jueves, 25 de julio de 2013

Crucigrama intergeneracional

Desde que tengo uso de razón, los crucigramas han sido muy apreciados en la casa. Hasta ahora, mi mamá disfruta llenando los cuadraditos que casi siempre logra llenar totalmente. Cuando le faltan algunos, muy pocos, recurre a ayuda externa.

Fue así que un domingo, estaba afanada en el crucigrama dominical del diario de ese día. Avanzó mucho más de la mitad, pero tuvo que rendirse ante la imagen de un simpático personaje que desconocía totalmente. No se le ocurrió una manera de hacer la búsqueda en Google. ¿Cómo buscar el nombre de una imagen sin más indicio que la propia imagen?

Me preguntó si yo conocía al personaje este, y yo le dije que era uno de novísimos compañeros de las generaciones más jóvenes entre los jóvenes. Le sugerí que le preguntara a Marcela, que como miembro de esta generación sin duda sabría la respuesta.

En esos tiempos, Marcela tenía poco menos de tres años y ya reconocía a muchos de los personajes de televisión. Así que la decisión fue esperar a la llegada de la niña para hacerle la consulta. Suena descabellado pensar en recurrir a una niña de dos años para completar un crucigrama, pero esa fue la decisión tomada con algo de escepticismo.

Luego de los saludos de rigor, mi mamá agarró el periódico y se lo mostró a Marcela:
- ¿Sabes cómo se llama este...?
- ¡Pocoyó! ¡Pocoyó! -interrumpió, exclamando alborozada.

A continuación, vino una pequeña disputa por el periódico, de un lado por ver de cerca al querido personaje, y del otro para completar los cuadraditos todavía en blanco. Se impuso la experiencia, sin dudarlo. Y grande fue la satisfacción cuando las letras encajaron a la perfección en los espacios y las letras ya existentes.

La siguiente vez que Marcela vio un periódico en manos de su abuela, lo señaló con una enorme sonrisa diciendo "¡Pocoyó, Pocoyó!", mientras lo buscaba sin éxito entre sus páginas.

Así fue como ese crucigrama se completó con una ayuda insospechada.

Con ustedes, Pocoyó
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El 28 y 29 de julio, el Perú celebra 192 años de vida independiente. A todos mis lectores peruanos, ¡felices Fiestas Patrias!


jueves, 18 de julio de 2013

Negocio seguro

Dicen que más vale tener un seguro y no necesitarlo que necesitar un seguro y no tenerlo. Pero lo cierto es que las empresas de seguros tratan a sus clientes, llamados asegurados, como si fueran extraños y no clientes.

Conozco el caso de alguien que paga puntualmente su seguro, varios miles de soles que cancela por anticipado. Su preocupación por estar al día en este pago no se debe solamente a que es una persona extremadamente cumplidora de sus obligaciones, sino porque tiene una dolencia crónica que hace que tener seguro le sea prácticamente imprescindible.

Resulta que precisamente por esa dolencia, necesitó adquirir un aparato que, si bien no era muy caro, le supuso un gasto inesperado. Lo pagó de su bolsillo con la idea de pedir el reembolso al seguro. Ya en ocasiones anteriores el seguro había cubierto sin necesidad de explicaciones otros gastos aun mayores referidos a su enfermedad, y por eso pensó que no sería un problema.

Vana ilusión.

Cuando intentó presentar los documentos referidos a la compra, acompañados del informe médico que explicada las razones por las que necesitaba este aparato, la respuesta fue "vamos a consultar, no nos llame, nosotros le llamaremos". Pasaron los días y las semanas sin recibir llamada alguna, hasta que decidió averiguar por su cuenta si el seguro ya tenía una respuesta y, sobre todo, cuál era.

