Más de una vez he contado en esta bitácora los recursos a veces
no muy transparentes de
algunos autoservicios para sacar una mayor provecho del cliente. Felizmente, hasta ahora no he caído en ninguna de esas trampitas... al menos, es lo que quiero creer.
Me pasó de nuevo pocos días después del cambio de año, en la que creo que fue mi primera vista de 2017 a un supermercado al que voy con mucha frecuencia porque queda muy cerca de la casa. Mi lista de compras era muy breve, y uno de sus puntos era papaya.
El precio de la papaya en Lima puede llegar hasta los cuatro soles por kilo. Eso es un poco más de un dólar. Como es una fruta muy popular y parte casi imprescindible de nuestros desayunos a lo largo de todo el año, las tiendas suelen ofrecerla a precio rebajado con mucha frecuencia.
Ese día, vi un cartel muy grande que decía: "PAPAYA, S/.1.99 kilo". Imposible resistirse cuando un artículo que prácticamente de todas maneras vas a comprar está a mitad de precio. Entre todas las papayas dispuestas de manera ordenada, agarré una que tenía el peso y el precio en una etiqueta autoadhesiva. En resumen, la información que contenía claramente visible era que esa papaya pesaba poco más de tres kilos, por lo que su precio total era algo superior a seis soles (algo menos de dos dólares).
Escogí las demás cosas de mi lista y me fui a la caja para pagar.
Por quién sabe qué circunstancia, la papaya fue lo primero que puse en la faja. Por quién sabe qué circunstancia, me quedé mirando para ver qué precio marcaba la pantalla de la caja cuando la cajera pasó el código de barras por la lectora. Y grande fue mi sorpresa cuando vi que aparecía en grandes y luminosas letras verdes que el precio por esa papaya se acercaba a los 12 soles. Prácticamente el doble de lo que marcaba la etiqueta autoadhesiva:
- Señorita, el descuento sale al final, ¿no? Cuando lleguemos al final de la cuenta, ¿no? -dije yo.
- ¿Descuento? -me contestó, sin saber a qué me refería.
- El descuento de la papaya. Mire el precio en esta etiqueta y mire el precio que su caja acaba de registrar.
Cuando vio la discrepancia, me preguntó de dónde había sacado esa papaya. Le contesté que del lugar de siempre, que encima había un cartelazo (recuerdo muy bien haber usado esa palabra) indicando el precio de la oferta. Desde donde estábamos los podíamos ver claramente, pero igual se lo señalé.
No había más que decir. Bueno sí, podía decir que ya no llevaba la papaya si la cosa era con trampa.
Entonces, la cajera llamó a su supervisora, que en esta tienda siempre está rondando las cajas. En verdad, son sumamente rápidas para solucionar las situaciones que se presentan en las cajas. La cajera le explicó lo que había pasado, la supervisora lo verificó con una rapidísima mirada y, sin dirigirse a mí en ningún momento, simplemente le ordenó a la cajera:
- Rebaja el peso de esta papaya todo lo que sea necesario para que coincida con el precio total que marca la etiqueta.
Dicho eso, se fue. La cajera hizo los cálculos en su caja y el precio que marcó al final, el que me cobró, fue exactamente el que aparecía en mi etiqueta: poco más de seis soles. Toda la operación que describo tomó varios minutos, y la demora no solamente fue para mí. Ya detrás en la cola había dos personas más. Así que no me pude resistir y dije:
- ¿Ya ve lo que pasa cuando quieren pasarse de vivos? Lo que normalmente toma segundos nos ha hecho demorar a todos.
La cajera no me miró, se limitó a decirme el total. Yo pagué y me fui. Pero no me fui propiamente, sino que busqué a el módulo de atención al cliente y le conté todo lo que acababa de pasar a la persona a cargo. Su respuesta fue que ya lo iban a solucionar porque otros clientes habían reclamado antes que yo.
Entonces me quedé pensando que fue una gran suerte haber elegido una papaya con el precio marcado. De haber agarrado otra cualquiera, sin precio, que es como suelen estar, tal vez ni hubiera notado la diferencia en el precio.