozmente por encima de unas teclas que parecen cabezas de alfiler. Ni siquiera miran la calle por donde caminan. Lo que escriben con esas teclas mínimas debe ser sumamente importante.

Una mujer y una niña van por la calle. La niña no tiene más de cinco años, pero prácticamente está caminando sola por una transitada avenida miraflorina. La mujer que la acompaña, presumiblemente su mamá, no le presta atención. Está concentrada en una pantalla, atenta a sus dedos que recorren ágil y diligentemente teclas que parecen cabezas de alfiler. Muchas de las personas con las que se cruzan, atentas a sus propia cabezas de alfiler, empujan a la niña a cada paso. Pero la mujer que la acompaña tiene asuntos más apremiantes que atender.

Una muchacha hace compras en un autoservicio. Al menos, es lo que parece, pues tiene un carrito de compras con algunos artículos adentro. Pero está detenida hace rato, en medio de las botellas de aceite. No está escogiendo la marca que llevará, ni siquiera está mirando el aceite. Está muy distraída escribiendo con esas teclas que parecen cabezas de alfiler. Mientras tanto, los otros clientes que quieren comprar aceite no tienen cómo acceder a las diferentes botellas para comparar los precios y escoger libre y cómodamente.

Un muchacho está en la caja del mismo autoservicio. Tiene pocas compras, que acomoda rápidamente sobre la faja transportadora. Ignora el saludo de la atenta cajera, que lo saluda con una sonrisa. Como el hombre de negocios de El Principito, es una persona muy ocupada y no puede despegar la vista de las teclas que parecen cabezas de alfiler. Menos para responder un amable saludo.

Una pareja está en el cine. Es ese momento de silencio que hay antes de que se apaguen las luces. Están conversando animadamente. Hasta que un zumbido suena dentro de la cartera de ella, que saca un aparatito y lo empieza a mirar detenidamente. Un segundo después, sus dedos vuelan sobre teclas que parecen cabezas de alfiler, mientras ríe casi para sus adentros. Se acabó la animada conversación. El hombre se queda mirando el techo del cine, hasta que la luz se apaga completamente. La pequeña pantalla que está a su costado se queda encendida un rato más.

Me gusta tener el control de mi teléfono, y no que el teléfono sea el que tenga el control.

Por eso, no tengo un smartphone.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Más perlitas... más

Y más perlitas...
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Comienzo diciendo que esta imagen no es precisamente una perlita, es simplemente que me parece una iniciativa digna de mencionarse.

La Municipalidad de Miraflores ha emprendido esta campaña para fomentar que los conductores se estacionen siguiendo mínimas reglas de tránsito. No debe ser muy agradable encontrarse con este cartel en pleno parabrisas del auto, pero es menos agradable no poder salir de casa porque un irresponsable estaciona pésimo.

Tal vez, la perlita está muy pequeña y no se nota.

En esta toma se ve claramente el detalle. Cuando veo un error de este tipo me pregunto cuántos ojos han visto esta portada antes de que salga a la venta. Se me hace tan asombroso que nadie se dé cuenta del error. Antes incluso de leer el contenido, una metida de pata como me jala el ojo inevitablemente.

Si eligiera una carrera, cualquiera que esta fuera, tengan la certeza absoluta de que elegiría un centro educativo que no cometiera errores tan gruesos. Definitivamente, acá estudió el redactor de la revista de arriba.

Cada año, una tienda por departamentos usa para su campaña navideña esta frase que me crispa los nervios. Cada año me pregunto por qué nadie se da cuenta de que sería mejor que la frase dijera: "Sueña... es Navidad", o "Sueña. ¡Es Navidad!" o incluso "Sueña, es Navidad". Cada año tengo la esperanza de que para la próxima Navidad alguien aumentará los signos de puntuación que me parece que faltan de manera clamorosa. Y cada año veo que solamente me queda soñar.

¿Es que hay estacionamientos que NO sean para autos? ¿Creerán que seguimos en el tiempo con carretas tiradas por caballos como medios de transporte?
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Pasaron las elecciones del Colegio de Abogados de Lima de este año. Como ya he contado antes, son elecciones de miedo. Ahora, los perdedores han emprendido acciones para declarar nulo el proceso y empezar todo de nuevo. Espero sinceramente que esta iniciativa no prospere.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Llegamos a los cinco

La semana pasada, exactamente el martes 20 de noviembre, se cumplieron cinco años de la publicación de la primera entrada de Seis de enero.

