martes, 22 de noviembre de 2011

Lazos virtuales

Es innegable que entre las personas que tenemos un blog y nos leemos con regularidad se forman lazos. Tal vez sea algo que llegan a entender mejor quienes tienen un blog y que leen otros de manera constante y permanente.

Yo he tenido la suerte de pasar del ámbito virtual al real. He conocido en persona, en vivo y en directo a más de uno de mis lectores habituales, a más de uno de los autores de los blogs de los que soy lectora habitual. Es una sensación difícil de describir porque uno siente conocer al otro a partir de sus escritos, de sus anécdotas, a pesar de nunca haberle visto la cara ni de haberle escuchado la voz.

Mi suerte ha sido doble, pues en algunos casos me he reunido con bloggers amigos. Y en otros casos nuestro paso del mundo virtual al real ha sido a través de envíos por correo. Correo real, de ese que alguien en algún lugar del ancho mundo metió en un sobre con el objetivo de que llegaran a mis manos. A mi vez, yo también he llenado sobres que se han abierto en países lejanos.

He enviado chocolates, libros, películas, refrescos y postres instantáneos de sabores típicos del Perú. A cambio he recibido otros chocolates, cremas, jarritas de té, libros y cartas. Si, cartas, como las de antes. Si alguien que actualiza su blog con regularidad deja de hacerlo de un momento a otro, me preocupo. A veces lo suficiente como para preguntar si todo está bien.

Como dijo un buen amigo que he conocido gracias a este mundo increíble, ante mi inquietud por el silencio repentino de un blog amigo mutuo: tu preocupación demuestra lo fuertes que son los lazos que atan a quienes navegamos por estas aguas.

Ciertamente, lo siento así.

Con este post, celebro los cuatro años de Seis de enero. A los que lo leen desde el comienzo, a los que llegaron un día lejano y se quedaron, a los que llegaron hace poco y se quedaron, a los que no se quedaron, a los que pasan y leen pero no dejan comentarios... a todos les digo: muchas gracias.
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lunes, 14 de noviembre de 2011

Tuiteristán

Símbolo nacional de Tuiteristán
En los tiempos que siguieron a la desintegración de la Unión Soviética primero y de la antigua Yugoslavia después, el mundo fue testigo del surgimiento de muchos países. Había que aprenderse nuevos nombres, capitales y saber más o menos en qué lugar del ancho mundo quedaban esos lugares con nombres misteriosos y exóticos. Por lo menos para mí, que lo seguí a prudente distancia geográfica, el proceso fue muy interesante.

Más recientemente, en los últimos dos o tres años, comenzó a sonar el nombre de un nuevo país, que como es virtual no aparece en los atlas ni mapas del mundo: Tuiteristán. Si bien este país existe desde 2006, ha sido recién en los últimos meses que ha empezado a sonar con mucha fuerza en el mundo.

Para visitar Tuiteristán, no se necesita visa, ese penoso trámite del que los peruanos no nos libramos casi nunca. Tampoco pasajes, ni subirse a un avión, ni tren, ni barco, ni ómnibus. Por lo tanto, no hay jetlag. No hay forma de que amigos y parientes nos hagan encargos cuando visitamos Tuiteristán ni hay que preocuparse por el exceso de equipaje.

Se trata de un país raro. Para entrar, es necesario firmar un registro, y tener cuidado de no registrarse con un nombre ya existente. Es decir, en Tuiteristán no existe la posibilidad de que a uno lo confundan con otro tuiteristaní simplemente porque no existe la homonimia. Es una ley inquebrantable del país. Como es inquebrantable la norma de que todos los nombres deben empezar con un símbolo que casi se parece a dos círculos concéntricos. Otra regla inquebrantable es que todos los temas de conversación deben ir precedidos de un símbolo (#) que en el Perú llamamos michi y que en otros lugares se conoce como numeral.

Los tuiteristaníes no tienen familiares, ni amigos, ni compañeros de trabajo. Ellos tienen seguidores. Algunos los cuentan por miles y otros por millones, y lo más raro es que en la mayoría de los casos, los tuiteristaníes no conocen a todos sus seguidores. Con las justas conocerán a un pequeño porcentaje.

