Volviendo a las historias misteriosas, cuento acá algo que le pasó a alguien que conozco de toda la vida. Tengo la autorización para narrar la historia que viene a continuación.
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Un ingeniero, al que llamaré Benjamín, trabajó un tiempo en una mina en el interior del Perú. Tenía a su cargo a un grupo de operarios originarios de la zona que conocían bien los alrededores del asentamiento minero. Con una mezcla de cariño y respeto, a Benjamín lo conocían como Inge, nombre corto de ingeniero.
Un día, Benjamín y un grupo de trabajadores se adentraron en la mina para realizar unas obras de apuntalamiento de las paredes para que no se debilitaran a causa de las excavaciones. Eran cinco, todos guiados por uno de los trabajadores, que estaba muy familiarizado con las rutas que había dentro de la mina.
Cuando llegaron al punto en que debían trabajar, uno de los trabajadores se dio cuenta de que no había llevado su material completo. Para no perder más tiempo que ya perderían por el olvido, Benjamín anunció que él saldría solo y regresaría con las herramientas que se quedaron afuera. Así, el grupo podría ir avanzando en otras labores mientras esperaban su regreso.
El papá de un amigo de Benjamín, un experimentado ingeniero de minas, le había dicho al saber que iría a trabajar a una mina, que nunca, por ningún motivo, bajo ninguna circunstancia y por más fácil que pareciera, nunca jamás entrara o saliera solo de la mina. Demasiado tarde recordó Benjamín la recomendación de su viejo colega, cuando llegó a una encrucijada. No sabía si debía ir a la derecha o a la izquierda. Retomar sus pasos hubiera significado demorar aun más los planes de ese día.
No sabía qué hacer. No sabía qué camino tomar. No quiso dejarse llevar por el miedo, pero lo empezaba a sentir.
De repente, delante de él, vio un pequeñísimo punto de luz que crecía imperceptiblemente. También empezó a percibir un sonido. El inequívoco sonido de uno de esos vehículos que se usan dentro de las minas para llevar personal y material de un lugar a otro.
Se quedó donde estaba, esperando que pasara el vehículo para luego seguir el mismo camino por el que este estaba usando. Se alegró de la coincidencia de que justo otra persona viniera a su encuentro y le mostrara la ruta a seguir. El sonido y la luz se acercaron cada vez más hasta que estuvieron a su lado. Subido encima del carrito venía un trabajador al que Benjamín nunca antes había visto. El hombre venía muy tranquilo, con las manos detrás de la cabeza, tarareando una canción que Benjamín no reconoció.
Cuando estuvo a su costado, los dos hombres se miraron. El del carrito dejó de cantar, lo miró y lo saludó con un movimiento de cabeza: "Inge, ¿cómo está?" Y luego, siguió su camino sin esperar respuesta.
Así que Benjamín caminó por ahí hasta que llegó a la salida. Ya afuera, se encontró con otro ingeniero y otro grupo de trabajadores que lo miraron intrigados. Les contó del olvido de los materiales y que debía ir a buscarlos para entregárselos al grupo que había entrado con él. El ingeniero le preguntó: "¿por dónde has salido?"
Benjamín le señaló la bocamina y en breves frases detalló de su momentánea pérdida y de cómo un trabajador que no recordaba haber visto antes le había dado la pista de la ruta a seguir. El ingeniero lo miró incrédulo y luego de una pausa atinó a decirle: "pero si esa bocamina está cerrada hace más de veinte años".
Cuando Benjamín volteó a mirar el breve trecho que había desde donde estaba parado en ese instante al punto por donde había salido, lo único que vio fue un lugar en el que parecía que nadie había puesto un pie en muchísimo tiempo.
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Un ingeniero, al que llamaré Benjamín, trabajó un tiempo en una mina en el interior del Perú. Tenía a su cargo a un grupo de operarios originarios de la zona que conocían bien los alrededores del asentamiento minero. Con una mezcla de cariño y respeto, a Benjamín lo conocían como Inge, nombre corto de ingeniero.
Un día, Benjamín y un grupo de trabajadores se adentraron en la mina para realizar unas obras de apuntalamiento de las paredes para que no se debilitaran a causa de las excavaciones. Eran cinco, todos guiados por uno de los trabajadores, que estaba muy familiarizado con las rutas que había dentro de la mina.
