miércoles, 24 de agosto de 2011

Más frases memorables

Más frases tomadas de series que veo o veía.

No malogres mi razonamiento con tu lógica.
Rick Castle en Castle.

No dudo que conozcas a tu padre, pero ¿conoces al esposo de tu madre?
David Addison en Moonlighting.

No sé qué quiere decir eso.
Temperance Brennan en Bones.

Una persona es lo que bota a la basura.
Thomas Sullivan Magnum en Magnum P.I.

Tomamos decisiones y luego vivimos con ellas.
Anthony DiNozzo en NCIS.

¡No hay sopa PARA TI! !El siguiente!
El Nazi de la Sopa en Seinfeld.

¿Sabes cuántos días he vivido? ¡26 mil! ¿Sabes cuántos he sido feliz, feliz? ¡Media docena!
Abuela Pura en Cuéntame cómo pasó.

No quisiera que fuera así, pero la gente juzga.
Neal Caffrey en White collar.

Solamente puedes trabajar con lo que Dios te ha dado.
Kate Reed en Fairly legal.

Todo tiene un costo, incluso la verdad. Pero la recompensa por la verdad es una visión clara y una conciencia limpia.
Frank Reagan en Blue bloods.

Si buscas un final feliz, depende de dónde cortas la historia.
Neal Caffrey en White collar.

Si hace falta vendemos el coche, o los dos, lo que sea. Pero vamos a salir adelante juntos, como siempre.
Merche en Cuéntame cómo pasó.
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¡Seis de enero llegó a los 200 posts!



sábado, 20 de agosto de 2011

Relato (cuasi)kafkiano - conclusión

Para las dos primeras partes, ver acá y acá.

G no se equivocó con su cálculo: en los primeros meses de 2011, recibió una nueva notificación a través de la cual le pedían que presentara copia autenticada notarialmente de todos sus recibos de honorarios emitidos durante el ejercicio 2008 y copia autenticada notarialmente de todos los certificados expedidos por las empresas a los que había prestado servicios y que acreditan ls retenciones de impuestos correspondientes al ejercicio 2008. Le concedían el magnánimo plazo de cinco días útiles para presentar todos los documentos.

El colmo, pensó G. Ya ni es necesario decir a dónde le llegaba el hartazgo en este punto de la historia. Simplemente le parecía increíble que le pidieran tal cantidad de documentos, con acreditación notarial encima que, obviamente, debía salir de su bolsillo.

Lo recomendable sería solicitar dichos certificados de retenciones al término de cada ejercicio, pero G no lo ha hecho nunca. Nunca los había necesitado y ciertamente en esta oportunidad no se iba a angustiar por eso. Total, pensó, si alguien debe probar que percibe ingresos como si figurara en la planilla de la universidad es el ente administrador y nadie más.

Preparó un nuevo escrito. En tono cargado de cachita, dijo que no tenía la menor intención de perder tiempo ni menos dinero en conseguir y certificar una serie de documentos que ya había entregado en copias simples ni en solicitar los certificados de retención. Terminó diciendo que el error no venía de su parte sino de una confusión por parte del ente administrador y que de ninguna manera iba a darles gusto con su pedido, porque esa no es la manera de generar una cultura de confianza hacia los contribuyentes. En buena cuenta: más les valía creer en su dicho sustentado con lo que ya había mandado porque no iba a hacer ningún esfuerzo por ayudarlos.

Cuando G fue a entregar el documento, la persona de la mesa de partes le lanzó una mirada extrañada. Tal vez nunca había leído un escrito con esas palabras.

Para no hacer más largo este relato, lo termino acá. La semana pasada, G recibió una nueva notificación, casi siete meses después de la anterior. Esta vez, era la copia de la notificación enviada a la universidad con nombre de santo que, como deferencia, hacían llegar simultáneamente a G. Al leerla, G no pudo aguantar la risa: se le pedía a la universidad que enviara la relación de pagos hechos a G durante el ejercicio 2008.