Lo más extraño de este país y lo que más llama mi atención es que todos deben expresarse en mensajes no mayores de 140 caracteres. Si pasan ese límite, los mensajes se cortan. Digo que en Tuiteristán la gente se expresa y no que se comunica porque allá absolutamente todos hablan, pero no necesariamente todos escuchan. Los tuiteristaníes hablan todo el tiempo, y no les importa si los escuchan o no. Ya sea porque no todos están pendientes de los demás todo el tiempo, o porque esa norma de hablar en apenas 140 caracteres hace que la comprensión de los mensajes sea sumamente difícil, a pesar de que las personas hablan el mismo idioma.

No se crea que los mensajes son siempre interesantes. Es más, creo que los mensajes realmente interesantes y trascendentes no llegan a ser ni el 2 % del total de mensajes emitidos. Es que, por lo menos yo, no le veo la gracia a ver repetido al infinito lo que dijo alguien y que muchos otros simplemente reiteran anteponiendo un extraño código dígrafo. Hasta que alguien me lo explique de manera muy convincente, no me interesa mucho saber qué tomó alguien de desayuno o si se encontró con mucho tráfico mientras iba al trabajo. Eso sin contar con el riesgo que se corre en Tuiteristán porque la gente habla mientras hace otras cosas, como manejar por ejemplo. Y manejar distraído siempre es peligroso.

Los medios de comunicación viven pendientes de lo que se dice en Tuiteristán. Mejor dicho, viven pendientes de lo que dicen algunos tuiteristaníes. Francamente no entiendo cómo hacen para escuchar algunas voces selectas en medio de ese mar de sonido donde todos hablan apretadamente en 140 caracteres, donde todos gritan a la vez, donde casi todos repiten lo que otro ya dijo. Por donde lo mire, no me parece que la gente en ese país se comunique.

Conozco gente que ha estado en Tuiteristán. Conozco gente que vive en Tuiteristán. Conozco gente que se mudó del lugar donde vivía y se instaló en Tuiteristán. Deben de estar felices porque aparentemente no tienen ganas de dejar de hablar y hablar sin escuchar y sin parar en 140 caracteres.

En lo que a mí respecta, no me provoca mucho la idea de conocer Tuiteristán. Creo que no cambiaré de idea, a pesar de lo fácil y barato que parece ser llegar hasta allá.
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martes, 8 de noviembre de 2011

10K y más

Miles de globos blancos
El domingo 6 de noviembre, participé en la carrera Nike 10K. Digo participé y no corrí porque es lo que más se ajusta a la verdad. Corriendo no hubiera llegado a completar ni la décima parte del recorrido, pero caminando es otro cantar. Debo agradecer a Ana Cé con quien hice todo el recorrido. Ella no llegó a inscribirse en la carrera, pero aun así hicimos juntas la ruta completa, de principio a fin.

Mucho se ha dicho de la carrera, de los ganadores, de los participantes y de los cantantes que animaron la ruta con diferentes shows. Por lo tanto, este post no se tratará de eso para no caer en la reiteración. La veré desde otra perspectiva.

Como suele ser en este tipo de actividades, una vez realizado el pago por derecho de inscripción hay que recoger el kit de la carrera, que esta vez consistía de un polo del característico color rojo, un chip que había que acomodar en el pasador de la zapatilla y una serie de folletos con información y datos interesantes. Los días para ese trámite eran el jueves 3, viernes 4 y sábado 5 de noviembre entre las 11 am y las 10 pm en Larcomar. Para mi suerte, Larcomar queda a tres cuadras de distancia de mis actividades habituales, así que decidí ir el primer día para no dejar el trámite pendiente.

Ahí estaba yo, a las 11:15 am del primer día de entrega de kits, en el sótano de Larcomar. Había como 40 personas antes que yo en la cola, una fila que describía meandros en la oscuridad propia de todo sótano, a lo que hay que agregar que todas las paredes estaban pintadas de negro. Más oscuro, imposible. Encima, una música a un volumen bastante más alto de lo que para mí resulta aceptable. Me sentía metida en una discoteca, que por regla general me disgustan por donde las mire.

