Hace 29 años y 11 meses vi en El Comercio la nota de una hija dirigida a su padre, fallecido 25 años antes. Recuerdo haber pensado: ¿cómo se puede vivir 25 años con semejante pena? Apenas había pasado un mes y simplemente no me lo imaginaba. 25 años... yo con 8 recién cumplidos los consideré más que toda una vida.
Y hoy son 30 años.
Tantas cosas han pasado. No me refiero a las obvias como los avances tecnológicos, la caída del Muro de Berlín, las Torres Gemelas, un japonés de presidente del Perú, sino a otras menos trascendentes pero más cercanas. Nuestra propia intrahistoria.
En estos 30 años se ha ido y ha llegado tanta gente. Se fue Tito, la tía Angelita, el tío Jorge y los tres abuelos que conocí. De otro lado, llegaron Ana Cé y Américo y, por supuesto, llegaron también Gonzalo y Marcela.
Porque a pesar de las partidas, la familia sumó.
No pudimos verte en nuestras graduaciones del colegio, ni en nuestro ingreso a la universidad, ni tampoco en nuestras graduaciones de la universidad, que logramos gracias al tremendo esfuerzo de una mujer tremendamente inigualable (bueno, un poco a nosotros mismos también).
Tampoco pudimos verte el 16 de marzo de 1994, ni el 27 de setiembre de 2007. Pero sé que estabas ahí. Todos lo sabemos.
Pero esto no se trata de tristezas ni nostalgias. Se trata de una celebración de la vida que fuiste, que eres, que diste y que tuvimos el privilegio de conocer. Así que, por favor, te pido que le hagas acordar a mi mamá cómo se hace el enrollado de limón.
Mágica y Dulce invitación
Hace 1 hora
hijole Gabriela, soy muy chillona y me conmoviste, que hermoso post!!! que Dios les de siempre consuelo!! saludos desde México. Hilda
ResponderEliminarGracias...
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