Tiene 7 años. Sus papás están de viaje desde hace mucho tiempo. A los 7 años, un mes y medio es demasiado tiempo. Se han ido a Nueva York, un nombre asociado a programas de televisión, muchos edificios, puentes y sobre todo, muchas cosas bonitas.
En ese mes y medio muchas cartas han ido y venido. Pocas llamadas telefónicas, es cierto. Pero es que eran otros tiempos, en los que había que pedir la llamada de larga distancia por medio de una operadora y sentarse a esperar hasta que la operadora buenamente pudiera completar la comunicación. Esa espera podía durar horas a veces.
No sabe qué dicen las cartas de los demás. En cambio sabe muy bien el contenido de las suyas: varios pedidos de cosas simples que conoce solamente porque las ha visto en el colegio, en manos de otros a quienes tíos y otros parientes han traído de Estados Unidos. Es que en su país hay un gobierno militar y casi no hay importaciones. Menos de Estados Unidos.
Cosas simples como papeles de carta, stickers para intercambiar después. Su hermana menor ha pedido con insistencia que le traigan "esos jaboncitos chiquitos que hay en los aviones". Hasta el día de hoy no sabe de dónde ni cómo su hermana, de apenas 5 años, sabía de la existencia de esos jaboncitos. Ni tampoco la razón de tanta insistencia.
Así pasó ese mes y medio, y quizá un poco más, entre muchas cartas que iban y venían. Entre pocas llamadas que casi siempre iban y casi nunca venían. Entre fines de semana en los que aparecieron tíos de cariño a los que veía solamente en los cumpleaños. Demasiadas cosas pasaban a su alrededor, pero a los 7 años le hubiera sido un poco difícil adivinar que se venía una tormenta muy fuerte. Demasiado fuerte.
No podría explicar cómo ni por qué, la cosa es que un día escribió: "quiero un reloj". En una post data, casi al borde del papel que contenía la que sería la última de todas esas cartas. Ese pedido, escrito en una post data casi al borde del papel que contenía la última carta, llegó a su destinatario justo a tiempo.
Como llegaron a tiempo los jabones, montones de jaboncitos, y montones de otras cosas, entre las cuales estaban los papeles de carta y los stickers.
Y por supuesto, el reloj también llegó a tiempo. Un reloj a cuerda, con manecillas, con correa metálica que se estiraba y era facilísimo de poner. El reloj que encontró en su cama junto con muchas otras cosas ese día inolvidable lleno de sorpresas. El reloj con el que terminó de aprender a ver la hora, siempre con la ayuda de ese hermano mayor que lo sabía todo.
Nunca más se lo sacó. Estuvo a su lado en los peores días de esa tormenta que sobrevino al poco tiempo. Como un faro que guía a los barcos a un puerto seguro en medio de la oscuridad. Como una estrella. Como un ángel de la guarda, su propio ángel de la guarda.
Todavía lo conserva muy bien guardado. Y si le da cuerda, todavía funciona.
Que historia Gaby, imagino que lo debes sentir tan vivo como si fuera ayer.
ResponderEliminarIncreíblemente anoche justo hablaba con mi esposo de lo que sufriamos de chicos, en Lima como en Bs As, cuando queríamos tanto las cosas importadas de USA, borradores de colores, olores y formas llamativas que no se fabricaban en la industria nacional, y solo se conseguían como dices tu, cuando se viajaba o se le encargaba a algún pariente o amigo. Yo tengo el recuerdo de muy chiquita quedar impresionada con una servilleta de Disney..la textura, los colores y los dibujos..facinante para mis pocos años y la guardaba como si fuera un tesoro entre mis cosas "importadas".
Gracias a Dios ahora se puede encontrar casi todo de cualquier parte del mundo.
Besos
Al final eramos niños y esas eran las cosas que llamaban nuestra atencion, pero en el fondo sabemos que no eran esas cosas las que serian importantes en nuestra vida... salvo el reloj, y no por el reloj en si, si no por lo que representa. Te mando un abrazo.
ResponderEliminarSilvana
Que lindo, que a la distancia se demuestre que se pensara en ella o él. Saludos. Hilda
ResponderEliminarNo sabía lo de los jaboncitos! Qué loco, tan inexplicable como la canción esa tan fea que quería escuchar una y otra vez cuando fuimos a Chimbote, ¿te acuerdas?
ResponderEliminarYo también me acuerdo (tan nítido!) de "ese día inolvidable de sorpresas". Las camas llenas de tantas cositas que ahora están en todas partes, pero que en esa época eran imposibles...
Y también me acuerdo, aunque de hecho menos que tú, de la tormenta.
TQM
este art me ha traido tantos recuerdos de esos años... Me encanta la manera como escribes esa parte del hermano a quien quieres tanto y que siempre sabía de todo... yo siento lo mismo.
ResponderEliminarYo no tenía una caja de cosas importadas, Katy... pero guardaba tan bien esos "tesoros" que después no los encontraba por ningún sitio.
ResponderEliminarExactamente, Silvana, el reloj en sí no es lo importante, sino lo que representa.
Gracias Hilda, de verdad es lindo.
Yo recuerdo muy bien ese montón de jaboncitos con el logo de la línea aérea de bandera. Y esa canción, mejor no recordarla. Vaya uno a saber qué tenía de especial.
TQM.
Pero es que lo sabía todo, Rossana. Todo.
me gustó la historia. me hizo recordar cuando mis padres viajaban y nosotros impacientemente esperabamos el regreso para ver que nos traian.
ResponderEliminarOooh, qué acogedor tu próloguillo a los comentarios...
ResponderEliminarSaludos, Perú y Gabriela desde las Españas, al otro lado del charco, pero ahora tan cercanos gracias al invento este de Internet.
Muchas gracias por pasarte por mi casa y, sobre todo, muchas gracias por no dejar que hable sola.
He leído sino esta pequeña historia para darme cuenta que todos los seres humanos guardamos en nuestro cofre del tesoro un objeto talismán, una sonrisa, un recuerdo, que evocan guía y protección.
Yo guardo como oro en paño la pulsera que me pusieron en el sanatorio nada más nacer (sí, mi madre la conservó para mí) que puede decirse que es el primer objeto que yo recibí en el mundo y, al ser una hija tan esperada, he de suponer que llevará toda la magia y protección de un momento tan especial como es el del alumbramiento.
También guardo el rosario de mi abuela debajo del colchón, pensando que velará mis sueños y mis noches.
¿Qué le pido a los viajeros?. Que me obsequien con una postal desde el lugar que eligieron como destino. No las guardo todas, ni hago colección, pero me encanta pensar que se han acordado de mí en medio de la vorágine del viaje.
Besos a todos. Estupendo blog. Volveré pronto.
Debo confesar, Zocadiz, que yo sigo esperando a ver qué me traen los viajeros a su regreso.
ResponderEliminarBienvenida también, ¿Mañana más? Qué lindo que guardes el rosario de tu abuela, y que lo tengas debajo de tu almohada. Te debe dar dulces sueños, no lo dudo. A mí me encanta recibir postales, y me gusta más mandarlas cuando salgo de viaje. A veces yo llego antes, pero ese gusto a recibir algo personal en el correo, aunque sea de pocas líneas, es incomparable.
Gracias por la visita.
Este me toco el corazon.
ResponderEliminar¡Sublime!...Tierna historia.
ResponderEliminarGracias a Eduardo y a Esteban por la visita, y por sus comentarios.
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