Para comenzar el año, aquí otro relato leído no sé cuándo ni dónde que comparto a través de
.
Había un hombre que era orgulloso dueño de un pequeño y simple restaurante de pueblo. Había heredado el negocio de su padre, que a su vez lo heredó de su abuelo. El local en el que funcionaba el restaurante era más que centenario, pero estaba tan bien conservado que nadie tenía ninguna queja sobre su estado.
El hombre, a quien llamaremos Antonio, era un apasionado de la cocina. Se pasaba la vida inventando nuevos platos, innovando platos conocidos, haciendo mezlcas que para otros serían imposibles e impensables. Casi sin que se diera cuenta, su cabeza no dejaba de pensar en novedades y más novedades para su carta.
Antonio era un hombre muy querido en su pueblo. Siempre estaba dispuesto a ayudar al que lo necesitara, a veces a costa de sí mismo. A veces a costa de su comodidad y hasta de su salud. Por eso lo querían y lo respetaban todos. Por eso su fama y su prestigio trascendía las fronteras de su pequeño pueblo de sierra. Era habitual ver su restaurante lleno de comensales venidos de lejos, motivados por la popularidad de sus guisos y su excelente atención.
Y aunque nunca se lo había dicho a nadie, Antonio tenía un único sueño: que su restaurante entrara en la
Guía Michelin. Era consciente de lo difícil que era que su sencillo restaurante entrara en tan selecta lista, le decía su parte realista. Pero soñar no cuesta nada, replicaba su parte soñadora.
Así pasaba el tiempo para Antonio, entre ollas y fogones, entre recetas tradicionales e inventadas, entre comensales de toda la vida y recién llegados. Todo siempre dentro de una apacible y conocida rutina.
Hasta que llegó un sobre a nombre de Antonio. Un sobre que cambió su apacible y conocida rutina. ¡Era una comunicación a través de la cual ponían en su conocimiento que un inspector de la famosa guía pasaría por su restaurante para evaluarlo y ver si era digno de entrar en tan selecta lista! Su sueño hecho realidad...
Anotó la fecha en enormes letras rojas en su calendario. Tenía poco más de una semana para sorprender al inspector con un plato totalmente nuevo. Así que puso manos a la obra.
El día de la visita, Antonio estuvo más que nervioso. Atendió como siempre. Como siempre, es un decir porque definitivamente no se trataba de un día como siempre. La curiosidad había llevado al pueblo entero y poblaciones aledañas a comer ese día al restaurante de Antonio. Tuvo un lleno total.
Pasó el día, la hora de almuerzo y la hora de la comida, pero el inspector no apareció. El plato tan especial que había preparado con tanto ahínco esperaba servido. Desolado, al final del día Antonio se sentó en su cocina, pensando con amargura en lo que (no) había sucedido.
Así se quedó dormido. Unos suaves golpes en la puerta lo despertaron, bien pasada la medianoche. Se levantó y al abrir la puerta vio a un hombre con un aspecto muy sucio, con la ropa muy rota. El hombre la contó que había tenido un accidente, que había estado vagando por la zona sin conocerla y que estaba con mucha hambre. Le preguntó a Antonio si podía darle algo de comer, a la vez que le advirtió que no tenía un centavo.
Antonio dudó. No tenía nada en la cocina. Nada en la despensa. El lleno total del restaurante lo había dejado sin reservas. Hasta que vio el plato que se quedaría sin comer. Sería un desperdicio no aprovecharlo. A la vez, sería un desperdicio dárselo a quien no lo sabría apreciar. Finalmente ganó su buen corazón: el hombre comió sin mayores expresiones de gusto, casi sin hablar. Cuando terminó, agradeció el gesto de Antonio y se fue.
Casi amanecía. Antonio no abrió el restaurante. No tenía ganas ni fuerzas de nada.
Hacia la tarde, vio debajo de la puerta un sobre. Era igual al sobre recibido días antes. Lo abrió con manos temblorosas y casi sin poder respirar, leyó:
Gracias por haber atendido tan bien a nuestro inspector. Es costumbre de la institución mandar a nuestros agentes de incógnito, pues es la manera en que descubrimos la verdadera alma de los candidatos a figurar en nuestra lista. Usted, su restaurante y su plato fueron del mayor gusto de ese viajero desaliñado al que atendió durante la madrugada.
Y fue así como el restaurante de Antonio entró en la Guía Michelin por la puerta grande.
A todos los lectores, expreso mis deseos de que 2011 sea un año mucho mejor que 2010.