Al día siguiente de llegar a Cebú, nos dimos cuenta de que teníamos que tener algo de moneda filipina. Todos los que viajamos teníamos dólares en el bolsillo, pero poco se podía hacer con esos billetes en las tiendas locales.
No era tan fácil encontrar lugares donde cambiar la moneda. Acostumbrada a como estoy a que en el Perú sea sumamente sencillo hacer esa operación en todos los bancos, en casas de cambio y hasta en la calle con cambistas autorizados y debidamente identificados con chalecos característicos y credencial de la municipalidad, se me hacía raro tener que sortear tantas complicaciones para cambiar mis dólares.
Los bancos prestan ese servicio exclusivamente a sus clientes, y además solamente hasta el mediodía. El hotel en el que estábamos alojados no cambiaba dólares, las tiendas aceptan pagos únicamente en pesos filipinos. La solución era una casa de cambios, que no ponen restricciones.
Felizmente, había una casa de cambios prácticamente frente a nuestro hotel. Así que fui con mi amiga Laura. Cruzamos la pista, que es toda una aventura, incluso para una limeña que ha debido aprender a sortear casi sin renegar a choferes y peatones que no distinguen el verde del rojo. Nótese el "casi" de la frase precedente.
Llegamos a la casa de cambios y atendieron a Laura primero. Cuando ya estaba en mitad de mi operación, la oí hablar con alguien que le contestaba en un tono tan bajito que no lograba entender lo que le decía.
Cuando me di la vuelta ya para irnos, vi que el interlocutor de Laura era un niño de unos siete años. Iba vestido con ropa raída, el pelo alborotado y sucio, con un calzado que prácticamente eran suelas muy gastadas. Ahí logré escuchar que el niño le pedía plata para comprar un chocolate, de los que vendían en la misma casa de cambios.
El niño nos había visto con efectivo, obviamente las dos éramos turistas. Pienso en el tiempo que le habrá tomado reunir el valor para acercarse a Laura.
Ella le dijo que le indicara qué chocolate quería, y el niño se lo señaló sin decir nada. Preguntamos el precio, y sin que mediara palabra entre nosotras, cada una compró un chocolate y se los pusimos en las manos que con inocencia infinita el pequeño ya tenía extendidas hacia nosotros.
Sin decir nada, agarró sus chocolates y se fue corriendo muy rápido con las dos manos llenas, quizá temiendo que el momento fuera una fugaz ilusión. Esa sonrisa que lo iluminó todo alrededor habló más que si hubiera dicho "gracias" mil veces.
No era tan fácil encontrar lugares donde cambiar la moneda. Acostumbrada a como estoy a que en el Perú sea sumamente sencillo hacer esa operación en todos los bancos, en casas de cambio y hasta en la calle con cambistas autorizados y debidamente identificados con chalecos característicos y credencial de la municipalidad, se me hacía raro tener que sortear tantas complicaciones para cambiar mis dólares.
Los bancos prestan ese servicio exclusivamente a sus clientes, y además solamente hasta el mediodía. El hotel en el que estábamos alojados no cambiaba dólares, las tiendas aceptan pagos únicamente en pesos filipinos. La solución era una casa de cambios, que no ponen restricciones.
Felizmente, había una casa de cambios prácticamente frente a nuestro hotel. Así que fui con mi amiga Laura. Cruzamos la pista, que es toda una aventura, incluso para una limeña que ha debido aprender a sortear casi sin renegar a choferes y peatones que no distinguen el verde del rojo. Nótese el "casi" de la frase precedente.
Llegamos a la casa de cambios y atendieron a Laura primero. Cuando ya estaba en mitad de mi operación, la oí hablar con alguien que le contestaba en un tono tan bajito que no lograba entender lo que le decía.
Cuando me di la vuelta ya para irnos, vi que el interlocutor de Laura era un niño de unos siete años. Iba vestido con ropa raída, el pelo alborotado y sucio, con un calzado que prácticamente eran suelas muy gastadas. Ahí logré escuchar que el niño le pedía plata para comprar un chocolate, de los que vendían en la misma casa de cambios.
El niño nos había visto con efectivo, obviamente las dos éramos turistas. Pienso en el tiempo que le habrá tomado reunir el valor para acercarse a Laura.
Ella le dijo que le indicara qué chocolate quería, y el niño se lo señaló sin decir nada. Preguntamos el precio, y sin que mediara palabra entre nosotras, cada una compró un chocolate y se los pusimos en las manos que con inocencia infinita el pequeño ya tenía extendidas hacia nosotros.
