Después de una semana inolvidable en Cebú, llegó el momento de emprender el camino de vuelta.
El camino de ida comenzó un domingo en la noche en el aeropuerto de Lima, aunque el vuelo partía en los primeros minutos del lunes. Después de tres aviones distintos, más de 24 horas en el aire sin contar las esperas en otros tantos aeropuertos, finalmente llegué a Cebú un martes a la medianoche... aunque con los trámites migratorios se puede decir que llegué el miércoles de madrugada.
Fue a mi regreso que viví el día más largo de mi vida. No lo digo en un sentido metafórico, ni simbólico. Realmente fue el día más largo.
El lunes siguiente, una camioneta nos llevó del hotel donde estuvimos hospedados en Cebú al aeropuerto. Éramos como diez personas las que tomaríamos el mismo vuelo madrugador que nos llevaría a Tokio, desde donde cada uno emprendería diferentes rutas hasta sus respectivos destinos finales.
El avión partía a las 8:00 am del lunes, así que el recojo fue a las 5:30 am. Nos reunimos en el vestíbulo del hotel, todos con la cara soñolienta por el poco dormir y porque todavía nuestro horario estaba sintonizado con nuestro lugar de origen. Juntos partimos hacia el aeropuerto.
Cumplidos los trámites migratorios y el tiempo de espera, el avión despegó a tiempo. El vuelo de cinco horas nos llevó directamente a Narita, el enorme aeropuerto de Tokio. Ahí fue donde nos separamos pues a partir de ese punto, cada uno tenía diferentes rutas.
Casi dos horas después, cerca de las 11:00 am del lunes, abordé el avión que me llevaría a la siguiente etapa de mi itinerario, a Houston, en Texas. Este vuelo tenía una duración programada de once horas, tres menos de las que tomó el vuelo de ida.
Después de no sé cuántas películas, entre estrenos, clásicos y otros cuantos títulos que de otro modo nunca hubiera elegido, aterrizamos en el Aeropuerto Intercontinental George Bush de Houston. Era pasada la 1:30 pm... del mismo lunes. Ese vuelo había empezado once horas antes, a las 11 am de Tokio. Entré a Estados Unidos cuando los relojes del aeropuerto me indicaban que solamente habían pasado dos horas.
Once horas de vuelo que se convirtieron en apenas dos en los relojes. Casi me sentía como Eleanor Arroway de la película "Contacto".
Cerca de las cuatro de la tarde del mismo lunes me subí al último avión de mi larga travesía de vuelta. Luego de lo que me pareció un vuelo corto en un gran avión relativamente vacío aterricé finalmente en el aeropuerto de Lima, a las 11:00 pm del lunes. Estaba en casa.
Fue un largo día, que transcurrió entre aviones, aeropuertos, esperas, viajeros, despedidas, colas, películas, controles de seguridad, que empezó a las 5:30 am de un lunes y terminó casi 30 horas después, a las 11:30 pm de ese mismo lunes. Ese fue el día más largo de mi vida. Que nadie me vuelva a decir que un día no puede tener más de 24 horas.
El camino de ida comenzó un domingo en la noche en el aeropuerto de Lima, aunque el vuelo partía en los primeros minutos del lunes. Después de tres aviones distintos, más de 24 horas en el aire sin contar las esperas en otros tantos aeropuertos, finalmente llegué a Cebú un martes a la medianoche... aunque con los trámites migratorios se puede decir que llegué el miércoles de madrugada.
Fue a mi regreso que viví el día más largo de mi vida. No lo digo en un sentido metafórico, ni simbólico. Realmente fue el día más largo.
El lunes siguiente, una camioneta nos llevó del hotel donde estuvimos hospedados en Cebú al aeropuerto. Éramos como diez personas las que tomaríamos el mismo vuelo madrugador que nos llevaría a Tokio, desde donde cada uno emprendería diferentes rutas hasta sus respectivos destinos finales.
El avión partía a las 8:00 am del lunes, así que el recojo fue a las 5:30 am. Nos reunimos en el vestíbulo del hotel, todos con la cara soñolienta por el poco dormir y porque todavía nuestro horario estaba sintonizado con nuestro lugar de origen. Juntos partimos hacia el aeropuerto.
Cumplidos los trámites migratorios y el tiempo de espera, el avión despegó a tiempo. El vuelo de cinco horas nos llevó directamente a Narita, el enorme aeropuerto de Tokio. Ahí fue donde nos separamos pues a partir de ese punto, cada uno tenía diferentes rutas.
Casi dos horas después, cerca de las 11:00 am del lunes, abordé el avión que me llevaría a la siguiente etapa de mi itinerario, a Houston, en Texas. Este vuelo tenía una duración programada de once horas, tres menos de las que tomó el vuelo de ida.
Después de no sé cuántas películas, entre estrenos, clásicos y otros cuantos títulos que de otro modo nunca hubiera elegido, aterrizamos en el Aeropuerto Intercontinental George Bush de Houston. Era pasada la 1:30 pm... del mismo lunes. Ese vuelo había empezado once horas antes, a las 11 am de Tokio. Entré a Estados Unidos cuando los relojes del aeropuerto me indicaban que solamente habían pasado dos horas.
