jueves, 30 de abril de 2009
Las cajas rápidas
jueves, 23 de abril de 2009
La cultura del sello
Pasados unos días, me llamó este abogado y me dijo que podía acercarme a cualquier agencia del banco B para cobrar los honorarios por mis servicios. Es un sistema que tienen desde hace años: uno va a cualquier agencia de ese banco, presenta el original y una copia del comprobante de pago (en mi caso, del recibo de honorarios profesionales), más original y copia del DNI y hace efectivo el cobro.
Cuando me dijo eso, por un brevísimo momento me asaltó el temor de que en el banco me pusieran problemas. Como él se había llevado el recibo y no me había sellado la copia que me corresponde como emisora, no había constancia física de la entrega. Pero deseché el pensamiento diciéndome: "si la empresa E autoriza el pago, el banco B no tendría por qué negarse al pago por la falta de un sello".
Con las copias que necesitaba me fui caminando al banco B a una cuadra de distancia. Saqué el ticket que me correspondía como no cliente del banco B, donde siguiendo ese infame sistema que han instalado casi todos los bancos, el "no cliente" es la última rueda del coche, el que debe esperar a que atiendan primero a los clientes VIP, luego a los clientes sin preferencias para recién pasar a los plebeyos, los no clientes.
Por fin llamaron a mi número y con todos mis documentos me acerqué a la ventanilla:
- Buenos días, señorita. Vengo a cobrar un recibo por honorarios –dije, mientras estiraba la mano con la copia y original del recibo.- Buenos días –me respondió la cajera, y comenzó a digitar algún número en su computadora–. Uy –dijo a continuación, lo que me hizo contener la respiración durante el tiempo de su pausa–, su pago está en el sistema pero no se lo puedo hacer efectivo porque a su recibo de honorarios le falta el sello de la empresa E.
- Entiendo señorita –le dije–, pero si la empresa E ya dio el visto bueno al pago, y créame que son muy estrictos con este tema, el banco B no debería poner objeciones.
- Lo que pasa es que no podemos hacer efectiva ninguna orden de pago si el comprobante de pago no tiene el sello que diga RECIBIDO.
Acaba de publicarse el nuevo reglamento de tránsito del Perú, que contiene una serie de sanciones bastante duras, sobre todo para aquellas personas que causen accidentes de tránsito al manejar "bajo los efectos del alcohol". Hay conductas que se sancionan con el retiro de la licencia de conducir de por vida. Yo me pregunto: si a alguien no le importa nada y maneja "bajo los efectos del alcohol", ¿le va a importar acaso que le retengan el brevete? ¿Y qué hay de aquellos que manejan sin tener brevete? He escuchado muchas entrevistas y opiniones en los últimos días, pero este es un punto al que nadie se ha referido.
Es posible que estas sanciones tengan efecto disuasivo, pero en un medio en el que las personas cruzan las pistas corriendo debajo de los puentes peatonales y se suben a buses interprovinciales que no cuentan con las más elementales medidas de seguridad, no creo que la solución más efectiva sea hacer que las normas contengan sanciones más severas.
jueves, 16 de abril de 2009
El loco de la calle
Por mi casa hay un loco, pero creo que de loco tiene solamente la denominación común.
Lo había visto muchas veces deambulando por las calles por donde vivo. Más de una vez me di una vuelta completa a la manzana huyendo de él, porque su aspecto de verdad asusta: ropa más que cochina, descalzo, los pelos yendo por cualquier lado. La viva imagen del cuco con que se amenaza a los niños.
Un día advertí su presencia cuando lo tenía a pocos pasos de distancia, él iba delante de mí. Sigilosamente, crucé la pista para poner distancia de por medio. Voltée a verlo, y lo que vi me dejó llena de asombro y mucha vergüenza: se abrió la reja de la casa por donde él estaba pasando, y una señora le entregó a una niñita de no más de 2 años un plato con comida y le dijo que se la entregara al hombre. La niña cumplió el encargo con una sonrisa enorme, sin el menor ápice de miedo. El hombre agradeció a la señora con un movimiento de cabeza. Si dijo algo no lo sé porque desde la seguridad que me daba la distancia no podía escucharlo.
