El hombre se despertó contento ese día. Siempre se levantaba de buen humor, siempre con ganas de ver qué le deparaba cada mañana. No se crea que no tenía sus penas, las tenía y muy grandes, pero un día decidió que si se dejaba llevar por lo malo, su vida se hubiera convertido en un dramón digno de cualquier telenovela lacrimógena.
Tampoco era partidario de la filosofía de "si la vida te da limones, haz limonada". Simplemente llegó un momento en que se dio cuenta que era preferible sonreírle a todo, pero una sonrisa sincera.
Pero esa mañana, a pesar de lo contento que se sentía, notó que algo le faltaba. Por más que trató, no lo pudo definir. Era una sensación que venía como una ráfaga y cuando empezaba a percibirla, desaparecía. La sensación volvía, se esfumaba, regresaba otra vez y de nuevo ya no estaba. Algo llenaba en el aire, sentía que era importante y se sentía frustrado de no poder capturarlo en el instante en que aparecía.
Quizá para mitigar la desazón, salió de su casa dispuesto a dar una vuelta sin rumbo fijo. Sin saber cómo, sus pies terminaron llevándolo a la casa materna. A lo que quedaba de la casa materna en realidad, pues hacía un buen tiempo que la habían demolido para construir un moderno edificio de oficinas.
A pesar de haber visto y de saber cómo estaba la cuadra que le había sido tan familiar durante años, siempre era un poco chocante no ver la casa en donde era siempre recibido con efusivas muestras de cariño, sin importar la hora que fuera ni que llegara sin avisar. La sensación que le había acompañado todo el día regresó, más apremiante que antes. Más imperiosa, casi como una fuerza física irresistible.
Fue inevitable sentir tristeza, una nostalgia infinita por los tiempos idos, por los recuerdos de los que ya no están. Justo cuando pasaba por delante de donde había vivido su madre más años de lo que él mismo podía recordar, volteó para ver el nuevo paisaje que la calle le ofrecía.
Al hacerlo, escuchó la voz de su madre diciendo unas palabras que, coincidentemente estaban escritas en la pared: "cuando me marche, no me olvidaré".
"Lo sé, mamá, lo sé", contestó mentalmente.
Casi como por encanto, la sensación que no lo había dejado tranquilo todo el día desapareció.
Tampoco era partidario de la filosofía de "si la vida te da limones, haz limonada". Simplemente llegó un momento en que se dio cuenta que era preferible sonreírle a todo, pero una sonrisa sincera.
Pero esa mañana, a pesar de lo contento que se sentía, notó que algo le faltaba. Por más que trató, no lo pudo definir. Era una sensación que venía como una ráfaga y cuando empezaba a percibirla, desaparecía. La sensación volvía, se esfumaba, regresaba otra vez y de nuevo ya no estaba. Algo llenaba en el aire, sentía que era importante y se sentía frustrado de no poder capturarlo en el instante en que aparecía.
Quizá para mitigar la desazón, salió de su casa dispuesto a dar una vuelta sin rumbo fijo. Sin saber cómo, sus pies terminaron llevándolo a la casa materna. A lo que quedaba de la casa materna en realidad, pues hacía un buen tiempo que la habían demolido para construir un moderno edificio de oficinas.
A pesar de haber visto y de saber cómo estaba la cuadra que le había sido tan familiar durante años, siempre era un poco chocante no ver la casa en donde era siempre recibido con efusivas muestras de cariño, sin importar la hora que fuera ni que llegara sin avisar. La sensación que le había acompañado todo el día regresó, más apremiante que antes. Más imperiosa, casi como una fuerza física irresistible.
Fue inevitable sentir tristeza, una nostalgia infinita por los tiempos idos, por los recuerdos de los que ya no están. Justo cuando pasaba por delante de donde había vivido su madre más años de lo que él mismo podía recordar, volteó para ver el nuevo paisaje que la calle le ofrecía.
Al hacerlo, escuchó la voz de su madre diciendo unas palabras que, coincidentemente estaban escritas en la pared: "cuando me marche, no me olvidaré".
"Lo sé, mamá, lo sé", contestó mentalmente.
Casi como por encanto, la sensación que no lo había dejado tranquilo todo el día desapareció.
Gaby, siempre te leo, no siempre comento pero hay veces como esta me agarra un friecito en la panza al terminar de leerte.
ResponderEliminarMmm... no sé si es un friecito bueno o malo.
EliminarUn friecito bueno, emocionante... de esos que te hacen sacar la mirada de la computadora para pensar
ResponderEliminar¡Entendido!