Once horas de vuelo que se convirtieron en apenas dos en los relojes. Casi me sentía como Eleanor Arroway de la película "Contacto".
Cerca de las cuatro de la tarde del mismo lunes me subí al último avión de mi larga travesía de vuelta. Luego de lo que me pareció un vuelo corto en un gran avión relativamente vacío aterricé finalmente en el aeropuerto de Lima, a las 11:00 pm del lunes. Estaba en casa.
Fue un largo día, que transcurrió entre aviones, aeropuertos, esperas, viajeros, despedidas, colas, películas, controles de seguridad, que empezó a las 5:30 am de un lunes y terminó casi 30 horas después, a las 11:30 pm de ese mismo lunes. Ese fue el día más largo de mi vida. Que nadie me vuelva a decir que un día no puede tener más de 24 horas.
y sí , es que algunos países de America del sur están casi en el "culo " del mundo. Yo le puse 2 noches sin dormir para llegar a Madrid.
ResponderEliminarBesos desde
http://siempreseraprimavera.blogspot.com.ar/2015/03/el-chocolate-alivia-la-tos.html
Todo depende del punto de partida, Norma. Me llama la atención que pasaras dos noches sin dormir para ir a Madrid. Desde Lima hay vuelos directos que toman 12 horas.
EliminarBueno, pues son experiencias de viaje que no olvidarás. También habrá sido el día más largo para quienes te esperaban en casa.
ResponderEliminarSeguro que así fue, Acirema.
EliminarLARGO Y MOVIDITO ehhh
ResponderEliminarBesitos
Demasiado...
EliminarRealmente los desfases horarios, entre un punto a otro, hace que uno pierda la noción del tiempo.
ResponderEliminarViajar es una de las experiencias más agotadoras que existen, pero uno no deja de disfrutar cada lugar, país y cultura.
Es un deleite que uno mantiene en la mente y corazón...como se suele decir: "Nadie te quita la vivido".
Como siempre, tus relatos son realmente enriquecedores.
Felicidades y gracias por compartirlo. Saludos.
Esos desfases, y los molestos trámites en los aeropuertos, son el precio a pagar por los inolvidables buenos momentos que un viaje conlleva.
EliminarGabriela, é surreal, mas verdadeiro e tão cansativo!
ResponderEliminarTudo correu bem e isso é o que importa.
Bom fim de semana.
Beijo
Sí, Nina, todo salió bien en grado superlativo. Con todo y ese viaje tan largo, los días se hicieron cortísimos.
EliminarEs como si el tiempo se hubiera detenido, otra manera de concebir la relatividad del tiempo... A mì se me hacen interminables las esperas en los aeropuertos y eso que solo me he movido por Europa. Yo, en tu lugar, hubiera necesitado varios dìas para "recuperarme"; pero, claro, tù Gabri ya eres una trotamundos...
ResponderEliminarNo creas, Chusa, me tomó más de una semana recuperar los horarios. Me despertaba a las 3 am, y a las 3 pm me veías cayendo de sueño. Todo vale la pena para una aventura como esta.
EliminarQue bueno es tener el privilegio de viajar a paìses tan distintos en todo sentido .
ResponderEliminarMe encanto lo del baño , yo en verdad si no conozco el lugar trato de no ser una reina , ni tampoco un sapo .
Muchas personas desearìan tener un dìa que tenga mas de 24 horas ; pero sin aeropuertos de por medio jaja .
Un beso , cuìdate feliz fin de semana y mejor comienzo .
Nancy
Debe ser difícil ser un sapo, ¿no? Depende del día, Nancy, porque hay algunos que no deberían tener ni 24 minutos.
EliminarBuen fin de semana.
ResponderEliminarBesito
Igual para ti.
EliminarTe comprendo perfectamente Gabriela.También vivimos dos días de más de 30 horas cuando volamos a Punta Cana.Al llegar allí tienes que retrasar el reloj creo que son 6 horas pero ya las has vivido, el día se hace interminable.
ResponderEliminarBuena noches.
Un beso.
Sí, el día se hace largo pero productivo.
EliminarPues nada Gabi, yo no te lo voy a decir jijii.
ResponderEliminarMe alegra que hayas disfrutado de tu viaje, y de paso nosotr@s contigo, cuanto me ha gustado ver el baño, que chuli!
Besitosss GUAPETONA.
Lo disfruté de principio a fin, Golosengus. En todo momento.
EliminarJe, un día bien largo, bien contado y bien resumido...
ResponderEliminarBien vivido también, Milena.
EliminarMe da la impresión, Gabriela, que mi anterior comentario al pie de este post no llegó, pero lo resumo en que debes haber sentido alguna frustración, pese al cansancio, de estar en Tokio solamente de paso y sin poder entrar a la ciudad...pese al cansancio.
ResponderEliminarA mí me habría pasado.
Sí, Esteban, casi fue como ver pasar la ciudad por la ventana, ja, ja. Pero la sensación de estar ahí fue indescriptiblemente emcionante.
EliminarUn encanto tu blog. Me hice tu seguidora. Te invito a que me visites, saludos, Abril
ResponderEliminarBienvenida Abril, gracias por la visita, que te devolveré de inmediato.
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