¿Qué parte de toda la historia no han entendido estos?, se dijo. Su risa fue primero porque no le decían ni una palabra sobre su escrito faltoso. Su risa también fue porque su nombre estaba mal escrito, o sea que la universidad jamás iba a encontrar ese nombre en sus planillas, aunque figurara en esas planillas (punto a mi favor, se dijo feliz de la vida). Pero lo que más risa le dio fue que a la enorme universidad le concedían el archimagnánimo plazo de tres días útiles para remitir la información. Pensando en lo que demora un papel en pasar de un escritorio a otro era casi seguro que el destinatario final lo recibiría cuando esos tres días estuvieran mucho más que vencidos.

La historia llega hasta acá. Fue cuando supe de esta notificación que empecé a contar esta historia en tres partes. Prometo actualizarla a medida que avance, siempre que G lo permita. Todo este relato viene con su autorización. A ver cuánto demora un cuarto episodio de la trama.

Mientras tanto, G, a tener paciencia nomás.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Relato (cuasi)kafkiano - continuación

Para leer la primera parte, entrar acá.

Con la notificación en la mano, G pensó primero no hacer nada y dar por perdida la devolución. Pero luego lo pensó mejor y decidió iniciar un reclamo. No sospechaba que sería un largo reclamo.

Examinó los documentos adjuntos a la notificación y encontró que el lugar donde supuestamente había prestado servicios en planilla era una universidad privada con nombre de santo. Lo curioso es que en toda su vida, G jamás ha pisado siquiera el local de dicha universidad. Ni por fuera.

Haciendo uso de su sentido de profesional con algunos años de experiencia y algo de sentido común, preparó un escrito en donde resumía la situación: que sus servicios los ha prestado siempre de manera independiente, que nunca ha figurado en ninguna planilla de ninguna institución y que, por lo tanto, nunca ha percibido ingresos de quinta categoría.

Por más que pensó y pensó, no se le ocurrió cómo probar un hecho que no existe. Le dio mil vueltas a la idea, pero ¿cómo demostrar que NO trabaja en esa universidad? Tendrán que confiar en mi declaración, concluyó.

A su escrito, le adjuntó una copia de su identificación, copias de todos sus recibos de honorarios profesionales del ejercicio 2008 y, para ahorrarles trabajo a los burócratas, agregó una copia de la notificación recibida con todos sus anexos. Siguiendo lo establecido en el Código Tributario, le pidió a un abogado amigo que firmara el escrito y hacia el ente administrador de tributos se fue.

Esperó su turno, lo que no tomó mucho tiempo porque (oh, cosa rara) el lugar estaba casi vacío. Cuando presentó sus papeles, la funcionaria los revisó y los volvió a revisar. La circulación sanguínea de G se quedó detenida todo ese momento.

Cuando la funcionaria terminó su concienzuda verificación, le dijo a G: le falta agregar la constancia de habilitación del abogado que firma el escrito. Sabiendo que era inútil argumentar, G se arriesgó y le dijo que el Código Tributario no especificaba eso. Si, pero en la Circular 346787-67-II, del 28 de junio de 1967 que nunca se publicó y que yo jamás he leído, ahí si está especificado.

Era inútil argumentar, se dijo G.

Fue al Colegio de Abogados, pidió la constancia y para su buena suerte (!!!), al cabo de cinco minutos y con cinco soles menos en su bolsillo, la tuvo en sus manos. A pesar de lo fácil que fue, se le hizo un requisito muy tonto pues la página web del Colegio de Abogados tiene una sección para acreditar la habilitación de sus asociados de manera muy fácil y casi instantánea. Ni para decir que los cinco soles eran la causa de tan incalificable requisito pues la moneda ingresó a la caja del Colegio de Abogados y no a la de la entidad tributaria.

Regresó al ente administrador y esta vez sus papeles pasaron el examen de otro funcionario. G le preguntó cómo le notificarían cualquier resolución o novedad, y el funcionario le dijo que sería físicamente a su domicilio, en un plazo que calculaba en dos o tres semanas. Mucho más realista, G se dijo que tendría suerte si recibía una respuesta antes del 31 de diciembre de ese año.

Para mantener el suspenso, esta historia continuará.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Relato (cuasi)kafkiano

Lo que voy a contar le está pasando a alguien que conozco de cerca y puedo dar fe de todo lo que viene a continuación, pues he sido testigo de gran parte de este relato de lo absurdo.

