miércoles, 28 de septiembre de 2011

Historia en dos ciudades

1. Piura
El domingo que llegué a Piura, Pepe y Mari me comunicaron su intención de llevarme a comer algo típico piurano para el almuerzo. Por supuesto que acepté de inmediato.

Llegamos a un restaurante cuyo nombre no recuerdo. El estacionamiento estaba lleno de carros. No solamente era domingo, sino que el martes era feriado en el Perú y muchas personas habían tomado el lunes como puente para tener un fin de semana largo.

Un cuidador del estacionamiento le indicó a Pepe que justo un carro estaba saliendo y que podíamos ocupar ese sitio. El hombre le pidió que diera la vuelta, para que el carro saliente tuviera espacio para maniobrar.

En eso, por el otro lado, se apareció un tercer carro. Lo pensé pero no lo dije: sería el colmo que este recién llegado se quedara con este único sitio. Descarté la idea porque el cuidador estaba parado ahí y era lógico suponer que podría hacer valer el sitio que nos estaba guardando. Al menos en Lima, ciudad que no se caracteriza precisamente por el respeto al tercero, eso es suficiente para que se respete la preferencia del que llegó primero.

Pero no fue así. El carro saliente se fue, y el recién llegado entró al sitio y se estacionó muy campante. Cuando tanto el cuidador como Pepe le reclamaron su acción, el muy fresco solamente contestó: ¿dónde está esa disposición?

Como nadie tenía ganas de malograrse el almuerzo, terminamos comiendo en otro restaurante. Por cierto, fue un almuerzo delicioso: seco de chabelo, yuca majada y otras delicias más.

2. Guayaquil
Mari y yo fuimos a un autoservicio guayaquileño. Al llegar, agarré un carrito de compras y, para no dejarlo vacío y arriesgarme a que alguien se lo llevara, le puse unas cuantas cositas en señal de posesión. Todo lo dejé en esa parte plegable que se usa para sentar a los bebés.

Como los pasillos eran muy estrechos, dejamos el carrito a un lado y fuimos solas a buscar los artículos que queríamos comprar. Al volver, el carrito había desaparecido. Me molestó, y después pensé que encontrarlo iba a ser imposible pues con certeza quien lo hubiera tomado había retirado las cosas para eliminar el cuerpo del delito.

Cuál no sería mi sorpresa cuando al poco rato detecto mis cosas en el carrito que llevaba un hombre. Ni como para decir que no se había dado cuenta de que el carrito era de otra persona, porque mis pocas cosas ya no estaban donde yo las había dejado, sino dentro del carrito.
- Ese carrito es mío, señor -dije, tan amablemente como pude.
- Ah, es que como lo vi ahí aparcado (palabra del hombre, no mía).
- ¿Y no se dio cuenta de que tenía cosas? ¿No le hizo eso pensar que alguien había puesto esas cosas ahí?- dije, mientras sacaba los artículos: medias para Marcela y chocolate blanco.
- Es usted una malcriada.
- ¡¡¡Quién habla!!!- grité, mientras pensaba que en el Perú tenemos una palabra muy grosera para este tipo de personas.
- No le contesto nomás porque usted es mujer- ese débil y hueco argumento fue simplemente el colmo y terminó por reventar la casi nula paciencia que me quedaba.
- ¡Ah, si! Pues, ¿qué?... ¿¿¿¡¡¡Es que encima debo agradecérselo!!!???- en un tono que jamás agradecería nada ni menos disfrazaba mi furia en absoluto.

Definitivamente, hay gente que se pasa. Y está comprobado que es algo que trasciende fronteras.
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¿Algún día dejaré de recibir esas molestas e impertinentes llamadas de bancos y establecimientos comerciales donde me ofrecen servicios que no he pedido ni pienso pedir?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Crónicas de viaje: Guayaquil, iguanas y escalones

Ya en el último día que pasamos en Ecuador, nos dedicamos a pasear por Guayaquil, que nos dio la bienvenida la noche anterior con un leve temblor. Algo más anecdótico que preocupante, la verdad.

Lo primero fue el Parque de las Iguanas, aunque ese no es su nombre oficial. Su verdadero nombre es Parque Seminario, ubicado frente a la Catedral de la ciudad, pero hay tantos ejemplares de esos reptiles que todos lo conocen como Parque de las Iguanas.