Entonces -me dije-, no será tan loco ni tan temible si esta señora le encarga a una niña tan chiquita que le entregue comida. Ni la mujer ni la niña mostraron el menor miedo.
A los pocos días de este episodio caminaba yo por esa misma calle y cuando me di cuenta, el loco iba por la vereda del frente. Para mi horror, empezó a cruzar la pista hacia donde yo estaba, era evidente que venía directo a mí... y yo no tenía hacia dónde escapar. Así que me resigné a mi suerte.
El loco se me acercó y mirándome a los ojos me dijo: "Yo me he dado cuenta de que usted se escapa cuando me ve. Yo no hago nada, lo único que quiero es algo para comer."
Al recordarlo vuelvo a sentir lo que sentí ese día. Una mezcla de vergüenza, asombro, curiosidad y más.
Desde ese instante dejé de tenerle miedo. Cuando me lo cruzo, le doy una moneda, que él siempre recibe con una sonrisa, mientras me agradece muy claramente. Hubo una vez en que, minutos después de haberle dado una moneda, me lo crucé varias cuadras más allá. Me estiró la mano, pero cuando me reconoció dijo sonriendo: "Ah no, ya no".
Otra vez que me lo crucé no tenía ni una monedita para darle, así que le di el caramelo que tenía en la mano. Me lo recibió diciendo: "Aunque sea esto, gracias, qué rico".
Alguna vez, después de uno de estos encuentros, un peatón me preguntó si yo no les tenía miedo a los locos. "A los locos si, pero a él, no", le respondí.
Nunca lo veo con las manos vacías. Siempre tiene algo de comida: a veces es un pan, a veces un recipiente, otras veces fruta y casi todas las veces un vaso con algo caliente.
A veces desaparece por semanas. Cuando reaparece le pregunto dónde ha estado, y siempre me dice que "en la playa". Yo le contesto con un "ahhh", como si entendiera qué significa eso. Le entrego la moneda de rigor, me agradece con la mueca que es su sonrisa y cada uno sigue su camino.
Ahora hasta me siento mal de llamarlo "loco".
jueves, 9 de abril de 2009
A llorar al río, al parque o a donde quieran
Estos niños, que ya no serían niños en 2016, tendrían como trabajo ser jugadores de la selección peruana de fútibol. Con un contrato que garantice una temporada larga en ese puesto, obviamente remunerado como debe ser. No para que se luzcan en un partido o dos y terminen yéndose a jugar a un equipo europeo en donde terminan sentados en la banca. No para que se compren el carro más caro que encuentren y menos para que vengan a pasearse por todas las discotecas que encuentren a su paso, por supuesto, bien rociados.
Así tendríamos un equipo y no solamente 11 individualidades, con jugadores que no se le creerían a la primera, que tendrían la cabeza bien puesta sobre los hombros y, sobre todo, con una alta autoestima por el trabajo bien desempeñado.
Dice esto una persona que de fútbol no sabe nada, que ha crecido oyendo a ritmo de polka el grito que ha venido repitiendo la afición por demasiados años. Pero que si sabe que quiere ver a la selección de su país en un campeonato mundial con una buena opción de pasar, cuando menos, a la segunda ronda.
Total, soñar no cuesta nada...
jueves, 2 de abril de 2009
La dimensión desconocida
Como los minutos pasaban, opté por marcar la página con cualquier cosa y salí, con la idea de buscar con más calma después.
A los pocos días se llevaron las alfombras para limpiarlas. Aproveché la ocasión para ver más a fondo.
Nada.
El otro episodio fue con una lista de compras. Me iba a hacer unas compras, y en el momento en que transponía la entrada de la tienda, saqué el papel de mi bolsillo y lo desdoblé para tenerlo en la mano mientras recorría los pasillos. Agarré un carrito con el papel en la mano, avancé dos pasos... y el papel ya no estaba en mi mano.
Desanduve mis pasos, que no eran muchos porque había avanzado muy poco desde que saqué el papel del bolsillo. Incluso salí de la tienda hasta la calle, miré a mi alrededor buscando con la mirada el papel con la lista de compras. No era un papelito, era una hoja de cuaderno, ya desdoblada, suficientemente grande como para poder verla desde lejos.