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Divisé la casa que en verdad son dos casas, sus dos pisos, una casa por piso, sus dos colores. En la memoria, resuena el sonido de ese timbre que probablemente nunca vuelva a tocar cuando llegaba de visita, previa llamada telefónica para anunciarme.
Tres ventanas de un lado, otras dos al doblar la esquina. Por todas esas ventanas más de una vez me asomé para ver quién tocaba el timbre o después de oír el ruido inconfundible que precede a un choque de dos autos. Había tanto choques en esa esquina... Por alguna de esas ventanas, una carita infantil se asomaba riendo, llamándome a gritos perfectamente audibles desde metros de distancia cuando me veía acercarme.
El árbol que servía de fuerte, de escondite, de sombrilla ya no está. Los nuevos ocupantes lo derribaron hace algún tiempo. Ahora hay otro árbol en su lugar, casi lo siento un intruso.
La tienda de atrás sigue estando ahí, con los mismos dueños, que me saludaban alegremente cuando iba a comprar algún colorido antojo que siempre acompañaba mis visitas. Un colorido antojo que era entregado casi a escondidas en unas manitos cómplices que sabían con certeza casi absoluta que mi visita implicaba una de esas sorpresas.
Tardes de televisión, noches de conversación y juegos de mesa que, obligados, duraban horas enteras en tiempos difíciles. Tantos tiempos buenos pasados detrás de esas cinco ventanas, tantos felices recuerdos, y de los otros.
Al llegar a la otra esquina creo distinguir que el edificio de atrás ha cambiado de color, que el jardín de la casa del otro lado de la calle ha dado lugar a una pared que impide ver las rosas que se veían antes. Muchos cambios, y a la vez, muchas cosas iguales.
Mando una carita feliz a un número en mi pantalla, su destinatario ni sabe que acabo de pasar por delante de la ventana desde donde hace años me veía llegar. Pienso que ya no necesitaría subirse al sillón para alcanzar la ventana y poder ver la calle. Veo que casi de inmediato aparecen las dos marquitas azules que me indican que el destinatario vio el mensaje. Recibo otra carita feliz en respuesta. Sonrío.
Ya estoy lejos. Decido bajarme de mi propio DeLorean y seguir mi camino con los pies puestos en este tiempo.
Yo también pasé por mi antigua casa, me costó decidirme hacerlo. Supongo que a vos te habrá pasado el ver aquello más pequeño de como lo habíamos visto con ojos de niña.
ResponderEliminarAhhh! al escribir puse una x demás, ya lo borré. Gracias
Besos
Es raro cómo una ruta que fue habitual y querida de pronto se vuelve extraña y le huimos, como si nos fuera a hacer daño.
EliminarParece mentira que la visiòn de una casa que fue nuestra alguna vez nos haga viajar en el tiempo. Me ha encantado tu relato en el DeLorean, tus recuerdos... me llegò también a mi esa sonrisa.
ResponderEliminarGabri un saludo afectuoso hasta Lima en esta tarde lluviosa
Un paseo ocasional en el DeLorean no está mal, Chusa. Lo que está mal es no querer bajarse de tan emblemático auto.
EliminarA las dos nos cuesta mucho ir o pasar cerca de nuestras primeras casas de casadas.¡Nos da mucho sentimiento y nostalgia! En realidad lo pensamos friamente y no tiene mucho sentido, pero así es...
ResponderEliminarBesos mil de las dos
J&Y
Parece que les tenemos miedo a los fantasmas del pasado, como si fueran a salir a asustarnos.
EliminarA veces es preferible no pasar por ciertos lugares para evitar recuerdos que se tornan insoportables.
ResponderEliminarEn este caso, es mejor recordar el lugar por las buenas cosas que pasaron ahí. Las malas, esas se pueden quedar donde quieran, no las necesito en mi camino.
Eliminar¡Qué lindo Gabriela!
ResponderEliminarTambién podemos tener vivencias distintas en relación a hogares del pasado. Vi crecer a mi hijos, junto a mi esposa, en una casa que después fue lugar de atención de una Isapre(Instituto de Salud Previsional), muy remodelada y en que me vendían bonos y me vacunaban.Parecía otra y no me producía nostalgia por lo mismo. Pero por defectos de Correos me llegaban cartas allí hasta unos tres años después, que gentilmente me las guardaban.Claro, eran tiempos previos a los e-mails.
Ver la casa de siempre con otra disposición debe producir un efecto diferente a verla exactamente igual a como la recordamos.
EliminarGabriela, o teu texto levou-me à minha própria infância e, por consequência, à casa onde vivi e onde fui muito feliz.
ResponderEliminarGostei dessa viagem ao passado.
Beijo da Nina
Qué bueno, Nina, me gusta haberte hecho evocar buenos momentos.
EliminarEsos paseos al pasado suelen traer su cuota inevitable de nostalgia y recuerdos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y a veces también de unas cuantas lágrimas, Soñadora.
EliminarLa casa del pasado a cada uno nos deja sensaciones y sentimientos muy distintos depende de como haya sido nuestra estancia en ellas. Gracias por pasr por mi blog y comentar. Un abrazo .
ResponderEliminarPor lo general, los momentos buenos y malos conviven en los lugares de nuestro pasado.
EliminarComo se acelera la mente, al ver algo en lo que crecimos, en lo que disfrutamos.
ResponderEliminarSe nos pueden olvidar miles de cosas, pero lo de la infancia, siempre se recuerda.
Besitos
Y con una sonrisa, además.
EliminarGabriela siempre que voy a Cáceres, siento la necesidad de pasar por donde vivía. Es como volver a estar allí....yo no puedo enviar esa carita sonriente, no sé quíen está en ella...
ResponderEliminarBesos.
Es como volver a estar ahí, Laura, pero con una rara sensación de que el lugar ya no nos pertenece.
EliminarYo fui el año pasado a mi Pucallpa querido y del recuerdo, pero te diré que aunque por un lado me alegró su gran progreso, por otro lado sentí nostalgia pues ya no era MI Pucallpa. Todo era desconocido y nuevo. Felizmente MI PALOMAR, como yo siempre llamaba a mi casa de madera y en segundo piso está todavía ahí, aunque rodeado de tiendas y negocios como consecuencia de estar en una calle que ahora es importante.
ResponderEliminarLos sitios no cambian en nuestra memoria, Yvette, y se siente un poco raro ver que "nuestro" lugares ya no nos pertenecen.
EliminarRecién leo esta entrada. La tenía entre mis pendientes. Al terminar, una lágrima se asoma por el rabillo de mis ojos. Tantos recuerdos, es verdad. De los bueno y de los otros. Me quedo, como tú, con todas las cosas lindas que viví en esa casita de Miraflores.
ResponderEliminarSon las únicas cosas que vale la pena recordar y traer a la memoria una y otra vez. Las otras, pues simplemente están ahí.
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