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Estaba en primero de secundaria. El libro de Literatura que usamos ese año era de una editorial argentina. La carátula era de color fucsia.
Ese día, la miss Silvia leía la historia de un hombre que caminaba triste por un andén. La narración era de esas que dejan todo a la imaginación del lector, para que saque sus propias conclusiones a partir del relato. De las palabras del hombre, narrador en primera persona, se entendía que dejaba atrás recuerdos de un pasado reciente triste del que no quería saber nada. Se iba. Se iba lejos. Se iba lejos y sin pasaje de vuelta.
Paseaba el hombre ansioso en el andén, a la espera del tren que lo llevaría lejos de la situación de la que se quería alejar. Miraba el reloj casi a cada minuto. En su paseo por el andén, en su andar distraído y ansioso, la maleta le golpeaba las corvas.
"Las corvas son la parte de atrás de las rodillas", interrumpió miss Silvia su lectura para darnos una definición casi al vuelo, como quien no quiere la cosa. Sin más ceremonias, siguió leyendo.
Desde ese día, nunca olvidé que las corvas son la parte de atrás de la rodilla.
Años, muchos años después, en una de tantas conversaciones triviales con mi hermano, la palabra "corva" salió a relucir. Yo le dije, casi sin pensar, como un acto reflejo:
- Las corvas son la parte de atrás de las rodillas.
- Ajá. ¿Sabes dónde aprendí eso?
Y los dos dijimos a la vez: "en el libro fucsia de Literatura de primero de secundaria".
Cómo nos reímos ante esa coincidencia.