lunes, 30 de marzo de 2020

Adiós, Esteban

Imagen
Con mucha pena me enteré de la partida de Esteban Lob, ese periodista y locutor chileno, como él mismo se presentaba en su blog.

Yo prefiero pensar en él como mi amigo Esteban, al que conocí gracias a nuestros respectivos blogs. Su comentario era infaltable en cada entrada mía que publicaba en esta bitácora, algo que siempre le agradecí.

Tuve la enorme suerte de conocerlo personalmente. En un viaje mío a Santiago, él y su esposa fueron muy amables de abrirme las puertas de su casa, donde compartí con ellos unos días en que disfruté del cariño de ambos. Conocí a varios de sus nietos, y hasta participé en la explicación para la tarea escolar para el mayor.

A partir de ahí, la comunicación por correo fue frecuente: saludos de cumpleaños, Día del Padre, Navidad y hasta cuando nuestros países tenían malas noticias.

Tenía tantas historias... felizmente queda su blog para seguir disfrutándolas. Catorce años de historias que seguro se quedaron cortos para contar lo que Esteban vivió a lo largo de su vida. A quien no conoce su blog, le invito a leerlo:
http://estebanlob.blogspot.com/

En tu caso, querido Esteban, se puede decir "misión cumplida".

domingo, 22 de marzo de 2020

#YoMeQuedoEnCasa

Imagen
Había una vez un país como cualquiera. La gente entraba y salía, iba y venía, podía verse, abrazarse, besarse sin restricciones.

Y sin embargo, preferían relacionarse por medio de una ubicua pantallita de pocos centímetros cuadrados. No existía vida más allá de la dominante pantalla. Era tanta la fijación con la pantalla que hasta tenían accidentes al ir por la calle libremente por no ver dónde ponían el pie.

Curiosamente, cuando estaban frente a frente, las personas preferían pegarse a la pantallita y "relacionarse" con un tercero que no estaba ahí.

Hasta que llegó un enemigo extranjero. Llegó en medio de anuncios, con bombos y platillos. Se las arregló para mover todo un aparato de comunicaciones.

No faltó quienes lo tomaron a la ligera. Bromeaban, lo retaban "parao y sin polo". Algunos, los más prudentes, comenzaron a tomar medidas para enfrentarlo. Dejaron de entrar y salir, de ir y venir, de verse, abrazarse y besarse.

Otros tuvieron actitudes incomprensibles, corrieron a tiendas, supermercados, abastos y se aprovisionaron de incomprensibles cantidades de artículos de primera necesidad. No importaba que los compraran en cantidades desmedidas que no podrían agotar ni en tres años. No importaba que dejaran sin esos suministros a otros. Se portaron como dignos habitantes de Yonomás, al punto que casi podías creer que estabas ahí.

Mientras tanto, el enemigo avanzaba y avanzaba. Y ya fue obligatorio esconderse en casa, casi sin respirar para que el enemigo no se diera cuenta de que había personas escondidas. Para dejarlo pasar de largo.

De nuevo, no faltaron quienes lo tomaron a la ligera. Pero ya no era cosa de broma. Las autoridades empezaron a tomar medidas drásticas que fueron igualmente aplaudidas y criticadas.

Y la pantallita, antes tan imprescindible, comenzó a hastiar por obligatoria. Era una tabla de salvación, pero llegó el momento en que el contacto físico directo antes despreciado se volvió una ausencia pesadisima. Llegó también el momento en que todos añoraban hasta el sonido del timbre de casa. Con calles vacías, nadie visitaba a nadie.

Así pasó el peligro. El enemigo se agotó. La vida poco a poco volvió a la normalidad. Mejor dicho, a una nueva normalidad. Y casi todos se adaptaron. Y casi todos recordaban esos días de encierro y soledad.

Y si vencieron, fue porque hicieron caso y se quedaron en casa.

#YoMeQuedoEnCasa

Inspirado en el poema "Y la gente se quedó en casa".

lunes, 2 de marzo de 2020

Una cucharada llena

Imagen
La niña se había quedado al cuidado de su tía. Era habitual que así fuera cuando la mamá de la niña tenía algo que hacer y no la podía llevar.

La única indicación era que la niña debía tomar un jarabe para la tos a una hora determinada. "Una cucharada llena, con la cuchara que está en la caja del jarabe", fue la indicación recibida.

Así, tía y sobrina se dispusieron a pasar la tarde juntas. Como siempre, buscaron qué hacer, y pasaron de dibujar y pintar, comer helados a hacer dulcecitos en la cocina, todo entre preguntas y respuestas que iban y venían de ambos lados.

De repente sonó la alarma previamente fijada para no olvidar la hora del jarabe. La niña se acercó con toda tranquilidad a cumplir con la dosis a la hora precisa. Su tía sirvió el jarabe hasta que la cuchara estuvo casi llena. Le dio temor llenarla hasta el tope, pensaba que el exceso podría derramarse:
- No, esta cuchara no está llena. Falta un poquito —dijo la niña.
- Sí, pero si la lleno se puede derramar hasta que tomes el jarabe.
- ¡Lo siento mucho! Mi mamá me da la cuchara llena.

Fue tajante.

Su tía se quedó pensando cómo solucionar tan nimio detalle y darle la dosis completa a la niña sin derramar una gota del jarabe ya servido.
- Ya sé. Te tomas esto que ya está servido y luego te pongo otro poquito para completar lo que siempre tomas.

Por un segundo tuvo el temor de un nuevo rechazo de la niña. Que le dijera que lo sentía, que debía tomarse todo en una sola cucharada como hacía con su mamá. Vio los ojitos de la niña, brillaban. Estaba expectante, pensando en su respuesta.
- Bueno —dijo finalmente la niña.

A modo de tácita aceptación de la propuesta, la niña abrió la boca y recibió la primera cucharada, la que estaba casi llena. Un instante después la volvió a abrir para el poco restante.

Luego ambas siguieron pintando hasta que acabó la tarde, que acabó demasiado rápido.