La niña tiene seis años y vive con sus papás, sus hermanos y su tía bisabuela. Es "su" tía, pero debe compartirla con muchas personas pues casi todo el mundo le dice tía, sobrinos y no sobrinos por igual.
La casa en la que viven tiene un orden establecido y, como casi todas las casas, ese orden funciona como un reloj. Claro está que la niña no es consciente de nada de eso. A los seis años las prioridades no tienen nada que ver con el orden con que funcionan las cosas en una casa.
Un día, la niña supo que la tía bisabuela estaría ausente un breve tiempo. Se iría a la ciudad en la que vivió algunos años atrás a visitar a dos de sus hermanas a las que no veía casi desde que se fue a vivir a otra ciudad. Es cierto que están en permanente contacto, pero una carta de vez en cuando no es suficiente. Las llamadas telefónicas están reservadas para las emergencias y las malas noticias, así que era mejor que no llegaran.
No le dio mayor importancia al anuncio del viaje de la tía bisabuela. Si bien formaba parte de su mundo y su entorno inmediato, no era algo que tuviera presente. Al menos no de manera consciente.
Llegó el día en que la tía bisabuela partió. Serian solamente dos semanas muy cortitas, dijo la tía al despedirse de sus sobrinos bisnietos. Prometió que traería regalos y cosas ricas a su regreso.
Se cerró la puerta, y aparentemente la vida en la casa retomó su ritmo como si nadie faltara.
Así lo pareció hasta esa noche, la primera noche del viaje de la tía bisabuela. La primera noche sin la tía bisabuela en la casa, por primera vez desde que la niña pudiera recordar.
Cuando se fue a dormir esa noche, la primera sin la tía bisabuela en la casa, la niña percibió algo raro en su mesa de noche. Algo estaba diferente. Le tomó muy poquito tiempo darse cuenta de que algo faltaba.
No estaba el habitual vaso de agua que todos días la tía bisabuela se daba el trabajo de llevar desde la cocina, "por si se despiertan con sed durante la noche". Eso era lo que faltaba. Su lugar estaba ocupado por un inusual vacío. Eso se repitió durante las dos larguísimas semanas que duró la ausencia de la tía bisabuela.
Así fue como la niña aprendió a extrañar. Fue tal vez un entrenamiento para lo que se venía en el futuro.
La casa en la que viven tiene un orden establecido y, como casi todas las casas, ese orden funciona como un reloj. Claro está que la niña no es consciente de nada de eso. A los seis años las prioridades no tienen nada que ver con el orden con que funcionan las cosas en una casa.
Un día, la niña supo que la tía bisabuela estaría ausente un breve tiempo. Se iría a la ciudad en la que vivió algunos años atrás a visitar a dos de sus hermanas a las que no veía casi desde que se fue a vivir a otra ciudad. Es cierto que están en permanente contacto, pero una carta de vez en cuando no es suficiente. Las llamadas telefónicas están reservadas para las emergencias y las malas noticias, así que era mejor que no llegaran.
No le dio mayor importancia al anuncio del viaje de la tía bisabuela. Si bien formaba parte de su mundo y su entorno inmediato, no era algo que tuviera presente. Al menos no de manera consciente.
Llegó el día en que la tía bisabuela partió. Serian solamente dos semanas muy cortitas, dijo la tía al despedirse de sus sobrinos bisnietos. Prometió que traería regalos y cosas ricas a su regreso.
Se cerró la puerta, y aparentemente la vida en la casa retomó su ritmo como si nadie faltara.
Así lo pareció hasta esa noche, la primera noche del viaje de la tía bisabuela. La primera noche sin la tía bisabuela en la casa, por primera vez desde que la niña pudiera recordar.
Cuando se fue a dormir esa noche, la primera sin la tía bisabuela en la casa, la niña percibió algo raro en su mesa de noche. Algo estaba diferente. Le tomó muy poquito tiempo darse cuenta de que algo faltaba.
No estaba el habitual vaso de agua que todos días la tía bisabuela se daba el trabajo de llevar desde la cocina, "por si se despiertan con sed durante la noche". Eso era lo que faltaba. Su lugar estaba ocupado por un inusual vacío. Eso se repitió durante las dos larguísimas semanas que duró la ausencia de la tía bisabuela.
Así fue como la niña aprendió a extrañar. Fue tal vez un entrenamiento para lo que se venía en el futuro.