sábado, 30 de julio de 2011

En la caja de los autoservicios

Mientras espero que me toque mi turno en las a veces interminables colas de las cajas de los autoservicios, me entretengo observando a las personas al momento en que las atienden.

Están los ordenados, o que tratan de serlo, que agrupan los productos y ponen los lácteos por un lado, por otro las carnes, más allá las frutas y verduras, por otro lado los productos para limpieza.

Yo estoy en este grupo, sobre todo cuando compro muchas cosas.

Luego están los que ponen las cosas como caigan, sin importar ninguna clase de orden. En este caso, pueden pasar dos cosas: que la cajera que atiende a este comprador sea ordenada y se tome la molestia de ordenar las compras, casi como en el caso anterior. O que la cajera sea tan desordenada como el comprador y que las compras terminen repartidas por todos lados.

Están también los que no pueden dejar de tocar SUS cosas, como si fueran objetos sagrados. Las ponen en la faja de la caja registradora, y después las arreglan, las vuelven a arreglar y las arreglan una vez más.

En este recuento, no se puede dejar de lado a los caballerosos.

Recuerdo un incidente que se produjo una vez cuando un señor con notorio acento de un país cercano al Perú dejó pasar a una chica en una cola de caja rápida. La chica tenía una sola bolsa de pan, por lo que el atento extranjero la hizo ponerse a la cabeza de la fila. No hubiera habido ningún problema, si es que el caballero hubiera estado inmediatamente antes que la señorita. Pero no, porque ella estaba a tres personas de distancia. Es decir, el hombre en su afán de ser amable atropelló a todas las personas que estaban antes que la chica.

Se armó tal alboroto que tuvo que intervenir un supervisor de la tienda. Al final, a la involuntaria causante del tumulto la atendieron rápida y discretamente en una caja vecina. Mientras tanto, el voluntario causante del tumulto se quedó dando gritos airados que decían que "en este país ya no hay caballeros". Lo más gracioso es que detrás de él todas eran mujeres.

Lo que hay que ver a veces.
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El Perú comienza una nueva etapa en su historia política. A todos nos conviene que las cosas vayan bien, por el bien de nuestro querido Perú y por nuestro propio bienestar.

miércoles, 20 de julio de 2011

Caos sabatino

Hay gente que se pasa, y hay autoridades que parece que no piensan.

El sábado último tenía pensado ir al mercado que queda relativamente cerca de la casa. Por eso mismo, la idea era ir caminando. La ruta es muy simple: directo por la Av. Larco hasta la Av. Ricardo Palma, donde se voltea a la derecha y cuatro cuadras más allá está el mercado.

Todo iba muy bien hasta que llegué al cruce de las avenidas Larco y Benavides. El tráfico estaba cerrado para los carros. Así que todos los carros que venían por Larco, avenida de cuatro carriles, debían desviarse por Benavides, avenida de dos carriles. En verdad cuatro carriles, pero como es de doble sentido, son dos de ida y dos de vuelta. Ahí estaban los carros que venían por Larco y los que estaban en Benavides.

Lo peor es que nadie había tomado la precaución de poner un simple aviso que advirtiera del desvío unas cuadras antes. NADA.

Al día siguiente se iba a llevar a cabo el acostumbrado corso de Fiestas Patrias (28 y 29 de julio) que un conocido autoservicio realiza cada año. El corso pasa justamente por ahí, así que lo primero que se me ocurrió fue que las calles ya estaban cerradas para el dichoso corso. Se me hizo raro, porque lo habitual es que todo el despliegue se realice el mismo domingo.

Avancé dos cuadras más y me di cuenta de que el motivo del cierre de calles era un desfile escolar, con bailes y trajes típicos de las diferentes regiones del Perú. ¡Qué tal ocurrencia!, me dije, reflexionando que hubieran aprovechado el pánico del corso del día siguiente para provocar un solo día de caos.

Pero lo peor estaba por venir.

Seguí avanzando y de un momento a otro el paso estaba cerrado para los peatones también. De nuevo, ni un simple aviso. Uno se daba cuenta al llegar al lugar donde estaba una tremenda tranquera que impedía el paso. Le dije a un sereno que quería seguir de frente, y su respuesta fue que tenía que cruzar la pista y caminar por la acera del frente. "¿Y por dónde cruzo, si justo por acá están desfilando los niños? ¿A qué genio se le ocurrió este descalabro?"

Tuve que desistir de mi idea de ir al mercado, así que me di media vuelta. A pocos metros de donde yo estaba, el alcalde distrital y unas cuantas personas más (aparentemente) disfrutaban de los bailes, mientras a mi alrededor todo lo que había era caos, molestia, gritos y quejas airadas.

Pensar que uno vota por esas autoridades.

Hasta este momento, no entiendo por qué no hicieron ese mismísimo desfile al día siguiente. No solamente porque el domingo es un día menos transitado, sino porque al día siguiente las mismas calles iban a estar cerradas para un corso.

