Arreglando papeles viejos encontré este relato. Sé muy bien quién lo escribió y lo publico en esta bitácora virtual.
¿Te acuerdas? Entraste por la puerta de ese colegio enorme, un domingo por la noche. Te llevaron tus padres y te recibieron las monjitas franciscanas que en adelante se iban a encargar de tu educación... y de tu vida.
Tenías miedo, angustia, porque dejaste tu pueblo, tu casa, tu familia... para encontrarte de pronto en una casa grande, en un dormitorio extraño, con personas desconocidas... en un comedor con mesas para seis alumnas --internas como tú-- tan lejos de tu mesa familiar como el cielo de la tierra.
Esa noche lloraste hasta que te venció el cansancio y te quedaste dormida. Tu pequeña vida terminaba y comenzaba otra... tan diferente. Pero ¿lo recuerdas? Poco a poco te fuiste acostumbrando a esa nueva vida. A conocer nuevas amigas, las demás internas que sentían lo mismo que tú. A entender a esas monjitas dedicadas a formarlas y enseñarles tantas cosas que les serían útiles en la vida.
Y así pasó un año y otro año... cinco en total. Y crecías en edad, en experiencias, en conocimientos. Y lo más importante: aprendiste a vivir. Aprendiste a extrañar, a llorar, a sentir la soledad... pero también a jugar, a reír, a compartir historias y canciones. Y a tomar decisiones, quizás pequeñas decisiones, pero en verdad aprendiste a ser independiente, invalorables enseñanzas para tu vida adulta.
Han pasado muchos años. La niña que entró a ese colegio de la mano de sus padres es ahora una "adulta mayor", para decirlo de alguna forma. Pero esa semillita que dejaron las monjitas franciscanas nunca dejó de florecer. Creció y sigue viva con el paso del tiempo, y quizás fue el tronco, el apoyo que sirvió para mantenerte en pie cuando llegaron las fuertes tormentas.
Fue lo que aprendiste en ese internado, valioso legado que te servirá toda la vida.
RECUERDOS DEL INTERNADO
¿Te acuerdas? Entraste por la puerta de ese colegio enorme, un domingo por la noche. Te llevaron tus padres y te recibieron las monjitas franciscanas que en adelante se iban a encargar de tu educación... y de tu vida.
Tenías miedo, angustia, porque dejaste tu pueblo, tu casa, tu familia... para encontrarte de pronto en una casa grande, en un dormitorio extraño, con personas desconocidas... en un comedor con mesas para seis alumnas --internas como tú-- tan lejos de tu mesa familiar como el cielo de la tierra.
Esa noche lloraste hasta que te venció el cansancio y te quedaste dormida. Tu pequeña vida terminaba y comenzaba otra... tan diferente. Pero ¿lo recuerdas? Poco a poco te fuiste acostumbrando a esa nueva vida. A conocer nuevas amigas, las demás internas que sentían lo mismo que tú. A entender a esas monjitas dedicadas a formarlas y enseñarles tantas cosas que les serían útiles en la vida.
Y así pasó un año y otro año... cinco en total. Y crecías en edad, en experiencias, en conocimientos. Y lo más importante: aprendiste a vivir. Aprendiste a extrañar, a llorar, a sentir la soledad... pero también a jugar, a reír, a compartir historias y canciones. Y a tomar decisiones, quizás pequeñas decisiones, pero en verdad aprendiste a ser independiente, invalorables enseñanzas para tu vida adulta.
Han pasado muchos años. La niña que entró a ese colegio de la mano de sus padres es ahora una "adulta mayor", para decirlo de alguna forma. Pero esa semillita que dejaron las monjitas franciscanas nunca dejó de florecer. Creció y sigue viva con el paso del tiempo, y quizás fue el tronco, el apoyo que sirvió para mantenerte en pie cuando llegaron las fuertes tormentas.
Fue lo que aprendiste en ese internado, valioso legado que te servirá toda la vida.
Imagino, Gabriela, que lo debe haber escrito alguna compañera de entonces y que la protagonista de la historia...eres tu ¿?
ResponderEliminarGracias por el comentario tan rápido, Esteban.
EliminarNo, no soy yo. Conozco los internados solamente por películas, libros y uno que otro relato robado.
¿Imagino Gabriela que el relato es tuyo y alguien lo publicó con su nombre...?
ResponderEliminarNo, ja, ja, no es mío. Ni una palabra es mía.
EliminarEs un lindo relato, y sí, creo que los internados ya casi no existían en la época que comenzabas la secundaria.
ResponderEliminarNi siquiera cuando empecé la primaria, Desi.
Eliminar😉
Son recuerdos tristes pero a la vez llenos de nostalgia por las épocas escolares.
ResponderEliminarPueden ser recuerdos algo tristes, pero parece que terminaron bien para esta exinternita.
EliminarBuenos días Gabriela, me ha gustado leerte. Buen fin de semana.
ResponderEliminarQué gusto volver a verte por aquí, Trini Altea.
EliminarAssim se forma a personalidade de um futuro adulto. Gostei muito do teu texto. Beijinhos
ResponderEliminarY esta adulta es simplemente ejemplar.
EliminarMe has vuelto a los lindos recuerdos de mi adolescencia en el internado. Fueron 5 años conviviendo como hermanas en un grupo grande, y el cariño ganado en esa convivencia aun lo tenemos presente pues lo mantenemos vivo y seguimos viviéndolo.
ResponderEliminarGracias por regalarnos ese recuerdo.
Un abrazo.
Supongo que no eres la única a la que esta lectura ha traído recuerdos. Bien por esa amistad que sigue fuerte, feliz y unida.
EliminarSeguro que estar en un internado terminaba siendo una experiencia vital extraordinaria, pero siempre nos han dado pavor... Menos mal que nosotras no fuimos a ninguno...
ResponderEliminarBesos mil de las dos
J&Y
Creo que ese pavor compartido por mucha gente se lo debemos a Dickens, las hermanas Brontë y otros otros autores. Pero ya vemos que no todos son así. Algunas despiertan nostalgia y alegría.
EliminarGeneralmente las internas vivian en pueblos que sólo tenian escuelas de primaria, y los padres, para darles mejor educación, las llevaban a ciudades más grandes donde no tenían familiares. Por eso tenían que estar internas, al cuidado de las monjitas que dirigían el colegio.
ResponderEliminarA mí no me cabe duda de que era muy duro para las niñas que iban internas y para sus padres, que de un momento a otro se quedaban con una casa vacía y ya sin ruidos de risas ni juegos.
EliminarAprender es le oficio más bonito que tenemos las personas. Cuanto y bueno aprendimos en nuestra juventud y luego lo hemos devueto a nuestro hijos.
ResponderEliminarBesos Gabri.
Y cuánto de eso que aprendimos está todavía en nosotros y lo seguimos aplicando en la vida diaria.
EliminarEso es exactamente lo que pasaba en ese internado, "Los Mil Rostros de la Ciudad". Las monjitas que lo regentaban eran severas pero también irradiaban cariño y comprensión. Por eso, a pesar de los años que ya pasaron, nos acordamos de ellas con mucha gratitud y cariño.
ResponderEliminarSin duda, de algunas más que de otras.
EliminarBonito relato de recuerdos. La verdad es que los internados no tienen muy buena fama en las películas.
ResponderEliminarSí, pobres internados, y las buenas personas que trabajan ahí para procurar lo mejor para sus alumnos.
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