sábado, 31 de mayo de 2008

La gastronomía peruana vuela alto

Hace algunas semanas, llegó a mi bandeja de entrada un mensaje de KLM. Trasmito acá parte del texto para compartir el orgullo que sentí al ver que la gastronomía peruana vuelta alto.
Con el afán de difundir la gastronomía peruana, hoy en día reconocida como una de las grandes cocinas del mundo, KLM decidió incorporarla en sus vuelos con origen en Lima e invitó a un conocido y prestigioso restaurante limeño a preparar la carta.

El propietario del restaurante y sus chefs diseñaron el menú presentando la gran fusión natural que tiene el Perú, con influencias en su gastronomía basada en las distintas migraciones que van desde lo pre incaico e incaico, lo español, francés e italiano, hasta lo chino y japonés.
Un crisol de razas que ha generado una gastronomía excepcional.

Desde hace casi dos meses, los pasajeros que parten de Lima con KLM disfrutan de una selección de platos que representan a la costa, sierra y selva y la gran diversidad de productos que hay en el Perú, como por ejemplo:
- Espárragos verdes y blancos del norte con mousse de alcachofas y palmitos (o chonta, como se le llama en nuestra selva).
- Ensalada de
quinua a la caprese
-
Causa a la limeña con langostinos escabechados
- Ravioles rellenos de
ají de gallina a la crema de ají.

También hay deliciosos postres como crocante de
lúcuma en salsa de chocolate; semifreddo de aguaymanto, huevo chimbo a la antigua con pasas y almendras.

Y eso que acá hay una mínima parte de las delicias culinarias que el Perú tiene para ofrecer.

Mi familia materna es de la selva del Perú, lo que me ha hecho conocer de toda la vida al juane, el tacacho (máxima delicia insuperable), el inchicapi, el plátano frito y tantísimos otros manjares que de otra manera no conocería. Eran la especialidad de la tía Angelita.

Hace poco más de dos años viajé una semana a Arequipa. Por supuesto que conocía el coctel y el chupe de camarones y el rocoto relleno... aunque no me gusta comer nada picante. Pero una vez ahí mi amiga y anfitriona Renata me invitó algo que no solamente nunca había probado, sino que ni siquiera sabía que existía: cauche de queso.

Para que vean lo rica que es nuestra gastronomía. Hay platos que muchos de nosotros ni siquiera hemos oído mencionar.

Alguna vez leí que la comida criolla tiene su origen en las manos de los esclavos, que aprovechaban todas las partes que los amos no comían. Por eso es que básicamente está compuesta de menudencias, de vísceras, a las que hay que aumentar con pan.

Pensar que los deshechos que no se debían comer, lo que debía terminar en la basura, es con lo que ahora se nos hace agua la boca.

A eso le debemos agregar, entre otros más, el aporte de los migrantes chinos, que montaron restaurantes una vez obtenida su libertad luego de vencido el plazo de sus contratos. Son nuestros queridos chifas, tan peruanos como la Inca Kola que con todo combina.

La gastronomía peruana vuelta alto. Ya era hora.

domingo, 25 de mayo de 2008

¿Con qué derecho?

Francamente, no sé con qué derecho, muchos bancos y ciertas tiendas han decidido invadir nuestra privacidad y nuestra tranquilidad. De un tiempo a esta parte, recibo múltiples llamadas telefónicas y todavía más correspondencia anunciándome que tengo créditos pre aprobados, que lo único que tengo que hacer es ir con mi DNI y retirar el efectivo.

Qué fácil suena.

El colmo fue hace unos años. Me llamaron de una tienda por departamentos para anunciarme, con tono de felicitación, que me habían concedido la tarjeta de crédito de la tienda... tarjeta que no solamente yo no había pedido, sino que tampoco me interesaba (ni me interesa) pedir. Le respondí a la señorita que me llamó que yo no quería la tarjeta, pero con insistencia me dijo que ya estaba emitida. Ante la posibilidad de que cualquiera imitara mi firma y "comprara" a nombre mío, acepté que me mandaran la tarjeta a mi casa.

