Vienen a mi memoria algunos títulos de diversas nacionalidades: Ha llegado una intrusa, El hogar que yo robé, Mañana será otro día, Barata de primavera, Una muchacha llamada Milagros, Lucía Bonelli, Quiero gritar tu nombre, entre tantas otras. Y la infaltable dupla de oro de las novelas venezolanas Lupita Ferrer y José Bardina.
Gracias a las novelas, aprendí que es normal y cotidiano tener amnesia, dejar niños abandonados que después son reconocidos por cadenitas, manipular los frenos de un carro para "deshacerse" de alguien incómodo, suplantar personas, adueñarse de herencias, que los malos más malos siempre se salen con la suya hasta el penúltimo capítulo y que la palabra FIN era sinónimo de felicidad infinita.
De todas, hay cuatro que merecen un lugar especial en mis recuerdos de todos los tiempos. El orden en que van no reflejan ninguna preferencia porque las cuatro son especiales por diferentes razones:
1. Los ricos también lloran: la primera vez que la dieron, no podía verla completa porque la daban a las 10 de la noche. A esa edad, para mí era una hora prohibitiva, pero de todas maneras trataba de ver tanto como me fuera posible. Recuerdo como si estuviera viviendo de nuevo la "fiesta" que armamos mis hermanos y yo con la tía Angelita cuando Luis Alberto botó a empujones de su cuarto a la pérfida Esthercita, nada menos que la misma noche de bodas. Esthercita era una real mala de telenovela mexicana, y ese matrimonio lo consigue gracias a sus maquinaciones dignas de una real mala de telenovela mexicana. Mientras tanto, la pobre y buena de Mariana lloraba desconsolada (por cierto, ¿nadie puede hacerle un favor y decirle que ya estuvo bueno de colágeno?).
Años después la vi de nuevo, esta vez completa y siguiendo todos los elementos de la trama. Y sentí el mismo gozo cuando vi a Luis Alberto botar a Esthercita a patadas.
2. Baila conmigo: exitazo brasileño, con Tony Ramos haciendo memorablemente doble papel, el alegre carioca Quizinho y el opuesto serio lisboeta Juan Víctor. Como toda buena novela brasileña, había una cantidad increíble de personajes, cada uno con sus características bien definidas. Inolvidable momento el del encuentro de los dos gemelos.
Eran los primeros tiempos de las novelas brasileñas en el Perú. Muy pocos años antes habían dado Isaura, que rompió todos los esquemas y que en su momento fue una revelación total (debo reconocer que ahora se ve más bien como pieza de museo). Y hasta donde recuerdo, Baila conmigo fue la segunda (después de Dancin' Days) que mostraba un Río de Janeiro del siglo XX, con playas y playeros, motos, alegría, música.
3. Corazón salvaje (versión de 1993): inolvidable Eduardo Palomo, haciendo un Juan del Diablo memorable. No sé si me gustaría leer el libro, para ver si su personificación encaja con la concebida por la autora, Caridad Bravo Adams. Prefiero quedarme con la idea de que Juan del Diablo tenía el pelo largo, ojos verdes y un arete, que era un tipo que la tuvo difícil, sin tener siquiera nombre por ser hijo extramatrimonial pero que supo abrirse camino en la vida y que terminó encontrando el amor y su lugar en el mundo.
Hay dos versiones anteriores, pero yo solamente recuerdo vagamente la segunda de ellas. Esa versión transcurría en Martinica o en Haití, por eso se explica que la mala se llamara Aimée y que ese Juan del Diablo fuera mulato.
Pero en mi recuerdo, no se compara con el Juan del Diablo de Eduardo Palomo. Esta novela la vi completita, y la veo cada vez que la repiten. Hasta yo misma me asombro de encontrarme anticipándome a los diálogos. Alguna vez leí que dado el éxito de la novela, Palomo decidió quedarse con el pelo largo, con el look de Juan del Diablo.
4. La pícara soñadora: (también con Eduardo Palomo) narrada en un tono muy diferente de las anteriores; es una novela atípica porque no tiene malos en el sentido que entendemos a los malos de las novelas. Recuerdo al torpe Molina que quería hacerle la vida imposible a los personajes principales, pero a quien todo le salía siempre mal.
Lupita López era todo lo pícara y soñadora que el título sugería, además de vehemente y bastante irreflexiva. Hasta llegó a tener a una bebita colgando del techo con tal de evitar que la separaran de su mamá.
Los azares de la vida me hicieron conocer y hacer amistad con uno de los actores de esta novela, cuando estuvo en Lima haciendo... una novela. No era Eduardo Palomo, pero todo fue igual de emocionante.
Por una triste coincidencia, los actores que encarnaban a los personajes principales de esta novela murieron muy jóvenes, y los dos por ataques al corazón. Se me hizo un nudo en la garganta hace algunos años cuando vi a Palomo en Un día sin mexicanos, su última película. Al final aparece su cara a toda pantalla y la frase In memoriam. Pude oír los murmullos extendiéndose por la audiencia mientras pasaban los créditos.
Mención aparte y especial merece esa joya de las novelas, Vale todo. Ahí están las malas más malas de todas las malas de telenovelas: Fátima (Gloria Pires) y Odete Roitman (Beatriz Segal).
Como ven, las telenovelas me han acompañado toda la vida. Me traen recuerdos. Casi siempre de los que te hacen sonreír con nostalgia.
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