jueves, 24 de diciembre de 2020

lunes, 14 de diciembre de 2020

Una simple historia

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El sábado pasado fui a un supermercado al que no iba desde hacía muchos meses. Es una tienda grande en la que se puede encontrar de todo, desde comida hasta electrodomésticos, pasando por ropa y artículos de escritorio... y con precios bastante razonables.
Lo primero que se ve tras cruzar la entrada es la sección de televisores. Los más grandes están adelante, encendidos y mostrando sus mejores colores. Literalmente.
Es imposible no quedarse unos segundos mirando los televisores y echar un vistazo a los precios.
En eso estaba ese sábado cuando vi que una señora estaba bastante más adelante que yo mirando el televisor más grande. Estaba absorta, y para nada atenta a su alrededor. Ya me adelantaba para empezar mi compra cuando pasó a mi lado una pareja.
También se quedaron mirando los televisores. También se pararon delante del más grande, junto a la señora que ya estaba ahí, y comenzaron un diálogo:
- Así es el nuestro -dijo él.
- ¡No! Ya quisieras -contestó ella entre risas.
- El próximo será así -replicó él.
En ese instante, la primera señora se volteó hacia ellos y sonriendo les dijo:
- Realmente les deseo eso, y más.
La pareja rio algo nerviosa, luego ambos sonrieron abiertamente y a la vez dijeron:
- Muchas gracias.
Me sentí privilegiada de haber presenciado una simpleza tan grande.

viernes, 4 de diciembre de 2020

El transeúnte educado

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Cuenta la leyenda que una muchacha llegó de su ciudad de provincia a estudiar en la capital. Venía llena de recomendaciones maternas de no confiar en nadie, de no hablar con desconocidos, de tener cuidado qué le decía a quién y una serie de recomendaciones de una madre que quedaba preocupada ante la partida de su hija mayor.
La muchacha, a quien llamaremos Pilar, consiguió trabajo en un colegio. Así pasaba sus días, trabajaba en el colegio en la mañana y estudiaba en la universidad por la tarde.
Como era lógico, al poco tiempo tenía un buen grupo de amigas. Casi todas eran provincianas también. Se conocían de sus clases en la universidad y de la pensión en donde muchas vivían. Todas eran muchachas que habían partido de sus lugares de origen con dirección a la capital para "forjarse un mejor futuro".
Ya casi habituada a la vida capitalina, Pilar ya prácticamente había olvidado la larga lista de recomendaciones que le dio su mamá antes de su gran viaje. Por ejemplo, devolvía el saludo que todos los días le daba un señor muy elegante con el que se cruzaba mucho por la calle, cerca de la pensión donde vivía.
- Buenos días, señorita.
- Buenos días, señor.
Pilar nunca pensó nada malo de ese saludo y de su respuesta. Ella simplemente devolvía la cortesía de un amable señor. Y es que le resultaba conocido, pero no sabía de dónde.
Un día, caminaba con una amiga cuando se cruzaron con el elegante caballero. Y como cada vez que se cruzaban, vino el intercambio de saludos:
- Buenos días, señorita.
- Buenos días, señor.
Al ver eso, la amiga la recriminó, le dijo que no debía ir saludando por la calle a cualquiera que se cruzara con ella. Y así fue que Pilar decidió no saludar más al señor.
Pero se le hacía conocido, estaba segura de que ya había visto esa cara.
Llegó el día de cobro de su trabajo en el colegio. Como era una escuela pequeña, el cobro se hacía en una agencia bancaria cercana. Así el colegio no se complicaba con ese trámite.
Se acercó Pilar a la ventanilla cuando le tocó su turno. Mientras buscaba su documento para identificarse con el encargado del pago, una voz familiar la saludó:
- Buenos días, señorita.
¡Con razón se le hacía conocida la cara del señor amable que la saludaba cada vez que se la cruzaba en la calle!
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Por razones técnicas, este blog ha estado un poco callado últimamente. Resueltos los problemas, la intención es retomar las publicaciones con más frecuencia.
 

martes, 24 de noviembre de 2020

Ya son 13

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En este año loco, este blog cumplió 13 años. Y así seguirá, cumpliendo años y apagando velitas. Gracias por estar ahí.

lunes, 26 de octubre de 2020

"Dice que no está"

