Imagen |
Cuando ya todos se habían levantado, la madre se dio cuenta de que su hija menor, la más chiquitita, no estaba por ningún lado. Primero la buscó con la mirada, luego recorrió la casa sin hacer mucho aspaviento.
"¿Dónde estará?". La única tranquilidad que tenía era que no había podido salir porque la puerta estaba bien cerrada y la pequeña no alcanzaba a abrirla, ni poniéndose de puntas.
La abuela se dio cuenta de que algo pasaba, y cuando se enteró lo tomó con calma. Empezó a mirar por los rincones más insospechados.
A esas alturas, ya toda la familia buscaba a la niña.
¿Dónde se habría metido?
Cansada de buscar sin lograr nada, la abuela miró la escalera. Todos habían descartado ir a mirar en el piso superior, sabían que la niña no podía subir sola. Pero la abuela tuvo una intuición y subió sin decir nada.
Una vez arriba, la abuela miró en todos los cuartos. Uno por uno, vacíos.
Hasta que llegó a la habitación que su nieta más chiquita compartía con su hermana algo mayor. Y ahí estaba la niña, sentadita de espaldas a la puerta, ajena al revuelo que había causado su desaparición, murmurando algo.
La abuela aguzó el oído, se acercó unos pasos sin hacer ruido. Tenía curiosidad por ver qué mantenía tan concentrada a la niña.
Y ahí vio bien. Los juguetes de las hermanas estaban desperdigados por el suelo y la niñita ponían unos a su derecha y otros a su izquierda, mientras decía: "ete mío, ete de mi hemana".