A los pocos días la recibí, e inmediatamente la corté en dos. Después redacté una carta notarial a través de la cual les devolvía la tarjeta, que había pegado al final de la carta. No sé si alguien habrá tomado esa actitud tan radical antes.

No pasaron ni 24 horas para que me llamaran a pedir explicaciones. Ni siquiera disculpas. Explicaciones. Les dije que les agradecería que no volvieran a emitir ninguna tarjeta que yo no hubiera solicitado previamente.

Algo similar me pasó con una tarjeta de un banco que ya no existe y del que ni siquiera era clienta. La diferencia fue que esa vez nadie me avisó por teléfono. Un día, un mensajero tocó el timbre de mi casa y me avisó que venía a entregarme mi tarjeta. Se la recibí, y delante de él la corté en dos, la pegué en el cargo firmado y pedí que la devolviera con el mensaje "Tarjeta no solicitada".

Esa vez no hubo ningún pedido de explicaciones.

Y ni qué decir de las llamadas telefónicas. Mi respuesta siempre es "gracias, pero no, gracias". A veces, ante la insistencia, mi respuesta es: "si quisiera el crédito que usted me ofrece, iría al banco a buscarlo y no esperaría a que ustedes me llamaran".

Termina siendo una injusticia, porque las personas que me llaman solamente cumplen con su trabajo (por cierto, nada agradable ni fácil) y son el último eslabón de una cadena corporativa.

Como leí en una columna de un semanario limeño, a ver si a los inventores de estas genialidades les gustaría tal invasión de su privacidad. Porque, ¿con qué derecho, me pueden decir?

Foto: imagen de Google

martes, 20 de mayo de 2008

La tía Angelita

Era todo un personaje. Marcó mi vida, como la de muchas otras vidas que tocó. Era mi tía bisabuela, pero en verdad era la tía de todos.

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La tía Angelita nació a comienzos del siglo XX en Iquitos. Su padre fue un español que vino desde su tierra a "hacer la América" durante la Fiebre del Caucho. Se instaló primero en alguna zona de la Selva peruana, se casó con una peruana y tuvieron muchos hijos. La tía Angelita decía: seis han muerto, seis hemos vivido. Ella era la penúltima de esos seis que vivieron, cinco hermanas y un hermano.

Cuando su padre murió, dejó a la familia en la pobreza casi absoluta. Así que a los 8 años, Angelita (a esa edad todavía no la habían elevado a la categoría de tía) dejó el colegio y se puso a trabajar. Ella contaba que en su niñez jugaba con las gruesas monedas de oro que su padre tenía. Lamentablemente nadie tuvo la previsión de guardar pan para mayo.

Nos hacía reír cuando nos contaba cómo eran los bailes en sus tiempos: su mamá acompañaba siempre a las hijas, y cuando un muchacho quería sacar a bailar a alguna de ellas, debía pedirle permiso a la madre. Si ella daba el visto bueno preliminar, se volteaba hacia la hija elegida por el joven y le preguntaba: "hija, ¿de agrado es el joven?". La respuesta lógica era: "de agrado es". Y empezaban bailar, bien vigilados por la madre-chaperona.

Se casó, se separó y vino a vivir a Lima durante los años cincuenta. Nunca tuvo hijos, pero crió a un batallón de sobrinos, entre los cuales estamos mis hermanos y yo.

La recuerdo siempre muy viejita, debía tener cerca de setenta años cuando yo nací. En la casa se encargaba de todo, y para mi mamá debió ser una tranquilidad saberla a nuestro lado en todo momento cuando no le quedó más remedio que trabajar en dos sitios. Cocinaba delicioso, y lo más asombroso era que no tenía necesidad de recetario: le daban las indicaciones y al día siguiente tenía el plato hecho sin más trámite. Y todos los días, a eso de las 3:30 pm rezaba su rosario como un ritual impostergable e inevitable.