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Recordé una historia graciosa que me contaron hace tiempo.
Una señora, a quien llamaremos Sara, tena en una casa bastante grande con muchas habitaciones. Es que Sara alquilaba alojamiento para estudiantes, y la casa era ideal para que todos estuvieran cómodos.
Todo era armonía en la casa de Sara, pero las cosas se podían complicar cuando sonaba el teléfono. Nadie sabia quién estaba en casa, quién había salido, quién contestaba. Eso cuando se tenía suerte y el teléfono no daba ocupado por horas... a veces por dejarlo mal colgado.
Como es de suponer, todo esto ocurría antes de la invasión de ese invento llamado teléfono celular, que es cada vez menos teléfono y cada vez más cerebro.
Sonaba el teléfono y comenzaba el desorden:
- Por favor, ¿está Juan Pablo?
- Un ratito, voy a ver.
"¡Juan Pablo! ¡Juan Pablo!", el sonido de la voz se hacía más lejano a cada paso de quien buscaba a Juan Pablo.
Si había mucha suerte, el interfecto estaba en casa y contestaba el teléfono. Si había poca suerte, el interfecto no estaba y si no había nada de suerte, no solamente no estaba en casa sino que nadie le decía después que lo habían llamado. Pero lo más habitual era que quien contestara la llamada simplemente se olvidara y dejara en la mayor intriga a quien buscaba a Juan Pablo.
De todas las historias relacionadas con el caos telefónico en casa de Sara, la peor fue una que hizo que todos se pusieran en orden.
Sonó el teléfono, y quien llamaba tuvo la suerte de no encontrar el teléfono ocupado y de que le contestaran la llamada bastante rápido.
- Por favor, ¿está Juan Pablo?
- Un ratito, voy a ver -respondió un atento muchacho.
El muchacho que contestó la llamada se cruzó con Sara:
- Sara, llaman a Juan Pablo.
- No está, se fue a clases temprano. Toma el recado y anótalo en los papeles que hay ahí.
Con mucha diligencia, el muchacho que contestó tomó el teléfono y dijo:
- Oye, dice que no está.
- ...

miércoles, 23 de septiembre de 2020

El título esquivo

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Tenía la imagen en la cabeza, pero no podía recordar el título de la serie.
¿Cómo no podía recordar el nombre de esa serie cómica? Un abogado joven, de familia acomodada, muy elegante, muy serio de esos que se dice que lo tiene todo. Una muchacha de familia nada tradicional, hija de hippies, muy locuaz y alegre, de esas que se dice debió luchar por todo lo que tiene. Hasta puede ver a los personajes: él es alto, de pelo oscuro que peina con raya al costado, casi nunca se ríe; ella es rubia, bonita, siempre sonríe.
Caramba, ¿cómo se llama esa serie? Hasta se acuerda de que el título son los nombres de los dos protagonistas: "Tal y Cual" o "Cual y Tal", el orden de los factores no altera el hecho de que no se acuerda el título. Solamente recuerda que el nombre de ella era raro, único y por eso mismo difícil de recordar.
Eran como el agua y el aceite, tan distintos como el día de la noche, pero se querían. Se adoraban.
Hay alguien que se acordaría. Con lo fácil que sería llamarlo y preguntarle. Él lo sabría, Él lo sabía todo.
"Ay, a ver si me das el nombre de esa serie". Sabía que la respuesta a la pregunta llegaría pronto en el momento más inesperado.
Aunque dejó de pensar en el asunto, de rato en rato la pregunta sin respuesta volvía. Ni siquiera san Google podría ayudar, no sabía cómo formular la pregunta o qué palabras buscar.
Al día siguiente, ordenando cajones y muebles llenos de papeles, encontró un periódico de hace unos meses. Estaba abierto en la página del crucigrama... y ahí estaba la foto de la serie cuyo título no podía recordar.
Ahí estaban, ella sonriendo feliz, él muy serio.
Y ahí el título, en grandes letras mayúsculas: "Dharma y Greg".
Su respuesta llegó pronto en el momento más inesperado.

Dharma y Greg

domingo, 23 de agosto de 2020

El niño y el taxi

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Era un día especial, la abuela había invitado a almorzar al nieto. Iban más personas, pero el niño de diez años era el invitado de honor.
Desde temprano, la abuela se dedicó a cocinar el plato favorito del invitado, desde la entrada hasta el postre. Los demás invitados sabían quién era la estrella y nadie lo discutía.
Cerca del mediodía, sonó el teléfono pero la abuela no tuvo necesidad de contestar, su hija estaba más cerca. Unos minutos después, la hija se acercó a la cocina y le trajo la novedad: había llamado la mamá del nieto, que por motivos de trabajo estaba fuera de su casa, en otro punto de la ciudad. Estaba tan lejos que si iba de ahí a su casa para recoger al nieto para luego ir juntos a la casa de la abuela iban a llegar muy tarde. Así que le había pedido a un taxista de toda su confianza que recogiera al niño y lo llevara a casa de la abuela, y que calculaba que ella llegaría casi al mismo tiempo que el niño en el taxi.
La abuela reaccionó inmediatamente:
- Ni hablar, yo voy a recoger a mi nieto y lo voy a traer.
La hija le dijo que eso no tenía ningún sentido, que si la mamá del niño había pensado en esa solución era porque sabía que no habría problema, que confiara que todo estaría bien. Además, le hizo ver que entre ir y venir todo se retrasaría y sería peor.
La abuela se resignó y regresó a la cocina. Sabía que mandar al niño con un taxista conocido era la mejor decisión, pero no pudo evitar preocuparse. Su único pensamiento estaba en el niño, esperaba que llegara pronto y bien. Tan concentrada estaba en eso que casi se le quema lo que tenía en el horno.
Después de media hora interminable, sonó el timbre. La abuela se apresuró a abrir y suspiró aliviada cuando el niño entró tranquilo, ajeno a las preocupaciones de su abuela, con una pelota bajo el brazo. Saludó y fue corriendo al patio del fondo a jugar un rato hasta que lo llamaran a almorzar.
Al poco rato, llegó la mamá del niño, que corrió a saludarla. Cuando vio la pelota, la mamá preguntó:
- Hijito, ¿esa no era la pelota que estaba desinflada?
- Sí. Le pedí al taxista que fuéramos a inflarla. Él mismo se bajó, la infló y me la dio --contestó el niño con una sonrisa ufana.
La abuela y la madre del niño se miraron, sin pronunciar palabra se dijeron lo mismo: "y yo preocupada por todo el asunto".