Me hicieron pensar en las lagartijas de Yurimaguas, aunque las iguanas son mucho más grandes. Los niños se arremolinan para verlas, y ellas parecen que hasta posan para las fotos. Además, enormes grupos de palomas vuelan y revolotean alrededor. A eso hay que sumarle la presencia de simpáticas ardillas, que no posan para ninguna foto (nada como Chip, o Dale).

De ahí pasamos al Malecón 2000, llamado así por haber sido inaugurado ese año. El paseo termina en el Cerro Santa Ana, con sus 444 escalones. Se hace dura la subida al caminar, como diría Miguel Ríos, pero el esfuerzo vale la pena porque la vista de la ciudad desde arriba es impresionante.

He ahí la prueba de que llegamos al escalón 444. Esta foto, como la anterior, la tomé con mi celular.

Durante el recorrido, pasaron a nuestro lado cargadores de pesada mercadería de las tiendas apostadas en los diversos escalones. Pensé que para nosotros era un paseo divertido, pero para estos muchachos es la manera en que se ganan la vida. Duramente, por cierto. Hay casas en los recodos de esos escalones. Eso quiere decir que hay personas que suben y bajan esos escalones todos los días para ir a casa. Como para reflexionar...

Hasta ahí llegó el viaje a Ecuador. Al día siguiente emprendimos el regreso al territorio peruano, entrando por Tumbes. Llegamos a Piura casi al anochecer, y menos de 12 horas más tarde, yo ya estaba de vuelta en Lima. Desde este espacio agradezco a Pepe y a Mari y a sus hijas por la oportunidad de haberme hecho parte de esta inolvidable aventura.
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Logré ubicar al segundo ángel de Cuenca y le mandé el texto del post anterior. Acá su respuesta: Es muy grato el poder saber que mi ayuda incondicional les sirvió en algo en la estadía de ustedes en Ecuador y la atención y ayuda de parte del taller es con todos nuestros clientes y poder agrandar la lista de amigos-clientes.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Crónicas de viaje: Ángeles en Cuenca

El día amaneció lluvioso en Loja, y más o menos a las 10 am, Pepe, Mari y yo partimos hacia Cuenca.

El carro estaba con un defecto que se hizo más notorio cuesta arriba, y el camino de Loja a Cuenca es cuesta arriba prácticamente en su totalidad. El tiempo estimado de viaje aumentó considerablemente por este motivo, por lo que Pepe decidió buscar un concesionario de la marca del carro ni bien llegáramos a Cuenca.

No es fácil encontrar un lugar cuya dirección no se tiene en una ciudad que no se conoce. Así que la decisión fue preguntar. Y el elegido fue un taxista, cuyo vehículo quedó detenido a nuestro lado en una luz roja. Mari bajó la ventana y le preguntó al taxista si conocía el lugar que buscábamos. Sin dudarlo y a pesar de tener pasajeros, su respuesta fue "sígame, yo voy en esa dirección".

Recorrimos un buen trecho detrás del taxista, mientras el carro se resistía a avanzar. En un momento, el taxista sacó la mano por la ventana y señaló el camino a seguir. Él se fue por un lado, y nosotros seguimos por donde nos había indicado.

Primer ángel de Cuenca.

Al cabo de unos minutos, divisamos el conocido logo de las tres letras. Nos recibió el Jefe de Taller, quien al escuchar el problema, nos pidió que lo esperáramos pues iba a hacer que uno de los mecánicos probara el carro.

Mientras esperábamos, la recepcionista del concesionario nos preguntó de dónde veníamos. Mari se puso a conversar con ella, y le pidió que nos recomendara un hotel. De inmediato, comenzó a hacer una serie de llamadas telefónicas buscándonos un lugar para alojarnos. De un momento a otro, recordó que un cliente del taller era dueño de un hotel, así que lo llamó. El lugar tenia sitio para tres pasajeros, y nuestra reserva quedó hecha por teléfono.

Segundo ángel de Cuenca.

El Jefe de Taller regresó y explicó el defecto que había encontrado en el carro. Sugirió dejarlo hasta el día siguiente para que lo solucionaran. Tomamos un taxi al hotel, a donde llegamos como a las 6 pm. El personal de la recepción nos estaba esperando. El hotel resultó ser sumamente acogedor. Casi de inmediato salimos a comer. Había sido un largo día, desde la partida de Loja a las 10 am.