Una vez que avancé en la fila, entré a una caverna que resultó ser todavía más oscura que la parte de afuera. Sí, podía ser más oscura. Ya adentro, mientras seguía la espera, vi a un muchacho al que poca gente le hacía caso, que con una computadora ofrecía a los participantes que eligieran alguna canción para escucharla en los momentos previos a la partida el día de la carrera. Detrás de él, un tremendo cartel con una tremenda falta de ortografía anunciaba que uno podía escoger la música para el domingo 6. Al ver que miraba el cartel, el muchacho se me acercó y me preguntó si tenía alguna canción en mente. Mi respuesta fue: "No, lo que estoy viendo es que ESCOGE se escribe con G". Me miró con cara de puntos suspensivos.

Hasta que por fin llegó mi turno, entregué el comprobante de mi pago y recibí a cambio un sobre con el chip. El polo, me dijeron, se recogía en el siguiente módulo. La sensación de encierro en ese recinto oscuro, atestado, sin ventilación, con la fuerte música que lo rodeaba era demasiado. No resistí y se lo comenté a quien me atendía. Con una mirada me hizo saber que estaba de acuerdo conmigo.

Fui al siguiente módulo, recogí mi polo de la talla deseada y salí finalmente al aire libre.

Dejando de lado este pequeño detalle de haber tenido que ir fugazmente a una caverna para recoger el kit de participación, la sensación de ser parte de una actividad así es sumamente agradable.
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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Con la prensa hemos topado

Vengo de una familia de periodistas y personas vinculadas a los medios de comunicación.

Mi papá era presentador de televisión, conductor de noticiero, narrador de noticias, maestro de ceremonias, entrevistador, entre otras cosas. Era médico de profesión, pero era mucho más conocido por su trayectoria en radio primero y en televisión después. No miento ni exagero si digo que forma parte importante de la historia de la televisión peruana.

Mi mamá es periodista colegiada y durante muchos años trabajó en un noticiero nocturno, como redactora, editora, directora. Además, también trabajó en un periódico local hace algunos años y en departamentos de prensa de algunas instituciones.

Mi hermano estudió Comunicaciones y fue también narrador de noticias, entrevistador, columnista especializado en temas internacionales, productor de programas. Trabajó en varios noticieros y en varios periódicos.

Mi hermana es licenciada en Comunicaciones, con especialización en Periodismo. Su trabajo siempre ha estado relacionado con medios de comunicación, textos, publicaciones, entre otros.

Mi cuñada también estudió Comunicaciones y desde siempre ha trabajado como directora de medios o de imagen del sitio para el que presta sus servicios profesionales.

Como ven, la única que se salió del molde soy yo, que estudié Derecho, me gradué de abogada, carrera que desempeño desde hace años. Todo este preámbulo para indicar que prácticamente todas las personas que más me importan en este mundo están directa o indirectamente relacionadas con la prensa.

A pesar de eso, me doy cuenta de que la prensa comete serios y graves excesos. Los periodistas se llenan la boca hablando de la sacrosanta libertad de expresión, aunque más parece que la consigna fuera que el fin justifica los medios. El fin es conseguir la noticia. Los medios y los métodos son literalmente cualquiera. Salvo honrosas excepciones, claro, que creo que se pueden contar con los dedos de una mano.

Siento que lo único que les importa es el titular del día siguiente, porque el de hoy ya es noticia antigua. Se olvidan de que detrás de ese titular, muchas veces cargado de mala fe, hay un drama, una tragedia, una persona que sufre, toda una familia afectada. Alguien llora la muerte trágica y repentina de un ser querido, y ahí está el reportero metiéndole el micro y la cámara para captar el sonido de un suspiro y la caída de una lágrima, presto a preguntarle qué siente en ese momento. ¿Hay derecho? Ciertamente, creo que no. Creo que es un abuso por donde se le mire.

Un poco de mesura no estaría mal. Empatía. Respeto por el que sufre. Tolerancia.

Es lamentable sentir que abundan los que hacen del periodismo el más vil de los oficios en lugar de convertirlo en la más noble de las profesiones. Hay muchísimas cosas que son más importantes que un titular que mañana será papel desechable.
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