Dicen que las cosas no tienen vida, pero yo creo que eso no es cierto.
El otro día, mis pies me llevaron casi sin querer queriendo por una casa en la que vivieron personas queridas durante mucho tiempo. Desde cuadras de distancia, divisé la puerta del estacionamiento y recordé la vez que un irresponsable se estrelló a medianoche y la destrozó en un segundo, lo que causó un gran susto en sus habitantes.
Ya más cerca, pasé por fuera de la ventana desde donde se vería el comedor, aunque no quise mirar. Cuántas risas y anécdotas compartidas en torno a esa recordada mesa redonda. La memoria voló a una de esas veladas donde pasar un buen momento era tan simple que parecía que duraría para siempre.
Al llegar a la esquina pude ver la puerta principal, que estaba abierta. Había personas entrando y saliendo, unas saludando a otras. Innumerables veces pasé por esa puerta, innumerables veces una carita chiquitita mostraba una sonrisa enorme mientras gritaba mi nombre al verme aparecer por ahí. Hasta escuché esa vocecita invitándome a entrar imperiosamente, casi sentí una manito impaciente jalándome al interior mientras me contaba las últimas novedades.
El árbol que sirvió de escondite, de fuerte, de escalera y probablemente hasta de confidente ya no está desde hace tiempo. Verlo rodeado de otros niños tal vez hubiera sido demasiado.
Me alejé de esa esquina tan llena de recuerdos. Por allá veo la casa donde vivía el perrito Otto Kunz, más allá el punto exacto donde dos carros chocaron aparatosamente una de tantas noches en me quedé acompañando a un pequeñito, la escuela de artes marciales justo frente a mí, la bodega donde saludaban al vecinito con sonrisas y palabras cariñosas.
Con una leve sacudida de cabeza regresé al presente y seguí mi camino. Todo eso en apenas minutos, los que me tomó pasar por delante de la casa de los recuerdos.
La vida sigue. Mi camino también.
El otro día, mis pies me llevaron casi sin querer queriendo por una casa en la que vivieron personas queridas durante mucho tiempo. Desde cuadras de distancia, divisé la puerta del estacionamiento y recordé la vez que un irresponsable se estrelló a medianoche y la destrozó en un segundo, lo que causó un gran susto en sus habitantes.
Ya más cerca, pasé por fuera de la ventana desde donde se vería el comedor, aunque no quise mirar. Cuántas risas y anécdotas compartidas en torno a esa recordada mesa redonda. La memoria voló a una de esas veladas donde pasar un buen momento era tan simple que parecía que duraría para siempre.
Al llegar a la esquina pude ver la puerta principal, que estaba abierta. Había personas entrando y saliendo, unas saludando a otras. Innumerables veces pasé por esa puerta, innumerables veces una carita chiquitita mostraba una sonrisa enorme mientras gritaba mi nombre al verme aparecer por ahí. Hasta escuché esa vocecita invitándome a entrar imperiosamente, casi sentí una manito impaciente jalándome al interior mientras me contaba las últimas novedades.
El árbol que sirvió de escondite, de fuerte, de escalera y probablemente hasta de confidente ya no está desde hace tiempo. Verlo rodeado de otros niños tal vez hubiera sido demasiado.
Me alejé de esa esquina tan llena de recuerdos. Por allá veo la casa donde vivía el perrito Otto Kunz, más allá el punto exacto donde dos carros chocaron aparatosamente una de tantas noches en me quedé acompañando a un pequeñito, la escuela de artes marciales justo frente a mí, la bodega donde saludaban al vecinito con sonrisas y palabras cariñosas.
Con una leve sacudida de cabeza regresé al presente y seguí mi camino. Todo eso en apenas minutos, los que me tomó pasar por delante de la casa de los recuerdos.
La vida sigue. Mi camino también.
Qué bonito escribes, mi querida Gabriela.
ResponderEliminarGracias, Cyrano.
EliminarLa verdad es que a veces añoramos tantas y tantas cosas del pasado... A mí me ocurre cuando regreso a la casa en la que de pequeño, saltaba, cantaba, gritaba, jugaba... de alegría y emoción.
ResponderEliminarUn abrazo.
La misma alegría y emoción que debes sentir al recordar todo eso, Antonio.
