jueves, 24 de enero de 2013

Sabor a barrio

Voy al quiosco de la esquina, y le pregunto al buen Tato si mi mamá ya compró el periódico para evitar repetir la compra. Me dice que si, que hace ya buen rato pasó por ahí y se llevó el diario decano. Y me entrega el fascículo anterior de los cuentos para Marcela, que se me pasó comprar en su momento. Le agradezco y me voy.

Entro a la farmacia y la servicial Fátima me recibe con una sonrisa. Le digo que se me acaba de olvidar el nombre de la pastilla que quiero comprar. "¿La que siempre llevas?", me pregunta. Cuando le digo que si, me saca una caja blanca con rayas verdes y me pregunta cuántas me llevaré esta vez. Me entrega la cantidad que le pido, le pago y salgo con mi pastilla cuyo nombre prometo no volver a olvidar.

Entro a la bodega que está en la misma cuadra en la que vivo. No tengo necesidad de cruzar ninguna pista cuando voy para allá. La dueña, Luisa María, me pregunta si esta vez también voy a comprar la vela votiva color rojo que siempre compro cuando voy con Marcela. Le digo que esta vez no, que cuando esté con Marcela, a la que le encanta dejarle una velita a la Virgen de Lourdes que hay a la entrada de la tienda.

Me acerco al panadero que tiene su mercadería en un triciclo y que vende a todo aquel que llega a la esquina donde se estaciona o que lo encuentra en el camino. No tengo ni que decir nada, él ya sabe que son dos panes de los más crocantes. Las pocas veces que el pedido varía, el panadero muestra su extrañeza demorándose dos décimas de segundo más en despachar los panes.

Camino media cuadra y me cruzo con el hombre que limpia autos. Nos saludamos y cada uno sigue su camino. Lo mismo pasa con el cartero, que a veces me regala un breve momento de dicha cuando me anticipa que tiene algo para mí en su enorme bolsa azul, incomprensiblemente estampada con las palabras Poste Italiane.

Entro al restaurante en donde a veces compro el almuerzo. El dueño ya sabe que no debe incluir ají ni cubiertos descartables en mi pedido. En cambio, agrega una pequeña bolsa con dos trozos de limón, que le da a la sopa un sabor muy agradable.

Todos estos encuentros que narro en esta entrada ocurren en un área que no excede de dos cuadras a la redonda.

Sabor de barrio.

jueves, 17 de enero de 2013

Un almuerzo especial

Es un jueves decembrino cualquiera. Vas caminando por la avenida miraflorina más representativa y comercial cuando oyes sonar tu celular en el bolsillo. Es un timbrado personalizado y desde que lo escuchas, sonríes. Sabes quién llama desde las primeras notas, y lo confirmas cuando escuchas esa voz que hace tiempo dejó de ser vocecita.

Después del breve saludo precedido por ese diminutivo de tres letras que es casi su propiedad exclusiva, la exvocecita te dice:
- Voy a ir a la playa a eso de las 11 am. ¿Puedo almorzar en tu casa después?
- Esa pregunta ni se pregunta- respondes.
- Ya, te llamo en un rato para decirte la hora en que voy a llegar.

Cumpliendo lo ofrecido, el mismo timbrado suena a los pocos minutos. Te dice que calcula que estará en tu casa a la 1:30 pm. y que va con un amigo. Le pides que te confirme cuántos comensales serán en total porque justo ese día ibas a comprar almuerzo para ti. Te dice que son él y un amigo. Son tres almuerzos en total, te dices.

A la 1 pm en punto estás en el restaurante donde compras los almuerzos cuando no hay nada preparado en casa. No altera tus planes, solamente debes agregar dos órdenes para los acompañantes que te cayeron en suerte, literalmente. Miras la lista de platos del día y escoges lo mismo para los tres. Pagas, esperas y al cabo de cinco minutos estás rumbo a casa, a una cuadra de distancia. Miras la hora, 1:15 pm.

Dispones los sitios en la mesa, acomodas los respectivos cubiertos en cada lugar, con sus respectivos vasos. Todo mientras escuchas la radio, que siempre está más cerca de la gente.

Casi 15 minutos después, tocan el timbre. Miras por la ventana antes de abrir la puerta, aunque sabes muy bien quién es. Lo abrazas, saludas al amigo y, previa lavada de manos, se sientan a comer. Hablan de todo y de nada, alaban la comida, te resumen su día de playa, hablan de sus planes para el verano que ya se anuncia, les cuentas tus novedades, se ríen de cosas tontas.

Terminada la comida, dices que debes volver a trabajar. Ellos lo saben, se despiden, los ves partir. La casa ha quedado revuelta, llena de arena que barres rápidamente.

Son huellas de un almuerzo especial que ojalá se repita, como le dijiste casi al oído al momento de la despedida. Claro que si, te asegura. Sabes que así será.

miércoles, 9 de enero de 2013

¡Exijo una explicación!


Como diría el entrañable Condorito, ¡exijo una explicación!

Dentro de los varios canales de cable que ofrecen series y documentales, hay uno dedicado al arte y en entretenimiento en el que me detengo en las mañanas pues sus series son dobladas y puedo, sin esfuerzo alguno, seguir la trama mientras me alisto para mis obligaciones diarias.

Tienen series muy interesantes, casi todas referidas a investigaciones de casos penales. Cuentan las historias desde casi todos los ángulos, y a veces hasta incluyen a los propios autores de los hechos, en muchos casos, ya condenados y hasta cumpliendo condena.