Cuando llegaron al punto en que debían trabajar, uno de los trabajadores se dio cuenta de que no había llevado su material completo. Para no perder más tiempo que ya perderían por el olvido, Benjamín anunció que él saldría solo y regresaría con las herramientas que se quedaron afuera. Así, el grupo podría ir avanzando en otras labores mientras esperaban su regreso.
El papá de un amigo de Benjamín, un experimentado ingeniero de minas, le había dicho al saber que iría a trabajar a una mina, que nunca, por ningún motivo, bajo ninguna circunstancia y por más fácil que pareciera, nunca jamás entrara o saliera solo de la mina. Demasiado tarde recordó Benjamín la recomendación de su viejo colega, cuando llegó a una encrucijada. No sabía si debía ir a la derecha o a la izquierda. Retomar sus pasos hubiera significado demorar aun más los planes de ese día.
No sabía qué hacer. No sabía qué camino tomar. No quiso dejarse llevar por el miedo, pero lo empezaba a sentir.
De repente, delante de él, vio un pequeñísimo punto de luz que crecía imperceptiblemente. También empezó a percibir un sonido. El inequívoco sonido de uno de esos vehículos que se usan dentro de las minas para llevar personal y material de un lugar a otro.
Se quedó donde estaba, esperando que pasara el vehículo para luego seguir el mismo camino por el que este estaba usando. Se alegró de la coincidencia de que justo otra persona viniera a su encuentro y le mostrara la ruta a seguir. El sonido y la luz se acercaron cada vez más hasta que estuvieron a su lado. Subido encima del carrito venía un trabajador al que Benjamín nunca antes había visto. El hombre venía muy tranquilo, con las manos detrás de la cabeza, tarareando una canción que Benjamín no reconoció.
Cuando estuvo a su costado, los dos hombres se miraron. El del carrito dejó de cantar, lo miró y lo saludó con un movimiento de cabeza: "Inge, ¿cómo está?" Y luego, siguió su camino sin esperar respuesta.
Así que Benjamín caminó por ahí hasta que llegó a la salida. Ya afuera, se encontró con otro ingeniero y otro grupo de trabajadores que lo miraron intrigados. Les contó del olvido de los materiales y que debía ir a buscarlos para entregárselos al grupo que había entrado con él. El ingeniero le preguntó: "¿por dónde has salido?"
Benjamín le señaló la bocamina y en breves frases detalló de su momentánea pérdida y de cómo un trabajador que no recordaba haber visto antes le había dado la pista de la ruta a seguir. El ingeniero lo miró incrédulo y luego de una pausa atinó a decirle: "pero si esa bocamina está cerrada hace más de veinte años".
Cuando Benjamín volteó a mirar el breve trecho que había desde donde estaba parado en ese instante al punto por donde había salido, lo único que vio fue un lugar en el que parecía que nadie había puesto un pie en muchísimo tiempo.
Hola. una historia con un gran misterio... seguimos en contacto
ResponderEliminarCiertamente. Benjamín nunca supo quién era el trabajador que le mostró el camino.
EliminarGabrielita que historia misteriosa nos traes hoy!! Te mantiene en vilo durante todo el relato.
ResponderEliminarUn abrazo guapa.
Ya te imaginas cómo estaba mientras me la contaban, Nica.
EliminarINCREIBLEMENTE INTERESANTE. TU RELATO ES DE PELÍCULA. LA EXPERIENCIA DEL "INGE" DEBE HABER SIDO CON UNO DE LOS ÁNGELES QUE NOS PROTEGEN.
ResponderEliminarGRACIAS POR TAN HERMOSO RELATO.
Gracias a ti por leerme siempre, Antonio.
EliminarIncrível!!!!
ResponderEliminarO que aconteceu? Como se explica essa situação? Só perguntas e nenhuma resposta!
Como explicas tu tão raro acontecimento?
Se souberes a resposta, me esclarece, por favor.
Beijo
¿Sabes qué, Nina? No tengo explicación. Todo lo contrario, lo catalogo como hecho misterioso.
EliminarEste nuevo relato tuyo me reafirma en la existencia de ángeles protectores que nos cuidan todo el tiempo. Seguro que el Inge de la historia es una persona buena y generosa.
ResponderEliminarSí que este ingeniero es una buena persona, Acirema. Por eso tuvo cuidadores en ese mal momento que acabó bien.