Nos alegraba las noches de apagón con sus historias, con su eterna radio a pilas que cubría con una funda anaranjada, con sus juegos. Se deleitaba viendo novelas, nos hacía reír con sus ocurrencias. Ya en mis años de universidad, recuerdo la aprensión que sentía al llegar a la casa, en ese microsegundo que transcurría entre mi grito de "¡hola tía!" y su respuesta, por lo general "¿quieres comer?"

Recuerdo con una sonrisa de esas que trae la nostalgia que un día le dijo a Tito: "hijito, te cuento que se me están acabando mis pastillas". Y él, siempre fregado, le respondió: "Ay tía, qué pena". Por supuesto, en menos de media hora le había comprado toda una dotación de pastillas.

Nos dejó un sábado, una mañana fría de julio, muy temprano. Silenciosamente. Se cayó y no se levantó más. Fiel a su estilo, no causó problemas con enfermedades largas y complicadas. Además, nos dio el fin de semana entero para llevar a cabo todo el ritual que sigue en estos casos.

Cómo extraño tu risa, tía Angelita. El ánimo que le ponías a todo. Las ganas que tenías siempre de hacer las cosas. Y que nunca te dejaras amilanar con nada, cómo llegabas siempre aunque fuera "jalando tu pierna", como decías.

¿Cómo era tu frase?

¡BRAVO CHILÍN!

sábado, 17 de mayo de 2008

Noche en blanco







Anoche, Lima tuvo su primera Noche en Blanco. Viviendo como vivo a cuadra y media de la Av. Larco, en Miraflores, no podía perdérmela.

Foto: La República
A las 8 pm caminé el trecho que separa mi casa de Larco, y a la distancia la música se escuchaba festiva y alegre. Cuando llegué, ya había comenzado el desfile de bailes regionales de Áncash. Siempre he sabido que el Perú es un país riquísimo (en el colegio nos enseñan que es un microcosmos), pero nunca me imaginé la riqueza cultural de uno solo de nuestros departamentos. Pasaron Pallas de Corongo, bailes de Caraz, negritos. Traté de que mi mente registrara todo lo que fuera posible para poder retenerlo. Pero era tanto que terminé declarándola una misión imposible.

No sé por qué, pero solamente hubo desfile de los diferentes bailes de Áncash.

Cuando esto terminó, caminé hacia el Óvalo de Miraflores. Son 12 cuadras que camino como nada prácticamente todos los días. Anoche ese recorrido me tomó más de una hora. Era tanta la gente, turistas, vecinos, curiosos... todos queríamos ver un trocito del espectáculo.

¡Y qué espectáculo!

En el Parque de Miraflores hay una muestra fotográfica impresionante, con imágenes increíbles de todas partes del mundo. Imágenes gigantes que pueden verse a metros de distancia, muy bien iluminadas. Pero lo que más me impresionó fue ver que nadie caminaba por el pasto, todo el mundo se apiñaba en las veredas del parque y respetaba las áreas verdes. Es impresionante si pensamos que el nuestro es un país conocido porque nadie respeta las normas. Para empezar, no se respeta siquiera la luz del semáforo.

Ya de regreso vi el desfile de las variedades de papa, la estrella de la noche. También sabía que el Perú tiene más de mil variedades de papa (y creo que me quedo corta con el cálculo), pero una cosa es saberlo y otra es tenerlas delante. Lo más gracioso fueron las papas tran$génica$, que por pitucas desfilaban en limosina (las otras en armazones armados con alambres nomás).

Qué sensación de orgullo. Inenarrable. Quién lo hubiera pensado hace no muchos años, cuando los chicos malos casi destruyeron nuestro país. Anoche recordé las palabras de un amigo extranjero con el que hablé hace poco por teléfono: "ustedes son la estrella de América Latina, con un crecimiento impresionante".