EliminarSe siente así cuando uno regresa al hogar familiar, donde se pasó la infancia feliz, o donde se vivieron momentos que ya nunca volverán. Realmente tu relato encoge el corazón.
ResponderEliminarLas sensaciones deben ser muy grandes al ver que el lugar de tus recuerdos simplemente ya no está, Acirema.
EliminarPronto volveré para leer con màs calma tu entrada porque ya en una primera lectura me encantò, pero merece otra.
ResponderEliminarUn abrazo Gabriela, que te vaya bonito :)
Gracias por dedicarle tiempo, Chusa.
EliminarSensaciones que muchos tenemos cuando volvemos a esos lugares entrañables, que evocan recuerdos, olores, de un pasado lejano.
ResponderEliminarBesoss
A veces, esos lugares hasta nos hablan, Norma.
EliminarUfff...... Como se dice por aquí " Me has puesto los pelos de punta".... No se pueden olvidar Gabriela. Cuando bajamos a Caceres, en el coche pasamos por las tres casas que he vivido allí, y afloran todos los recuerdos...
ResponderEliminarGracias por este posr.
Buen domingo;)
Un beso
Seguro sentirás ese friecito que mencionan en un comentario anterior, Laura.
EliminarGracias a ti por leerlo.
Gabita, me encanto tu entrada; me ha hecho pensar. Ojala pueda entrar esta vez, porque me han bloqueado muchas
ResponderEliminarveces. T Q M. xoxoxoxo
Felizemente esta vez no tuviste problemas para comentar, Consuelo. Gracias.
EliminarUm texto comovente e muy bien escrito. Gracias por compartir, Gabriela.
ResponderEliminarBeijo
Gracias por leer, Nina.
EliminarPues sí Gabriela, le invadió la nostalgia infinita!
ResponderEliminarFeliz semana
Felizmente logró superar esa sensación, Milena.
EliminarQue bonita historia, escribes fenomenal! has conseguido emocionarme... jijii
ResponderEliminarGRACIAS por tu visita, cuando vuelva a comerme una biscotela me acordaré de tí, y tú acuerdate de mí en octubre jijii
Besitosss.
A ti las gracias, Golosengus. Prometo acordarme de ti cuando coma un limeñísimo turrón de doña Pepa.
Eliminar¡GULP!
ResponderEliminar¡Oh!
EliminarInesperada final, Gabriela. Emotivo y estremecedor.
ResponderEliminarParece que todos esperaban un final trágico o aterrador, Esteban.
EliminarGabita, muy emotiva tu entrada; suele pasar muy a menudo.
ResponderEliminaryo lo he experimentado. T Q M/ xoxoxoxoxo
Cotiti.
Es lo que pasa cuando un lugar encierra tanto de nosotros, Consuelo.
EliminarTiene razòn Coqui, al leer tu impecable relato te entra un friecito que te hace apartar la mirada del ordenador para pensar...
ResponderEliminar...en las sensaciones que se experimentan cuando la casa de tu infancia, llena de recuerdos de la madre (sobre todo), hermanos, abuelos ya no està como antes. Nunca se olvida, e impresiona ese cambio, es como si nos hubieran quitado un cachito del alma...
saludos de nuevo Gabriela :)
A veces tengo esa misma sensación, Chusa, cuando veo los lugares que eran "míos" y dejaron de serlo.
EliminarA propòsito me ha encantado la màxima que citas y que desconocìa:
Eliminar"si la vida te da limones, haz limonada"
me gusta mucho, muchìsimo...
A veces hay que aprender a hacer limonada a la fuerza, Chusa.
EliminarOi Gabi, bom dia! As vezes nos pegamos melancólicos e não sabemos porque. As recordações de um tempo passado com família nos enternece e se já se foram a tristeza bate, as lembranças ficam nos acalentando...Perfeito!
ResponderEliminarBeijos com muito carinho
Marilene
A veces pasa, Marilene, que los recuerdos nos envuelven y no cae nada mal sentir un poco de calor de hogar.
EliminarEs cierto que hay entradas en las que te detienes más que un instante porque te remueven y te llevan a reflexionar. En mi caso, no han desaparecido los lugares de mi infancia, sólo han evolucionado y les han salido algunas arruguitas.
ResponderEliminarA mí el pellizco en la barriga me lo dejan las fotografías, esas sí que duelen...
¿Te imaginas sentir algo que no puedes definir y que alguien querido te "hable" así? ¡Gulp!
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