Una serie de circunstancias me complicaron la existencia la semana pasada, La principal fue que se malogró la computadora, con lo que la redacción y publicación de esta entrada de celebración debió quedar postergada. Pero ya solucionado el inconveniente, no hay más excusas.

Cuando acepté el reto de iniciar un blog, la recomendación fue escribir sobre algo de lo que supiera mucho. Y lógicamente, qué mejor que publicar experiencias personales, me dijeron. Y la pregunta surgió de inmediato: ¿a quién puede interesarle lo que tenga que decir?

Con dudas, publiqué la primera entrada. Y hoy día, 258 entradas después, creo que puedo decir que felizmente encontré personas a las que les interesaba lo que tenía por decir. He hecho buenos amigos gracias a este blog y al intercambio con otros blogs. Prefiero no mencionar a ninguno en concreto pues todos son igualmente importantes, ya sea que lean y comenten siempre, que lean y comenten a veces, que lean y no digan nada. Todas las visitas que llegan por acá son valiosas por igual.

Seis de enero cumple cinco años. Si fuera un niño de carne y hueso ya hubiera empezado en el preescolar. Hasta se puede decir que tendría su propia personalidad.

Burla burlando, van los cinco por delante... quién me lo hubiera dicho ese noviembre de 2007.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Eufemismos

A los publicistas se les dice creativos por algo. Y lo demuestran no solamente con el ingenio de algunos comerciales, sino con la manera en que nos presentan situaciones de todos los días con las que muchas veces nos es fastidioso lidiar.

Por ejemplo, me causa gracia la manera en que presentan el estreñimiento. Jamás de los jamases usan la palabra tal cual. No, ¡horror! Así que echan a andar el ingenio y usan frases como tránsito intestinal lento o intestino perezoso.

Vemos a una mujer muy guapa, siempre muy guapa, diciéndole a una amiga que se siente hinchada, que sospecha que tiene tránsito intestinal lento. ¿Se imaginan a dos amigas hablando con esas palabras? Entonces, la interlocutora le dice que ella también sufre de lo mismo, pero que lo ha solucionado tomando tal pastilla. Santo remedio, a la siguiente escena vemos a la de intestino antes lento ahora acelerado, feliz de la vida, con ropa de gimnasia, haciendo aeróbicos.

Otro ejemplo es el de los niños que llevan por lema "no me gusta", antes de siquiera probar la comida que alguien les ofrece. Lo que cualquier ser humano definiría como niño caprichoso, los publicistas califican como selectivo al comer. Entonces, la mamá del niño selectivo está preocupada porque su hijo "no le come nada". Así que, de nuevo, otra amiga le dice que su hijo también es selectivo, pero que ella lo solucionó con cierto complemento vitamínico. Vemos de nuevo a la primera mamá, ya contenta porque su selectivo hijo recibe todos los nutrientes que necesita su cerebro para desarrollarse en sus primeros años de vida.

Si por un momento prestamos atención y tenemos la suerte de poder leer la letra pequeña, veremos unas advertencias que son de miedo. Tanto que creo que es preferible tener el intestino perezoso y al niño desnutrido. Y eso, si es que podemos leer las advertencias, porque en televisión pasan tan rápido y con una letra tan minúscula que ni siendo Vicky la robot podríamos leerlas. Si son en radio, mueve a risa la rapidez con que hacen pasar la grabación. Parece una creación de Alvin y las ardillas. Ni hablar del tamañito de las letras en los avisos en periódicos y revistas, además de ser letras color crema sobre fondo blanco.

¿Tan difícil es llamar a las cosas por su nombre? Inténtelo, verán que no pasa nada.
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Con relación a la entrada anterior, solamente pude conseguir el nombre de la última de las películas que mencioné. Se llama Historias de metro. A ver si logro enterarme del nombre de las otras dos.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Tres películas en busca de título

A ver si mis lectores y amigos del ciberespacio me ayudan en esta búsqueda. Hay tres películas que vi en algún momento y cuyo título (y a veces hasta la trama) no puedo recordar por más que me esfuerce.

El abogado y su autito
Esta película es de los años 60, aunque evidentemente la vi mucho después. Es italiana o inglesa, y por alguna razón, me inclino por la segunda opción. El protagonista es un abogado muy derecho pero con métodos no muy ortodoxos. Tiene un autito que creo recordar que era blanco, descapotable, de dos puertas, con el que se le ve recorriendo la ciudad a toda velocidad mientras se oye una musiquita de fondo.

