jueves, 30 de agosto de 2012

Muchachos solidarios

Por razones de fuerza mayor, nuestros muchachos solidarios se han visto en la necesidad de cancelar su iniciativa planificada para diciembre de este año. Infinitas gracias a todos los que hicieron llegar su ayuda.

Esta es una entrada un poco diferente a las habituales de este blog.

Mi sobrino Gonzalo (18 años), de quien tanto he hablado en muchas entradas, forma parte de un grupo de muchachos que por iniciativa propia quieren llevar ayuda a tres comunidades en Otuzco, provincia del departamento de La Libertad, en el norte del Perú. Gonzalo terminó el colegio el año pasado, y en sus últimos años de secundaria, fue uno de varios escolares que, con auspicio de su colegio, viajó a esos mismos lugares llevando artículos de primera necesidad para las personas que viven en esta zona, donde hay mucha pobreza.

Creo que la solidaridad de Gonzalo y sus amigos merece todo el apoyo de quienes se lo podamos brindar. Por mi parte, pienso ayudarlos difundiendo su iniciativa y aportando algunos artículos que entregaré en fechas más próximas a su partida.

Su idea es tener todo listo para diciembre, como parte de una campaña navideña y para eso se están organizando con el debido tiempo. Es muy importante destacar que a estos muchachos no los auspicia ni los patrocina nadie. Los motivan sus ganas de ayudar, siguiendo la línea de lo que han visto y hecho mientras estaban en el colegio. Por eso es importante difundir su idea para que el pedido de apoyo llegue a la mayor cantidad posible de personas.

A través de esta entrada comparto con mis lectores, especialmente los que están en el Perú (aunque todos pueden ayudar), la iniciativa de estos muchachos solidarios para ver si alguien más se anima a aportar a su campaña. Ellos están con todas las ganas de viajar entre el 14 y el 20 de diciembre de este año. Cualquier aporte, por mínimo que sea, será bien recibido: alimentos no perecibles, juguetes para los niños y hasta donaciones en efectivo. Todo es bienvenido y no duden que será bien utilizado.

Si alguien prefiere donar de manera anónima, puede hacerlo por acá o por medio de un comentario en esta entrada que no se publicará.

Muchas gracias.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Crónicas de viaje: La postal

Pero, ¿cómo llegó esa postal a mi casa?
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Antes de partir, le prometí a Marcela que le mandaría una postal de cada sitio que visitara. Ella me escuchó, pero no dijo nada. De todas maneras, ¿a los cuatro años quién sabe qué es una postal? Menos todavía en tiempos de comunicación digital.

Siempre hay que cumplir lo que uno ofrece, más aun si es una oferta hecha a una niña de cuatro años. Así que mi llegada al aeropuerto de Schiphol emprendí la búsqueda de las postales y de una oficina postal o algo que hiciera las veces de oficina postal.

Encontrar las postales fue fácil. Las había por montones en las tiendas de recuerdos, que también había por montones. Pensando en alguna que fuera del gusto de Marcela, escogí una llena de tulipanes de muchos colores, que decía ÁMSTERDAM en enormes letras. Le escribí unas palabras al dorso, puse su nombre y dirección, le pegué la estampilla que compré y directo al buzón se fue, junto con otras postales que escogí para otros destinatarios.

A los pocos días, recibí un mensaje por correo electrónico: "Marcela recibió tu postal hoy". Eso fue todo. Hasta ese momento, me di por satisfecha pues, una vez más, el correo cumplió con el encargo que le había dado.

Después supe la historia detrás de la historia.

La postal llegó casi una semana después de que yo la soltara en el buzón anaranjado en Schiphol. Justo ese día mi mamá había ido a almorzar a casa de Marcela, y fue testigo de excepción del momento en que recibió la postal. Me dijo que le encantaron los tulipanes.

Al día siguiente de mi regreso a Lima, vi a Marcela. Entre saludos y abrazos, le pregunté si le había gustado su postal. Me dijo que si, y a continuación me preguntó cómo había llegado la postal a su casa. Le dije que yo la había llenado, había puesto su dirección y la había dejado en un buzón.

- Ya... pero, ¿CÓMO llegó la postal a mi casa?

