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Hace algunos meses, creo que la última vez que fui a un restaurante cuando todo era "normal" todavía, fui testigo accidental de algo que recordé pocos días atrás.
Mi grupo estaba en una mesa en una esquina, y al costado había otra mesa con un grupo grande. Era una familia que celebraba un cumpleaños. Su bullicio era contagioso y animaba el lugar.
Sin que se notara, empecé a observarlos. Quería saber quién motivaba la reunión familiar. De reojo casi recorrí la vista por cada uno hasta que di con el cumpleañero, un hombre que parecía el papá de dos niños que lo flanqueaban.
Todos hablaban y comían en un ambiente festivo, como deben ser los cumpleaños cuando la gente que queremos está cerca y al alcance de la mano.
Y entonces lo vi. Un señor que ya tenía una edad, como se dice. Parecía el padre del cumpleañero. Sonreía todo el rato, hablaba con los nietos y reía con ellos. Intercambiaba miradas y gestos con el hijo, aunque no se hablaban mucho porque estaban algo lejos.
De repente noté que su plato estaba casi vacío. Solamente quedaba un bocado. Era poco lo que quedaba, pero debía ser la comida favorita del señor porque se notaba que quería terminarla a toda costa. Era eso o le habían enseñado que en el plato no se deja nada.
Perseguía el bocado con el tenedor y el bocado escapaba empujado por el propio tenedor. Así varias veces, cuando parecía que ya iba a quedarse en el tenedor, el bocado volvía a caerse.
Así estuve mirando ese juego del gato y el ratón hasta que por fin el señor ganó. Atrapó a su presa, levantó el tenedor y lo miró casi con orgullo. Paseó la vista por la mesa, pero todos estaban tan ocupados conversando que nadie se dio cuenta.
Empezó a mover la cabeza casi en dirección a donde yo estaba. No alcancé a voltearme, y el señor me encontró mirándolo. Me sentí avergonzada, atrapada por indiscreta, pero no pude retirar la vista.
Entonces el señor alzó su tenedor discretamente, movió ligeramente la cabeza sin dejar de mirarme y con una enorme sonrisa terminó su comida.
Hasta casi podría jurar que me guiñó el ojo, cómplice.
Qué situación tan curiosa. Un beso
ResponderEliminarCon una curiosa de protagonista.
Eliminar:D
Qué amable y caballeroso ese señor, lejos de molestarse por tu "indiscreción", la celebró con un pequeño saludo con el que, además, celebrar su victoria sobre aquel ultimo travieso trozo de comida...
ResponderEliminarBesos mil de las dos
J&Y
Esto podría llamarse el encuentro de un curiosa y un coqueto.
EliminarQué momento tan divertido. Imagino tu curiosidad por ver cómo perseguía el señor su preciado bocadillo. A cualquiera le puede ocurrir eso y ojalá no sea en público. Simpática historia.
ResponderEliminarA este señor le ocurrió en público y lo tomó con muy buen ánimo.
EliminarTenías que haberle dicho, de algún modo, que tu intensión no era otra cosa...jejeejej!
ResponderEliminarBesos gabriela
Ojalá no haya pensado que quería compartir su comida, ja, ja.
Eliminar¡Qué bonito! Su gran hazaña tuvo un testigo y él llegó a saberlo.
ResponderEliminarY lo tomó bien además.
EliminarMuy simpático el caso pero eso demuestra que si haces algo en público hay que pensar que puede haber ojos indiscretos.
ResponderEliminarPeor en nuestros tiempos, en que todo el mundo tiene una cámara al alcance de la mano.
EliminarMuy amable jjajja, cosas que suelen pasar, esos pequeños detalles que cambian un día, un abrazo Gabriela, gracias por compartir.
ResponderEliminarGracias a ti por leer y comentar, Jorge.
EliminarHola Gabriela, feliz día de la mujer, un abrazo.
EliminarGracias por el detalle, Jorge.
Eliminar:D
¿Quién sintió más apuro, el señor por sentirse observado o tú como observadora?
ResponderEliminarCon el gesto del señor no creo que haya estado tan avergonzado... yo, un poco.
Eliminar:D
Vaya, se sintió bien al ver que alguíén estaba pendiente de él y supo de su gesta. Cuando volveremos a poder hacer un acelebración, un año ya.
ResponderEliminarBuen miércoles Gabriela. Cuídate
Un abrazo.
Ojalá pronto podamos tener celebraciones así sin preocupaciones ni restricciones.
EliminarUn abrazo grande, Laura.