sábado, 30 de junio de 2012

Crónica de viaje: Despertar en África

Cuando estaba en la universidad, prácticamente a lo largo de todos esos años, casi todas mas clases empezaban a las 7 am. Así que estaba acostumbrada a un despertar en el que solamente escuchaba el cantar de los pájaros. O eso era lo que pensaba.

El viernes 29 desperté en África. Fue un despertar diferente pero igual a todos los anteriores.

Después de un día y medio de atravesar meridianos, continentes, el Océano Atlántico, el Mediterráneo, el cansancio estaba al tope.

La entrada a Kenia me pareció fácil. O quizá la multitud de recomendaciones y mensjaes que recibió todo el grupo me hizo pensar que la cosa sería más complicada de lo que fue. El proceso me tomó menos de diez minutos. Es lo bueno de ser la primera de una fila que en un minuto se hizo larguísima.

Después de dos noches de poco dormir, la diferencia de horas no la sentí para nada. Terminé el día con de más de 36 horas de duración un cansancio tremendo. Debía esperar a mi compañera de cuarto, que finalmente llegó.

Lo último que recuerdo es haberla escuchado cerrar la puerta del baño.

Dormí como una piedra.

Al día siguiente, desperté en África.

El sonido de los pájaros me hizo retroceder en el tiempo, pero con la diferencia de que esta vez... estaba en África.
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martes, 26 de junio de 2012

Crónicas de viaje: La aventura comienza

Esta tarde parto para Nairobi. Me espera un largo viaje a Ámsterdam, unas horas de espera y otro viaje menos largo hasta Nairobi.

Lo próximo que lean en este blog, se habrá escrito en alguno de esos puntos.

Mientras tanto, les dejo un encarguito a los que tienen cuenta en Facebook. Les agradecería que entraran a este vínculo y den clic en ME GUSTA. Es para un trabajo de universidad de Gonzalo. Tiene que llegar a 500 ME GUSTA y en este momento va en 326. Muchas gracias a los que lo ayuden con esto

Ahora si, deséenme buen viaje.
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jueves, 14 de junio de 2012

La vejez no es discapacidad

Es probable que más de uno no le caigan bien mis palabras esta vez. Pero la verdad es que lo he visto tantas veces que podría pensar que se trata de un tema universal.

Por ley, en todos los estacionamientos hay lugares marcados con el clásico símbolo de los discapacitados. Eso significa o, por lo menos, debería significar que esos lugares son reservados única y exclusivamente a las personas que conviven con alguna discapacidad que necesitan estacionarse cerca de la entrada y deben contar con un espacio un poco mayor al costado del carro para maniobrar con tranquilidad.

Grande es mi sorpresa y mayor mi indignación cuando veo que quienes utilizan esos lugares son ciudadanos de la tercera edad. No se crea que me refiero a adorables viejecitos a los que parientes más jóvenes llevan pues necesitan ayuda para dar un paso. Nada que ver. Se trata de personas que ya ni peinan canas porque las tienen teñidas todas (para tal caso, más canas peino yo), que salen de su carro con los dos pies bien firmes sobre la tierra, a veces hasta ataviados con ropa deportiva y zapatillas. Cuando veo a señoras con estas características pienso que de su clase de tai-chi se han ido directamente a hacer las compras para su casa. ¿Se preguntarán dónde se estacionarán las personas que realmente necesitan estos lugares? Tal vez ni se les pase por la cabeza.

Por no hablar de las cajas de los supermercados y los bancos. De la indignación paso a la risa cuando veo cómo se pelean entre ellos en las cajas de atención preferente. Es tanta la incomodidad que me causa que he optado por no ir los miércoles de compras a un supermercado que me queda muy cerca y al que voy prácticamente todos los días. La razón es muy sencilla: los miércoles, los mayores de 65 años tienen 10% de descuento en todo lo que compren. La tienda se llena de personas que creen que todas las cajas se convierten en preferentes ese día.

El colmo fue algo que me pasó hace algunos años. Estaba con el pie vendado por una operación que si bien era menor, implicaba que no podía apoyar el pie. Ahí iba yo con un bastón (por cierto, qué incómodo se me hizo caminar así) y una venda bastante notoria. Estaba haciendo cola en el banco y, cuando ya tocaba mi turno de ser atendida, de la nada se apareció una señora que prácticamente corriendo fue de frente a la ventanilla. Me acerqué a reclamarme, le enseñé el bastón y la venda, le dije que yo había esperado más de diez minutos y que lo mínimo que debía hacer era pedir disculpas y esperar su turno. Lo único que acertó a decir fue: "eso de ahí no es nada", y muy oronda se quedó a que la atendieran.

La cosa no quedó así, pues exigí hablar con el administrador, que lo había visto todo. ¿Fin del cuento? Me atendió el propio administrador, y terminé mi gestión bancaria antes que la señora. Al salir, me provocó sacarle la lengua, pero no lo hice solamente porque estaba de espaldas a mí.

El ícono de la discapacidad es la silueta de una persona en silla de ruedas, no la silueta de una persona de edad avanzada que anda encorvada. Por algo son imágenes diferentes, pero ¿quién se lo hace entender a ciertas personas?
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lunes, 4 de junio de 2012

La crisis de los panes

Todas las mañanas, llueve o truene (bueno, es un decir porque en Lima no hay truenos), a una cuadra de la casa se instalan dos panaderos. A veces es solamente uno, pero es suficiente. No sé de qué panadería traen el pan pues no hay ninguna cerca, pero la cosa es que sin falta se les puede ver vendiendo sus panes a los vecinos. Su lugar está muy cerca del puesto de periódicos, punto de encuentro de la gente del barrio. Al pasar por ahí temprano, se puede escuchar a los ideólogos llenos de opiniones y dispuestos a arreglar los problemas del Perú y del mundo. Lo que pasa es que no los llaman.

Ese es el panorama habitual en una de las tantas esquinas miraflorinas cuando la vida retoma sus actividades diarias y la gente se despercude y se apresta a enfrentar las actividades diarias.

Esa rutinaria calma se vio alterada hace algunos días. Para sorpresa de los vecinos que salieron a comprar su pan y su periódico, encontraron lo segundo mas no lo primero. ¡Qué impresión! El panadero no estaba en la esquina habitual, ni se le veía más allá. Nada. No había pan ni panadero.

Ajena a esto, regresaba muy tranquila a la casa, cuando me crucé con el panadero más joven pedaleando rápidamente hacia la avenida Larco. Pensando en ahorrarme unos pasos, le pregunté a la pasada si me podía vender pan. Me dijo que no le quedaba ni uno, que regresaba en 20 minutos porque se iba a traer más. "Eso es nuevo", pensé.

Media cuadra más adelante me crucé con el otro panadero, y le hice la misma pregunta. Recibí la misma respuesta.

No había pan. No había dónde comprarlo, porque la panadería más cercana queda como a cinco cuadras y las ganas de recorrer la distancia eran pocas. En verdad, eran casi nulas. La solución era recurrir a una de las tantas bodegas o minitiendas que hay por la zona. Solamente había pan en una de ellas, los saldos de la marabunta que minutos antes que yo había arrasado con el poco pan de la bodega. Su habitual carga no estaba preparada para la crisis de los panes, así que las existencias se acabaron rápidamente.

Hasta ahora no sé qué pasó. No sé si ese día hubo menos pan o si hubo más compradores. Al día siguiente, todo volvió a la normalidad. Honestamente, espero que no se repita el descalabro que significó la crisis de los panes en la armonía del barrio en el que vivo.
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