miércoles, 22 de septiembre de 2021

Perfumes y canciones en taxi

Me llegó esta historia, que publico acá con la autorización debida.
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Salí temprano de casa y tomé un taxi para ir a realizar un trámite. Mientras íbamos avanzando, el taxista, un señor gordo y muy sonriente, me dijo de pronto: señora, reconozco su perfume. Y me dijo el nombre correcto. Y agregó el nombre exacto de la única tienda donde la venden.
Me quedé muy sorprendida porque esa colonia es poco conocida, no se encuentra en farmacias ni centros comerciales y efectivamente, hay que ir a buscarla a un lugar especial.
Cómo sabe eso, le pregunté. Porque tengo buen olfato, me dijo. Ah, y también tengo buen oído, agregó. Mire, yo he tocado con Paco de Lucía. Luego, en un celular buscó y dejó escuchar una guitarra como la del famosísimo guitarrista español del flamenco. Vi la imagen y el que tocaba era el taxista, con menos años de edad.
El hombre me siguió contando. También he tocado con Avilés (considerado el mejor guitarrista de música criolla peruana). Volvió a buscar en el celular y comenzaron las inolvidables notas de esos valses que están en el ADN de todos los peruanos. Con ese especial acompañamiento, el taxista se puso a cantar y yo, por supuesto, me contagié del entusiasmo musical y canté también el vals que tocaba la guitarra del gran Óscar Avilés.
Así, en un viaje totalmente fuera de lo común, con sorprendente conversación y buena música, llegó el taxi a mi destino. Terminó el viaje, nos despedimos y vi partir al señor gordo muy sonriente y agitando la mano. Una mañana gris que se pintó de perfumes y canciones.
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Imagen de Freepik.

 

sábado, 4 de septiembre de 2021

Boleto multiusos

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El otro día recordé una incidente del que fui testigo de excepción hace algunos años.
Ocurrió en un bus. Regresaba a mi casa una tarde cualquiera, un trayecto que había hecho muchas. No era hora punta, así que el bus no estaba lleno. Eso me permitía ver libremente a los pasajeros que estaban al otro lado del pasillo.
Iba una mujer sentada sola al lado de la ventana. El asiento a su costado iba vacío. De repente, un señor que acababa de subir se sentó ahí. Ambos se saludaron con un leve movimiento de cabeza, casi imperceptible, y cada uno siguió con lo suyo.
Al poco rato, vi que el señor se quitaba los anteojos y que intentaba limpiarlos con el boleto que acreditaba que había pagado al subir al bus. Era una tarea inútil, esos boletos tienen un tamaño mínimo y son de un papel nada adecuado para la limpieza que el señor pretendía. 
Pero él no se dejaba vencer por el papelito. Lo tomaba de un lado, intentaba limpiar, y nada. Lo tomaba por otro lado, en diagonal. Tampoco lograba limpiar. Desde donde yo estaba, me daba la impresión de que más ensuciaba los vidrios con los dedos.
Todo complicaba su empeño.
Hasta que la mujer que iba a su costado volteó a ver y se percató de la situación. Primero no se limitó a mirar, pero luego de un momento, hurgó en su cartera. Tomó un paquetito, sacó de ahí un pañuelo de papel y se lo dio al señor sin decir una sola ´palabra.
Sin decir una sola palabra, el hombre recibió el pañuelo descartable. Por fin pudo limpiar sus anteojos sin problema. Se guardó el pañuelo en el bolsillo y continuó su viaje tranquilo.
Unos paraderos más adelante, la mujer se levantó de su asiento y se preparó para bajar. El señor se levantó también, le dejo libre el camino y se luego ocupó el asiento que había quedado libre al lado de la ventana.
Una vez en la calle, la mujer volteó a ver el bus. Desde dentro del bus, el hombre volteó a ver la calle.
Simultáneamente, ambos levantaron la mano en señal de saludo.
Finalmente, el bus avanzó.
Me bajé en el siguiente paradero, sonriendo por lo que acababa de ver.