Ojalá Marcelo que nada detenga ese crecimiento.

sábado, 10 de mayo de 2008

Cadenas de seda

En muchos países del mundo, el segundo domingo de mayo se celebra el Día de la Madre. Acá copio un texto publicado en 1991, hace 17 años. Lo dice todo, y a mí solamente me queda parafrasear: “si por gracia divina hubiera podido elegir a mi mamá, sin duda tú hubieras sido la elegida”.

Gracias por todo, mamá. Te quiero mucho y te admiro más todavía. Espero haber sido un poquito más que una boca gritando a todo volumen "¡¡¡mamá!!!"

A través de Lina, Ana Cé y Kitty, saludos para todas las mamás.

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Cadenas de seda

Cuando nace un hijo, todo cambia. Costumbres y horarios se alteran. El sentimiento propio pasa a segundo plano. Nunca más la mujer es dueña de sí misma: empieza a vivir en función de otro ser.

La mujer queda presa del hijo. Ese niño pequeño y desvalido, totalmente dependiente, se convierte en su amo y señor, su carcelero. Una cadena invisible los une y los hace inseparables. Cuando crece, y empieza a abrir sus ojos a la vida, él sabe que su madre está allí, siempre, constante e invalorable. Aunque no la vea todo el día, aunque haya otras personas que lo atiendan y lo amen, intuye que su madre y él son uno solo. La sabe su faro protector, su puerto seguro. La mano tibia al alcance de su mano. El regazo que recibe el dolor de una rodilla rota. La sabia respuesta a sus preguntas. La risa que responde a la risa. El juego que repite el juego. La caricia que consuela el llanto.

La madre se sabe imprescindible, confidente total. Sin ella, el hijo no camina; la busca siempre, la reclama todo el tiempo.

Un día llega y el hijo descubre otras inquietudes. El mundo que hasta entonces conoció queda de lado. Empiezan los secretos, los amigos, los primeros fracasos, las nuevas alegrías.

Entonces la cadena empieza a ser pesada y trata de romperla. Por eso debe ser de seda. De seda flexible y resistente. Que sujete al hijo pero que no lo ate. Que lo deje libre para alzar el vuelo y le muestre el camino cuando quiera regresar. Y si alguna vez cae, bastará un suave tirón para hacerle sentir de nuevo su presencia.

Una antigua canción decía: “si todos los niños del mundo pudieran por gracia divina elegir a su mamá, tú serías la elegida”. Feliz la madre a quien el hijo pueda dedicar estas palabras. Será porque supo darle afecto y cuidados, pero también respeto y comprensión.

Porque supo unirla a ella con cadenas de seda, suave como sus caricias, resistente como su amor.


ALOR

Expreso, 10 de mayo de 1991.


lunes, 5 de mayo de 2008

Torrente de recuerdos

Hace algunas semanas, publiqué dos posts que abrieron las puertas de la memoria del Grupete. No me parece recomendable dejar que tantos buenos momentos se queden solamente entre nosotros, y por eso comparto algunos de ellos con mis (espero que no tan) escasos lectores:

1. La vez en que Rafo empujó a Jorge Luis a un desagüe abierto en el Golf o El Olivar de San Isidro (no recuerdo bien en cuál fue).
El colegio quedaba originalmente en San Isidro, y en los primeros años de primaria, nos llevaban a cada rato caminando indistintamente a ambos lugares. En una de esas tantas veces, me acuerdo de haber escuchado un chapoteo nada común. Cuando nos volteamos a ver de dónde venía el ruido, vimos que Rafo miraba hacia abajo, hacia un buzón de agua sin tapa. Adentro Jorge Luis luchaba por no ahogarse.

La miss Bertha lo sacó como pudo, le sacó toda la ropa (imagino que no toda), pidió prestado a alguien uno de esos horribles mandiles que componían el uniforme escolar, todavía más feo que el mandil, y con Jorge Luis mojado como un pollito regresamos al colegio. Ahora pienso que tal vez por eso su mamá lo metió durante el resto de nuestra vida escolar a clases de natación.