Todo va bien en su vida hasta que le llega un caso, mejor dicho, EL caso. Está involucrada una mujer con características similares a Jessica Rabbit, pero de carne y hueso.

En este caso, hasta ahí llegan los recuerdos.

El cartero manco
Esta es una película francesa, que me parece que era hecha para televisión. La acción transcurre en un pueblo francés en plena Primera Guerra Mundial.

Un muchacho regresa de la guerra a su pueblo. Todos lo han dado por muerto porque cayó herido y en su momento nadie dio razón de él. Está bien, está a salvo, pero ha perdido un brazo. Se siente inútil, una carga para sus padres pues cree que no puede trabajar. Encima de eso, creyéndolo muerto, su enamorada de toda la vida se casó con otro, con el rico del pueblo que siempre estuvo enamorado de ella.

Hasta que una propuesta le cambia la vida a nuestro protagonista: el cartero del pueblo se va a retirar y ha pensado en dejarlo como su reemplazo. Total, le dice, para ser cartero necesitas tus dos piernas, no tus dos brazos. El veterano cartero le advierte que ser cartero es difícil en tiempos de guerra: la gente no quiere recibir sobres, menos todavía si vienen llenos de sellos. También le advierte que a la gente le gusta celebrar con el mensajero cuando reciben buenas noticias.

Esta película la recuerdo muy bien, pero no quiero seguir contándola por si alguien llega a verla.

En el metro de Nueva York
Creo que el título es Historias de metro, pero no he podido encontrarla a pesar de mis reiteradas búsquedas en Google. Son varias historias cortas que tienen como elemento vinculante el metro de Nueva York.

Una de las historias es totalmente muda y cuenta el "romance" de dos pasajeros habituales del mismo tren a la misma hora. Nunca se hablan, pero es evidente que tienen una comunicación silenciosa que funciona perfectamente. Hasta que un día, él aparece con una esposa embarazada.

Otra historia cuenta lo que le pasa a una mujer que por alguna razón se queda atrapada en los andenes del metro y debe pasar la noche ahí. Imaginen su susto inicial, en un tiempo probablemente anterior a los celulares. Imaginen su miedo cuando se le acerca uno de esos hombres sin hogar que hay en todas las ciudades. Terminan siendo la mejor compañía mutua de una noche inolvidable.

Me encantaría volver a ver las tres películas descritas, pero para eso, el título es imprescindible.

martes, 30 de octubre de 2012

Perlitas de aquí y de allá

Después de relatos de peines y zapatos con voluntad aparentemente propia, vuelven las perlitas. Las de esta entrada tienen meses en calidad de borradores. No sé por qué se me pasó publicarlas. Más vale tarde que nunca, así que ahí van.

Pues si, más perlitas, fuente inagotable de asombro.

El tobillo estaba tan ensangrentado que tuvieron que duplicar la palabra para darnos una idea mejor de la situación del pobre Cristiano.


Mmmm... ¿no sería más fácil balancear la vida nomás? No se compliquen con palabras que no existen y consejos raros.

A ver, ¿quién de los lectores es el primero que nota dónde falta una S en este cartel? Es el cartel de una institución pública, que con todo y el error está a la vista de todo aquel que pase por la céntrica avenida donde está ubicado. Lo más gracioso es que un poco más allá hay otro cartel con la palabra correctamente escrita. Además, ¿creerán que si ponen solamente "niños" las niñas van a creer que a ellas no las incluyen? ¿Y qué van a decir las adolescentas (palabra que sé que no existe, por si acaso)? ¿Que una vez que dejan de lado la niñez no tienen policía especializada? Ese lenguaje al que llamo inclusivo, tan de moda en estos tiempos, llama mucho mi atención. Y no precisamente para bien.

Todo sería muy fácil si supiéramos qué es un docigo.