miércoles, 5 de agosto de 2020

Ronquidos

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Pedro y Ana llevan casados más de 20 años. Tienen tres hijos, les gusta su trabajo, tienen una buena rutina y se puede decir que son felices. Y es que son felices.
Según Pedro, el único defecto de Ana es que es muy renegona. Según Ana, el mayor defecto de Pedro es que ronca mucho.
Una noche cualquiera, una noche muy fría, todos en la casa se fueron a dormir. Cada uno había tenido un buen día y les esperaba una jornada llena de actividades al día siguiente.
Alrededor de las dos de la mañana, Ana se despertó sobresaltada. Un ruido fuerte la asustó. Se sentó de un golpe en la cama con el corazón latiéndole muy rápido. Pero el susto le duró poco cuando descubrió que el ruido no era más que Pedro y sus ronquidos.
Se levantó y fue al baño, tomó un poco de agua y regresó a la cama. En todo momento, los ronquidos de Pedro la acompañaron. Tenía la esperanza de que al sentirla levantarse, Pedro se movería un poco y dejaría de roncar.
Vana esperanza.
Se metió en la cama e intentó volver a dormir. Cada vez que sentía que se quedaba dormida, los ronquidos en su oreja aumentaban en volumen y le regresaban al estado de vigilia completa.
Vio la hora, 2:45 a.m. Tenía poco más de media hora tratando de dormir a pesar del concierto nocturno que había en su dormitorio. El ciclo se repitió todo el resto de la noche, justo cuando agarraba el sueño, un renovado ronquido la sacudía.
- Qué envida, ya quisiera dormir así aunque sea una vez en un año bisiesto.
Poco antes de las seis de la mañana se dio por vencida. Se levantó dispuesta a enfrentar el nuevo día. Previo paso por el baño, fue a la cocina y empezó a preparar todo para el desayuno. Le gustaban esos momentos en que veía y oía cómo el barrio despertaba.
Casi una hora después, Pedro se apareció´para tomar desayuno. Saludó, se sirvió café y se sentó a la mesa:
- ¿Cómo amaneciste? -le preguntó a Ana.
Estuvo tentada de decirle que desvelada gracias a él, pero se abstuvo.
- Bien, pensando en las cosas que hay por hacer hoy, preparada para una nueva jornada. ¿Y tú? ¿Listo para el nuevo día también?
- Pues muy mal. Me pasé la noche en vela, no pegué ojo ni un minuto. Algo que comí ayer debe haberme caído mal. Perdí la cuenta de las veces que fui al baño. ¿No te diste cuenta?
😡😠