Si bien dicho corso no es precisamente de mi agrado, sobre todo por lo que eufemísticamente llaman fin de fiesta de luz y sonido (léase interminables minutos de fuegos artificiales), debo admitir que está anunciado desde días antes con carteles por todos lados. Su organización es bastante buena, así que se me hacía muy injusto que la mayoría de gente atrapada en esa batahola culpara al corso por sus penurias.

Si pues, a veces parece que las autoridades no piensan.


miércoles, 13 de julio de 2011

El señor de los churros

Vuelvo a publicar un post que publiqué en 2008, y que terminó siendo uno de los más especiales de este blog. Por cierto, los personajes descritos acá siguen en los mismos lugares.
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En mis últimos años en la universidad, mis amigos y yo adquirimos la costumbre de comprarle churros a un señor que tenía (y todavía tiene) una carretilla en una esquina de la Av. Arequipa, en Miraflores, muy cerca de lo que alguna vez fue la Casa Marsano y a pocas cuadras del Colegio de Ingenieros del Perú.

Cuando pienso en esos días, recuerdo los churros como una de las delicias más grandes del mundo... aunque admito que la nostalgia de tiempos pasados puede contribuir con esa percepción. Y a pesar de ver al señor en la misma esquina vendiendo sus churros, nunca más volví a comprárselos. Quizá para no romper la magia, no lo sé.

Un día, hace poco más de dos años, iba camino al dentista, cerca de la Av. Aramburú. Cuando pasé frente al local de un organismo internacional que queda por ahí, vi al señor de los churros, en persona, delante de mí. Seguía vendiendo su mercadería, con una carretilla impecablemente pintada de blanco, como siempre, pero esta vez tenía signos distintivos de la Municipalidad de Surquillo.

Pensé que habría tenido problemas en Miraflores y que había mudado su negocio a Surquillo. En verdad, no hay mucha distancia entre ambos puntos. Me pareció lo más lógico y en verdad no le di más vueltas al asunto. Bastante tenía con la idea de la visita al dentista.

Exactamente dos semanas más tarde, en una nueva visita al dentista, vi al señor de los churros en su esquina tradicional de la Av. Arequipa... con signos distintivos de Miraflores en su carretilla. Me extrañó muchísimo, y mentalmente lo tildé de comodín, incluso de tránsfuga, por usar un término de triste recordación en nuestro Perú.

Mayor fue mi sorpresa cinco minutos más tarde, cuando vi al señor de los churros en la Av. Aramburú... con la carretilla llena de signos distintivos de Surquillo.

Lo miré detenidamente al pasar, me fijé atentamente en su cara y me di cuenta de que, si bien era enormemente parecido, no era el mismo señor. Era definitivamente su hermano, quizá hasta su gemelo.

Me reí sola, hasta ahora me río cuando lo recuerdo.

Nunca me he animado a preguntarle a ninguno de ellos acerca de esto. Pero ahí siguen los dos, poniendo sus churros recién hechos en minúsculas bolsitas de papel, cada uno en su respectivo lugar de siempre.

Si pasan por alguna de esas esquinas, no duden en comprarles churros. Y si se animan a preguntarle a cualquiera de ellos por el otro, por favor, cuéntenme qué responde.
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Una querida persona muy cercana a mí dijo de la muerte de Facundo Cabral: matar un ruiseñor. Coincido totalmente.


jueves, 7 de julio de 2011

Perlitas decanas

Pues si, más perlitas. Por pura casualidad, todas del diario decano y su suplemento sabatino. Esta vez si que hicieron méritos y como el esfuerzo hay que premiarlo, viene esta muestra dedicada exclusivamente a ellos.
¿No será que la pregunta debió ser has tenido? HAS, con S. De la versión en línea del diario decano. Hace poco los declaré caso perdido, y esto solamente sirve para reafirmar esa opinión.

Seguramente por consenso general se darán cuenta del origen de esta perlita. En primera página de la edición en línea de ya saben quién. Creánlo, doy fe de ello.
Otra más de la revista sabatina del abonado de estas perlitas. Seguramente se refieren a alguien que está de visita en una de las islas rasas, arenosas, frecuentemente anegadizas y cubiertas en gran parte de mangle, muy comunes en el mar de las Antillas y en el Golfo de México. No creo que hayan querido decir pisa callos, porque no puedo creer que se equivoquen tanto, tanto.

No es cierto. No solamente lo puedo creer, lo creo. Sí se equivocan tanto, tanto y más todavía.
¿Entendieron algo de este titular? Yo no.
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Un consejo para aquellos que han adoptado esa nueva forma de hablar tan inclusiva. Por dar un ejemplo, si se va a decir "todos los peruanos y peruanas", mi modesta opinión es que se debería decir "todos los peruanos y todas las peruanas". Y así con todos los sustantivos con sus respectivos adjetivos. Cuando se adopta un estilo, hay que guardar una cierta coherencia. Al menos es lo que creo. ¡Felizmente los verbos no tienen géneros! Imagino lo que durarían algunos discursos.