Cómo olvidar lo que el mundo vivió hace exactamente 18 años.
Si lo viviste, no hay necesidad de recordar lo que se reprodujo en millones de pantallas de televisión. Si te lo contaron, tampoco hay necesidad de explicar mucho porque seguro ya has visto las imágenes una y otra vez.
No entraré en detalles de lo que pasó, ni hablaré de las razones, ni las causas, ni las consecuencias. Eso lo dejo a los entendidos.
Voy a hablar de algo que viví tres años después en el mismo lugar de los hechos.
Corría abril de 2004, era la primera vez que iba a Nueva York. Pasé algunos días en casa de una amiga muy querida que en ese tiempo vivía en Nueva Jersey. De su casa, ir a Nueva York era muy fácil, así que casi era una visita obligada.
Tomé el tren como me enseñó mi amiga, hice el cambio en la estación indicada, donde tomé el otro tren que me dejó en Gran Central Station. Ahí estaba yo, en el mismísimo Madison Square Garden, tantas veces mencionado. Y frente a mis ojos, la famosa estación que había visto en tantas y tantas películas y series.
Con un mapa en la mano, fui al encuentro de otra amiga que me indicó cómo llegar a la Zona Cero. Iba a ir sola, era día de trabajo para todos los que estaban en su rutina.
La instrucción era sencilla: tomar no recuerdo qué línea del metro y bajar en la que se había convertido en la última estación desde ese septiembre de hace 18 años. De ahí debía caminar en línea recta. No había pierde.
Pero me perdí.
No sé qué pasó, tal vez salí por la puerta equivocada de la estación. Tal vez fui a la derecha en vez de la izquierda. Me suele pasar, ya estoy acostumbrada y sé qué hacer. Entré a la primera tienda que encontré, pedí indicaciones, que me dieron amablemente.
Estaba a dos cuadras de la Zona Cero. Comencé a recorrer esa distancia.
De repente, una sensación fea me empezó a oprimir el pecho. Me faltaba el aire. Me sentía mareada. No podía respirar. Ni más ni menos que si estuviera a 5000 metros de altura, pero no estaba para nada tan alto. Hasta sentí ganas de dar media vuelta e irme de ahí. Pero no me detuve.
No entendía qué pasaba.
Casi sin aliento seguí caminando hacia donde me habían indicado. Seguía sin entender la razón de tan fuerte malestar repentino.
En eso, levanté la vista. Ante mí estaba la entrada de lo que hasta el 11 de septiembre de 2001 había sido la estación final del metro. En medio de polvo, en grandes letras mayúsculas aún se leía "World Trade Center". A mi derecha, hasta donde alcanzaba la vista, se extendía un enorme terreno en el que se divisaban unos cuantos hombres trabajando.
Ahí lo entendí todo. Tres años después, la energía negativa emanada ese día aún se podía sentir.
Me sobrecogió pensar cuántos lugares en el mundo deben emanar esas mismas sensaciones.
Tremendo, de verdad.