EliminarQuerida amiga Gabriela, lendo seu texto também voltei no tempo. Quantas recordações boas guardadas na memoria, outro dia peguei fotos guardadas, entre uma e outra me perdi no tempo, sai do momento presente por algumas horas, e como foi gostoso voltar em tempos já idos. Adorei te ler.
ResponderEliminarBeijos carinhosos
✿¸.◦*✿✿¸.◦*✿✿¸.◦*✿✿
Marilene
Un viaje por la calle de la nostalgia no viene mal, Marilene.
EliminarLa mente nos saca esos recuerdos de lo más profundo, y los volvemos a vivir exactamente igual Gabriela. Si son buenos nos agrada si no, volvemos a guardarlos y seguimos el camino...
ResponderEliminarBuen martes.
Un beso
A veces también debemos guardar los buenos recuerdos y seguir el camino, Laura. Así evitamos quedarnos atorados en un tiempo que ya se fue.
EliminarHoy pase con Gonzalo por el mismo lugar. También afloraron los recuerdos de tantos años, de tantas vivencias. Cosas que guardamos no en la mente, sino en el corazón.
ResponderEliminarQué tal coincidencia, con la cantidad de años que no pasaba por delante de la casa de recuerdos.
EliminarLa vida sigue, es cierto. Pero los recuerdos nunca se van.
ResponderEliminarY que nos sigan acompañando.
EliminarEn mi país, con la voracidad de las construcciones nuevas, sería difícil hacer ese tipo de recuerdos, porque lo más probable sería que esa casa ya no estuviera.
ResponderEliminarAcá también sufrimos de esa fiebre, Esteban. Por ahora la casita sigue ahí, pero puede caer también a causa de esa fiebre.
Eliminar¡Como te entiendo! cuando estuve el año pasado en mi pueblo, después de 17 años, en cada rincón, en cada metro de calle brotaban los recuerdos y al final llegué a tu misma conclusión.
ResponderEliminarLa vida sigue. Mi camino también.
Besazo
La vida debe seguir, Dolega, y muchas veces esos chispazos nos ayudan a avanzar.
EliminarLos objetos a veces permanecen casi iguales sobre todo en los pueblos, las personas van cambiando,
ResponderEliminarla vida sigue adelante con los recuerdos de lo que fue...
Esos recuerdos son los que nos hacen sonreír con una lágrima, Chusa.
EliminarGabriela, a mente é capaz de pregar esse tipo de partidas, essas viagens ao passado.
ResponderEliminarBeijo
Es bueno darse una vuelta por la memoria a veces, Nina.
EliminarBonitos recuerdos...
ResponderEliminarSí, de los buenos.
EliminarA mi me pasa lo mismo con la casa de una persona muy querida que ya no está con nosotros. Siempre que mis pasos me llevan allí recuerdo épocas y momentos muy agradables y me apena muchísimo su recuerdo.
ResponderEliminarun beso
Es exactamente el caso, Marta, y me pasa lo mismo.
EliminarEstoy contigo Gabriela, todo tiene vida... tanta como nosotros seamos capaces de darles.
ResponderEliminarEsa vida que a veces nos "jala", Maqui.
EliminarTe comprendo. Cuánto moviliza al pasar delante de lugares que alguna vez fueron sólo nuestros.
ResponderEliminarBesos
hoy desde
http://siempreseraprimavera.blogspot.com.ar/2014/03/mezclas-saludables-que-debes-conocer.html
Todas las emociones se vienen de golpe, Norma, las buenas y las otras.
EliminarBuen fin de semana ;)
ResponderEliminar¡Gracias, Laura!
EliminarHola cariño,
ResponderEliminarqué bien has descrito los diferentes sentimientos que nos traen estas vivencias.
En mi caso, se agolpan los buenos recuerdos, pero el sentimiento de tristeza y nostalgia es más fuerte.
Un beso
Laly
Cuando recordamos, es inevitable que se agolpen momentos buenos y malos por igual. Prefiero los buenos, pero los otros también tuvieron su cuota en formar las personas que somos.
EliminarQue linda historia, recuerdo que habia una casa cuando era ninya que parecia de chocolate y solia llamarla "la casa de chocolate"...hace poco cuando regrese a mi tierra la vi completamente diferente, otro color, otra construccion...ahhh que recuerdos, tienes razon :)
ResponderEliminarbesos,
Creo que todos hemos tenido nuestra propia "casa de chocolate", Patricia, y cuando le cambian el color es como si dejara de ser la misma.
Eliminar