viernes, 9 de febrero de 2018

La mirada indiscreta

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Otra vez llegó tarde a clases. Ya casi a mitad de carrera, podía contar más las veces que llegó a tiempo que las veces que llegó tarde a la clase de las 7 am. Vivía a menos de diez minutos de la universidad, y sin importar lo que hiciera, le era imposible llegar a tiempo. Admitía con vergüenza que no entendía cómo otros que debían atravesar media ciudad lograban estar en clase puntualmente, mientras que para ella era misión imposible.

Esa mañana de martes de invierno entró, buscó el primer lugar vacío que encontró hacia la mitad del salón, no muy lejos de la puerta. Sin hacer mucho aspaviento se sentó. Miró el reloj, la clase había empezado hacía casi 20 minutos.

Empezó a mirar a un lado y al otro a ver si lograba captar la atención de alguna cara conocida, alguien a quien pedir con señas que le indicara qué habían hecho, cuánto habían avanzado. Sus amigos ya sabían de sus tardanzas y estaban acostumbrados a dejarle leer rápidamente los puntos tratados para que no estuviera tan perdida.

Esta vez, sin embargo, todos estaban muy adelante, todos le daban la espalda. O se concentraba y trataba de entender desde donde había llegado o se iba a sentir perdida el resto de la hora. Decidió atender y sacar provecho de su presencia en el salón.

De repente, a su derecha, notó una mirada insistente. Levantó la vista y lo vio. Sentado delante de ella, en la fila del costado, un chico volteado a medias le decía algo que ella no lograba entender. Él insistía, se señalaba la oreja, le sonreía. Aunque seguía sin captar el mensaje, le devolvió la sonrisa.

De rato en rato, el chico volteaba y la miraba, pero ya no le hacía más gestos. Ahí fue que ella se dio cuenta de algo y pensó que este chico había elegido un muy mal momento para llamar su atención. Atender la clase pasó a segundo y hasta tercer plano, ahora lo único que le interesaba era recordar el nombre de su inesperado, madrugador y puntual admirador. Lo había visto muchas veces en los ciclos anteriores, pero nunca había prestado atención a su apellido cuando pasaban lista.

Así pasó la clase, de la que entendió poco y mal. "No importa", pensó, "le pediré el cuaderno a cualquiera, me pondré al día en un ratito y pediré detalles de lo que no entendí". Y de paso, preguntaría entre sus amigos el nombre de este chico que se pasó la clase entera volteando solamente para mirarla.

Después pensaría cómo abordarlo. Uno no se pasa media clase con el cuello volteado hacia atrás si no hay algún interés. Ella misma estaba interesada ya, aunque jamás se lo hubiera imaginado horas antes.

Cuando el profesor dio por terminada la clase, logró saludar de lejos a dos amigas que estaban sentadas adelante y sin mayor trámite, salió corriendo al baño.

A la entrada del baño, al pasar al lado del inmenso espejo que precede a los recintos privados, a la volada, vio una imagen que la hizo retroceder sobre sus pasos con horror. Ya puesta delante del espejo, al ver su imagen completa se dio cuenta: en su prisa por salir de casa y no llegar tan tarde, se había olvidado completamente de sacarse el rulero que siempre se ponía al lado derecho, para domar ese mechón rebelde que parecía tener vida propia y que todos los días se iba para donde quería y que a veces, ni con el rulero lograba dominar.

20 comentarios:

  1. ¡¿A quién no le pasó algo similar?!...jejejej!
    Besos Gabriela

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    1. Si no fue con ruleros, puede haber sido con otra cosas similarmente vergonzosas, pero imagino que más de uno tendrá una historia parecida que prefiere olvidar.

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  2. Jajajaja vamos, igual tanto interés por avisar del rulero polizonte no puede haber sido tan sólo por ser un buen samaritano ��

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  3. ¡Esa chica tenía muchos pájaros en la cabeza, Gabriela! E interés en todo menos en aprender...Lo cierto es que nos recuerda a nosotras en primer curso de universidad, aun inmaduras y con muchas ganas de fiesta...¡Pero solo se tiene 18 años una vez en la vida!

    Un beso grande de las dos

    J&Y

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    1. Claro, nadie le podía decir que la cabeza solamente le servía para llevar ruleros, ja, ja.

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  4. Mmmmmm... parece que ese día todps estaban algo distraídos. Podríamos llamar a la película "El rulero que nunca estuvo".

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  5. Jajaja,que buena anécdota. Creo que todos hemos pasado por algún momento similar.
    Saludos!

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    1. Con ruleros o algún otro adminículo que no debe salir de casa, ¿no?

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  6. Con rulos no me ha pasda Gabriela, pero sí con un jerey en verano puesto al revés. Cuando me lo dijeron en la calle corrí al primer portal a darle la vuelta.
    La próxima vez se mira bien al espejo en casa antes de salir :))
    Buen martes.
    Besos.

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    1. No sé qué es peor: no darse cuenta hasta el final del día o darse cuenta en un momento en que no lo podemos solucionar. Eso sí, ninguna de las situaciones es buena.

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  7. Pobrecilla, y ella que pensaba que el chico se había prendado de sus perfectos bucles...
    Jajaja, cuántos despistes en esos años locos de la facultad...yo me acuerdo que nunca me ha gustado saltarme la clase pues siempre he estudiado mejor con mis apuntes garabateados que con los de otros, no me enteraba de nada...
    Bonita historia contada con maestría por ti Gabriela. Saludos de carnaval 🐦

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    1. Y te apuesto que los bucles ni perfectos estaban. Pobre, chascos por todas partes.
      Carnaval veneciano, nada menos.

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  8. Inesperado y jocoso final, Gabriela. Me recuerda hace años cuando aquí en Chile una ministra de Estado fue fotografiada con dos zapatos distintos.

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    1. Debe ser peor cuando se es figura pública y todos los ojos están puestos en esa persona. Nos olvidaremos del nombre de la ministra, pero nunca de los zapatos dispares.

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