Será que la postura es ambigua nomás, sin diéresis.
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Ya se anunciaron los ganadores del Premio Nobel 2012. El día que alguien invente una licuadora que no haga ruido, deberían nominarlo para Premio Nobel de la Paz del año que fuera. Lo mismo para todo aquel que invente electrodomésticos que no hagan bulla. ¿Se imaginan una licuadora que funcione en silencio? ¿O una aspiradora? La paz total.

jueves, 25 de octubre de 2012

Zapatos perdidos

A propósito de mi entrada anterior, recordé un incidente con un par de zapatos que le ocurrió a mi mamá hace algunos años. Por cierto, el peine negro apareció en un cajón que se abre y se cierra todos los días, bien colocado encima de todo lo que hay ahí. Igualito que mi media.

Bueno, a los zapatos.

Una mañana de sábado de hace más de 10 años, fuimos a una misa con ocasión del primer mes de fallecimiento de mi abuela materna. Ahí estábamos todos los primos, los tíos, los sobrinos, los nietos, los bisnietos. Después, la gran mayoría procedería a la casa de una tía mía a almorzar.

Mi mamá estaba estrenando zapatos y, muy precavida, temiendo la incomodidad propia de los zapatos nuevos, llevó otro par más gastadito que dejó en la maletera del carro. Su idea era cambiarse de zapatos al llegar a la casa de su hermana, para quedar cómoda el resto de la tarde.

Así lo hizo: se sacó los incómodos zapatos nuevos, los metió en la bolsa donde había estado los usados, que se puso en ese momento. Dejó la bolsa en la maletera y se sumó al almuerzo, con el debido agradecimiento de sus pies por su previsión.

A la hora de llegar a casa, sacó la bolsa con los zapatos nuevos de la maletera y con todo y su bolsa, los metió en su clóset. Se olvidó del asunto durante algunas semanas, hasta la siguiente vez que necesitó ponerse esos zapatos, que aunque habían dejado de ser nuevos, no habían dejado de ser incómodos.

Buscó y buscó. Ni rastros de la bolsa. Ni rastros de los zapatos. Perdidos para siempre.

No se dio por vencida, pero estaba extrañadísima. Se le ocurrió preguntar a San Google. Me cuenta que buscó en una página web que contiene horóscopos y predicciones donde los usuarios pueden hacer preguntas. Así que preguntó por los zapatos. La respuesta fue "mira en la basura".

Han pasado más de 10 años. No hay ni rastro de los zapatos. Deben haberse colado por el mismo hueco que el peine negro. Quién sabe si en una próxima entrada pueda contar que aparecieron estos díscolos zapatos.

Y tal vez pronto me anime a contar la historia de unos lentes.

viernes, 19 de octubre de 2012

Se busca peine... y una media con voluntad propia

Los misterios domésticos son pan de cada día.

Primero fue un peine.

Cuenta mi mamá que estaba peinándose una mañana, antes de salir de la casa. Parada frente al espejo grande que tiene en el clóset de su cuarto, se pasaba el peine por la parte de atrás de la cabeza. Era su peine favorito, el que le provocaba menos tirones en el pelo, que era fácil de agarrar.

De repente, el peine salió volando de su mano con dirección desconocida. Al comienzo, trató de buscarlo, pero como no tenía mucho tiempo, agarró otro peine y terminó de arreglarse. Salió sin darle mucha importancia al peine perdido.

A su regreso, ya con calma, decidió buscar el huidizo artefacto. Dice que miró por debajo de la cama, por debajo de la mesa de noche, por debajo de la mesa donde está puesto su televisor. Nada. Entonces pensó en buscar de nuevo al día siguiente, a plena luz del día, pues como el peine es negro, podría estar confundiéndose con el color del piso. Lo buscó al día siguiente, sin éxito.

Sospecho que el peine ha decidido irse de vacaciones.

Hace algunas semanas, al ordenar la ropa recién lavada para regresarla a su sitio, noté que me faltaba una media. Una media color gris oscuro estaba en calidad de no habida.

Busqué en los lugares lógicos, y después pasé a buscarla en los lugares ilógicos. Sabido es que las medias suelen desaparecer así. Como dice Jerry Seinfeld, el día de lavado es el día de paseo para la ropa. Y las medias aprovechan el primer descuido para huir quién sabe por dónde y quién sabe en qué momento.

Como no era la primera vez que me pasaba algo así, guardé la media impar en una esquina del cajón correspondiente, dispuesta a esperar que la media fugitiva decidiera volver.