Sin decir nada, agarró sus chocolates y se fue corriendo muy rápido con las dos manos llenas, quizá temiendo que el momento fuera una fugaz ilusión. Esa sonrisa que lo iluminó todo alrededor habló más que si hubiera dicho "gracias" mil veces.
No hay nada mejor que una sonrisa y si es de un niño mucho más.
ResponderEliminarSeguro que esa sonrisa era pureza y gratitud, que no hubiera sido igual que un gracias por educación.
Siempre digo que con que poco se puede hacer feliz a alguien.
Bravo por ti y tu amiga.
Besos
Ciertamente fue poco para nosotras, Inma Luna, pero para este niño fue recibir el mundo en sus manos.
EliminarBuenísima acción la de ustedes el comprar en vez de dar dinero.
ResponderEliminarBesos Gaby
Era tan evidente que lo iba a usar en el chocolate que el resultado hubiera sido el mismo, Norma. Pero así quedamos totalmente seguras.
EliminarEs una bendición. Para el niño, haberos encontrado... y para vosotras, colmar en ese instante la felicidad de ese niño.
ResponderEliminarDe verdad que se me hace difícil pensar quién se benefició más, si el niño o nosotras. Fue un momento mágico.
EliminarLinda historia dentro de un viaje extraordinario. Nada iguala a la sonrisa de un niño. Felicidades.
ResponderEliminarDe verdad que casi cada paso de ese viaje fue una aventura increíble, Acirema.
EliminarÉ triste o estado de carência em que vivem as crianças em alguns países. O papa Francisco é que tem razão quando fala da paternidade responsavel!
ResponderEliminarBeijinhos, Gabriela e tem um feliz fim de semana.
Por aqui continuamos mergulhados em chuva e muito frio.
Eso pasa hasta en los países en que no nos lo imaginamos, Nina.
EliminarEspero que ese frío pase rápido y que pronto lleguen los días con sol y cielos celestes.
Me pasó en Salamanca con un helado...Se nos acercó un crio y nos dice que si le damos un poco, estabamos al lado de una heladería y lo llevamos allí, no olvidaré su cara cuando lo cogió con que cuidaito lo chupaba...
ResponderEliminarBonito gesto amiga;)
Buen domingo.
Un beso
La mejor parte es que nos aseguramos de realmente quería el helado o el chocolate, y no el dinero para cualquier otro fin.
EliminarBuen domingo también.
Pudo haber sido un niño de cualquiera entre cientos de países. Él se sacó una pequeña lotería.
ResponderEliminarMe sorprende que en Flipinas sea tan difícil cambiar dinero.
También mer parece admirable que en las calles de Lima, como cuentas, haya personal oficial que garantiza la seguridad y autenticidad del cambio.
Lamentablemente, niños como el de la historia abundan hasta en los países más prósperos.
EliminarNo es que los cambistas garanticen la autenticidad del cambio, pero dan una cierta seguridad. No son servidores oficiales, pero sí están identificados con una credencial con foto que deben llevar visible.
Gracias Gabriela fue un buen hombre.
ResponderEliminarUn beso.
Se nota, Laura. Lamento tu pérdida.
EliminarPrimero me has trasladado a Lima donde me sorprendió tanto ver esas personas autorizadas en plena calle que te cambian dólares por soles incluso sin bajarte del coche... Después me he ido contigo a Filipinas y he visto a ese niño con ganas inmensas de chocolate... Me hace pensar en la gran facilidad que tenemos a veces aquí y en lo poquito que nuestros niños valoran las cosas.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Esos cambistas son rezagos de los tiempos en que nuestra moneda estaba tan devaluada que la gente se refugiaba en el dólar. Todos esperamos que esos tiempos no vuelvan.
EliminarNo solamente los niños no valoran las cosas. Los adultos también caemos en eso con mucha frecuencia.
Abrazos desde Lima.
No hay nada más valioso e inocente que un niño... proyectos inacabados de persona, para los que todavía hay esperanza.
ResponderEliminarAbrazotes.
Y ojalá no fuera la pobreza la que frustre esos proyectos, Borja. Tanto talento desperdiciado por falta de oportunidades me deja pensando.
EliminarQué satisfacciòn ver esa sonrisa de chocolate. Nada como hacer feliz a un niño aunque solo sea un instante
ResponderEliminarOjalá el niño siga la cadena de favores, Chusa. Así ese instante podría durar un poco más.
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