Evidentemente, mi respuesta no había sido suficiente. Así que le dije:
- Una postal es una tarjeta con fotos de los sitios que uno visita cuando se va de viaje y que se mandan como recuerdo. Como yo quería mandarte ese recuerdo, en el aeropuerto de una ciudad que se llama Ámsterdam, me fui a una tienda y busqué una postal que pensé que te gustaría. Escogí la de las flores, que se llaman tulipanes, atrás te escribí unas palabritas y le puse tu dirección. Después le pegué una estampilla. Habrás visto un sticker en la esquina de arriba
- Si- me respondió, con movimiento afirmativo de la cabeza.
- De ahí la dejé en un buzón anaranjado. Un buzón es como una caja muy grande para las cartas y las postales. Después vino un cartero, sacó todas las cartas y postales y las repartió en bolsas para los diferentes países como Perú, Argentina, Colombia... a ver, otro país.
- ¡Kenia!
- Ajá, Kenia, Japón. Bueno, todos los países. Cada bolsa se fue en el avión que le tocaba de acuerdo al país al que tenía que ir. La tuya tenía que ir al Perú, así que la metieron en la bolsa que venía para acá. Cuando llegó al Perú, otro cartero separó las cartas y postales de acuerdo a los sitios a donde debían llegar.
- Higuereta, Lima, Miraflores- enumeró ella.
- Exactamente, y una de esas iba para tu casa, para eso hay que poner la dirección completa. Después, otro cartero la llevó hasta tu casa y así llegó a tus manos. Mira todo lo que recorrió la postal de los tulipanes- le dije, mientras le mostraba la distancia en un globo terráqueo.

Se lo quedó mirando sin decir nada. Supongo que esta vez su curiosidad quedó satisfecha porque no siguió preguntando más.

En una era de comunicaciones virtuales, hay una niña de la era digital que recibió una postal que alguien que la quiere mucho le escogió especialmente, y que llegó hasta ella luego de atravesar todo un océano y dos continentes.

La magia del correo sigue viva. Ni más ni menos.

domingo, 12 de agosto de 2012

Crónicas de viaje: Lasaña de berenjenas

Hace muchos años, antes de siquiera imaginar que viajaría a Kenia y que conocería Nairobi, tuve un sueño muy raro. De esos que se tiene muy de vez en cuando, que se recuerdan de manera muy vívida. Casi como se recuerda una película.

En este sueño, yo estaba en casa de una amiga a la que llamaré Silvia. Por motivos de trabajo, Silvia y su familia viven en Nairobi desde hace poco más de cuatro años. Por alguna razón no expresada en el sueño, yo estaba en Nairobi alojada en casa de Silvia.

Algún tiempo antes, yo realmente había estado en casa de Silvia en la Ciudad de México, en donde la familia vivió un tiempo, también por motivos de trabajo. En esa visita, probé una carne deliciosa con una salsa de sabor incomparable, preparada en casa. El esposo de Silvia es italiano, y a los dos les encanta cocinar y lo hacen muy bien. No recuerdo cuál de los dos cocinó el día que fui a cenar a su casa en la capital mexicana. Lo que recuerdo claramente es que la comida me encantó y que me encantaría volver a probar el sabor de esa salsa a base de tomate.

Volviendo al sueño, la invitación incluía un plato del que nunca había oído hablar. Es más, ni sabía que existía. El plato principal era lasaña de berenjenas. Y recuerdo que en el sueño elogiaba la sazón de quien quiera que hubiera cocinado para la ocasión.

Al día siguiente, le mandé un mensaje por correo electrónico a Silvia, contándole ese sueño loco que había tenido la noche anterior". Enorme fue mi sorpresa cuando leí su respuesta: "la lasaña de berenjenas existe y mi suegra la prepara muy rica. Me ha enseñado a hacerla y cuando vengas a Nairobi, te haré la más rica que haya cocinado nunca".

Quién lo hubiera imaginado. No sé cuántos años más tarde, me llegó el momento de cobrar la promesa. Es que después de la Cumbre de Medios Ciudadanos de Global Voices, pasé unos días en casa de Silvia.

Pero el que quiere celeste, que le cueste, me dijo Silvia cuando le recordé la oferta que estaba pendiente. Si quería cumplir mi sueño, nunca mejor dicho, tenía tarea por hacer. Fuimos a comprar las berenjenas, y mi tarea consistió en lavarlas, pelarlas y cortarlas en rodajas. Después, había que poner las rodajas en agua con sal para que se les fuera el sabor amargo.

Lavé, pelé, corté y remojé. El agua se puso marrón de inmediato y las berenjenas tomaron el color de las manzanas cuando quedan expuestas al aire sin cáscara. Al poco rato, cambié esa agua por otra, también con sal. Ese cambio se hizo varias veces en 24 horas. Cada vez, el agua salía menos marrón.

Al día siguiente, Silvia se enfrascó en la preparación de la lasaña. Me dijo que en verdad no se llama lasaña de berenjenas, sino berenjenas a la parmesana. Recuerdo que era bastante fácil: una capa de berenjenas, una capa de queso y salsa de carne. Se hace así hasta agotar los ingredientes y entonces se mete al horno. No me pregunten cuánto tiempo, no me fijé.

Al cabo de un rato, estábamos compartiendo un delicioso plato. No puedo describir la sensación que tenía en ese momento: ahí estaba yo, sentada en la mesa de la casa de Silvia con sus hijos (su esposo había partido de viaje días antes), en su casa de Nairobi, comiendo lasaña de berenjenas, cumpliendo un sueño loco que tuve en una fecha no precisa hace años.

Ahora puedo decir que he visto un sueño hacerse realidad. Espero que no sea la única vez.