Al día siguiente, el Jefe de Taller dijo que no había podido reparar la falla, pero que había tratado de darle una solución provisional para poder llegar seguros a Guayaquil, pues manifestó que su principal responsabilidad es la seguridad de los clientes. Nos explicó cómo llegar a la carretera a Guayaquil indicándonos con un plano.

Tercer ángel de Cuenca.

Se hacía largo el trecho y, pensando que nos habíamos pasado de la salida, paramos en un grifo(*) a pedir mayores indicaciones. El trabajador del grifo parecía no conocer el camino, pero otro cliente que también estaba abasteciendo de combustible nos dijo "síganme, yo también voy para allá". En un momento ya en la carretera, lo perdimos de vista y pensamos que ya se había adelantado definitivamente. Pero no, se había detenido a un lado del camino a esperarnos. Pepe le dijo que no se preocupara, que ya podíamos seguir solos. Nos deseó buen viaje y partió

Cuarto ángel de Cuenca.

Recibimos la ayuda de cuatro ángeles en menos de 24 horas. ¿Se puede pedir más?

(*) Grifo es como llamamos en el Perú a las estaciones de servicio.
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Tengo nuevo post en Global Voices en inglés y en castellano.


martes, 6 de septiembre de 2011

Crónicas de viaje: Loja desde la lluvia

Partimos desde Piura los tres, Pepe, Mari y yo. El destino final era Guayaquil. Los puntos intermedios, Loja y Cuenca.

El cruce fronterizo fue fácil y bastante rápido. El trámite para ingresar el carro también. Del otro lado de la frontera nos esperaba un camino verde y más verde. Y lluvia. Mucha lluvia.

En el camino, Pepe informó que sentía el carro pesado, que el carro estaba chancho, como decimos en el Perú. Si bien nunca detuvo su marcha, yo también notaba que el carro avanzaba como si estuviera frenado.

Llegamos a Loja en búsqueda de un hotel determinado, pero como no lo encontramos, terminamos alojándonos en otro que resultó muy bueno. Como a las 6 pm, salimos a comer algo. Había sido un largo camino desde la salida de Piura, a las 9 am. La lluvia era omnipresente. Con las justas llegamos a un restaurante en taxi, a escasas cinco cuadras del hotel. Luego de comer, el regreso debió ser en taxi también. A pesar de la corta distancia, caminarla sin paraguas hubiera sido poco agradable.

La lluvia no cesó nunca. Conocimos Loja a través de las ventanas del carro, del taxi y del hotel.

En medio de verdes paisajes, Loja nos dijo adiós desde la lluvia.



viernes, 2 de septiembre de 2011

Sábado de cine

Un sábado que comenzó como todos y terminó como pocos.

A eso de las 3 pm de un sábado, suena el teléfono. Contesto y me sorprende la voz de Gonzalo, que me dice: ¿vamos al cine? Cuando me dijo el título de la película, dudé por una décima de segundo, pero pensando en tardes de cine de hace algunos años, le dije que si. Quedamos en que a las 5 pm estaría en la casa.

Efectivamente, a la hora acordada en punto, sonó el timbre. Y hacia el cine partimos.

La sala estaba llena, mucho más de lo que yo esperaba. La película que vimos transcurre en una ciudad famosa por su puente rojo y su bahía, sus tranvías y sus calles ondulantes. Le pregunté a Gonzalo si recordaba el puente, y me dijo que no estaba seguro de si lo recordaba o si recordaba saber que había estado ahí.

Creo que toda película, por más mala y aburrida que sea, siempre tiene algo que destacar. Esta película no es mala ni aburrida, pero debo reconocer que no la hubiera visto de no haber sido por Gonzalo. Para mí, su mensaje final es que hay cosas que no se pueden forzar y que no importa lo que hagamos, cada ser tiene una naturaleza contra la cual no puede luchar.

Particularmente, le doy otro valor. Me hizo pensar y recordar un pasado no tan remoto en términos de tiempo, pero que se siente tan distante como si hubiera transcurrido en otro mundo. En otra vida. Una vida en la que éramos uno más y una menos. Recuerdos por un lado, expectativas por el otro.

Al salir del cine nos recibió una fría y húmeda noche limeña. La noche de un sábado que comenzó como todos y terminó como ninguno.