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El trayecto es un lugar de encuentro y muy popular entre corredores madrugadores, matutinos y vespertinos, personas que pasean con niños de todo tamaño, que muchas van en compañía de sus perros.
Ese día, todo iba sin mayor novedad. A pocos metros de mí había dos señoras con niños y sus respectivos perros. Aparentemente, se habían encontrado de casualidad y estaban poniéndose al día con sus respectivas novedades.
Ya más cerca, pude notar que se estaban despidiendo. Una agarró la correa del perro y empezó caminar sin prisa, mientras hacía gestos a una niña para seguir el camino. Con ella no hubo mayor novedad.
Lo que llamó mi atención fue lo que ocurrió con la otra caminante y su perro.
Ella comenzó a jalar la correa y a hablarle a su mascota en tono cariñoso "oye, vamos a la casa". Pero el perro estaba sentado, inamovible. La mujer jalaba cada vez con más fuerza y la mascota nada. No se movía. Ni siquiera miraba a su ama. Es más, el perro pasó de estar sentado a echarse en el suelo.
La mujer jalaba la correa mientras decía palabras cariñosas marcadas cada vez más con voz de enojo.
La amiga miraba todo, entre asombrada y divertida.
Hasta donde alcancé a ver y a oír, el perro seguía sin moverse.
No sé cómo habrá acabado esa pataleta canina.