En su propia página web, este canal enumera sus series con orgullo. Y enumera también los capítulos de cada serie, divididos en temporadas y hasta incluye un breve resumen de cada uno de los episodios. Hasta ahí, todo muy bien.

Resulta que todos los días, de lunes a domingo, veía o escuchaba una de estas series que describía los orígenes, desarrollo y consecuencias del comportamiento criminal de algunas personas, desde la caída de Enron a Charles Manson, pasando por una variedad de nombres menos conocidos. Casi no se repetían las historias, a pesar de ser una serie que daban los siete días de la semana. Hasta que de un momento a otro, se les dio por repetir sin cesar tres o cuatro capítulos. Los mismos tres o cuatro capítulos, a veces el mismo en días consecutivos.

Les mandé un mensaje preguntando la razón de la repentina fiebre de repeticiones. Al día, siguiente, la serie desapareció del aire y la reemplazaron con una policial, bastante buena también.

En el mismo canal, veía otra serie que daban solamente muy temprano las mañanas de los fines de semana. Trataba de famosos crímenes de diversas ciudades estadounidenses, donde primero contaban un breve historia de la ciudad y luego se dedicaban al caso criminal.

También, empezó muy bien. Alternaban historias de Nueva York, de Saint Augustine, de Durham, de Orlando y muchísimas más. Hasta que, de la misma manera, de un momento a otro, fin de semana tras fin de semana, los mismos capítulos: el entrenador de fútbol universitario asesinado por su esposa, el comisario texano acusado de mal uso de su arma reglamentaria, los adolescentes que murieron en un accidente de tráfico.

Cuando de tanto escucharlas, ya casi me sabía de memoria las historias contadas en tono confidencial, les mandé otro mensaje en su página web. ¿Resultado? El siguiente sábado, cambiaron la serie por un tipo que extermina plagas. Descartable, al menos para mí.

La tercera serie en el mismo canal cuenta historias de delitos, con la particularidad de que en todas las historias, una máquina capta tomas en 360° de toda la escena del crimen, para preservarla y verla más adelante. La secuencia se repitió: comenzaron alternando los capítulos, luego quedaron enganchados en solamente tres que repetían casi indefinidamente, pregunté qué pasaba y hace una semana, la serie desapareció de la programación.

¿Qué pasa con los programadores de este canal? ¿Llega un momento en que se cansan, ya no quieren sacar los episodios que están guardados más atrás y se limitan a repetir una y otra vez los que quedan más a la mano? ¿Se les pierden los capítulos y apenas pueden retener los tres o cuatro que repiten interminablemente?

Lo más trágico es que ahora están haciendo eso mismo con series de horario estelar, anunciadas como estreno con bombos y platillos  Ya no sé si mandar un mensaje para indagar sobre estas repeticiones. Lo que si sé es que me parece una falta de respeto. Felizmente, el cable tiene muchas opciones más para escoger.

jueves, 3 de enero de 2013

De recuerdos, incendios y cuadernos

El otro día, recibí por correo electrónico este texto lleno de recuerdos y amor al terruño. Quien lo mandó no tiene un lugar para publicar esos recuerdos, así que procedo a hacerlo yo pues me parece que vale la pena compartirlos. El nombre del lugar ha sido cambiado por uno que me resulta muy familiar, aunque es ficticio.
RECUERDOS DE UN PUEBLO
Estas líneas más que nada son escritas para mí misma. Si alguien las lee, por supuesto que me gustaría conocer lo que piensa o si ha hecho suyo alguno de mis recuerdos… ya bastante lejanos.

Nací en Sagrillas, en la provincia de Albacete. Nos enseñaron que dos tribus, los sagras y los grillas, se juntaron en esa planicie sobre un gran río, uno de los afluentes de un río más grande aun. También lo rodean otros dos ríos más chicos y menos conocidos, y la salida a la carretera. Si escribo sobre Sagrillas es porque es mi tierra, la que está grabada en mi entraña, en mi infancia y mis recuerdos, la que marcó mi carácter, la que me enseñaron a amar, a conocer y respetar, a pesar de todas sus carencias, sus problemas y dificultades. Esa es mi tierra y por eso soy sagrillana. 
Uno de mis primeros recuerdos: mis padres estaban de viaje, creo que fueron a visitar una chacra que mi papá tenía y a donde iban en bote. Mi hermana mayor y yo quedamos al cuidado de mi tía Marianita. Una tarde, a eso de las 6, se desató un tremendo incendio en una tienda ubicada en la Plaza de Armas, bastante lejos de nuestra casa, que estaba ubicada a una cuadra del colegio de primaria que regentaban las monjitas franciscanas. Lo que pasó fue que en la tienda reventó un bidón de kerosene, el combustible que usaba todo el pueblo. El ruido debe haber sido espantoso. Como resultado, murieron la hija del dueño de la tienda y una empleada doméstica, que por intentar escapar de las llamas se metieron al baño. 
Pues bien, mi tía Marianita estaba sola en casa con dos criaturas de 4 y 2 años. Alguien le dijo que la gente se había ido a refugiar en el colegio de las Madres. Entonces mi tía agarró todas las carteras de mi mamá (que por supuesto estaban vacías), nos tomó de la mano y nos llevó al colegio. Dicen que yo lloraba y gritaba por el cuaderno que había dejado en casa, mientras mi tía custodiaba las carteras. En la revista que las monjas publicaban en la capital del departamento, reseñaron lo ocurrido en Sagrillas, y contaron que una niñita lloraba porque creía que se iba a quemar su cuaderno.