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Venía yo caminando por la avenida Benavides, hacia un supermercado que hay cerca de mi casa. Estaba a dos cuadras de llegar a mi destino cuando empecé a escuchar unos gritos desesperados, que no sabía si eran de una mujer o de un niño.
Yo no detuve mi camino, pero me movía la curiosidad de saber qué pasaba y si podía ayudar de alguna manera. No podía precisar de dónde venían los gritos, a pesar de buscar con la mirada hacia todos lados. No se veía nada que indicara qué situación podía estar provocando tanta desesperación.
A medida que me acercaba al supermercado, los gritos empezaron a ser más claros. Ya ahí logré entender que era una mujer y que gritaba a todo pulmón varias veces: ¡por favor, lléveme a San Felipe! Sus gritos se mezclaban con un llanto desgarrador.
Cuando ya me faltaba media cuadra para llegar, vi a una mujer joven que corría por la pista sin mirar por dónde iba, avanzando entre los carros, sin dejar que pedir a gritos que la llevaran a San Felipe. Intentó subirse a un taxi que paró casi totalmente por la luz roja del semáforo, la misma luz que había detenido mi camino y que me permitió ver todo con calma unos segundos.
El taxi siguió su camino aceleradamente, casi tiró al suelo a la mujer, pero ella logró recuperar el equilibrio de su paso y retomó su súplica al aire de que alguien la llevara a San Felipe. Eran las diez de la mañana, así que eran pocos los autos que pasaban por ahí, y ninguno se detuvo a mirar.
La mujer estaba justo en la entrada del supermercado al que yo iba. Mi idea fue entrar y pedir al encargado de seguridad que llamara a la policía municipal de Miraflores, lo que acá llamamos el Serenazgo, para que acudiera a ver qué pasaba.
Eso estaba dispuesta a hacer cuando de la tienda salió un hombre corriendo, tomó a la mujer por los hombros y la regresó a la vereda. Con eso, la mujer se calló. En ese instante de tranquilidad, el hombre la tomó por las manos y le preguntó con toda tranquilidad: "señora, ¿qué pasa, cuál es su desesperación?".
Desde donde estaba, a muy pocos metros, ya no logré escuchar lo que siguió.
Cuando entré a la tienda, pregunté al encargado de seguridad qué había pasado y me dijo que no sabía, que la mujer apareció de la nada gritando. Lo primero que pensé fue que, a pesar de haberla visto y de estar tan cerca de ella, nadie se acercó a ayudarla.
Nadie, salvo ese buen samaritano que, ojalá, haya logrado calmar a esta mujer desesperada y la haya ayudado a llegar a San Felipe, a donde quería ir con tanta desesperación.
Qué triste. Imagino que un ser querido estaba en el hospital. ¿Enfermedad mental? Como sea, necesitaba que la ayudaran.
ResponderEliminarFuera lo que fuera, la mujer estaba realmente desesperada.
EliminarAy, ojalá que todo se solucionara bien para esa señora, Gabriela. Cuesta pensar que cada vez somos menos dados a involucrarnos con desconocidos, incluso en supuestos tan dramáticos como los que has relatado... Supongo que el miedo y la desconfianza han hecho mella, en mayor o meno medida, en todos nosotros.
ResponderEliminarBesos mil de las dos
J&Y
Coincido con ustedes en eso, nos cuentan y vemos pasar tantas cosas que tendemos a desconfiar de lo que sale de lo común.
EliminarImpresionante momento. Pobre mujer, ojalá haya solucionado su problema y vuelva la tranquilidad a su vida. Menos mal que tuvo ayuda. De todos modos te llevaste un buen susto
Creo que todos lo que vimos el episodio nos llevamos un buen susto, pero solamente uno actuó.
EliminarCada día, mientras más avanzamos en tecnología y en medicina, más insensibles nos ponemos ante la desesperación ajena, Gabriela.
ResponderEliminarEso o las situaciones vistas y oídas nos hacen dudar de los demás. Es una pena haber perdido la confianza hacia el otro.
EliminarEste asunto del buen samaritano me hizo pensar en que mucha gente tiene tantos problemas y necesita ayuda que muchas veces podriamos ayudarlas, pero la desconfianza y el temor de ser engañados nos hace aparecer como egoistas.
ResponderEliminarY en realidad debería ser todo lo contrario, pero se oyen y se ven tantas malas acciones que la desconfianza hasta se comprende.
EliminarPero como nos dejas con la duda???
ResponderEliminarY al final que pasó con la pobre mujer gritando???
.....
Hasta donde vi, se fue con el buen samaritano, pero lamentablemente no pude saber la razón de sus desesperados gritos. También me quedé con la duda, ja, ja.
EliminarGabriela, infelizmente é assim mesmo, ninguém ou quase ninguém se preocupa com ninguém. É um mundo egoísta este em que vivemos.
ResponderEliminarBeijo
Felizmente, casi siempre hay un buen samaritano, Nina.
EliminarQue triste Gabriela. Sucede muy a menudo, se ven casos de personas atropelladas o caídas y la gente pasando impasibles sin ayudarlas... Afortunadamente aún hay personas solidarias y con sensibilidad.
ResponderEliminarEsa es la parte que hay que destacar, Tania, para que no nos olvidemos de que también hay aspectos buenos.
EliminarLa desconfianza a veces nos paraliza
ResponderEliminarBesos Gabriela
Y se afecta a tantos con esa desconfianza.
EliminarAsí nos va no nos ponemos en la piel de quien pide auxilio que digo yo que sería por algo.
ResponderEliminarBesitosss
También lo creo, nadie corre con esa desesperación entre los carros sin razón.
Eliminarel miedo, la desconfianza, el hecho de que a veces se asista a acciones violentas contra quien pretende separar a los contrincantes de una riña paraliza a la gente a la intervención. Aunque como parece demostrar tu relato pueden bastar unas palabras para calmar ese grito de angustia
ResponderEliminarMe acuerdo de la angustia de esa mujer y pienso que, en medio de todo, tuvo mucha suerte de cruzarse con el hombre que la ayudó.
EliminarCada vez hay menos samaritanos que se presten a ayudar Gabriela.Estamos viviendo una época un poco amenazadora. No hace ni un mes en Málaga, un joven que ayudo en una riña murió apuñalado. A veces vemos y no querenos ver. Espero que esa mujer lograra sus deseo.
ResponderEliminarBuen domingo.
Besos
Yo creo que sí lo logró, Laura, la buena disposición del samaritano me da la certeza de que así fue.
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