martes, 14 de julio de 2020

Regálaselo al cosmos

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Rocío trabaja en una empresa grande, pero desde sus tiempos de estudiante ganaba una platita extra con la venta de diversos artículos. Desde hacía tres años vendía cremas humectantes para distintos tipos de piel que se identificaban por el color del frasco.
Sus principales clientas eran sus amigas del trabajo. Empezó como algo chico, con las más cercanas, y poco a poco se corrió la voz y tuvo más compradoras. Hasta varios hombres se animaron a comprar sus cremas. Había ocurrido lo que le anunciaron cuando aceptó emprender la venta de un producto nuevo, y ahora la crema se vendía sola.
El procedimiento era casi siempre el mismo, como una escena ensayada. Se acercaban a su escritorio, la llamaban a su anexo o le mandaban mensajes a su celular con la pregunta "¿tienes crema azul?", o el color que fuera.
La forma de pago podía variar, a veces le entregaban el dinero en la mano, a veces le hacían una transferencia. Muy pocas personas le decían: "te pago a fin de mes". Aunque esa forma de pago era la que menos le gustaba, debía reconocer que nunca nadie la había dejado sin el pago puntual.
Pero para todo hay una primera vez.
Llegó el día en que se acercó a Rocío una trabajadora nueva, le habían dicho que las cremas de Rocío eran excelentes y quería probarlas. Algo no le sonó bien a Rocío, pero decidió descartar el pensamiento y atender a su nueva clienta. Se les fue casi toda la hora del almuerzo entre preguntas, consultas y demostraciones, y al final la nueva clienta se llevó dos cremas:
- Por favor, dame tu número de cuenta para hacerte una transferencia. Hoy mismo te hago llegar el pago.
Pasó ese día y el siguiente, y recién ahí Rocío se acordó de revisar si efectivamente le habían hecho el depósito. Comprobó que no, y se consoló con la idea de que en dos días les tocaba cobrar el sueldo y que ese día vería el pago en su cuenta.
Una semana después, no había pago alguno. Y así pasó durante todo el mes siguiente.
Con el pasar de los días, su pensamiento cambió de "debí haber hecho caso a mi percepción inicial, no debí haberle dado nada a crédito a alguien que no conocía", a "ya lo recuperaré en algún momento".
Tres meses después, ya casi había olvidado el asunto. Hasta que llegó el día en que dijo: "Cosmos, te regalo ese dinero, tú sabrás a quién mandárselo de mi parte".
Y simplemente se olvidó de todo. Tampoco supo más de la deudora, por ahí se enteró de que la habían transferido a otro local de la misma empresa. Le deseó lo mejor, de todo corazón. Repitió el mensaje del regalo al Cosmos y siguió con su vida.
En esos meses, vendió cremas como nunca. Tuvo que pedirle el doble de lo habitual a su proveedor, y se agotó todo.
Un día, caminando por la calle, vio un lo que parecía ser un pedazo de papel. Más de cerca vio que no era un simple papel, era algo abultado. Se agachó a recogerlo pensando que era importante y recién ahí vio que era un sobre doblado en dos mitades.
Lo levantó, lo examinó y para ver si tenía alguna indicación del dueño, pero no había nada. Lo abrió, ya movida por la curiosidad y vio que contenía billetes. Miró por todos lados, tal vez todavía estaba por ahí quien había perdido el dinero, pero no había nadie hasta donde alcanzaba su vista. Caminó hasta la esquina, no había nadie. Las calles estaban inusualmente vacías.
Recién ahí se animó a contar el dinero. No era mucho, tampoco era poco. Agradeció su buena suerte, guardó el sobre en el bolsillo y siguió el camino a su casa.
Pasos más adelante se dio cuenta: lo que había en el sobre era exactamente lo que meses antes le había dejado de pagar la trabajadora nueva que luego desapareció.

miércoles, 17 de junio de 2020

Minirrelatos

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Por casualidad, encontré en Twitter a Luciana, que reta la mente de sus seguidores con minirrelatos para los que plantea una serie de palabras.
Más de una vez he aceptado el reto. A continuación, mis minirrelatos.
1. Leche / Kiosko / Teclado / Absoluto / Verde / Feliz
El teclado se le hizo un absoluto caos tras horas de trabajo. Decidió hacer una pausa con una leche caliente. Se asomó por la ventana y vio niños que compraban dulces en el kiosko verde a la entrada de su edificio. Se sintió feliz de oír sus risas, algo tan simple que extrañaba.
Se puede ver aquí.
2. Cómoda / Apariencia / Sobrio / Antiguo / Velero / Altura
El espejo sobre la cómoda le hizo ver que su apariencia le daba un aspecto muy sobrio, casi como un personaje de libro antiguo. Se sintió avergonzada, y hasta consideró que no estaba a la altura del paseo en velero que tanto la ilusionaba.
Se puede ver aquí.
3. Columpio / Uvas / Sentido / Pensamiento / Sombra / Lengua
Entre la sombra de las ramas, desde su columpio lograba ver las uvas en el campo vecino. Se le nubló el sentido cuando imaginó el sabor dulce de la fruta en la lengua. Ese pensamiento iluminó su mañana.
Se puede ver aquí.
4. Medalla / Caricia / Sonido / Trino / Volver / Oír
El sonido de la medalla al caer era como una caricia para sus oídos. Desde que pudo volver a oír, hasta el mínimo trino de los pájaros eran caricias para sus oídos.
Se puede ver aquí.
5. Poder / Mente / Entusiasmo / Baile / Espinas / Viajar
"Poder viajar con la mente", se dijo con entusiasmo. En estos tiempos de fronteras cerradas, sería un gran privilegio. Pensaba tanto en ese baile viajero que no vio cuando las espinas se le clavaron en la mano. "Es el fin del viaje mental", pensó mientras se secaba la sangre.
Se puede ver aquí.
6. Palabra / Cortar / Silencio / Antojo / Escuchar
Nadie decía una sola palabra. El silencio era aplastante, la tensión se podía cortar con una tijera. Y ahí estaba yo, con el único antojo de escuchar su voz.
Se puede ver aquí.
7. Bandeja / Exposición / Enterar / Audaz / Mecate
Antes de la exposición, vi un mecate enredado en la bandeja. Me hice la audaz, ya se iban a enterar de quién lo había enredado así.
Se puede ver aquí.