Pasaron varios días, más de una semana en verdad. Casi había olvidado a la media impar, cuando abrí el cajón donde guardo las medias. Encima de todas las demás medias estaba una media color gris oscuro. Un pensamiento cruzó mi mente, pero lo descarté, incrédula. Para confirmar si se trataba de la media obediente, que se había salido del lugar en donde la había encajado, metí la mano en ese rincón para verificar mis sospechas. La media obediente estaba en su lugar. La que había visto encima de las demás medias era la media fugitiva.

Ni hablar de preguntarle a dónde se había ido. Simplemente uní a los dos medias grises y volvió a formarse el par de siempre.

Creo que debo pedirle a la media que le diga al peine que vuelva, que será recibido con los brazos abiertos.

martes, 9 de octubre de 2012

Chiquilladas

Una mañana de un sábado cualquiera de verano de 1996.

Voy a ver a un pequeñito a su casa. Al entrar, pregunto por él y me dicen que el niño está en su cuarto. Así que hacia allá voy a buscarlo.

Cuando estoy a pocos pasos de la puerta del dormitorio, el pequeño sale corriendo hecho una exhalación hacia el baño, en dirección opuesta a mí. Lo escucho reír a todo pulmón. Entro al baño, lo encuentro sentadito en una esquina, riendo a más no poder, tapándose la cabeza con brazos y manos. Lo recuerdo como si lo estuviera viendo: sentado en el suelo, entre sonoras y traviesas carcajadas, vestido con un polo negro de manga corta y un pantalón corto amarillo. Levanta la cabeza, me mira y recién entonces me doy cuenta del detalle:
- Hey, ¡tu pelo! ¿Dónde está?
- Está cotado -responde, mientras se señala la cabeza.

Recién en ese momento se deja ver completamente.
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Una mañana de un martes cualquiera de agosto de 2012.

Decido ir a almorzar con una pequeñita a su casa, pero sin decirle nada. Será una sorpresa para cuando llegue del colegio, lo que suele suceder cerca de la una de la tarde. Llego a su casa poco antes de esa hora.

A la 1:10 pm, suena el timbre. Desde el segundo piso, Tita abre las dos puertas de fierro del edificio mientras me anuncia la llegada de la niña. La señora de la movilidad la lleva de la mano hasta trasponer la primera de las dos puertas y la cierra. La niña sigue su camino solita, ya segura una vez en el interior, hasta pasar la segunda puerta, que ella misma cierra. Es una rutina conocida por todos los que participan en ella a diario. Mientras bajo las escaleras, la oigo hablar sin parar. Debe creer que los pasos que escucha son los habituales, los de su querida Tita, a quien le cuenta las incidencias de su día.

Cuando en eso, levanta la cabeza y me ve. Su alegre voz es reemplazada por un repentino y notorio silencio. Los ojos se le ponen como platos, abiertos de tanto asombro:
- ¡Oye! ¡¿Qué haces aquí?!
- He venido para almorzar contigo, ¿está bien?

Su respuesta es correr hacia mí y darme la mano para subir juntas la escalera.
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Quiero dar la bienvenida a este universo blogosférico a Mil rostros de la ciudad, que recientemente publicó su primera entrada. Desde acá los invito a leer este nuevo espacio que, ojalá, se quede en la blogósfera durante mucho tiempo.

martes, 2 de octubre de 2012

Lo que una entrada me trajo

Hace algunas semanas, contaba de una misión imposible con la que estaba lidiando: encontrar un gorro de baño. Algo tan simple, cotidiano y trivial como un gorro de baño, que a lo largo de mi vida he usado y reemplazado tantas veces, se me resistía. En cada tienda en que busqué, que fueron varias, no los tenían. No los vendían. Hasta casi me hicieron pensar que los que recordaba eran producto de mi imaginación.

Dentro de los comentarios que recibí en esa entrada, algunos lectores me ofrecieron hacerme llegar un gorro. Pues bien, pasados algunos días comenzaron a llegar sobres a mi buzón, a mi buzón de verdad, ese que se cierra con un candado de verdad y que se abre con una llave real. Sobres de los lugares más diversos, conteniendo la promesa hecha por esos lectores.

Y para que lo vean con sus propios ojos...

Más de un modelo para escoger.
A quienes se dieron el trabajo y el tiempo de hacerme llegar estos gorritos, les agradezco infinitamente. Me hicieron sentir como Elizabeth Lane, de la película Navidad en Connecticut, de 1945. Es una comedia de enredos, donde Lane es una columnista de consejos para el hogar que contaba que escribía sus columnas sentada en una mecedora. Una vez mencionó que la mecedora se le había roto... y la oficina de Correos cercana a su casa casi colapsa por la cantidad de mecedoras que le mandaron sus lectores para reemplazar la que había quedado inservible.

