Imagen |
En cambio yo, empecé a tener sueños diversos, sueños raros, sueños vívidos, sueños que olvidaba a los pocos minutos de haberme despertado. Menos uno, uno solo que recuerdo todavía.
En esos días de encierro no había nada, todo estaba restringido, lo último que veíamos eran partidos de fútbol o de cualquier deporte. Hasta las Olimpiadas quedaron suspendidas. Por eso lo raro de ese único sueño que recuerdo.
Era de noche, estaba yo en un recinto al aire libre con muchas mesas. Había mucha gente sentada a la mesa, conversando alegremente, sin mascarillas, sin distancia social, sin protocolos ni ninguna de esas palabras que tanto sonaban en esos tiempos. Y que suenan hasta ahora.
Yo llegué en medio de un grupo y de inmediato detecté en una mesa al Entrenador. Ese Entrenador alto y flaco de desordenado peinado, de andar elegante y felino, el que había logrado un milagro que prácticamente todo un país esperó durante 36 años. Ese Entrenador que en más de una encuesta obtenía más del 90% de aceptación. Sí, ya lo hubiera querido cualquier político.
Ajá, ese Entrenador.
El Entrenador estaba rodeado de otras personas, todas hablaban y reían alegremente. Yo avanzaba sin dejar de mirar al Entrenador, que en un momento notó mi mirada.
Sus ojos y mis ojos se encontraron. Sigo avanzando, los ojos del Entrenador me siguen. Y así fue durante largos segundos hasta que no me aguanté. Me acerqué a la mesa del Entrenador y le dije: "una cosa es entrar a un lugar y notar que el Entrenador está ahí. Y otra totalmente diferente es entrar a un lugar y que el Entrenador note que estoy entrando".
El Entrenador sonríe... y se acaba el sueño.