miércoles, 27 de mayo de 2020

La novela incompleta

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La tía Angelita era una gran seguidora de telenovelas. Era cosa de llegar del colegio y encontrarla viendo la última novela del día, después de varias más que ya había disfrutado durante la mañana.
Las novelas venían de muchos lugares. Eran sobre todo mexicanas y venezolanas, pero también hubo algunas argentinas.
Una de esas novelas argentinas se llamaba "Lucía Bonelli". En el Perú se vio esa novela con expectativa pues salía la actriz peruana Emily Kreimer, que murió bastante joven. Hacía de la hija de Lucía Bonelli, que además tenía otros tres hijos nombres con nombres bíblicos.
De lo poco que recuerdo de la trama, Lucía Bonelli queda viuda inesperadamente en el primer capítulo y como si eso no fuera suficiente, se entera de que la familia está en la quiebra.
Como era un mujer decidida, porque no ponen como título de una novela el nombre de cualquier pusilánime, la señora Bonelli se pone al frente de las empresas de la familia, porque siempre son en plural. Y como suele pasar en las novelas, una señora que probablemente antes solamente se había dedicado a ser la millonaria esposa de un millonario resulta ser una estupenda empresaria que "saca adelante a su familia".
Sola.
Cierto que contaba con la ayuda de algunos colaboradores, pero ella era el cerebro, la que  tenía el olfato, la que tomaba la decisión final. Siempre acertada, claro.
Como era de suponer, a doña Lucía no le faltaban galanes. Al menos no le faltaba un galán, cuyo nombre solamente recuerdo como Fontana.
A los hijos de Lucía, sobre todo a los hijos hombres, no les gustaba el tal Fontana. Y no lo disimulaban. Le hacían la guerra.
Y parecía una injusticia.
Hasta que llegó una escena inolvidable en que una mujer se presenta ante Lucía Bonelli y le anuncia que es "la esposa de Fontana".
Lo vimos un viernes, y ahí acabó el capítulo.
No quedaba más que esperar hasta el lunes.
Y así llegó el lunes. Ahí estaba la tía Angelita, lista para seguir la trama, intrigadísima. Y sin embargo, a la hora acostumbrada de "Lucía Bonelli" dieron cualquier otra novela.
Sin más.

sábado, 16 de mayo de 2020

La amiga del pan

Todos los días, la niña se sienta a tomar desayuno con sus hermanos. Casi siempre los acompaña en el desayuno una tía a la que todos quieren mucho y que vive en su casa. Es su tía, pero no le dicen tía, la llaman por su nombre. A veces, dependiendo de la hora, su mamá y su papá también comparten la mesa, si es que no han salido ya a trabajar.
La niña observa lo que hace su tía. Le gusta ver cómo mezcla todo el huevo frito, cómo la yema cruda se junta con la clara frita, cómo todo queda amarillo por efecto de la yema y de la mostaza que pone la tía. Acto seguido, la tía abre el pan y mientras le saca toda la miga posible dice:
- No hay que comer la amiga del pan.
La niña observa, absorbe pero no dice nada. Nunca pregunta qué tiene de malo la amiga del pan, por qué hay que dejarla a un lado. No, se limita a observar y absorber.
Y así se limita a quedar intrigada. No entiende, porque a ella le gusta estar con sus amigas. Ya va al nido y tiene un grupo de amigas con la que juega y se ríe. Le gusta verlas en los cumpleaños, ya ha ido a varios en los últimos tiempos y lo mejor es jugar con las amigas. También con los amigos del nido. Se le hace raro verlos a todos con ropas elegantes y no el mandil plomo con el que van al nido.
Día tras día, desayuno tras desayuno, la niña ve a su tía sacar la miga del pan. Hasta aprendió a hacerlo ella también. Aprendió también a comer el huevo frito como lo hace su tía, aunque no le sale tan bien. Se le derrama por los costados del pan. No le importa, lo que le importa es el sabor.
Hasta que un día se animó y preguntó:
- ¿Por qué tengo que dejar al pan sin su amiga?
- ¿Su amiga? ¿Qué amiga? -preguntó la tía extrañada.
- Sí, tú siempre dices que no se come la amiga del pan.
- No -contestó la tía entre risas, casi sin poder hablar. Lo que no se come es la miga del pan.
Pasaron los años, y la niña ya no es niña. Hace tiempo que ya no va al nido. Pero todavía saca toda la miga del pan. Y todavía hace la misma mezcla con el huevo frito.
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Cambiaron algunas cosas en Blogger. Habrá que acostumbrarse.


viernes, 1 de mayo de 2020

Perdonen pero...

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Toda esta situación de cuarentenas, confinamientos, distanciamiento social, inmovilización obligatoria y similares genera diversidad de sensaciones y sentires. Y algunos me tienen realmente harta.