Después de esto, que nadie me diga que tener un blog no tiene sus recompensas.
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Hace algunas semanas, me inscribí en Postcrossing.com, un proyecto de intercambio de postales de todo el mundo. El servicio es muy fácil y si te gusta recibir correo real, como a mí, te va a encantar Gracias a Madame Web por la recomendación.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Monólogo

Hace algunas semanas, AleMamá (que en estos días está celebrando siete años de su blog Despejado y cálido) lanzó un reto: narrar una historia en 50 palabras, incluido el título. La idea estuvo dándome vueltas en la cabeza, pero no se me ocurría nada. Hasta que encontré este zapato en la calle. Y la inspiración llegó.

Un día, quedé impar, solo, abandonado. Como casi siempre se nos necesita de a dos, el dueño decidió que ya no le servía. Pensar que lo acompañé tantas veces a lugares a donde siempre soñó ir, dándole comodidad a sus pasos, a sus pies… creí merecer una suerte mejor.
Cyrano también publicó su cuento en 50 palabras, mucho antes que yo.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Complicaciones empresariales

Hace  algunas semanas tuve una reunión en una importante y conocida empresa privada. Su ubicación es tan conocida que es casi un punto de referencia para los limeños. Por eso, no pasó por mi cabeza que esa visita acarrearía complicaciones.

La reunión estaba concertada para las 11 am. La distancia a recorrer era bastante corta, así que salí con media hora de anticipación, con la certeza casi absoluta de que iba a llegar más que a tiempo.

El ejecutivo con el que me iba a reunir me dijo que entrara por la puerta chica "de atrás", que en verdad no es nada chica, sino que está en una calle bastante chica, totalmente diferente a la gran avenida que da al frente de la empresa. Y a la puerta chica me dirigí esa mañana de viernes a mi llegada, casi a las 10:40 am.

Tenía delante de mí a dos personas que también querían entrar. La señorita que controlaba la entrada debía multiplicarse por cuatro. Preguntaba al visitante a quién buscaba y recibía su documento de identidad, llamaba a esa persona para confirmar lo dicho por el visitante, y luego de recibir la  confirmación ingresaba varios datos en una computadora. Segundos después, entregaba al visitante una credencial que debía colgarse en lugar visible, junto con un papelito que el visitado debía firmar. A su salida, el visitante debería devolver la credencial y el papelito para recuperar su documento de identidad.

Aproximadamente diez minutos después, me tocó el turno de ser atendida. Di el nombre del abogado con quien me iba a reunir y...:
- La entrada para esa oficina es la de adelante.
- El señor me dijo entrara por acá.
- No es así. Debe ir por el otro lado.

Al filo de las 11 am, llegué a la puerta de adelante. Nueva espera, pues había otro visitante esperando su documento de identidad para poder irse. Finalmente me atendió otra señorita. Repetí el nombre de la persona con quien debía reunirme. Lo llamaron para confirmar la reunión y que autorizara mi entrada, cosa que demoró un rato pues la señorita no encontraba el número del anexo correspondiente en su listado. Finalmente lo encontró, llamó y obtuvo la muy necesario confirmación. Le entregué mi documento de identidad, recibí una credencial y el consabido papelito. Me dijeron que la oficina era en el cuarto piso. Subí por las escaleras y al llegar allí, me vi frente a un mostrador, donde anuncié mi reunión.

Miré la hora. Eran las 11:04 am. A pesar de esos cuatro minutos, puedo decir que llegué a tiempo. Un instante más tarde, salió a recibirme el ejecutivo, quien el saludarme me preguntó si me había sido difícil llegar a la empresa:
- No -le respondí, riendo-, lo difícil fue entrar.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Gorro de baño: misión imposible

No olvidemos a nuestros muchachos solidarios. Desde acá agradezco a los que han ofrecido ayudarlos y de manera muy especial a los que ya han hecho efectiva su ayuda.
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Tal como narré hace algún tiempo con la cartera azul, ahora estoy enfrascada en otra misión que jamás imaginé que podría ser catalogada como imposible: encontrar un simple gorro de baño, para no mojarme el pelo.