EliminarEn situaciones difíciles nunca sabemos cómo actuaremos o qué sucederá con nosotros realmente, es ahi que aparece esa "persona" que nos ayuda.... besitos
ResponderEliminarY que para Benjamín fue realmente providencial, Abril.
EliminarIncreíble historia. Las cosas inexplicables resultan fascinantes.
ResponderEliminarUn beso, Gabriela.
Pues sí, Marta, y nos dejan pensando sin dar con una solución.
EliminarGabriel, qué historia! Me corren culebritas, eventos sorprendentes que no encuentran explicacion.
ResponderEliminarSaludos!
Pues todos estamos como las culebritas de la pura emoción que esto nos dejó, Soñadora.
EliminarEl final me dió un escalofrío...que cuando estemos en un apuro se nos presente una ayuda así :))
ResponderEliminarUn beso.
Sí, Laura, lo mismo espero para un momento difícil.
EliminarQué misteriosa aparición...Nosotras queremos pensar que fue un ángel de la guarda el que le echó una mano a Inge.
ResponderEliminarUn beso enorme de las dos
J&Y
Debe haber sido eso, pues es un hombre muy bueno y seguro tiene cuidadores que no lo sueltan.
EliminarCoisa e fatos acontecem que ninguém consegue explicar. Mas sempre tem alguém nos protegendo.
ResponderEliminarBjos tenha um ótimo dia.
Eso sin duda, Anajá, todos tenemos nuestro ángel guardián.
EliminarMisterio y un final que da algo de escalofríos....
ResponderEliminarBesitos
Yo no quiero imaginar lo que habrá sentido el propio Benjamín.
EliminarSeguramente sería un ángel...Feliz fin de semana
ResponderEliminarBienvenida, Monse.
EliminarSin duda, creo lo mismo.
Me recuerda el dicho, no sé de qué origen, "no creo en brujos, caray...pero que los hay...los hay".
ResponderEliminarEs un dicho gallego, Esteban, que va más o menos: No creo en las meigas (brujas), pero haberlas, hailas
EliminarHola Gabriela.
ResponderEliminarMuy buena esta historia.....gracias a Dios todo salió bien...
Un besito grande......feliz fin de semana...
Felizmente para Benjamín y quienes lo rodean, Camelia.
EliminarMenos mal que consiguió salir, porque me imagino la claustrofobia en un lugar así. Ese punto de luz fue una bendición y el final una incógnita ...
ResponderEliminarMe gustan mucho las historias de misterio como ésta. Un abrazo Gabri!
Yo hasta siento la claustrofobia cuando me imagino el momento, Chusa. Felizmente terminó bien.
Eliminar¡Otra vez un ángel! Gabriela, estos relatos que nos traes siempre me acaban dibujando una amplia sonrisa ; )
ResponderEliminarUn ángel con traje de minero y aspecto desenfadado, Milena.
EliminarBuena semana ;)
ResponderEliminarUn beso.
Gracias, Laura, igual para ti.
EliminarVine a dejarte un saludo.
ResponderEliminarBesos
Gracias por el detalle, Inma.
EliminarQue susto no ????
ResponderEliminarMuchas gracias por pasar por mi blog. Un abrazo
Sí, buen susto, felizmente con buen final.
EliminarGracias también por pasar por acá.
¡Qué increíble! las minas encierran muchos misterios.
ResponderEliminarGabriela: Hola, te acabo de ver en el blog de Camelia, me gustó mucho un comentario que le hiciste y me llamó la atención conocerte, aquí estoy disfrutando de tu blog y si me lo permites, me agrego para estar pendiente de tus post.
Un abrazo de anís.
Bievenida, Sara. Me alegra que te haya gustado mi blog.
EliminarBuena semana Gabriela ;)
ResponderEliminarUn beso.
¡Gracias Laura!
EliminarQue misterio Gabriela!!! muy buena
ResponderEliminarUn misterio sin resolver, Iela.
EliminarOlá
ResponderEliminarpassando para lhe desejar um ótimo fim de semana.
Gracias, igual para ti.
Eliminarjajajajaja genial! no pos si, Dios envía ángeles definitivamente, que susto para Benjamín
ResponderEliminarsaludos Hilda
Sí, qué susto y qué alivio a la vez.
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