Ya me harté de comentarios, supuestamente irónicos, de gente que dice no bañarse hace no sé cuántos días, que se queda con pijama todo el día, que ya ni siquiera se peina. Trabajo en mi casa desde hace cuatro años, y no hay un solo día que no me bañe, que no me cambie de ropa. Creo firmemente que no se trata de hacerlo para que los demás me vean sino de hacerlo por mí, para sentirme bien. Qué triste debe ser la vida para quien vive para la opinión de los demás.

Ya me harté de las "bromas" de no saber qué día es, de que "es viernes y mi cuerpo no lo sabe", de que saldremos a la calle con las calendas griegas. Ya sé que es una manera de llevar la incertidumbre, pero es muy cansador leerlo por todos lados.

Ya me harté de las quejas de por qué acá se así si allá se hace asá y tienen tales índices. Ya me hartaron los expertos de teclado, los que solamente salen a criticar sin exponer media sugerencia. Ser expertos de teclado es bien fácil. Como se dice, "una cosa es con guitarra y otra con cajón".

Ya me harté de esos reenvíos de mensajes con noticias absurdas, entrevistas a niñas que dicen hablar con Dios, y otras más que comienzan con "el primo del amigo de mi vecina trabaja en el ministerio y me he dicho que" seguido de una falsedad de lo más alarmista. Por favor, que tengan medio dedo de frente y piensen antes de reenviar alegremente algo que obviamente no tiene ningún sentido.

Y al que le caiga el guante, que se lo chante.

La lista es mucho más larga, pero tampoco quiero hartar a los amables lectores.

martes, 21 de abril de 2020

El niño del balcón

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- ¡Hola!

La voz infantil suena a lo lejos. Desde donde estoy, solamente puedo intuir que es un niño aburrido por el encierro y que lanza saludos al aire para romper la monotonía de las últimas semanas.
- ¡Hola! ─vuelve a gritar el niño, sin mucha convicción.
- ¡Hola! ─contesta una voz masculina, más lejana que el niño. ¿Cómo te llamas?

Tal vez asombrado por haber tenido respuesta, el niño demora unos segundos en contestar. Con voz más fuerte, contesta algo que se puede entender como Rafo o Marcos. Me quedo con Rafo.

- ¿Cuántos años tienes?
- Cuatro. ¿Y tú?
- Un poco más ─ríe el hombre sin soltar prenda.

Y así comienza un diálogo trivial como el que se tiene con los niños pequeños. Y sin querer me entero de que Rafo vive con sus papás y su hermano menor “que es bebé y no habla”. Que habló con sus abuelos "por la computadora", que su hermano también quiso participar también en la llamada con los abuelos "pero él no habla".

Luego Rafo le pregunta "cuándo se va el virus para poder salir". El hombre le dice que no sabe pero que seguramente será pronto. Que es mejor que se quede en su casa para que el virus no entre y no se enferme nadie.

- ¿Tú con quién vives?
- Con mi esposa y un perro. Se llama Odie. Lo saco a pasear todos los días.
- Yo quiero tener un perro, pero mi mamá dice que no.

De repente Rafo dice que lo llama su mamá.
- Chau.
- Chau, Rafo. Otro día volvemos a hablar.
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Haz como Rafo y quédate en casa.


lunes, 30 de marzo de 2020

Adiós, Esteban

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Con mucha pena me enteré de la partida de Esteban Lob, ese periodista y locutor chileno, como él mismo se presentaba en su blog.

Yo prefiero pensar en él como mi amigo Esteban, al que conocí gracias a nuestros respectivos blogs. Su comentario era infaltable en cada entrada mía que publicaba en esta bitácora, algo que siempre le agradecí.

Tuve la enorme suerte de conocerlo personalmente. En un viaje mío a Santiago, él y su esposa fueron muy amables de abrirme las puertas de su casa, donde compartí con ellos unos días en que disfruté del cariño de ambos. Conocí a varios de sus nietos, y hasta participé en la explicación para la tarea escolar para el mayor.

A partir de ahí, la comunicación por correo fue frecuente: saludos de cumpleaños, Día del Padre, Navidad y hasta cuando nuestros países tenían malas noticias.

Tenía tantas historias... felizmente queda su blog para seguir disfrutándolas. Catorce años de historias que seguro se quedaron cortos para contar lo que Esteban vivió a lo largo de su vida. A quien no conoce su blog, le invito a leerlo:
http://estebanlob.blogspot.com/

En tu caso, querido Esteban, se puede decir "misión cumplida".

domingo, 22 de marzo de 2020

#YoMeQuedoEnCasa

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Había una vez un país como cualquiera. La gente entraba y salía, iba y venía, podía verse, abrazarse, besarse sin restricciones.

Y sin embargo, preferían relacionarse por medio de una ubicua pantallita de pocos centímetros cuadrados. No existía vida más allá de la dominante pantalla. Era tanta la fijación con la pantalla que hasta tenían accidentes al ir por la calle libremente por no ver dónde ponían el pie.

