Cuento esta historia tal como me la contaron sus protagonistas.
Dos amigas viajaron a una ciudad de Estados Unidos, a visitar a un pariente que vive hace poco en esa ciudad. Entre visitas a lugares históricos fueron una tarde de compras a una tienda enorme que vende de todo con precios muy baratos.
Recibieron indicaciones de qué buses tomar. Debían cambiar de línea a medio camino y tomar otro bus que las dejarían prácticamente en la puerta de la tienda. Y eso era bueno porque esa tarde había llovido intermitentemente y lo mejor era evitar mojarse. Llevaban paraguas, pero preferían evitar quedar bajo la lluvia tanto como fuera posible.
El camino de ida fue perfecto, esperaron poco tiempo al primer bus y el segundo llegó en pocos minutos. El viaje total les tomó 45 minutos, más o menos lo que les habían dicho que les tomaría el trayecto.
Llegaron sin inconvenientes, eligieron, se probaron, compraron y salieron. Ya no llovía. Fueron al paradero y en unos diez minutos llegó el bus que las llevaría por el primer tramo del camino de vuelta.
También sin inconvenientes tomaron el último bus, el que sería el último del trayecto. En eso, en una distracción, en una confusión, en medio de la emoción de estar haciendo bien las cosas, una de las dos dijo "este ese nuestro paradero". Y se bajaron alegremente.
Ya en la calle, lejos de la seguridad del bus, se dieron cuenta de que se habían equivocado. No, ese no era el paradero.
¿Y ahora?
Se acercaron a la única tienda abierta que vieron a preguntar si estaban lejos de donde debieron haber bajado. Todos voltearon a mirarlas, nadie se tomó el trabajo de contestarles. En realidad sí, un hombre que estaba afuera de la tienda se les acercó y les dijo que debían regresar a la esquina en la que acababan de estar.
"Tranquilas, esperen ahí, el bus no demora en llegar", aseguró con voz ronca y tranquilizadora. Su voz era totalmente opuesta a su aspecto.
Ellas regresaron a esa esquina, la misma en la que habían bajado por error minutos antes. No parecía que iba a volver a llover, pero sí hacía algo de frío. El único movimiento a su alrededor era en esa tienda, pero era ajeno a ellas. Se habían olvidado de ellas. No pasaban ni autos por esa esquina, uno que otro ocasional, contados con los dedos.
Así pasó casi media hora. En eso, a lo lejos asomó lo que parecía ser un bus. Y parecía que no era un bus cualquiera. Parecía que era EL bus que se acercaba rápido. Con dudas, se alistaron para subir.
Y de repente a sus espaldas una voz ronca de hombre lanzó una voz de alerta. Se voltearon. Era el hombre que les había dicho que esperaran tranquilas. Les dijo con señas que ese era su bus.
Se subieron y ya dentro, le hicieron un gesto de agradecimiento, que el hombre les devolvió. Una sensación de protección y seguridad flotó en el aire.