G es profesional y siempre ha prestado sus servicios de manera independiente. Nunca ha figurado en la planilla, plantilla, nómina de ninguna empresa. Cada vez que alguien requiere sus servicios profesionales, G gira un recibo por honorarios profesionales y los cobra en un plazo prudencial. Cada año, declara sus ingresos ante el ente administrador de tributos y, cada año, tiene la suerte de ver que a lo largo del ejercicio ha tributado en exceso, por lo que tiene derecho a recibir una devolución por ese exceso.

Hasta ahí, todo muy bien.

Cuando terminó 2008, G preparó y presentó su declaración jurada de ingresos, lo que hizo oportunamente en los primeros meses de 2009. Vio que tenía derecho a recibir un monto por concepto de devolución equivalente a un sueldo mínimo del Perú. Nada mal.

Como lo había hecho en oportunidades anteriores, ya sabía que la devolución se comunica a través de un sistema de notificaciones bastante eficiente y bastante rápido. En el término de unos 45 días contados desde que presentó la declaración jurada, esperaba recibir la notificación por la cual ponían en su conocimiento que tenía expedito el cobro.

Pasaron muchas semanas luego de que G presentara su declaración jurada de 2008, y a pesar de estar al tanto de las notificaciones, no recibía nada. Al comienzo, se preocupó un poco. Al cabo un tiempo, ya ni lo recordaba.

Casi a finales de 2009, recibió en su domicilio una notificación física, en un papel lleno de firmas y de sellos, donde le decían que no procedía su esperada devolución correspondiente al ejercicio económico 2008 porque sus ingresos como profesional que figura en planilla, plantilla, nómina habían excedido el máximo permitido por ley para devolución.

Pero si yo no estoy en la planilla de ninguna empresa, se dijo G con mucha extrañeza.

Y para no aburrir con un relato largo, dejo lo que sigue para otro post.

jueves, 4 de agosto de 2011

Definitivamente, hay gente que se pasa

Como contaba hace algún tiempo, hay gente que se pasa. Y hay gente que se pasa y que encima se excede.

Lo que cuento acá lo vi y lo viví yo. No me lo contaron.

Venía caminando por la calle Colón, una calle miraflorina bastante estrecha. Era sábado en la tarde, del fin de semana de Fiestas Patrias. Había muy poca gente en la calle, muy pocos carros circulaban.

Por la misma calle Colón, avanzaba un tremendo bus de los que llevan turistas en sus recorridos por Lima. Me dio la impresión de que estaba vacío, pero no lo puedo asegurar porque era un ómnibus alto y tenía los vidrios oscuros. De todas maneras, es un detalle secundario y sin importancia.

Avanzaba el ómnibus por la calle Colón hacia el Malecón de Miraflores, en el mismo sentido que iba yo, cuando en eso se detuvo repentinamente. Después vi claramente que el chofer del ómnibus bajaba rápidamente. Pensé que tal vez tendría una emergencia.

Detrás del ómnibus había tres carros, que acataron la parada sin el menor problema. Cuando me di cuenta, el chofer estaba muy campante comprándole fruta a un señor que tiene su puesto en la esquina. Debo anotar que el señor frutero es sordo y toda transacción con él toma su tiempo.

Me pareció que estaba siendo testigo de la frescura más grande del mundo. Un hombre que maneja un tremendo bus se para como si nada a comprar fruta, sin detenerse a pensar un segundo en los carros que venían detrás. Él era dueño de la calle, del tiempo de todos, de los derechos de todos.

Ah, no, me dije, eso si que no. Al pasar cerca del hombre, aunque a prudente distancia, le dije a voz en cuello: "¡Oiga usted, no sea fresco! ¡Mire el atoro que está causando atrás de su ómnibus!"

Parece que eso alertó a los conductores de los autos que venían atrás, porque comenzó el concierto de bocinas. El fresco del chofer, con cara de 'yo no fui', no tuvo más remedio que subirse a su ómnibus y partir.

Definitivamente, hay gente que se pasa.
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