Curiosamente, cuando estaban frente a frente, las personas preferían pegarse a la pantallita y "relacionarse" con un tercero que no estaba ahí.

Hasta que llegó un enemigo extranjero. Llegó en medio de anuncios, con bombos y platillos. Se las arregló para mover todo un aparato de comunicaciones.

No faltó quienes lo tomaron a la ligera. Bromeaban, lo retaban "parao y sin polo". Algunos, los más prudentes, comenzaron a tomar medidas para enfrentarlo. Dejaron de entrar y salir, de ir y venir, de verse, abrazarse y besarse.

Otros tuvieron actitudes incomprensibles, corrieron a tiendas, supermercados, abastos y se aprovisionaron de incomprensibles cantidades de artículos de primera necesidad. No importaba que los compraran en cantidades desmedidas que no podrían agotar ni en tres años. No importaba que dejaran sin esos suministros a otros. Se portaron como dignos habitantes de Yonomás, al punto que casi podías creer que estabas ahí.

Mientras tanto, el enemigo avanzaba y avanzaba. Y ya fue obligatorio esconderse en casa, casi sin respirar para que el enemigo no se diera cuenta de que había personas escondidas. Para dejarlo pasar de largo.

De nuevo, no faltaron quienes lo tomaron a la ligera. Pero ya no era cosa de broma. Las autoridades empezaron a tomar medidas drásticas que fueron igualmente aplaudidas y criticadas.

Y la pantallita, antes tan imprescindible, comenzó a hastiar por obligatoria. Era una tabla de salvación, pero llegó el momento en que el contacto físico directo antes despreciado se volvió una ausencia pesadisima. Llegó también el momento en que todos añoraban hasta el sonido del timbre de casa. Con calles vacías, nadie visitaba a nadie.

Así pasó el peligro. El enemigo se agotó. La vida poco a poco volvió a la normalidad. Mejor dicho, a una nueva normalidad. Y casi todos se adaptaron. Y casi todos recordaban esos días de encierro y soledad.

Y si vencieron, fue porque hicieron caso y se quedaron en casa.

#YoMeQuedoEnCasa

Inspirado en el poema "Y la gente se quedó en casa".

lunes, 2 de marzo de 2020

Una cucharada llena

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La niña se había quedado al cuidado de su tía. Era habitual que así fuera cuando la mamá de la niña tenía algo que hacer y no la podía llevar.

La única indicación era que la niña debía tomar un jarabe para la tos a una hora determinada. "Una cucharada llena, con la cuchara que está en la caja del jarabe", fue la indicación recibida.

Así, tía y sobrina se dispusieron a pasar la tarde juntas. Como siempre, buscaron qué hacer, y pasaron de dibujar y pintar, comer helados a hacer dulcecitos en la cocina, todo entre preguntas y respuestas que iban y venían de ambos lados.

De repente sonó la alarma previamente fijada para no olvidar la hora del jarabe. La niña se acercó con toda tranquilidad a cumplir con la dosis a la hora precisa. Su tía sirvió el jarabe hasta que la cuchara estuvo casi llena. Le dio temor llenarla hasta el tope, pensaba que el exceso podría derramarse:
- No, esta cuchara no está llena. Falta un poquito —dijo la niña.
- Sí, pero si la lleno se puede derramar hasta que tomes el jarabe.
- ¡Lo siento mucho! Mi mamá me da la cuchara llena.

Fue tajante.

Su tía se quedó pensando cómo solucionar tan nimio detalle y darle la dosis completa a la niña sin derramar una gota del jarabe ya servido.
- Ya sé. Te tomas esto que ya está servido y luego te pongo otro poquito para completar lo que siempre tomas.

Por un segundo tuvo el temor de un nuevo rechazo de la niña. Que le dijera que lo sentía, que debía tomarse todo en una sola cucharada como hacía con su mamá. Vio los ojitos de la niña, brillaban. Estaba expectante, pensando en su respuesta.
- Bueno —dijo finalmente la niña.

A modo de tácita aceptación de la propuesta, la niña abrió la boca y recibió la primera cucharada, la que estaba casi llena. Un instante después la volvió a abrir para el poco restante.

Luego ambas siguieron pintando hasta que acabó la tarde, que acabó demasiado rápido.

domingo, 16 de febrero de 2020

La mujer en la ventana

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Ese día se levantó temprano. Se levantó temprano ese día como todos los días.

Como todos los días, no prendió la luz sino que se iluminó con el televisor a volumen muy bajo. No es cosa de despertar a todos los demás a causa de su rutina.

Así entró y salió varias veces del dormitorio, como todos los días. Hay que prepararse bien para la rutina diaria, y esta parte de la rutina diaria es tan igual que la hace a oscuras, solamente el dormitorio tiene la luz del televisor.

