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Las chicas tenían una rutina bastante parametrada, pues se levantaban temprano, y tomaban desayuno temprano. Si por alguna razón se retrasaban al desayuno, debían tomarlo frío pues no habría nadie dispuesto a calentarlo, ni a servírselo especialmente cuando ya las demás se hubieran ido. Igual era en la noche, debían llegar antes de las 9:00 pm o se quedarían a pasar la noche fuera. Era lo que decía pero nunca averiguaron, porque nunca ninguna llegó después de esa hora.
Pero que no se crea que las chicas lo pasaban mal. Esa convivencia forjó fuertes lazos de amistad que continúan hasta la fecha.
En esas idas y venidas, las chicas recorrían el barrio cercano a su pensión. Sabían qué tiendas tenían cerca y conocían quienes atendían ahí.
Sobre todo en la panadería.
El panadero del barrio era un italiano emprendedor que, supongo yo, vino de su país natal después de la guerra. Me pregunto cómo habrá sido su camino y cómo terminó aquí, pero esa historia no es motivo de estas líneas.
El italiano atendía solo su negocio, que era un negocio más de los varios que servían al barrio. Pero dejó de ser un negocio más cuando el hermano del panadero llegó de Italia a trabajar con él.
El nuevo italiano del barrio alborotó a las chicas de la pensión, que de la noche a la mañana desarrollaron un creciente gusto por el pan recién horneado, y por el 1.80 m, los ojos azules y el pelo rubio que iba detrás del pan. Por la manera en que describen al entonces recién llegado, fue comprensible el alza en las ventas que tuvo la panadería. De un momento a otro, se convirtió en parada obligada de las universitarias pensionistas en su camino de ida o vuelta de clases.
El pan era lo de menos, lo importante era echar un vistazo al dios del Olimpo romano que había aterrizado en su vecindario. Bueno, el pan era lo más importante, pues era la excusa para cruzar poco más de tres palabras con este Apolo, un diálogo corto por su propia naturaleza y porque el limitado conocimiento de la lengua castellana del panadero no permitía más.
A ellas, eso les bastaba.
Las universitarias terminaron sus carreras, algunas regresaron a su lugar de origen, otras se casaron y algunas más se fueron del país. El hecho es que de ese grupo, ya ninguna quedó en la pensión y le perdieron la pista a las calles por donde habían caminado durante años, italiano incluido.
Años después, muchos años después, una de esas universitarias supo que un compañero de trabajo vivía frente a la antigua pensión que la albergó a su llegada a Lima. Con curiosidad, preguntó por la pensión, y la respuesta fue que seguía recibiendo a estudiantes de provincia.
Se acordó del Apolo que había hecho que ella y sus amigas se aficionaran tanto al pan en esos años, y preguntó si el negocio seguía por ahí. No se aminó a preguntar directamente por el italiano de sus recuerdos:
- Claro, es donde compramos el pan nuestro de cada día. El dueño es un italiano mal hablado que debe pesar como 200 kilos --respondió el hombre entre risas.
Los años pasan para todos y además "la pastelería" puede llegar a hacer estragos...jejej!
ResponderEliminarBesos
Sí, sobre todo para un extranjero que extrañe a su familia y su propia comida.
EliminarCuestión de peso, diría sobre esta historia. Si pues, los años pasan y los kilos...se quedan.
ResponderEliminarFelizmente, las chicas de la pensión no lo han visto. Mejor que guarden un mejor recuerdo.
EliminarJajaja, cuantas anécdotas entrañables salen a la luz de los recuerdos.
ResponderEliminarSaludos!
Como para publicar novedades todos los días sin repetir.
Eliminar:D
El tiempo pasapara todos , seguro que a las chicas tambien les cambió el cuerpo .
ResponderEliminarNo lo dudes, Chelo.
EliminarMuy lindo relato......el tiempo no se detiene y hace estragos en nuestra persona.....un gusto leerte. saludos
ResponderEliminarY causa más estragos en unos que en otros.
EliminarGracias por la visita.
Aaah no!, es que yo hubiera ido a chequearlo en una!, a mi se me hace que italiano de 200k bien podía ser el hermano!; a un dios griego no se le pierde la pista 😛
ResponderEliminarO bien puede seguir siendo un dios griego con más que admirar, ja, ja.
EliminarUma narrativa muito interessante,Gabriela, mas com um final triste / cómico - 200 kg?😁😁😁😁😁😁
ResponderEliminarPodemos estimar, 20 kilos más o 20 kilos menos. Sigue siendo trágico.
Eliminar¡Gabriela, es un hecho constatado que las mujeres envejecemos mucho mejor que los hombres! En nuestras últimas reuniones de antiguos alumnos del colegio y, después, en las de la universidad, nuestros compañeros no tenían nada que hacer frente a nuestra lozanía y belleza, jejejeje. Y el Apolo no iba a ser menos...
ResponderEliminarUn beso grande de las dos
J&Y
Puede ser, pero con algo de "trampa", pues no hay mujer que no se tiña el pelo para ocultar las canas (excepción: yo), y no falta la que se jala las arrugas.
EliminarEso no quiere decir que algunas personas en general envejecen mejor que otras.
Vaya el Apolo con el tiempo se convirtió en Buda y al parecer no muy agradable. El tiempo y sus daños colaterales:))
ResponderEliminarBuen miércoles.
Besos.
Tampoco ayuda mucho ser dueño de una panadería.
EliminarSe me olvidó...entendí muy bien tu comentario de los arcos, mareante el intento :))
ResponderEliminarTotalmente...
Eliminar:D
Mucho mejor quedarse con el recuerdo, antes que bajar al Apolo del pedestal.
ResponderEliminarSi era para saber eso, claro que era mejor quedarse con el recuerdo.
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