El jeepney avanza por las calles de Cebú, en Filipinas. Es domingo en la mañana. El alegre grupo que colma los asientos del singular medio de transporte siente como una aventura el breve recorrido, mientras mira una carrera de maratonistas dominicales sudar la gota gorda.
Una mujer está echada en la calle, al borde de la vereda. Parece ser el lugar donde duerme habitualmente. La alegre algarabía de voces políglotas se apaga en cuanto pasa por su costado. La mujer los mira, silenciosa, inexpresiva, por unos segundos. Después se da la vuelta y pone la cara hacia la pared.
Hay un gentío sin precedentes a las afueras de un templo de Cebú. La visita papal es un reciente acontecimiento que todos guardan en sus memorias. No olvidemos que estamos en el país con mayor cantidad de católicos en el continente asiático, así que la concurrencia es sorprendente. Ni el tremendo calor les impide ejercer su fe.
Una fila interminable de personas espera un taxi a la entrada de un centro comercial. La cola crece a cada segundo, los taxis aparecen cada varios minutos. El evidente desbalance entre personas y taxis hace que el proceso sea lento y desesperante. La cosa se pone peor cuando empieza a llover, aunque felizmente no dura mucho.
En un centro comercial, los caleidoscópicos pasillos se multiplican sin cesar. Es fácil perderse de vista y un segundo basta para alejarse del grupo de acompañantes. De todas maneras, el lugar no es grande, así que un sonoro grito basta para que el grupo se reúna sin problemas. El regateo está a la orden del día. En menos de 24 horas, los cálculos de moneda toman apenas segundos. Son datos imprescindibles para decidir si la compra se realiza o no se realiza.
Una mujer está echada en la calle, al borde de la vereda. Parece ser el lugar donde duerme habitualmente. La alegre algarabía de voces políglotas se apaga en cuanto pasa por su costado. La mujer los mira, silenciosa, inexpresiva, por unos segundos. Después se da la vuelta y pone la cara hacia la pared.
Hay un gentío sin precedentes a las afueras de un templo de Cebú. La visita papal es un reciente acontecimiento que todos guardan en sus memorias. No olvidemos que estamos en el país con mayor cantidad de católicos en el continente asiático, así que la concurrencia es sorprendente. Ni el tremendo calor les impide ejercer su fe.
Una fila interminable de personas espera un taxi a la entrada de un centro comercial. La cola crece a cada segundo, los taxis aparecen cada varios minutos. El evidente desbalance entre personas y taxis hace que el proceso sea lento y desesperante. La cosa se pone peor cuando empieza a llover, aunque felizmente no dura mucho.
En un centro comercial, los caleidoscópicos pasillos se multiplican sin cesar. Es fácil perderse de vista y un segundo basta para alejarse del grupo de acompañantes. De todas maneras, el lugar no es grande, así que un sonoro grito basta para que el grupo se reúna sin problemas. El regateo está a la orden del día. En menos de 24 horas, los cálculos de moneda toman apenas segundos. Son datos imprescindibles para decidir si la compra se realiza o no se realiza.
Qué bonita descripción. Me parece estar ahí mismo, en Cebú, Filipinas, al otro lado del mundo, viendo a través de tus ojos. Lindo viaje, esperamos más historias de tus experiencias viajeras.
ResponderEliminarEstoy tratando de recordar todo al máximo para poder contarlo por acá, Acirema.
EliminarGRACIAS POR COMPARTIR TU EXPERIENCIA DE VIAJE. ES UN DELEITE PARA EL ESPÍRITU.
ResponderEliminarGracias, Antonio.
EliminarEstampas rebosantes de actividad.
ResponderEliminarGabriela, gracias por compartir.
Actividad era lo que más había, Milena, por todas partes veías gente haciendo algo.
EliminarLeerte es casi como trasladarse a esos lugares, y este relato en concreto lo hace incluso más vívido...
ResponderEliminarAbrazotes.
Gracias, Borja, quiere decir que lo relaté bien.
EliminarExcelente relato!
ResponderEliminarBom domingo, Gabriela.
Beijo
Igualmente, Nina.
EliminarMuchísimo bullicio... Gracias por compartir tus recuerdos de tan increíble viaje.
ResponderEliminarAdemás era un bullicio muy alegre, Marta.
Eliminarcontigo en estas letras viajamos todos..
ResponderEliminarBeso
Ojalá sea para todos igual de inolvidable, Inma Luna.
EliminarTal vez Gabriela, te acostumbraste al regateo para aplicarlo en las compras locales. O haces escuela o te van a mirar raro. Apuesto por lo último.
ResponderEliminarNo creas, Esteban, acá se regatea también, sobre todo en los mercados. No se me ocurriría hacerlo en una tienda por departamentos, no me mirarían raro... ni siquiera me mirarían, ja, ja.
EliminarEstampas en movimiento, me han gustado porque he podido sentirlo...
EliminarMovimiento y algarabía, dos cosas que no faltaron en ningún momento.
EliminarEl bullicio que se vive en las grandes cuidades nos impresiona siempre cuando salimos de sitios más pequeños. El regateo famoso de los mercados ;))
ResponderEliminarUn beso.
Omnipresente el regateo, Laura. Me hizo sentir en casa por momentos.
EliminarMe encanta, me encanta, me encanta. Como para mostrarlo en mis clases.
ResponderEliminarMientras no sea como ejemplo de cómo no escribir. no hay problema.
Eliminar