Como todos los días, casi lo último que hace es abrir la ventana del dormitorio para que quede abierta todo el rato que no está. Y como todos los días, miró hacia el cielo a ver si podía adivinar cómo estaría el resto del día. No todos los días acierta, pero no deja de hacerlo.

Cuando recorría el espacio con la vista reparó en que tenía delante a una mujer. Una mujer que parecía hablarle directamente, movía la boca pero no emitía sonido.

El susto fue inenarrable.

Comenzó a preguntarse, ¿por dónde había entrado esta mujer? Todos los accesos están asegurados, pensado justamente para que nadie pueda colarse a la casa. Alguna vez ha descubierto gatos que se pasean por la parte alta de los muros que dividen que las propiedades vecinas sin animarse a dar el salto al suelo.

Pero una persona es imposible. Simplemente no hay lugar.

Volvió a mirar, la mujer seguía ahí. Y de repente, desapareció.

El susto fue doblemente inenarrable.

Se dio la vuelta de inmediato para rechazar lo que fuera que estuviera afuera. Y volvió a mirar hacia afuera.

Otra vez estaba la mujer.

Entonces se dio cuenta de algo.

La mujer era una entrevistada en el programa que estaban dando en el televisor prendido cuya imagen se reflejaba en la ventana del otro dormitorio, y que con el volumen tan bajo hacía parecer que la mujer le hablaba directamente y que movía la boca pero sin emitir sonido.

lunes, 27 de enero de 2020

Historia de una reivindicación

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Hay un programa español que consta en saber para ganar. Como se puede deducir, es un concurso de conocimientos en el que hay diversas preguntas en diferentes pruebas que tres concursantes deben superar todos los días.

No me lo pierdo un solo día, pues lo dan hasta fines de semana.

Hace algún tiempo, dieron una respuesta incorrecta cuando preguntaron quién había compuesto "La flor de la canela", canción de la peruana Chabuca Granda. El presentador dijo que la autora era María Dolores Pradera.

Eso provocó una reacción mía inmediata:

No solamente nunca rectificaron, sino que al cabo de un tiempo volvieron a cometer el mismo error, que motivó una respuesta mía más ruidosa.

Durante varios días, semanas y hasta meses, estuve insistiendo con el mismo pedido: que rectificaran, que dijeran quién era la verdadera autora. Y hasta mandé un tuit diario con el pedido:
Y así pasaron varios meses, tiempo en el que de vez en cuando mandaba mi recordatorio del pedido de rectificación.

Hasta que un día me dieron una sorpresa doble. Por un lado, si bien no era una rectificación, era una reivindicación. Por el otro, ahí supe que había personas interesadas en mi reclamo:

Otro ejemplo:
Ya entrado 2020, seguí insistiendo:

Y a los pocos días, otra sorpresa:

Y así quedó reivindicada Chabuca Granda y su inmortal "Flor de la canela". Que nadie vuelva a confundirse. Acá está, en su propia voz:

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Les invito a leer mi más reciente artículo en Global Voices, con una terrible noticia de algo que ocurrió en Lima el jueves 23 de enero.

domingo, 12 de enero de 2020

¿El cliente siempre tiene la razón?

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Una empresa de cable decide unilateral y arbitrariamente retirar de su programación un canal. Un día prendes el televisor con la idea de ver la serie que sigues hace semanas y no hay canal. Crees que te has equivocado, repites la operación... nada.

Llamas a preguntar qué pasó y un hombre que repite instrucciones y consignas como si fuera una máquina te responde que "es un cambio que obedece a mejoras en bien de los clientes". Cuando replicas que en qué realidad alterna es una mejora que te quiten programas que ves sin anuncio previo (ni posterior, digamos la verdad), el hombre que repite como si fuera una máquina vuelve con la cantaleta.

Ajo y agua nomás.

De un momento a otro, el periódico que compras pone anuncios con "Desde el domingo, tu diario favorito crece". Ingenuamente te preguntas si aumentará el número de páginas, el tamaño del diario o tal vez habrá más columnistas. Tienes curiosidad por saber por dónde vendrá el cambio.

Cuando llega el día tan esperado, notas que el único cambio está en el precio. De un plumazo, el diario cuesta 50 % más. No hay más secciones, no hay más columnistas, no hay más páginas. Al contrario, jurarías que hay menos páginas.

Decides cambiar el diario que compras todos los días. Y de nuevo, ajo y agua.

El canal que ves todos los días repite impunemente capítulos de series hasta la saciedad.  No son series que continúen, cada episodio es una historia. Sabes que la serie tiene infinidad de capítulos más porque los has visto antes. Sin entender por qué, el canal comienza a dar los mismos cuatro capítulos uno tras otro, como si no hubiera más. Y sabes que sí hay muchos más.

Ese mismo canal repite las promociones también hasta la saciedad.

Reclamas ambas circunstancias por medio de una red social, crees que te harán caso, pero no. Ya se sabe, ajo y agua.

¿El cliente siempre tiene la razón? Francamente, no lo creo.