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Cuando llegaron al borde de la vereda, los dos se detuvieron. Ella miró a ambos lados para confirmar que no venían autos y que podían cruzar tranquilamente. Cuando estuvo segura de eso, se volteó y con la mano le indicó al niño que podía cruzar.
Es cierto que se acercaba un auto, pero estaba a más de una cuadra de distancia. Tenían tiempo de sobra para cruzar, llegarían al otro lado sin problemas mucho antes de que el carro siquiera pudiera verlos.
Yo seguía caminando en dirección a ellos, disfrutando de la escena.
La mujer avanzó hasta que casi cruzó la pista completamente y cuando ya estaba en la vereda del frente, el niño recién vio que venía el auto. Estaba lejos, no iba a pasar nada. Seguramente la mujer esperaba, al igual que yo, que el niño siguiera avanzando con su triciclo. Le faltaban pocos metros para llegar al otro lado.
Pero el pequeño optó por algo distinto. Tras poner la cara de asombro más absoluto que he visto en mi vida, se bajó de un salto al suelo, agarró uno de los lados del timón de su vehículo y, jalándolo con las dos manitos, corrió muy rápido, de vuelta a la vereda desde donde había cruzado.
La mujer regresó con paso rápido a donde estaba el niño. Cuando ya estuvo a su lado, recién el auto pasó sin correr, probablemente sin imaginar el revuelo que a su paso había causado.
Yo ya estaba más cerca, y logré oír este diálogo:
- ¿Por qué regresaste? Hubieras terminado de cruzar, ya casi estabas al otro lado -dijo la mujer, entre risas y cariños al niño.
- No sé -respondió él, encogiendo los hombros.
Ella esperó a que el niño volviera a sentarse en su triciclo, y cruzaron la pista, juntos esta vez. Los vi hasta que voltearon por la esquina y desaparecieron de mi vista en una (casi anodina) mañana de otoño limeño.
Estos pequeños, siempre nos traen sorpresas y bonitos recuerdos. Ese niño fue muy seguro y dijo, mejor me quedo por aquí, no sea que me gane el carro. Y efectivamente, todo resultó bien. Simpática historía.
ResponderEliminarSin duda, eso decía su carita de asombro absoluto al ver venir al carro a lo lejos.
EliminarUna vez más, Gabriela, quedo asombrado por tu poco común capacidad para captar con alma y corazón las pequeñas cosas de la vida, además de exponerlas con categoría y belleza. Llegue a asustarme con un final distinto y dramático, pero eso habría sido noticia lamentablemente rutinaria y habitual en los medios y no del sello de Gabriela. ¡Un abrazo de alivio!
ResponderEliminarGracias por el voto de confianza, Esteban.
EliminarHabía una cierta intención de generar ese suspenso que terminaría con un suspiro de alivio. En tu caso, parece que funcionó.
Coisa de mãe e coisa de menino super previdente!
ResponderEliminarbeijo
Que terminó con anécdota incluida, felizmente.
EliminarBuena semana, Nina.
Con tan solo tres añitos, necesitaba la mano de esa persona mayor para sentirse seguro del todo... Nuestros hijos mayores ya no nos necesitan de esa forma, lo que nos alegra y entristece a la vez...
ResponderEliminarBesos mil de las dos
J&Y
Debe haber sido eso, tal vez se sintió desprotegido al verse solo.
EliminarMe encantan tus historias de la vida cotidiana. Mis felicitaciones por los relatos.
ResponderEliminarBesos
Y a mí me encantan tus historias del bosque, tal vez porque vivo rodeada de ciudad.
EliminarCuando crecen también necesitan la mano de los padres y siempre, de una manera u otra, la tienen.
ResponderEliminarBesos Gabriela
Y que así sea, Norma.
Eliminarqué bonita tu mirada Gabriela de una escena cotidiana tan tierna, felicitaciones por tu buen hacer,
ResponderEliminarun abrazo hasta tu Lima otoñal
p.d. por aquí el día del padre es el 19 de marzo por S.José, quién sabe por qué cambia según el país
Gracias, Chusa.
EliminarEl Día de la Madre también cambia, son varias celebraciones a lo largo del año en todo el mundo. Algunos celebran doble.
El crío vió el coche más grande y se le venía encimay optó por volver:))
ResponderEliminarBuen fin de semana.
Besos.
Y desde su tamañito, todo se ve enorme. Más vale prevenir, debe haber pensado.
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