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Las novelas venían de muchos lugares. Eran sobre todo mexicanas y venezolanas, pero también hubo algunas argentinas.
Una de esas novelas argentinas se llamaba "Lucía Bonelli". En el Perú se vio esa novela con expectativa pues salía la actriz peruana Emily Kreimer, que murió bastante joven. Hacía de la hija de Lucía Bonelli, que además tenía otros tres hijos nombres con nombres bíblicos.
De lo poco que recuerdo de la trama, Lucía Bonelli queda viuda inesperadamente en el primer capítulo y como si eso no fuera suficiente, se entera de que la familia está en la quiebra.
Como era un mujer decidida, porque no ponen como título de una novela el nombre de cualquier pusilánime, la señora Bonelli se pone al frente de las empresas de la familia, porque siempre son en plural. Y como suele pasar en las novelas, una señora que probablemente antes solamente se había dedicado a ser la millonaria esposa de un millonario resulta ser una estupenda empresaria que "saca adelante a su familia".
Sola.
Cierto que contaba con la ayuda de algunos colaboradores, pero ella era el cerebro, la que tenía el olfato, la que tomaba la decisión final. Siempre acertada, claro.
Como era de suponer, a doña Lucía no le faltaban galanes. Al menos no le faltaba un galán, cuyo nombre solamente recuerdo como Fontana.
A los hijos de Lucía, sobre todo a los hijos hombres, no les gustaba el tal Fontana. Y no lo disimulaban. Le hacían la guerra.
Y parecía una injusticia.
Hasta que llegó una escena inolvidable en que una mujer se presenta ante Lucía Bonelli y le anuncia que es "la esposa de Fontana".
Lo vimos un viernes, y ahí acabó el capítulo.
No quedaba más que esperar hasta el lunes.
Y así llegó el lunes. Ahí estaba la tía Angelita, lista para seguir la trama, intrigadísima. Y sin embargo, a la hora acostumbrada de "Lucía Bonelli" dieron cualquier otra novela.
Sin más.