Le dijeron que el seguro no cubría ese tipo de maquinaria. Que si bien el seguro conocía de su dolencia, que si bien en los años anteriores la habían reembolsado varios gastos relacionados con la enfermedad, que si bien muchos de esos gastos eran bastante mayores que el costo del aparato, que si bien el seguro estaba cancelado en su totalidad con anticipación más que suficiente, que si bien se trataba de un buen cliente... el seguro no le cubriría el pago del aparato.

Ni modo, se dijo, finalmente se trata de mi salud.

Este episodio que cuento es solamente un caso de los miles que deben circular por ahí. Seguro que todos conocemos alguna historia parecida.

martes, 2 de julio de 2013

Buscando caridad ajena

A propósito de la la entrada anterior y de los comentarios que los lectores dejaron ahí, recordé otro incidente con ciertos toques similares.

Caminaba yo por la miraflorina avenida Larco, por las cuadras finales, las que están más cerca del mar. Era de mañana no muy temprano, aunque no recuerdo en qué época del año estábamos. Cuando me aproximaba a una esquina de esta muy transitada vía, me percaté de la presencia de un hombre al que le calculé poco más de 50 años. Su cara era el vivo reflejo de la preocupación. De la desesperación sería más exacto decir. Entonces noté que llevaba abrazadas contra su pecho dos botellas plásticas de suero, de esas que se usan en los hospitales. Las botellas estaban llenas, y el hombre no las soltaba por nada del mundo.

El hombre caminaba en dirección contraria a mí, por lo que cruzarme con él fue inevitable. Cuando vio que lo estaba mirando, con una voz apenas audible y casi al borde de las lágrimas, me dijo:
- Por favor, tengo a mi hijo muy enfermo internado en una clínica cerca de acá y los médicos me han pedido que lleve cuatro botellas de suero. Hasta ahora solamente he podido comprar estas dos, no tengo la plata para las que me faltan. ¿No tendrá algo que me pueda dar?

Metí la mano al bolsillo, pero no tenía nada, y así se lo dije. Sin decir nada, con una cara de infinita preocupación y desesperanza, siguió su camino. Yo seguí el mío, aunque preocupada por él, me di la vuelta para ver lo que hacía después. Vi que había detenido a otro transeúnte y que esta persona sí pudo darle alguna moneda, que el hombre agradeció prácticamente llorando. Me quedé con el ánimo un poco más tranquilo.

La verdad es que olvidé el asunto, hasta que tiempo después, prácticamente en la misma esquina, me encontré con el mismo hombre. De nuevo, dos botellas de suero llenas casi hasta el tope, aparentemente nuevas. De nuevo el mismo discurso, de nuevo el mismo gesto de desesperación, desesperanza, angustia, preocupación. Todo eso junto.

Recién ahí me di cuenta de lo ilógico que era que en la clínica le pidieran el suero y no que se lo administraran en la propia clínica y se lo cobraran después. De lo ilógico que era que un hombre que evidentemente no tenía grandes recursos económicos pudiera tener a su hijo en una clínica privada. Me felicité por no haber tenido nada que darle la vez anterior que lo vi.

Todos esos pensamientos se agolparon en mi cabeza. Pensé que francamente era el colmo, así que cuando lo tuve cerca de mí, le dije lo suficientemente fuerte como para que me oyeran las personas que estaban más cerca:
- Oiga, no sea fresco y no abuse de esa historia. Por lo menos cambie de esquina donde hacer sus pedidos.

Me miró con expresión de "compréndame que no me acuerdo a quiénes les hago el cuento" y siguió su camino sin decir media palabra. Me lo quedé mirando de lejos, se volteó y como me vio que no le quitaba el ojo, continuó alejándose de mí. Después me fui.

Meses después lo volví a ver, las mismas botellas de suero llenas de quién sabe qué, imagino que el mismo pedido desesperado. Esta vez no le dije nada, estaba un poco más lejos y no hubo ocasión de intercambiar palabras con él.

La próxima vez le diré que no pierda más plata, que se convierta en actor. Tiene la vocación a flor de piel.