Todo empezó hace algunas semanas, cuando me di cuenta de que el gorro que uso ahora está demasiado deteriorado. Casi diría que necesita un cambio a gritos. Así que me dije que debía buscarle reemplazo en la primera oportunidad en que fuera a algún supermercado a hacer compras.

Fui y volví a mi querido y cercano autoservicio auriverde, que me queda muy cerca y al que prácticamente voy todos los días, y cada vez que iba, me olvidaba del gorro de baño. Me acordaba cuando ya estaba de vuelta en casa.

Hasta que por fin recordé el asunto en el momento en que debía recordarlo. Me paseé por donde están los artículos de limpieza, los de ducha, los de baño. Nada. No había ni asomo de gorros de baño. Pensando que los podrían haber colocado en otro sitio, sobre todo porque jamás entenderé la lógica detrás de la disposición de los artículos en los supermercados (por ejemplo, ¿por qué no pueden poner juntas la sal y el azúcar?), pregunté a un trabajador de la tienda. Su respuesta fue: "no vendemos eso".

No le repliqué, pero me pareció rarísimo porque todos los gorros de baño de los que tengo memoria los he comprado en diversos supermercados.

Decidida a buscar en otras tiendas, me fui a un recién inaugurado autoservicio rojiblanco, primo hermano del auriverde, que queda a pocas cuadras de distancia. Busqué y busqué... sin éxito. Pregunté a otro trabajador de la tienda y la respuesta fue casi igual a la anterior: "no, no vendemos de esos".

Pensando por un momento que me encontraba estancada en una bizarra realidad alterna, opté por buscar y preguntar en farmacias. Empecé en las farmacias grandes de cadena que hay cerca de la casa. Adivinaron: no hay. Pregunté en la pequeña farmacia del barrio, y la atenta Jackie me dijo que sí tenía. Yo ya estaba a punto de lanzar un ¡Eureka! arquimediano, cuando regresé a tierra. Los gorros que tienen en la farmacia son de tela, pues son para cirugía y no son de baño.

Vuelta a mi triste realidad, me veo obligada a seguir usando el mismo gorro envejecido. Pero no cejaré en mi intento, seguiré buscando un gorro de baño. Total, el que persevera triunfa... es lo que me han dicho.

jueves, 30 de agosto de 2012

Muchachos solidarios

Por razones de fuerza mayor, nuestros muchachos solidarios se han visto en la necesidad de cancelar su iniciativa planificada para diciembre de este año. Infinitas gracias a todos los que hicieron llegar su ayuda.

Esta es una entrada un poco diferente a las habituales de este blog.

Mi sobrino Gonzalo (18 años), de quien tanto he hablado en muchas entradas, forma parte de un grupo de muchachos que por iniciativa propia quieren llevar ayuda a tres comunidades en Otuzco, provincia del departamento de La Libertad, en el norte del Perú. Gonzalo terminó el colegio el año pasado, y en sus últimos años de secundaria, fue uno de varios escolares que, con auspicio de su colegio, viajó a esos mismos lugares llevando artículos de primera necesidad para las personas que viven en esta zona, donde hay mucha pobreza.

Creo que la solidaridad de Gonzalo y sus amigos merece todo el apoyo de quienes se lo podamos brindar. Por mi parte, pienso ayudarlos difundiendo su iniciativa y aportando algunos artículos que entregaré en fechas más próximas a su partida.

Su idea es tener todo listo para diciembre, como parte de una campaña navideña y para eso se están organizando con el debido tiempo. Es muy importante destacar que a estos muchachos no los auspicia ni los patrocina nadie. Los motivan sus ganas de ayudar, siguiendo la línea de lo que han visto y hecho mientras estaban en el colegio. Por eso es importante difundir su idea para que el pedido de apoyo llegue a la mayor cantidad posible de personas.

A través de esta entrada comparto con mis lectores, especialmente los que están en el Perú (aunque todos pueden ayudar), la iniciativa de estos muchachos solidarios para ver si alguien más se anima a aportar a su campaña. Ellos están con todas las ganas de viajar entre el 14 y el 20 de diciembre de este año. Cualquier aporte, por mínimo que sea, será bien recibido: alimentos no perecibles, juguetes para los niños y hasta donaciones en efectivo. Todo es bienvenido y no duden que será bien utilizado.

Si alguien prefiere donar de manera anónima, puede hacerlo por acá o por medio de un comentario en esta entrada que no se publicará.

Muchas gracias.