Por acciones como la descrita, Rafo duró en el colegio solamente hasta primer grado. Jamás ninguno de nosotros volvió a saber de él. Mejor...

2. "¡Ahora si! ¡Ahora si!"
Era el grito temible y terrible que coreábamos cuando alguien hacía algo indebido. El "infractor" quedaba paralizado del pánico, muchas veces hasta llorando. ¿Qué provocaba esto? Algo tan terrible como dejar caer un libro accidentalmente, cerrar la puerta muy fuerte y felonías similares.

3. Las zapatillas Diadora
Cómo olvidar eso: en tiempos del primer gobierno de Alan, fuimos de viaje de promoción a Tacna, Arequipa y Cusco. Incluía un día de compras en Arica. Pueden imaginar lo que fue para este grupo de adolescentes tener delante tantas cosas que en Lima no existían en esos tiempos de triste recordación.

Casi todos los hombres del salón compraron zapatillas de diversas marcas. Felices de la vida, regresamos a Tacna. Esa noche, tuvimos permiso de ir a una discoteca y la noticia corrió más rápido que nada: a Elmer le habían vendido dos zapatillas Diadora de diferente modelo y talla, y encima del mismo pie.

Mientras todos los demás lucieron orgullosos sus zapatillas nuevas, Elmer fue blanco de todas las burlas. Después del viaje supe que a toda costa había querido ponerse el "par" de zapatillas, y que los otros se lo impidieron. Así pudo hacer el reclamo a través de la guía que tuvimos en el viaje.

Hasta ahora no falta quien recuerde este episodio. Con carcajadas de por medio, por supuesto.

4. Los ensayos para los desfiles de Fiestas Patrias
Lo único bueno que tenían era que nos hacían perder clases con autorización. En el local viejo, parte de la marcha era en la calle, parte era dentro del colegio. En estos tiempos de caos vehicular en Lima, eso sería impensable.

Cuando desfilábamos por el pasadizo en el que estaban los salones del primer piso, nuestros pasos retumbaban y a propósito hacíamos que resonaran más. Y cuando desfilábamos por afuera, pasábamos delante de una casa que tenía unas rejas verdes de madera que permitían ver en su interior dos pastores alemanes durmiendo. Bastaba que alguien tocara la puerta para que los tremendos perros se abalanzaran y nos ladraran ferozmente. Recuerdo mi terror de que las puertas se abrieran, que el peso de los perros venciera a la cadena con candado que las matenía cerradas. Hasta donde sé, eso nunca pasó.

5. Las antipáticas actuaciones
Recuerdo dos en particular: la de la zarzuela de María Fernanda, en la que las mujeres decíamos: "¡Ay, que zaragatero es usted!" Los hombres salían con corbata, las mujeres con paraguas. Vaya uno a ver dónde se consigue un paraguas en Lima. Mi papá me llevó al canal y me hizo escoger cuál me gustaba más.

Yo soy la que está al medio, de rosado y con mis infaltables lentes.
Fotos sacadas directamente de mi baúl de los recuerdos.

Otra actuación "memorable" fue en el cine Country. Nadie se acuerda bien a quiénes representábamos, si éramos viejos o duendes. Teníamos unas horrorosas narices de plástico, la mía me ajustaba horriblemente. Y teníamos que estar agachados todo el tiempo, con unas ropas de colores demasiado llamativos, cascabeles en los zapatos y bastones. ¿Por qué nos sometieron a ese escarnio público? De esa no tengo fotos... felizmente.

Por no mencionar las "coreografías" que teniamos que hacer las mujeres, en actuaciones como las del día del colegio. Seguramente nadie nos prestaba atención. En verdad, no los culpo.

Esto es una mínima parte de nuestras vivencias de tiempos escolares. En mi caso, tiempos felices casi siempre.